En estas horas el gobierno está consiguiendo que el congreso
apruebe una ley de emergencia que considera esencial para intervenir en una
situación que es objetivamente dramática. Mientras eso sucede se van conociendo
las medidas y a través de ellas se puede inferir que el gobierno encontró las
cuentas mucho peor de lo que la imaginaba. Todo esto, claro, cuando apenas
lleva diez días de asumido. Siempre en líneas generales, Alberto Fernández está
cumpliendo con sus promesas de campaña y confirma lo que en este mismo espacio
avizoramos varias semanas atrás. Me refiero a que más allá de que las
circunstancias sean distintas, Alberto tiene en la cabeza recrear las
condiciones con las que asumiera Néstor Kirchner y comenzar un shock
redistributivo de abajo hacia arriba. Para ello avanza con un plan de
desdoblamiento del tipo de cambio que intenta suplir la devaluación
generalizada que se imponía. ¿Por qué lo hizo? Porque a diferencia del año
2003, hoy tenemos una inflación del 55% y en una economía bimonetaria como la
nuestra, una devaluación del 30% se trasladaría a precios. El desdoblamiento
del tipo de cambio con las excepciones pertinentes orientadas a favorecer la
producción es coherente con el plan del gobierno pero su éxito dependerá de su
transitoriedad ya que, pasado un tiempo prudencial, quienes conocemos a la
Argentina, sabemos que la economía dejará de mirar el dólar oficial y comenzará
a regirse por los dólares paralelos. El otro punto es el intento de regresar a
los superávit gemelos tal como lo hiciera, también, el gobierno de Kirchner.
Aquí el problema es el déficit fiscal y se puede resolver de dos maneras: o gastando
menos o cobrando más impuestos. El gobierno, una vez más, coherente con sus
promesas y a diferencia de la receta fracasada de Macri, eligió el segundo
camino porque entiende que es la única manera de reactivar la economía.
¿Quiénes deberán pagar más impuestos? En principio, los que pueden y allí,
claro está, comienzan las quejas porque nadie quiere pagar más impuestos y no
todos pueden lo mismo. Porque no es lo mismo el empresario sojero, con espalda
para especular con la liquidación de divisas, que el pequeño productor, y no es
lo mismo el snob que pasa seis meses en Europa gastando dólares y dólares que
aquella familia de clase media que ahorró todo el año para irse 10 días a Río
de Janeiro. Con la llegada al congreso de la ley se avanzaría en una
segmentación entre grandes y pequeños productores, lo cual es una medida
razonable si no se quiere cometer el mismo error que en 2008 frente a un sector
que está dispuesto a hacer un “esfuerzo patriótico” con el gobierno de Macri
pero que le hará la vida imposible al actual gobierno por razones ideológicas
antes que económicas. En el caso del turismo tal segmentación parece más
difícil y naturalmente habrá enorme mal humor en la clase media más allá de que
el gobierno esgrima que no puede permitir que se vayan del país 5000 millones
de dólares en turismo. Es razonable el mal humor de la clase media, que fue
perjudicada con el gobierno anterior y no se ve beneficiada con estas
decisiones del actual gobierno. Pero también son atendibles los argumentos de
la Casa Rosada.
El aumento de los bienes personales parece una buena medida
también por ser un impuesto progresivo, si bien en el corto plazo sería
deseable que el gobierno eleve la base no imponible. Porque está muy bien que
los que tienen bienes en el exterior, o los que tienen mucho, paguen más pero
es absurdo que pague bienes personales un tipo que tiene dos departamentos y
que alquila uno de ellos para recibir el equivalente a 200 dólares mensuales.
El caso de las jubilaciones merece un párrafo aparte ya que
en estos momentos el gobierno es corrido por izquierda por quienes gobernaban
hasta hace 11 días y cambiaron la ley de movilidad para ajustar a los
jubilados. Pero la oposición advierte, con buen tino, que si se suspende la ley
de movilidad no va a ser para alcanzar un número superior al que ésta arrojaría
sino para recortar. Ese razonamiento tiene sentido ya que si el espíritu fuera
brindar un aumento mayor podría mantenerse la ley y luego brindar un bono tal
como se está haciendo ahora con los que cobran menos de 19000 pesos. Sin
embargo el punto es más complejo y lo que entiendo que el gobierno quiere hacer
es simple: achatar la pirámide. Es decir, una vez más, siguiendo a Kirchner,
por decreto, le dará a lo que menos cobran un aumento mayor que a los que más
cobran, generando una redistribución al interior del sistema previsional. Y de
paso, aunque sea incómodo reconocerlo, dará una fuerte señal al momento de
negociar la deuda mostrando que el gasto social, que se calcula en un 60% del
presupuesto, quedará desindexado. En buen criollo: los que más cobran se van a
perjudicar. ¿Que por lo bajo están
puteando y que se espera un tira y afloje fenomenal de acá a marzo
especialmente de aquellos con regímenes especiales? Sí, claro. Pero el gobierno
tiene que mostrar a los acreedores que cuenta con números que cierren. ¿Que si
Macri hubiera suspendido la ley de movilidad estaríamos diciendo barbaridades
de él? Por supuesto. Con todo, y la salvedad no es menor, la intervención del
actual gobierno sería en favor de los que menos tienen. Los cuatro años de
Macri demostraron que no estaba en su espíritu dirigir la ayuda hacia allí.
Una reflexión final con algún matiz filosófico: es
enormemente injusto criticar a un gobierno a diez días de asumir un país en
llamas pero no se puede pasar por alto que en materia comunicacional estos
primeros días han sido horrorosos: el decreto de retenciones que primero fue
publicado y luego explicado, la filtración constante de información sensible y
determinante de las nuevas medidas, apariciones desordenadas de Cafiero
diciendo un día una cosa y luego rectificándola. Sabiendo que del otro lado hay
todo un dispositivo mediático con la intención de tergiversar, sesgar y
desinformar, el gobierno debería ser más prolijo. La tergiversación, el sesgo y
la desinformación estarán igual pero al menos la fuente debe ser precisa y ordenada.
Otro punto a tomar en cuenta tiene que ver con la reedición
de los términos de un debate que fue muy fuerte tras la 125 y las restricciones
al dólar que impusiera el segundo gobierno de Cristina. Me refiero a esta idea
de que aquel que compra dólares o quiere viajar al exterior es una suerte de
traidor a la patria. Y la verdad es que no lo es o si lo es no lo será porque
quiera comprar dólares o ir a Miami. Hay un montón de gente que quiere comprar
dólares porque la historia argentina le ha demostrado que de esa manera
conserva valor. ¿Es por eso un hijo de puta? ¿Y si alguien quiere vacacionar
afuera del país porque le place y/o porque vacacionar en Argentina a veces le
sale casi lo mismo, es un egoísta al que le falta empatía con los pobres de nuestro
país? No seamos hipócritas.
Y en lo que respecta a la solidaridad, como les comentaba las
semanas anteriores, es correcto que el gobierno busque imponer en el debate
público esa idea porque si lo logra será muy difícil oponerse. Pero lo
importante es que el gobierno sepa que esa es una batalla semántica y que no
crea ni diseñe políticas que dependan de la solidaridad porque, de ser así,
será difícil que triunfe. Casualmente, a propósito de la solidaridad, me venía
a la cabeza un párrafo de La paz perpetua,
un libro del filósofo prusiano Immanuel Kant, que en uno de sus pasajes
famosos, al momento de pensar el contrato social, afirma que éste podría
conformarse y sostenerse aun cuando los individuos que lo acuerdan fueran
demonios. En otras palabras, si quienes conformamos un Estado, una sociedad o
una comunidad fuésemos ángeles que siempre estamos pensando en lo mejor para el
prójimo, probablemente no haría falta acordar ni siquiera la conformación de un
Estado pues viviríamos libres en paz y armonía. Si la analogía es válida, el
nuevo gobierno no puede idear una política cuyo éxito dependa de que los
argentinos seamos solidarios porque no lo somos o en todo caso hay una buena
parte que no lo es. Con esto no pretendo juzgar a nadie. Se trata simplemente
de describir. Así, entonces, la nueva ley de emergencia se impone por el
desastre heredado pero tendría que esbozar razones como para poder recibir
también la aceptación de un pueblo que sea “insolidario”. En otras palabras,
deberá funcionar y ser seductora aun cuando todos nos saquemos la careta y nos comportemos
como lo que en buena parte somos: verdaderos demonios.
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