domingo, 8 de abril de 2018

La tiranía del verse y sentirse bien (publicado el 5/4/18 en www.disidentia.com)


Debes tomar ese yogur y una aspirina si sientes cansancio; debes realizar una dieta saludable, ingerir importante cantidad de agua y complementar con un complejo vitamínico; a los cuarenta años comenzar chequeos varios, no dejarte vencer por el sedentarismo y realizar ejercicios periódicamente. Pero no solo debes verte bien “por dentro” sino también “por fuera” y tu fealdad esencial ya no es excusa porque tienes cremas anti age, implante capilar y cirugías de abdomen, senos, nalgas, nariz, vagina, mentón, labios y pómulos.
Es que efectivamente vivimos en los tiempos de la tiranía del “sentirse y verse bien”, modelo que solo puede comprenderse en el marco de una “sociedad del rendimiento” y una “sociedad de la iluminación”.
Es el filósofo coreano Byung Chul Han el que habla de una “sociedad del rendimiento” en la que el explotador ya no es un otro sino nosotros mismos y en el que todo orden de nuestras vidas está llamado a ser maximizado en una carrera constante y presuntamente meritocrática. Y, claro está, desde mi punto de vista, esto incluye no solo lo estrictamente laboral o profesional sino aspectos como la salud y la belleza. Hay que maximizar el rendimiento de la salud y también maximizar la belleza ayudados por la ciencia y el control de los datos personales.  
Pero se trata también de una “sociedad de la iluminación”, como denominé en mi libro El gobierno de los cínicos, esto es, una sociedad que a diferencia del iluminismo del siglo XVIII ya no utiliza la razón para iluminar un horizonte de progreso sino que dirige sus reflectores hacia los propios sujetos para exponer su vida íntima en el mercado de los big data. Rendimiento extremo y visualización total podrían ser, en resumen, los dos grandes títulos de esta época.
Ahora bien, cuando tratamos de pensar esta problemática solemos acudir a clásicos de la literatura distópica como la pastilla “Soma” de Un mundo feliz o el “Gran hermano” que todo lo observa en 1984. Es correcto que busquemos en estos trabajos pero si de comprender el fenómeno en toda su extensión se trata, me permitiré sugerirles una novela mucho menos conocida y, por cierto, bastante anterior. Me refiero a Erewhon, del inglés Samuel Butler, publicada originalmente en 1872. El título, anagrama de “Nowhere”, y que podemos traducir como “en ninguna parte”, nos remite a la definición de utopía que, en el caso de esta novela, deberíamos definir como “utopía negativa” en la medida en que el autor, a través de la invención de una civilización aislada que se encontraría más allá de las montañas, busca proyectar una crítica feroz al espíritu victoriano de la época. Si bien también resulta interesante cómo Butler utiliza varios capítulos para ingresar en la discusión entre Darwin y Lamarck, quisiera detenerme en los detalles asombrosos que serán útiles para el desarrollo de estas líneas. Es que, en Erewhon, los feos eran sacrificados y estar enfermo era un delito penal. Las razones de este particular enfoque no deberían sorprender a la luz de lo expuesto al principio puesto que el enfermo no solo es un “fracasado” que no lograría realizarse sino que supone gastos para la sociedad toda y un riesgo para cada uno de los individuos que la componen. En la página 136 de la edición de Akal de 2012, la lectura de la sentencia de un juez de Erewhon frente a un joven “acusado” de tener tuberculosis es elocuente:

“Me aflige ver a alguien tan joven y con tan buenas perspectivas en la vida rebajado a esta condición penosa a causa de su constitución, que únicamente cabe considerar como maligna. Sin embargo, su caso no es uno en el que haya que mostrar compasión, no es éste su primer delito: ha llevado usted una vida criminal […]. Se le condenó a usted el año pasado por bronquitis aguda y ahora que tiene usted veintitrés años, ha pasado por la cárcel en no menos de catorce ocasiones por enfermedades más o menos odiosas”.


Pero hay una segunda razón por la cual enfermarse es un delito en Erewhon. Y es una razón política. Me refiero a algo que ya en el siglo XIX se conocía bien y que podemos identificar como el riesgo de una “tiranía de los médicos”. El juez lo expone en el mismo veredicto de la siguiente manera:

“Pero independientemente de esta consideración e independientemente de la culpa física que acompaña a este grave delito suyo, hay otro motivo por el cual no deberíamos mostrar clemencia, aunque nos sintiésemos inclinados a ello. Me refiero a la existencia de ciertos hombres que permanecen escondidos entre nosotros a los que llaman médicos. En caso de que se relajase el rigor de la ley o de la opinión pública tan solo un poco, estas personas descarriadas, que se ven obligadas ahora a trabajar en secreto y a las que solo corriendo un gran riesgo se puede consultar, pasarían a frecuentar los domicilios, su organización y su conocimiento íntimo de los secretos familiares les daría tal poder político y social que no se podría resistir. El cabeza de familia estaría subordinado al médico, que interferiría entre marido y mujer, amo y sirviente, hasta que el poder de la nación recayera únicamente en manos de los médicos y todo aquello que apreciásemos estuviese a su disposición”.

En la actualidad, la impronta de la palabra médica tiene plena vigencia y si bien ya no metemos a los médicos en nuestras casas, en una sociedad medicalizada y desterritorializada como la nuestra, la automedicación en aras del rendimiento es mucho más efectiva. En este sentido, resulta gráfico examinar cómo el consumo de anfetaminas, que en los años sesenta funcionaba como un acto de rebeldía para excluirse del sistema, hoy ha crecido entre las clases más pudientes en la búsqueda de mayor concentración y más productividad durante el día, es decir, en la búsqueda de mejorar el rendimiento para poder ser parte del sistema. Así, no resulta casual que la plataforma de películas y series online con más usuarios, dedique el documental “Take your pills” para denunciar el consumo cada vez más masivo de Adderall en Estados Unidos, tanto en adultos como en niños, gracias a que se sobrediagnostican trastornos de conducta, ansiedad y concentración.
En silencio, Occidente parece haberse convertido en Erewhon. ¿Quién podría haber imaginado que admitir sin más esta incipiente calvicie, sumar un gramo más, realizar un ejercicio menos y escupir este yogur podrían transformarse en todo un gesto de rebeldía? 


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