Siempre que escucho hablar de la
posibilidad de un periodismo objetivo (y/o neutral e independiente) viene a mi
mente el mito de Sísifo. Efectivamente, resulta harto evidente que la
pretensión que ostentaba el periodismo de antaño ha sido desacreditada por los
hechos. Sin embargo, la alternativa al mito del periodista como ojo de la
verdad no es necesariamente un periodismo faccioso que adecua la realidad a sus
intereses. Y es aquí donde creo que el mito de Sísifo ofrece una opción para
salir de ese falso dilema.
Si bien no existe una “historia
oficial” de los mitos sino que éstos van adoptando distintas versiones con el
tiempo, se dice que Sísifo era un gran estafador que fundó la ciudad que luego
sería denominada Corinto y que la pobló con hombres nacidos de hongos.
Por su parte, el historiador y
geógrafo griego del siglo II d.C., Pausanias, afirmó que Sísifo vendió
información a Asopo, el dios fluvial, y a cambio exigió un manantial perenne para
la ciudad de Corinto. La información en cuestión era la relacionada con el
rapto de la hija de Asopo, Eginia, en manos de Zeus. Enterado de la delación,
Zeus ordena a su hermano Hades que arroje a Sísifo al Tártaro y le castigue
eternamente por haber violado un secreto divino. Pero la astucia de Sísifo
engañó a Hades, dios de la muerte, y lo encadenó, dándose la insólita situación
de que nadie moría, ni siquiera los que habían sido decapitados. Esta
problemática, que inspira a José Saramago para escribir su libro Las intermitencias de la muerte, fue
resuelta rápidamente por Ares quien finalmente acaba liberando a Hades. Sin
embargo, Sísifo, ahora en la tierra de los muertos, había urdido un último
artilugio. Le indicó a su esposa que no lo enterrara, algo de gran importancia
en la antigüedad, tal como atestigua la trama de Antígona, y con esa excusa pidió a Perséfone que lo dejara regresar
al mundo de los vivos para vengar semejante destrato para con su cuerpo.
Evidentemente parece haber buenas
razones para castigar a Sísifo pues se trata de ese tipo de personas que uno no
quisiera tener como vecino. Pero a los fines de este trabajo no importan tanto
tales razones pues lo más interesante del mito es el tipo de castigo que recae
sobre él dado que se lo condena a llevar una piedra inmensa hasta la cima de
una montaña sabiendo que, por su propio peso, muy cerca del objetivo, ésta
caerá y el esfuerzo vano tendrá que volverse a repetir una y otra vez con el
mismo desenlace. La interpretación que puede hacerse de este mito es que el
castigo no era el esfuerzo físico de cargar con esa piedra sino la conciencia
de la inutilidad de la labor, la conciencia de saber que la tarea es
estéril.
Ahora bien, ¿pueden establecerse relaciones
entre este mito y la labor del periodista? Creo que sí, pero el mito daría
lugar a un nuevo tipo de periodista. Ya no se trata de aquel que dice hablarnos
desde su atalaya de objetividad sobrevolando los intereses y las tensiones de
la sociedad porque esa cima es aquella que Sísifo pretende alcanzar sin éxito.
Pero tampoco es el periodismo que denunciando los intereses que se esconden
detrás de los que dicen ser neutrales, cae en una suerte de relativismo en la
que hacer periodismo es solo una máquina de guerra al servicio del activismo y
la ideología. La imposibilidad de la objetividad no deviene necesariamente
relativismo o un perspectivismo que se impone por la fuerza. Que la realidad
sea una construcción de sujetos atravesados por sus condiciones históricas no
significa que se pueda decir cualquier cosa por más que ahora hacerlo sea
progresista.
El mito de Sísifo, entonces, permite
pensar un periodismo que sepa que la objetividad es inaccesible pero que sin
embargo no renuncia a la pretensión de llegar a ella. En otras palabras, entre la
mascarada de la neutralidad y la independencia, y el periodismo faccioso
entendido como aquel que subordina los hechos a los intereses del partido, hay
lugar para un periodismo consciente de estar hablando siempre desde un
determinado lugar pero obligado a acercarse lo más posible a esa objetividad
inalcanzable que funciona como una asíntota, esto es, aquella recta que
extendida indefinidamente se acerca a una curva pero no llega nunca a
alcanzarla.
Seguramente habrá jóvenes idealistas
que todavía crean que el periodismo puede ser más que precarización,
operaciones de prensa y engaño; incluso puede que crean que no todos los
periodistas son mercenarios. Tienen razón. Algunos periodistas son apenas
idiotas útiles. Pero también hay gente digna y valiosa casi como sucede en todo
orden de la vida. Así que no hay por qué deprimirse. De hecho podemos culminar
estas líneas haciendo referencia a Albert Camus quien tiene una particular
interpretación del mito. Es más, incluso podría decirse que más allá de este
destino trágico de Sísifo, atravesado por la conciencia de la imposibilidad y
de un castigo signado, justamente, por la inutilidad del esfuerzo, hay lugar
para la esperanza. Es que Camus obtiene de este mito una gran lección y afirma
que, en realidad, el castigo de Sísifo es sólo aparente dado que de la
conciencia de los límites surge una fortaleza y un sentido también. De aquí
podría seguirse que saber que la objetividad plena es inaccesible no le quita
al periodista el sentido de su labor, pues este sentido está en la misma
búsqueda y no en el arribo a la cima de la verdad. Por todo esto, Camus, en su
breve ensayo de 1942 titulado, justamente, “El mito de Sísifo”, concluye con
una mirada optimista que es posible trasladar a este nuevo modelo de periodista
consciente de sus límites: “Este universo en adelante sin amo no le parece
estéril ni fútil [a Sísifo]. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo
de mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El
esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.
Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.
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