viernes, 29 de diciembre de 2017
martes, 19 de diciembre de 2017
Dos años de Macri: lo que sabemos y lo que no sabemos (editorial del 17/12/17 en No estoy solo)
La semana en que el gobierno de
Cambiemos cumplió dos años al frente de la administración ha sido quizás una de
las más difíciles. Si bien al momento de escribir estas líneas todo hace
suponer que, en algunas horas, finalmente, la reforma previsional que perjudica
a los jubilados será votada en diputados gracias a la presión ejercida por el
gobierno, lo cierto es que nadie esperaba que a meses de un triunfo electoral
importante, Cambiemos atravesara una jornada como la del último jueves.
Con todo, cabe decir que si
hacemos un repaso de los últimos tiempos, al gobierno le ha ido objetivamente
mal en casi todos los ítems salvo en uno: las elecciones. ¡Vaya paradoja si las
hay!
Es que si sumamos la desaparición
y muerte de Santiago Maldonado; el asesinato de Rafael Nahuel que tuvo menos
prensa por su condición de mapuche; la desaparición del Submarino; la ineptitud
para frenar una inflación que tras dos años y con tasas de lebacs al 30% y
100.000 millones de USS de deuda, se encuentra en el mismo nivel en que la dejó
el kirchnerismo; el papelón en la OMC y el escándalo de la sesión de la última
semana con una literal militarización de la ciudad y unas fuerzas de seguridad
visiblemente desatadas, no queda más que deslizar una mueca irónica cuando uno
recuerda la altisonante promesa de estar frente al mejor equipo de los últimos cincuenta
años. Se me dirá que esa es una agenda de problemas “K” que no atañen a toda la
ciudadanía. Es probable. Pero pregúntenle a los funcionarios si esta lista le
ha traído o no dolores de cabeza.
Pero quiero advertir aquí un
segundo aspecto: en estos veinticuatro meses el gobierno fue mucho menos efectivo en lo económico que en lo cultural y
político. Es más, ni siquiera pudo cumplir con el eficientismo de la tradición
liberal pues la planta del Estado la aumentó con sus militantes y el déficit es
cada vez mayor. A su vez, paralelamente avanzó a pasos agigantados en la
batalla cultural que instaló como valores hegemónicos la meritocracia, el
emprendedurismo, cierto antiestatalismo
y la transparencia anticorrupción, independientemente de que ésta se exija para
los opositores y nunca para los oficialistas. Si lo hizo con posverdad, medios
hegemónicos y mucho cinismo es otro asunto pues lo cierto es que lo hizo.
Asimismo, en lo político, incluso
desde antes de 2015, el gobierno viene construyendo una herramienta electoral
potente y en la última elección logró construir base territorial con candidatos
propios en casi todo el país. En eso, mal que le pese al peronismo y a la
reciente Unidad Ciudadana, han sido inteligentes, trabajadores y eficaces. En
este mismo sentido, por más que al “látigo”, la “billetera” y la “escribanía”
ahora lo llamen de manera eufemística “diálogo”, “consenso” y “peronismo
racional”, habrá que aceptar que han sabido utilizar el poder y que lo han
hecho sin los prejuicios progresistas del gobierno anterior.
Sin embargo, tampoco podemos
obviar que quizás envalentonados por el último triunfo electoral, los aciertos
políticos mermaron y las internas comenzaron a aflorar. Es que, como dijimos
aquí hace algunas semanas, con un adversario político derrotado, esto es, con
un “afuera” que ya no aparece como amenazante, la tensión se volverá hacia el
interior más allá de que nadie discute el “Uno/Dos” con Macri y Vidal y que
ambos irán por la reelección en sus cargos.
La principal tensión que asoma es
la de Carrió. Hasta ahora su figura ha sido clave para hacer que Macri y un
grupo de funcionarios más reconocidos por sus evasiones que por sus virtudes y
trayectorias aparezcan como emblemas de la república y la transparencia. Pero,
claro está, Carrió factura eso y lo hace extorsionando al propio gobierno en
público, ubicando a sus adláteres en las listas y tratando de sacar tajada
política frente a la opinión pública siempre que la ocasión lo permita, tal
como se observó la semana anterior en la que la actual diputada apareció “razonable”
al pedir que se levante la sesión, “republicana” al negarse al DNU amenazante
que había lanzado como rumor el gobierno a través de los medios oficialistas, y
“crítica” (por izquierda) al exigirle a Patricia Bullrich que “pare” con “tanta
gendarmería”. Carrió no es razonable, sustituyó la epifanía republicana por el
mesianismo y hay que hacer mucho mérito para que pueda correrte por izquierda,
pero en un twitt y dos intervenciones logró parecer algo distinto de lo que es.
Más allá de esto, la estrategia de policía bueno/policía malo que el gobierno
realiza junto a una Carrió que cada vez que habla parece hacerlo desde afuera
del gobierno al que pertenece, ha sido muy eficaz pero habrá que ver hasta
dónde llegan las aspiraciones políticas de la líder de la Coalición Cívica.
Por otra parte, tras las
elecciones, la casquivana andanada judicial contra la oposición, con un
gobierno que, si no la auspicia directamente al menos hace todo para que tenga
vía libre, y el avance contra los jubilados y trabajadores, han logrado el
milagro de una unidad, al menos circunstancial, de sectores de la oposición que
meses atrás no eran capaces de ponerse de acuerdo ni siquiera en aquello en lo
que están de acuerdo.
Por último, en ocasión del último
triunfo electoral del gobierno planteé desde este espacio que se trataba de la primera
elección que había ganado Macri y no Mauricio. Esto significa que en 2017 el
ciudadano medio votó a Macri sabiendo lo que Macri es y lo que propone, a
diferencia de alguno que cándidamente lo haya votado en 2015 pensando que era otra
cosa. Con todo, al momento en que Cambiemos, con buen tino, decide avanzar en
los cambios estructurales necesarios para su proyecto, la resistencia es mayor
a la esperada. Esto no significa que enfrente el gobierno tenga una oposición
vigorosa ni mucho menos. Pero la decisión de recortar 100.000 millones por año
y compensar con 4000 millones a los más necesitados tuvo una respuesta social
que sorprendió a lo que parecía una carrera sin obstáculos hacia el 2019. Es
que hay azares, hay humores y hay variables que son imposibles de prever. ¿O
acaso el gobierno se imaginaba que iba a tener que dar la cara por la
desaparición de un submarino, por ejemplo?
La primavera pos elecciones fue
más corta y el gobierno ha sorteado bien sus impericias y sus decisiones
políticas antipopulares. Sin embargo, ese desgaste siempre horada. Si bien
entiendo que esa horadación no alcanzará para poner en jaque una eventual
reelección siempre hay que estar abierto a los acasos pues de una cosa se puede
estar seguro: al igual que sucede con el programa económico, sabemos que
entrará en crisis. Lo que no sabemos es cuándo.
miércoles, 13 de diciembre de 2017
Posjusticia y poder real (editorial del 10/12/17 en No estoy solo)
Los procesamientos masivos que, en algunos casos, vinieron
acompañados de prisiones preventivas, desplazaron los temas económicos de la
agenda y volvieron a posar la atención sobre la relación entre algunos jueces y
el gobierno. Si bien todo se confunde, la causa en cuestión no podría incluirse
en una presunta corrupción k sino que la figura que aparece allí es la
acusación temeraria de “Traición a la patria” que mediáticamente es defendida
solo por los sectores que nuclean referentes fanáticamente antikirchneristas, y
que, en algunos casos, defienden intereses geopolíticos que van bastante más
allá de las fronteras argentinas.
Con la ex presidente a la cabeza, el kirchnerismo denunció a
Bonadío y al mismísimo Macri como parte de un entramado que esconde una
persecución política. En lo personal, creo que el asunto es algo más complejo
porque el gobierno tiene incidencia directa en el poder judicial, pero también
juegan allí otros objetivos y otros vínculos que en algunos casos le dan
autonomía al poder judicial respecto de lo que quisiera Macri. Por supuesto que
por autonomía aquí no se entiende ecuanimidad, asepsia o inmunidad a presiones
de poderes fácticos. Solo indico que si bien el gobierno no hace nada para
frenarlos (como sí hace para impulsar acciones en otros casos), algunos jueces
persiguen una agenda que abre una caja de Pandora en lo social y lo político. Y
para un gobierno que acaba de triunfar y que tiene espalda para patear cualquier
crisis económica allende 2019, una caja de Pandora agrega un nivel de
incertidumbre indeseado.
Sin embargo, en lugar de indagar en ese aspecto, preferiría
profundizar en otras aristas. Para ello parto de la siguiente afirmación: la
decisión de Bonadío es persecutoria y arbitraria basada en interpretaciones
sesgadas de los hechos pero de ahí no deviene que su accionar sea ilegal. Esto,
más que suponer un guiño hacia un juez en particular, que en este caso cuenta
con una enorme cantidad de pedidos de juicio político en el Consejo de la
Magistratura, debería funcionar como una advertencia hacia el sistema todo.
Dicho en otras palabras, es el derecho en Argentina el que permite que acciones
injustificables como las de Bonadío puedan realizarse en nombre de la ley.
El asunto puede enfocarse desde diferentes tradiciones de la
filosofía del derecho para discutir, por ejemplo, la problemática de la
discrecionalidad de los jueces. ¿Por qué dejamos en manos de la valoración de
un juez cuándo una persona, sin condena firme, puede ir preso? Hay muchas
posibles respuestas a este punto desde los que consideran que el sistema de
derecho perfecto sería aquel en el que el juez fuera un simple ejecutor de
leyes capaces de dar respuesta a todos los conflictos, hasta los que consideran
que, finalmente, el sesgo subjetivo del juez es inevitable pues una ley siempre
está sujeta a interpretación. Con todo, aquella máxima que Carlos Fayt vertiera
algunos años atrás y que hablara de que los hechos son sagrados y lo que es
libre es el comentario (o las interpretaciones) hoy parece haberse invertido.
De aquí que podamos concluir que, en la Argentina de 2017, las interpretaciones
son sagradas pero los hechos son libres.
El punto, claro está, y esto ya lo decía F. Nietzsche, quien
en la línea de lo recién indicado afirmaba “No hay hechos, solo
interpretaciones”, es que es el poder el que determina cuál de esas
interpretaciones prevalece sobre las demás para convertirse en “verdadera”.
Y allí deberíamos mencionar que ni siquiera hace falta un
juez con sesgo o mala fe sino que el propio sistema del derecho es permeable al
poder real (de hecho hay quienes dicen que el derecho mismo es la manifestación
máxima del poder real).
Dicho esto, entonces, y si bien no hay espacio aquí para
desarrollar temas tan complejos, deseo advertir dos cosas. Por un lado, la
aparición de una justicia posverdadera o una verdadera posjusticia con jueces
que arbitrariamente son capaces de fallar, no solo según sus broncas personales
y sus vínculos con determinados sectores del poder, sino también a favor del
deseo de venganza y el estado de emoción violenta de un sector de la sociedad
que cree, por derecha pero también por izquierda, que la única Justicia es
aquella que confirma sus prejuicios. Asimismo, por otro lado, algo que se
expone y que sería deseable que en algún momento se examine, es el modo en que
el poder mismo, prescindiendo de un juez venal en particular, está presente y
constituye el sistema mismo del derecho.
Sobre este último aspecto, probablemente no sea una discusión
para tiempos urgentes pero indagar en este punto no invalidará a las
tradiciones, movimientos y minorías que en las últimas décadas han decidido dar
la disputa en el terreno de los derechos pero sí, al menos, permitirá realizar
un diagnóstico acerca de los límites y de las posibilidades que ese terreno
brinda.
En lo que respecta a una Posjusticia que, a diferencia de la
posverdad, no solo puede manipular y dañar públicamente sino utilizar el poder
del Estado incluso contra la propia libertad de los ciudadanos, solo resta
preocuparse.
viernes, 8 de diciembre de 2017
Homo algoritmus y sociedad predictiva (editorial del 3/12/17 en No estoy solo)
Tomás tu celular para escribir un
mensaje y ya internalizaste que cada vez que comiences una palabra de la frase,
tu teléfono inteligente se anticipará y la completará para que vos puedas
escribir el mensaje más rápido. En la mayoría de los casos, la palabra que el
teléfono inteligente completa es la que vos deseabas escribir pero a veces no
tenés esa suerte, pues se trata de una palabra presuntamente ajena a tu
vocabulario y a tu costumbre. Cuando se da esta última situación, luchás contra
el teléfono para que te permita escribir la palabra que deseabas transmitir.
Algunas veces lográs vencerlo pero no deja de generarte perplejidad que el
teléfono te indique que esa palabra es “desconocida”.
Esta breve descripción de los
teclados predictivos, uno de los aparentes beneficios del avance de la
tecnología, resume buena parte de las características de las sociedades en las
que vivimos. Es que, efectivamente, asistimos a la era de lo que daré en llamar
“Sociedades predictivas”.
Indagar en este aspecto resulta
relevante en tiempos donde se nos dice que la posverdad se ha transformado en la
categoría capaz de iluminar la comprensión de fenómenos políticos, electorales
y sociales. Porque si bien esto no es estrictamente falso pasa por alto que la
posverdad es solo un emergente visible, un mero efecto de estas “Sociedades
predictivas” a las que me refiero.
¿Pero por qué las nuestras son
sociedades predictivas? Por dos razones: la primera es la necesidad de velocidad
y la segunda es el rechazo a la novedad. Sí, aunque parezcan elementos que
incluso podrían contradecirse, hoy los encontramos unidos como dos
características descriptivas del fenómeno. Decir que vivimos velozmente y que
la vitalidad y la supervivencia del capital está en esa velocidad es algo que
no merece mayor desarrollo pues es harto evidente e inunda nuestras vidas
cotidianas, aun en los aspectos más elementales, porque se nos ha instalado que
el consumo debe hacerse siempre ahora y que las mercancías deben fluir, en este
caso, a través del canal adecuado que es la web. De hecho internet hoy es más
un emblema de la velocidad que de la interacción con otros o el acceso a
información que antes resultaba inalcanzable, y para confirmar ello nada mejor
que indagar en la discusión en torno a la neutralidad de internet que no es
otra cosa que un debate acerca de si se va a permitir que el acceso a algunos
sitios o a través de determinados servidores sea más rápido que otro. No es un
tema de neutralidad o pluralidad valorativa o sí pero en todo caso solo muestra
que el presunto afán de búsqueda de conocimiento en una red abierta sucumbiría
frente a un servicio que, aun brindando baja calidad de información, lo haga
velozmente. “No tengo religión, tengo ansiedad”, diría la canción.
Pero el segundo aspecto
mencionado, el rechazo a la novedad, es menos evidente y naturalmente resistido
porque choca con todo el ideario de una modernidad occidental que desde el
siglo XVIII e incluso tiempo atrás, revolución científica mediante, nos explicó
que entre la razón y la ciencia la humanidad tenía un destino de progreso y
acumulación de saber y bienestar. Afirmar que en pleno siglo XXI la sociedad
prefiere no saber más sino “protegerse” en lo ya sabido parece una descripción
de tiempos oscuros y sociedades cerradas pero a juzgar por el nivel de los
debates públicos no parece demasiado alejado de la realidad.
Es más, sobre esta base se
comprende mejor la noción de posverdad porque no se trata de una lisa y llana
mentira sino de un mensaje falso que acaba resultando persuasivo no por su
verosimilitud sino por su capacidad para interpelar sentimientos y confirmar
los prejuicios de la audiencia. Y aquí se produce el segundo gran golpe a
Occidente pues la civilización de la racionalidad se postra ante el enjambre
cibernético que no busca comprender sino juzgar rápido según “lo que siente”, y
la pretendida autonomía del individuo va cediendo hacia un nuevo tipo de
hombre, el Homo algoritmus, una
entidad que tiene todo para ser manipulable pues cree ser libre al tiempo que
brinda todos sus datos voluntariamente para que la tecnología, en nombre de la
eficiencia, lo incluya dentro de una confortable y sesgada burbuja. Se trata de
los mismos algoritmos capaces de deducir la palabra que vos querés escribir y
al utilizar la palabra “deducir” lo hago en un sentido técnico pues la
deducción es algo a lo que se llega conteniendo toda la información de antemano.
Para ponerlo en un ejemplo clásico de una clase de lógica, si tenemos un
razonamiento que indica en sus premisas que “Todos los hombres son racionales”
y que “Juan es hombre”, podremos deducir que “Juan es racional”. Esa deducción
la realizamos porque la conclusión de nuestro razonamiento, esto es, que “Juan
es racional”, ya estaba incluida en las premisas, solo que de manera implícita.
Y esto significa que lo propio de la deducción es que no agrega información
novedosa, actúa desde lo que ya sabe y eso es fabuloso para un sistema
cualquiera pero quizás no lo sea para la vida porque en ella no solo queremos
deducir y con ello garantizarnos que si nuestras premisas son verdaderas
nuestra conclusión también lo será; queremos, además, agregar información,
nutrirnos de la sorpresa, de la incertidumbre, de la curiosidad ante lo
desconocido. No se trata de un nuevo decálogo para el trabajador monotributista
estebanbullrichiano. Se trata de tener el coraje para confrontar con
percepciones e ideas diversas que, incluso, puedan ser capaces de poner en duda
nuestros puntos de vista.
Por todo esto, cada vez que
escribimos un mensaje en nuestro celular inteligente y el teclado predice, a
través de un algoritmo que deduce, qué palabra queremos escribir, estamos
presenciando algo más que ese circunstancial mensaje; estamos viendo, a toda
velocidad, en qué tipo de sociedad nos hemos convertido.