El gobierno ha dado un giro
discursivo que es importante señalar. Tal giro está vinculado a una decisión
política que era necesario justificar en la medida en que contrariaba la
promesa de pacificar y unir a los argentinos. Hay quienes afirman que el
gobierno ha decidido polarizar como una estrategia electoral en 2017 pero la
polarización la ha elegido desde el primer día de su mandato estigmatizando a
todo aquello que sea visto como adversario político. Dicho en otras palabras,
más allá de la estética y los mantra new
age, Cambiemos ha planteado un gobierno confrontativo y para este nuevo
transitar debe hallar una justificación. ¿Dónde la encontrará? En la idea de “lucha
contra las mafias”.
Efectivamente, con una mejora de
la macroeconomía que no viene acompañada de una distribución equitativa y
todavía no se percibe en toda la sociedad, Cambiemos eligió posicionarse como
un gobierno que lucha contra algo y ese algo englobador es “la mafia”. Posicionarse
en lucha contra algo brinda una épica que Cambiemos no tenía porque siempre la
ha despreciado en tanto supuesto engranaje de una política ideologizada. Pero
estando en el poder notó que con la presunta objetiva pulcritud del técnico
“ceocrático” no alcanza. Además, que esa lucha sea contra la mafia es
enormemente funcional a sus intereses. ¿Por qué? En primer lugar porque, como
todo concepto que se arroja a la arena del debate público, se ha transformado
en un significante vacío, una palabra capaz de incluir allí colectivos,
conductas y sujetos varios; y en segundo lugar porque en la batalla lingüística
eligió como enemigo un término incontrovertiblemente negativo en tanto nadie en
su sano juicio es capaz de defender una mafia.
Pero aquí es donde surge un
elemento peligroso para el debate democrático. Es que al posicionarse el
gobierno como “aquel que lucha contra las mafias”, ha hecho algo más y es
ubicar a todo adversario político como “mafioso”. Así, la diferencia entre
Gobierno, Estado y Ley se borra y el mejor ejemplo es la prédica de Elisa
Carrió. Para la diputada, sus adversarios políticos son enemigos ya no de ella
ni del gobierno al que representa, sino de la ley, y si son enemigos de la ley,
todas las fuerzas del Estado deben estar al servicio de su persecución. Porque
para el gobierno, no solo los narcotraficantes o algún grupo específico que actúe
controlando clandestinamente un negocio o un territorio son mafiosos, sino que
son mafiosos los políticos, los kirchneristas, los sindicatos, los estudiantes que
toman colegios, los mapuches, los que cortan la calle, los que hacen una
movilización, los abogados laboralistas, los de la Tupac Amarú, los docentes, los científicos y todo
aquel que, con mejores o peores razones, en algún momento, se oponga a alguna
medida del gobierno. No se animaron a hablar de la mafia de los que no pueden pagar
el tarifazo o desean cobrar un sueldo digno pero cada vez que hay una protesta
en ese sentido indican que se trata de una acción espuria en tanto
“organizada”.
¿Cómo se transforma un colectivo
opositor en mafia? Muy simple: se identifica a alguno individuo de ese
colectivo y se lo destruye mediáticamente para que opere la figura retórica de
la sinécdoque, esto es, la confusión entre la parte y el todo. ¿Esto significa
que estamos elevando al lugar de mártires a sujetos como el “Pata” Medina o a
José López? No ¿Entonces supone que aceptamos las premisas del “joneshualismo”
mapuche y que celebramos los cortes de ruta y toda toma de un edificio público?
Tampoco. ¿Implica estar de acuerdo con algún que otro abogado carancho y esa
minoría de maestros que se abusan de las conquistas expuestas en el Estatuto
del docente? Menos aún. Solo busco decir que la selección de determinados
casos, algunos de ellos incontrovertiblemente mafiosos, busca ubicar a todo
adversario político en el lugar de lo corrupto, lo violento y lo clandestino.
Así, atacando al “Pata” Medina no se busca atacar a un mafioso sino dejar
entrever que sindicalismo es igual a “mafia”, misma operación que se produce
cuando se intenta equiparar “toma de colegio” con “abuso sexual”,
“reivindicación de tierras” con “terrorismo internacional”, o “modelo
redistributivo y Estado presente” con “corrupción”.
Incluso se puede ir un paso más
allá y observar que lo que se busca es un ataque a cualquier tipo de
colectivización o idea de comunidad porque la única noción de agrupamiento que
concibe el gobierno es la del “vecino”, esto es, un individuo con el cual lo
único que nos une es una circunstancial contigüidad territorial.
Para finalizar, el hecho de que todo aquello que se
oponga al gobierno sea englobado en una mafia se expresa en la obsesión que la
prensa oficialista tiene por la delación. O sea, si todos son mafiosos y lo
propio de la mafia es la omertá, esto
es, el pacto de silencio, solo resta exigir la confesión. Así, “quebrarse” es
el precio que hay que pagar por dejar de recibir la extorsión mediática que cae
sobre el señalado o sobre sus familiares si se está preso; y arrepentirse es el
precio que hay que pagar si se está libre y se quiere tener un espacio en los
medios y en la corporación política.
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