Catorce meses después del inicio del confinamiento, a primera
vista Argentina parecería estar viviendo el día de la marmota que se desarrolla
idéntico una y otra vez. Pero no es así: Argentina empeora y atraviesa el
momento más angustiante de la pandemia con una paradoja: la apelación a la
sociológica “inmunidad del cagazo” ya no alcanza. ¿Por qué ya no alcanza? Por
necesidad, hartazgo e imitación.
Es que la necesidad solo podía ser refrenada con ayuda
directa de parte del Estado: IFE, Repro, etc. se multiplicaron en el año 2020 y
permitieron disminuir la circulación. Sin embargo, el gobierno parece
mantenerse firme en la idea de que inyectar dinero en el bolsillo de la gente puede
espiralizar más una inflación que ya está en los mismos números que dejó Macri.
Y es verdad que son muy pocos los países del mundo sin acceso a crédito externo
y con estos niveles de inflación pero también es verdad que a pocos países se
les puede ocurrir un equilibrio en el déficit fiscal primario después de una
caída en la actividad como la que hubo en el 2020 cuya consecuencia fue la
explosión de la cantidad de pobres. Se dirá que para enfrentar los nueve días
de confinamiento estricto se ha ampliado la ayuda económica y es cierto. Sin
embargo, también es cierto que esta ayuda todavía ni se acerca a la que hubo en
2020.
En segundo lugar, el hartazgo, naturalmente, no es propiedad
de la oposición y sus seguidores, aunque algunas interesantes encuestas
muestran que la gran mayoría de los votantes opositores están en contra de las
medidas de restricción mientras que la gran mayoría de los votantes del
gobierno está a favor. ¿Posiciones estrictamente ideológicas en el peor sentido
del término? No lo sabemos pero en buena parte del mundo se ha dado que las
restricciones suelen ser impulsadas por gobiernos de centro a la izquierda
mientras que la retórica libertaria anticonfinamiento quedó en manos de los
gobiernos del centro a la derecha. Si bien todos coinciden en que la menor
circulación de la gente ayuda a evitar la propagación del virus, lo cierto es
que las distintas estrategias no parecen haber logrado resultados demasiado
diferentes. Sin ir más lejos, esta semana Argentina alcanzó el triste récord de
16,46 muertos por millón de habitantes transformándose en el país con mayor
cantidad de muertos en un día y superando a Brasil y a la India quienes eran,
desde nuestra perspectiva, países desbordados con un colapso sanitario total.
Por último, el factor imitación es importante y nos permite
hablar de la clase política. Es un lugar común pero no por eso una afirmación
falsa, decir que el ejemplo deben darlo los de arriba. Y esto no está
sucediendo. Y ni siquiera me refiero a los eventuales deslices del gobierno
nacional cuando se ve al presidente sin la protección adecuada en algunas
fotos. Eso es menor. No tan menor, es cierto, es que Carlos Zannini dé una
entrevista en el que defiende su vacunación (algo más o menos atendible) pero
también defiende la de Verbitsky (algo que no hay manera de justificar). ¿Cómo
puede reaccionar alguien que vive encerrado hace catorce meses cuando un
funcionario le dice que un periodista se vacunó antes porque es una
“personalidad que necesita ser protegida por la sociedad”? Tampoco es determinante
pero molesta cuando se prohíben las reuniones sociales y se pone excesivo celo
en el cuidado pero, al mismo tiempo, no existe la decisión política para, por
ejemplo, desalojar a veinte tipos que protestan cortando una vía y jodiendo el
regreso de miles y miles de trabajadores los cuales, a su vez, corren riesgo de
contagiarse. Allí se ve que el gran problema es que los gobiernos están tomando
decisiones justificadas ad hoc por mera especulación electoral y
que están persiguiendo agendas propias. Porque no poder desalojar a veinte
tipos de una vía sacralizando el derecho a cualquier protesta, por casquivana
que sea, no es más que un prejuicio progresista de quienes a su vez se la pasan
explicando que ningún derecho es absoluto. La única manera de comprender
semejante inacción, y dejarle servido a la derecha un argumento, es por razones
ideológicas y como un regalo a la hinchada propia (sin darse cuenta que, en
realidad, la hinchada propia que les hará ganar la elección son los
trabajadores que no pudieron volver a su casa por el corte). A su vez, si hablamos del gobierno nacional,
se toma como un hecho que no hay margen para un nuevo confinamiento y, como se
gobierna para que nadie se enoje, las medidas son siempre tibias o, como
supimos decir alguna vez aquí, siguen el modelo de Xuxa de “un pasito para
adelante y un pasito para atrás”. Un gobierno que asume que no puede imponer
nada y que ahora ya ni siquiera puede decretar un confinamiento necesario de catorce
días para que se cumpla un ciclo de la enfermedad, negocia apoyos a cambio de
parar todo nueve días más dos días más el fin de semana del 5 y 6 suponiendo
que el virus es salidor y solo se propaga sábado y domingo. Pero por si esto
fuera poco, reinstala el feriado puente del 24 que había quitado diez días
antes para decir que, al fin de cuentas, volvemos a Fase 1 por nueve días de
los cuales solo tres son hábiles. La justificación de este último cambio es el
mejor ejemplo de la improvisación y la lógica de las justificaciones ad hoc puesto que los mismos que habían
dicho que quitarían el feriado puente para desincentivar las salidas del fin de
semana largo ahora lo vuelven a poner para incentivar que te quedes en casa.
Excede el ámbito de estas líneas ingresar en las razones por las que las personas
obedecen la ley o determinadas medidas pero el aspecto racional de las mismas
algún rol juega. Sin entrar en disquisiciones académicas, si la medida
implementada resulta irracional para el que debe obedecer es natural que haya
más razones para desobedecerla. Este parece ser el caso y se suma a la ingente
cantidad de medidas y contramedidas, marchas y contramarchas que han ofrecido
los gobiernos de todos los niveles bajo la excusa de la condición dinámica real
del virus. Pero no nos confundamos: una situación dinámica no lleva
necesariamente a la improvisación constante; sobre lo dinámico también se puede
planificar.
Asimismo, si se trata de hablar de agendas propias, el
gobierno nacional y su principal usina comunicacional (C5N) están enfrascados
en el escándalo de “Pepín”, lo cual, claro está, hubiera valido una cadena
nacional privada en caso de tratarse de un operador K. Por si no queda claro lo
diré sin ambigüedad: “Pepín” es probablemente uno de los cerebros del lawfare y
resulta imposible avanzar hacia una Argentina más igualitaria con un poder
judicial que actúa como partido político opositor a favor del poder real. Sin
embargo, a la inmensa mayoría de la gente, “Pepín” y lo que le sucedió a
Cristóbal López, le importa un carajo. Se trata de una agenda importante pero
chiquita que solo es relevante para la casta política y para algunos
empresarios. En ese sentido, es una pelea que se puede y se debe dar pero si
mientras tanto el poder adquisitivo cae y la pobreza y la desigualdad aumentan,
la sensación es que la política está persiguiendo una agenda que no es la de
los votantes. Eso quiebra el vínculo particular que tiene buena parte del
sector que vota FDT, aquel que cree en la política, en los proyectos, en las
construcciones colectivas, en las transformaciones de fondo. Si del “volvimos
mejores” ya estamos condenados a consolarnos con el “pero los otros son
peores”, la sensación no puede ser más que amarga.
Naturalmente, cuando uno mira hacia el otro lado no sabe si
graficar el horror con “La cabeza de Medusa” de Caravaggio, “El grito” de Munch
o la colección completa de El Bosco. A la apelación al sinsentido constante, a
la falta de respeto cínica hacia algo de lo real, (a lo que ya nos tiene
acostumbrado aquel sector de la oposición que no tiene responsabilidades de
gestión), le sumamos un Gobierno de la Ciudad que actúa bajo especulación
política electoral constante mientras gestiona una pandemia. El mejor ejemplo
es la insólita sobreactuación con el tema de las clases presenciales. Sí, el
mismo espacio que avaló las clases virtuales todo el año pasado y que viene
desinvirtiendo en materia educativa desde la gestión de Macri en la ciudad,
ahora se dio cuenta que defender las clases presenciales “garpa” electoralmente
de cara a sus votantes. Si en todas partes del mundo, ante un nivel de
contagiosidad como la existente, los colegios se cerraron, no importa. Poniendo
a los chicos como escudo humano y aprovechando el clima cultural del
victimismo, son capaces de exponer a la enfermedad y, como mínimo, a la
angustia, a familias enteras por no poder implementar un sistema de clases virtuales
que no es el ideal pero que podría ayudar enormemente hasta que, en las
próximas semanas, se acelere la vacunación. El éxtasis de la sobreactuación se
dio cuando se anunció que en estos tres días hábiles no habría ni siquiera
clases virtuales porque se recuperarían a fines de diciembre. ¿Pero si las
clases virtuales no sirven para nada por qué las implementaron para los alumnos
del secundario? Por otra parte, si la idea es no perder clases, ¿por qué no
adelantar las vacaciones de invierno o, eventualmente, pasar a clases virtuales
hasta agosto y, si es que fuera necesario recuperar, extender el ciclo hasta
enero inclusive? La respuesta es simple: porque, con razón, los docentes
sumados a los padres que se quieren ir de vacaciones con todo derecho, los van
a reputear. Y este año hay elecciones. Entonces la educación de los chicos no
importa. Importa darle de comer mierda a los votantes propios y ganar.
Especulación política electoral ha habido siempre y es muy entendible
pero cuando las decisiones de todos los niveles de gobierno juegan durante
tanto tiempo directamente con la vida y la muerte de nosotros mismos y de
nuestros afectos, es natural que el cagazo no alcance y la gente reaccione. Claro
que si a esto le sumamos que la necesidad no es satisfecha, el hartazgo gana en
fundamentos y no hay ejemplos para imitar, el problema es que, sin conducción y
con agendas fragmentadas, la gente va a reaccionar y puede hacerlo mal o, lo
que quizás sea peor, dirigirá esa reacción hacia un terreno que aún resulta
desconocido.
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