El plan era generar zozobra y sensación de anomia. ¿Cómo? Una
opción podría haber incluido que los pibes vayan al colegio intermitentemente y
que la decisión de que asistan a las clases la determine el gobierno de turno
todas las noches a las 23hs mediante conferencias de prensa. Eso sin duda
alteraría los ánimos de los chicos, los padres y la opinión pública. En esa
misma línea podría formar parte del plan que los funcionarios expongan datos
duros contradictorios, a saber, que los colegios contagian y no contagian. Eso
enloquecería a cualquiera; o que un juez municipal voltee un DNU y el Jefe de
Gobierno decida que la justicia federal no cuenta; quizás que la Corte Suprema
falle de manera obsoleta cuando los hechos en cuestión ya no están en litigio.
Este último punto se le pasó a los protagonistas del plan: ¿qué sería de un
país en el que el máximo tribunal llegue siempre tarde a todo?
Otra opción podría haber sido que llegara un virus y que se
diga que no existe; o que digan que te mata pero que luego te digan que no; o
que se afirme que se transmite por las superficies y que luego afirmen lo
contrario; o que la gente use un tapaboca que te debe tapar la nariz; incluso
podría crearse un enorme dispositivo comunicacional para instalar que la vacuna
no sirve, que te cambia el ADN, que te hace comunista y te envenena pero, al
mismo tiempo, que se exija al gobierno que las traiga inmediatamente porque la
gente se angustia. Todo ese contexto ya podría haber bastado para que incluso
algún periodista de esos serios exija “formatear la Argentina de un modo
autoritario”.
Pero no desestimemos un plan para generar zozobra cuyo foco
esté en los precios: imaginemos que vas a comprar el mismo producto con
diferencia de días u horas y éste cuesta 20% más. O que el mismo kilo de
naranja tenga un precio distinto en dos verdulerías de la misma cuadra como si
viviéramos en temporalidades paralelas
como jardines que se bifurcan.
Con todo eso era suficiente pero podría agregarse el hecho de
cuarentenas de las cuales se entra y se sale; permisos para circular que
caducan constantemente; gobiernos que impulsan el turismo y a la otra semana
imponen restricciones; falta de papel higiénico; categorías de esenciales que
alcanzan a la totalidad de la población. En síntesis, podría haber bastado con
vivir en Argentina.
Sin embargo, el plan fue otro. Ocurrió a principios de los
años 20 del siglo anterior. A un grupo de amigos se les ocurrió, en el marco de
las elecciones que finalmente llevarían al gobierno a Marcelo T. de Alvear,
proponer a Macedonio Fernández como presidente. Nacido en Buenos Aires en 1874,
Macedonio, quien muriera en la misma ciudad, allá por 1952, es de esos
personajes inclasificables de los cuales existen cientos de anécdotas. Podría
llamársele filósofo o escritor pero lo cierto es que se recibió de abogado y
alcanzó el cargo de fiscal en Misiones pero se dice que no acusaba a nadie
porque no era muy afecto al castigo y lo echaron; en Buenos Aires publicó textos
vanguardistas y experimentales como la póstuma Museo de la Novela de la Eterna cuya estructura se compone de
decenas de prólogos distintos a una novela que siempre se demora en comenzar.
El propio Borges, con exceso de modestia, ha declarado varias veces que él no
ha hecho otra cosa más que imitar al genial Macedonio con quien compartía una
amistad que había heredado de su padre, además de su fina ironía y esa pasión
por la metafísica.
En lo ideológico Macedonio era un anarquista conservador, al
igual que, justamente, Borges, a tal punto que hasta intentó fundar junto a
Julio Molina y Vedia y al padre de Borges una colonia anarquista en el Paraguay.
¿Qué significaba ser un anarquista conservador? El mínimo necesario de Estado
para un mundo compuesto por individuos a los que hay que garantizarle el máximo
de libertad. Lo más parecido a los libertarios de hoy, aunque, en el caso de
Macedonio y Borges, con sobradas muestras de inteligencia. Sin embargo, a
Macedonio no le interesaba llegar al poder para imponer sus ideas. De hecho, el
propio Borges conversando con su amanuense, Roberto Alifano, reconoce que
Macedonio era una suerte de oficialista compulsivo que simpatizaba con todos o
en todo caso alguien al que la política no le interesaba mucho y fue partidario
de Yrigoyen, Uriburu, Perón y hasta hubiera simpatizado con la revolución
libertadora en caso de haber continuado con vida.
Lo cierto es que el
plan estaba en marcha y se basaba en la potencia de la estadística: muchas
personas se proponen abrir una cigarrería pero muy pocos ser presidente. Ese
dato, según Macedonio, lo ponía en carrera y, convengamos, cualquier asesor de
imagen se haría un festín con un nombre tan fácil de instalar como “Macedonio”.
En un principio la hermana de Borges y sus amigas comenzaron
a escribir “Macedonio presidente” en papeletas que fingían olvidar, presas del
descuido, en cafés, cines, zaguanes, tranvías, veredas. Y en paralelo, para
proyectar su imagen en el mundo, el propio Macedonio contó que una vez, en el Club
Alemán, dejó un ejemplar de un libro de Schopenhauer, al que le faltaban
páginas, lleno de anotaciones de su puño y letra como señal. Estaba todo bien
pensado: el nombre de Macedonio comenzaría a circular mundialmente y en la
Argentina se produciría un fenómeno de abajo hacia arriba que transformaría a
nuestro hombre en una necesidad, en un puro clamor popular. Sin embargo, hay
quienes dicen que la tragedia familiar de la muerte de la esposa de Macedonio
hizo que finalmente el proyecto se abortara o que, más bien, adoptara otro
formato. Es que habiendo ya obtenido la presidencia Marcelo T. de Alvear, los
miembros de la peña que se reunía los sábados en La Perla del Once alrededor de
la figura del decano Macedonio, (un grupo que incluía al propio Borges pero
también a Raúl Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal, Eduardo González Lanuza,
Santiago Dabove y Enrique Fernández Latour, entre otros), consideraron que
aquel plan debía llevarse al terreno de la literatura. Así se propusieron
escribir “a varias manos” una novela titulada El hombre que será presidente.
El
proyecto quedó en la nada pero, según Borges en Prólogos con un prólogo
de prólogos, la obra se
constituía a partir de dos argumentos:
“uno, visible, las curiosas
gestiones de Macedonio para ser presidente de la República; otro, secreto, la
conspiración urdida por una secta de millonarios neurasténicos y tal vez locos,
para lograr el mismo fin. Éstos resuelven socavar y minar la resistencia de la
gente mediante una serie gradual de invenciones incómodas. La primera (la que
nos sugirió la novela) es la de los azucareros automáticos, que, de hecho,
impiden endulzar el café. A ésta la siguen otras: la doble lapicera, con una
pluma en cada punta, que amenaza pinchar los ojos; las empinadas escaleras en
las que no hay dos escalones de la misma altura; el tan recomendado
peine-navaja, que nos corta los dedos; los enseres elaborados con dos nuevas
materias antagónicas, de suerte que las cosas grandes sean muy livianas y las
muy chicas pesadísimas, para burlar nuestra expectativa; la multiplicación de
párrafos empastelados en las novelas policiales; la poesía enigmática y la
pintura dadaísta o cubista”.
Estas invenciones
incómodas irían apareciendo a lo largo de la novela, comenzando con el
azucarero que no endulza, hasta generar un escenario de conmoción social que
derivase en la caída del gobierno y la llegada de Macedonio a la presidencia
como el único capaz de poner orden ante esta realidad que decidía ceder al
desatino y al delirio. Sin embargo, Borges agregaba que la llegada al poder de
Macedonio no significaría nada ante un mundo que había devenido anárquico.
A la lista de
invenciones incómodas que Borges recuerda como parte del plan cabría agregarles
otras que el autor de Ficciones
olvidó mencionar, a saber: salivaderas móviles que impidiesen que el salivador
cumpla su cometido; solapas desmontables que se quedaran en la mano del primero
que intentara acomodarlas, cucharitas que se derritieran en el café, etc. Todo
eso derivaría en que la gente pidiera a gritos un nuevo presidente.
Para concluir,
entonces, si bien el plan de Macedonio y sus amigos ni siquiera pudo plasmarse
literariamente, nos queda el interrogante acerca de qué gobierno puede surgir
de una realidad que empieza a interactuar con el delirio y el absurdo, máxime
cuando el delirio y lo absurdo se han naturalizado y forman parte de nuestra
cotidianeidad. Que las invenciones que nos incomodan no sean azucareros que no
endulzan, lapiceras con doble punta o escaleras empinadas con escalones de distintos
tamaños habla de la gravedad del fenómeno al que asistimos. Es que en el
horizonte próximo la zozobra y la anomia serán tales que la gente va a pedir un
presidente y allí lamentablemente no estará el bueno de Macedonio sino alguien
que tome decisiones acordes al sentir de una sociedad que por malos o buenos
motivos está siempre a punto de estallar. Y no necesariamente se tratará de un
candidato “del orden” que tome decisiones rodeado de amigos interesados en
muchas cosas, salvo la buena literatura. Puede ser algo peor que eso porque
probablemente sea un candidato del sinsentido, una respuesta absurda a lo
absurdo que nos toca vivir. Al principio nos podrá dar tanta risa como las
invenciones de Macedonio. Pero no hay que menospreciar lo que puede producir
una sociedad atravesada por mensajes paradojales y contradictorios. La razón es
sencilla: del sinsentido puede provenir mucha violencia. Incluso más violencia
que la que puede ofrecer un eventual candidato del orden.