Grieta, sectores duros, halcones, radicalizados, polarización, extremos. Los últimos años nos hemos familiarizado con una serie de términos que intentan describir el estado de cosas en materia política. Prácticamente no hay analista que pueda evitar en algún momento hacer referencia a estas categorías, especialmente para reivindicar la moderación y el “centrismo”. Tiene buena prensa estar en el centro de las cosas o al menos decir que se está en el centro de las cosas, algo que quizás sea una herencia, bastante distorsionada, por cierto, del justo punto medio aristotélico. Por otra parte, salvo contadísimas excepciones, nadie se concibe un radicalizado; nadie dice ser un extremo. A lo sumo uno puede presentarse como alguien con convicciones pero ese “estar en la verdad”, por alguna razón, nunca nos ubica a un costado sino en el centro.
Además ser moderado trae buenos resultados electorales: Macri
gana en 2015 porque se hizo todo lo posible para presentarlo como un estadista
equilibrado que “dejaría lo que está bien y cambiaría lo que está mal”, uno de
los slogans más vacuos que se han oído últimamente porque no responde qué es lo
que está bien ni qué es lo que está mal. Y el FDT gana en 2019 porque la moderación
de Alberto le acerca a CFK ese 10% o 15% que le faltaba para ganar en primera
vuelta. Sin embargo, la radicalización también puede tener sus frutos
electoralmente. En el mundo han triunfado candidatos con discursos ultra y en
la Argentina, una supuesta ya radicalizada CFK, obtuvo 54% en 2011 y a Macri le
fue muchísimo mejor en la primera vuelta del año 2019 en la medida en que
radicalizó su discurso hacia la derecha.
Se da entonces un fenómeno paradójico: por un lado hay una
hegemonía de las opciones moderadas, un sentido común en el que la moderación
se ha instalado como virtud. Pero, por otro lado y en paralelo, también hay un
crecimiento de las radicalizaciones con performances electorales que han sido
exitosas.
¿Por qué sucede esto? Sin duda las causas son varias pero hay
una en particular que creo que habría que atender. Me refiero a cómo la
necesidad de ensanchar el club de los moderados obliga a la creación artificial
de radicalidades o a abonar a las que ya existían pero ocupaban un lugar
marginal. En la Argentina el fenómeno fue muy claro durante la era Macri: es
que fue tal el giro a la derecha que dieron el debate público y buena parte de los
formadores de opinión que siempre se reivindicaron de centro, que hubo que
inventar una derecha recalcitrante frente a la cual aparecer como moderados.
Sin ánimo de personalizar pero, frente a Espert y Milei, por citar a los que
más espacio tienen en medios, Prat Gay y Dujovne parecen guevaristas o, al
menos, socialdemócratas. En otras palabras, para convencernos de que Macri era
de centro, hubo que “inventar” una derecha o, en todo caso, hacernos creer que
la única derecha posible es una mezcla delirante de libertarianismo económico y
conservadurismo moral, y que todo lo demás está en el centro. Un poco más a la
izquierda o un poco más a la derecha pero en el centro.
El ideario libertario tiene más espacio en redes y medios que
votos pero, más allá de la voluntad de sus protagonistas, fue y está siendo
funcional a la legitimación de las opciones un poco menos ultra de aquella
derecha que se reivindica de centro porque, también es bueno decirlo, Argentina
es el único país del mundo donde nadie es de derecha; el único país del mundo
donde a la derecha de la izquierda solo hay un centro largo…bien largo pero que
en sus confines sigue siendo centro. Por esto es que son injustos quienes le
achacan al 2% de Espert la derrota de Macri. No solo porque Macri perdió por su
desastroso gobierno sino porque, aun quizás sin desearlo, Espert contribuyó al
milagro de presentar a Macri como un moderado. Esa contribución, imposible de
ser medida cuantitativamente, supuso un aporte cualitativo enorme.
Ahora bien, más allá de que en el mundo estos sectores ultra
sean marginales electoralmente hablando, ha habido casos donde la crisis del
sistema de partidos o alguna coyuntura excepcional como la de Brasil, hace que
estas posiciones radicales alcancen diversos grados de representación. Esto
puede ocurrir como respuesta a la radicalización de los espacios de
centroizquierda, tal como se observa en la Argentina cuando en redes vemos
contra quién pelean los libertarios y quiénes tienen como enemigos centrales a
los libertarios; pero también puede ocurrir cuando quienes se alternan en el
poder no ofrecen grandes alternativas y los discursos radicalizados se
transforman en representativos del antisistema. Así, en Estados Unidos, el
triunfo de Trump en 2016 puede leerse también como la respuesta a un partido
demócrata que representaba al establishment
económica, política y, sobre todo, culturalmente hablando. En Brasil, la
particular situación del principal candidato siendo encarcelado merece matizar
cualquier afirmación pero buena parte de los votos de Bolsonaro fueron contra
un PT que aparecía con una agenda más progresista que pro-trabajadores y que,
por supuesto, fue señalado como cómplice directo del deterioro moral de un
sistema esencialmente corrupto. ¿Podría darse algo parecido en Argentina?
Probablemente no tenga sentido comparar lo que sucedió en
Estados Unidos y en Brasil con la actualidad Argentina, como prácticamente no
tiene sentido hacer comparaciones con ningún otro país más allá de que uno
puede encontrar variables o tendencias comunes. Pero sí se puede advertir que
de repente se generan circunstancias en las que los discursos marginales acaban
impregnando sectores más amplios, especialmente cuando el adversario aparece
como “el sistema”. De hecho el macrismo utilizó mucho la idea de vincular al
kirchnerismo y al peronismo, en tanto “vieja política”, con “el sistema” y no
debemos olvidar que Néstor Kirchner, ayudado por su carácter de outsider del radar porteñocéntrico y en
medio de la excepcionalidad de la crisis, actuaba dentro del sistema como si
estuviera dinamitándolo todo, lo cual era, en muchos, real porque desde el
propio gobierno enfrentó y transformó lo que había.
En este sentido, no debería sorprendernos que la moderación
del actual gobierno pueda ser interpretada como un aporte conservador al
sistema, interpretación que impulsarán sectores de la derecha pero también
buena parte de los propios votantes del oficialismo que, con algo de nostalgia,
esperan transformaciones radicales como las del kirchnerismo original. Qué va a
suceder no lo sé pero la construcción de una cada vez más ancha avenida del
medio que, a priori, llevaría a los márgenes las opciones radicalizadas, está
lejos de garantizar un futuro promisorio para los moderados. ¿Por dónde vendrá
la respuesta? ¿Por derecha? ¿Por izquierda? Quizás por ambos lados.
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