miércoles, 24 de agosto de 2022

Diálogos, gritos (y silencios) en Melania [publicado el 19/8/22 en www.disidentia.com]

 

En todo el mundo los analistas son interpelados por la irrupción de outsiders de la política por izquierda, por derecha, por arriba o por abajo. Las tradiciones, las coyunturas y los imaginarios son distintos en cada país pero en general se asiste a fenómenos que con mayor o menor éxito irrumpen con un discurso antisistema. Es más, sin dar nombres propios, y aun con las diferencias indicadas, estos fenómenos son tan comunes que ya no pueden ser señalados como exabruptos o monstruosidades aun cuando a veces hagan todo lo posible por serlo y parecerlo. Estará quien diga que son una creación del propio sistema para autolegitimarse y cerrar filas frente a un “otro” pero esa afirmación merecería un mayor desarrollo y unos cuantos asteriscos.

Que haya puntos en común entre estos fenómenos outsiders de la política no es casual además porque la aceleración que produjo la llegada masiva de internet al proceso de globalización comenzado en los años 80, hace que cada país replique, a su manera y a su velocidad, escenarios similares, máxime cuando las imposiciones culturales ya no provienen de los imperios sino de los gigantes de la tecnología cuya penetración, al menos en el mundo occidental, es ubicua y capilar.   

Todo esto se da, a su vez, en el marco de una insatisfacción de las sociedades que ha devenido crónico y que se observa con claridad en el plano económico y en el cultural. Respecto del primero, ricos cada vez más ricos, pobres cada vez más pobres sostenidos con ayuda estatal para asegurar la paz social, y una inmensa masa de clases medias viviendo un acelerado proceso de precarización y desorganización de sus vidas; respecto del orden cultural, un incesante y agobiante avance de la corrección política para crear sociedades más superficiales y al mismo tiempo más hipócritas y siempre a punto de explotar.

Este hastío y sensación de “todo es lo mismo” y “todo se repite”, me remitió a un breve texto del escritor de origen italiano Ítalo Calvino incluido en su libro Las ciudades invisibles.

Allí se habla de una ciudad ficticia denominada Melania donde todo el tiempo se produce el mismo diálogo entre una serie de interlocutores que cumplen un rol, como si se tratase del texto de una obra de teatro:

“En Melania, cada vez que uno entra en la plaza, se encuentra en mitad de un diálogo: el soldado fanfarrón y el parásito al salir por una puerta se encuentran con el joven pródigo y la meretriz; o bien el padre avaro desde el umbral dirige las últimas recomendaciones a la hija enamorada y es interrumpido por el criado tonto que va a llevar un billete a la celestina. Uno vuelve a Melania años después y encuentra el mismo diálogo que continúa; entretanto han muerto el parásito, la celestina, el padre avaro; pero el soldado fanfarrón, la hija enamorada, el enano tonto han ocupado sus puestos, sustituidos a su vez por el hipócrita, la confidente, el astrólogo”.

Aquí aparece una de las claves. Los interlocutores mueren pero el papel se mantiene y simplemente se busca un reemplazo para representar “la misma obra”. En la política tradicional y sistémica parece ocurrir más o menos lo mismo. Incluso parece ocurrir algo similar con los electorados: el referente en cuestión, el líder, puede desaparecer pero el escenario político se reacomoda por derecha y por izquierda hasta que un reemplazante ocupa ese rol, “primero como farsa, luego como tragedia”.

Que de repente aparezcan figuras como presuntamente novedosas u originales dentro de la política sistémica para luego ser fagocitados por la misma se puede explicar, a su vez, por otra de las características de las ciudades ficticias que expone el libro de Calvino, el cual, si no hubiese sido publicado en 1967, diríamos que realiza una cruda e irónica descripción de esta actualidad en la que se rinde pleitesía a cualquiera cosa o idiota que se posicione del lado de “lo nuevo”. Se trata de la ciudad de Leonia, una ciudad que ha llevado la obsolescencia y el vivir el aquí y el ahora a su grado máximo:

 

“La ciudad de Leonia se rehace a sí misma todos los días: cada mañana la población se despierta entre sábanas frescas, se lava con jabones recién salidos del envoltorio (…) escuchando las últimas retahílas del último modelo de radio. En los umbrales, envuelto en tersas bolsas de plástico, los restos de la Leonia de ayer esperan el carro del basurero. No solo tubos de dentífrico aplastados, bombitas quemadas, periódicos, envases, materiales de embalaje, sino también calentadores, enciclopedias, pianos, juegos de porcelana”. 

Una ciudad que se renueva cada día no solo es una montaña de desperdicios, para horror de los ambientalistas, sino que es, al mismo tiempo, una máquina incesante de producción y consumo de lo efímero. Allí el pasado es solo basura y los camiones recolectores de la misma son vistos como “ángeles” que, cuando llevan adelante su tarea de recolectar, son respetados en silencio como si se tratara de un rito. Calvino agrega:

“Más que por las cosas que cada día se fabrican, venden, compran, la opulencia de Leonia se mide por las cosas que cada día se tiran (…) Tanto que uno se pregunta si la verdadera pasión de Leonia es en realidad, como dicen, gozar de las nuevas cosas y diferentes, o más bien el expeler, alejar de sí, purgarse de una recurrente impureza”.

Solo bajo la idea de una historia que recomienza cada día (o que intenta ser reescrita por un presente caprichosamente cambiante), algún distraído puede pasar por alto que estamos asistiendo a la misma puesta en escena con interlocutores que cambian pero que están allí para desempeñar el mismo rol. Aun así, estas sociedades que no se soportan a sí mismas tampoco toleran la misma puesta en escena a tal punto que ya ni siquiera avalan que la solución esté en encontrar los mejores actores para desempeñar el papel. Lo que se está poniendo en cuestión es la obra misma. La gente está cansada de entrar a la plaza de Melania y estar siempre en medio del mismo diálogo. Por eso es capaz de abrazarse a quien grita, al menos solo para incordiar el desarrollo de la trama.

Entonces, ante una mayoría desesperada por el hecho de que le asignen un rol en el diálogo, es natural que gritar sea una respuesta justa. Aun así, puede que se esté pasando por alto otra alternativa que va ganando adeptos. De hecho, intuyo que en donde hay que poner atención, en medio de tanto diálogo y grito, es en aquellos que no desean entrar a la plaza de Melania y deciden ver todo desde afuera mientras guardan un piadoso y ensordecedor silencio.       

  

 

 

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