Cada vez que sucede un asesinato
masivo en Estados Unidos se retoma la discusión sobre la insólitamente
permisiva legislación en materia de tenencia de armas. Si bien merecería un
artículo aparte desarrollar la cosmovisión expresada en la Segunda Enmienda, esto
es, aquella que indica que existe un derecho individual a portar armas, lo
cierto es que se calcula que en Estados Unidos hay un arma por habitante. Si
bien la legislación varía de Estado en Estado, el caso de Texas sorprende por
la ausencia total en materia de regulación: se pueden obtener armas hasta en el
supermercado y pagarlas en el mostrador mientras compramos también sopas
rápidas y latas de cerveza. Luego podemos llevarlas donde queramos y lo único
que se nos exige es no las exhibamos mientras circulamos por el espacio
público, compromiso que parece más estético que moral.
Pero si bien la relación causal
entre muerte y proliferación de armas es incontrovertible, hay un elemento que
debe mencionarse para complementar y dar cuenta de este particular tipo de hechos.
En otras palabras, ¿se puede explicar solamente por la proliferación de armas
que un señor llamado Stephen Paddock alquile una suite del piso 32 del Hotel
Mandalay Bay para, desde allí, antes de suicidarse, disparar a una multitud y
acabar con la vida de decenas de personas que disfrutaban de un recital?
Evidentemente no pues lo particular de este hecho, además de la magnitud del
daño que puede causar un asesino que había ingresado 23 armas al hotel, es su
“espectacularización”.
¿Qué entendemos por tal? Quien
mejor lo puede explicar es un filósofo italiano conocido como “Bifo” Berardi,
quien en 2015 publicara un libro que en castellano lleva como título Héroes. Asesinato masivo y suicidio y
que en su página 32 afirma lo siguiente:
“El asesinato masivo no es algo
nuevo. Aun así, la “marca” de este tipo de asesinato masivo que combina una
puesta en escena espectacular con las intenciones suicidas de sus artífices,
parece caracterizar la transición de nuestra era hacia la nada. De hecho, esta
clase de actos, donde se juntan espectáculo, asesinato masivo e intento de
suicidio (…), se ha vuelto más frecuente en los últimos 15 años. Es posible
detectar en las acciones de muchos asesinos en masa contemporáneos una
tendencia al espectáculo que se relaciona en cierta manera con la promesa de Warhol:
“en el futuro, todo el mundo será famoso durante 15 minutos”. Es decir, se
trata de la necesidad de salir en TV como si esta fuera la única prueba de la
existencia de uno”.
La espectacularidad del asesinato
masivo, como bien recuerda Berardi, tuvo, a su vez, su éxtasis en aquel
demencial hecho por el cual, en un estreno de Batman, allá por 2012, a la media
hora de iniciada la película, un espectador que ocupaba un asiento en la
primera fila, sale del cine, se dirige a su auto, se pone una máscara anti gas,
pantalones y chaleco antibalas, toma sus armas, regresa a la sala y tras
arrojar una bomba de gas, abre fuego. Queriendo simular la escena del comic de Batman, James Holmes mata a 12
personas e hiere a decenas. No hay ejemplo más claro en el que el asesinato en
masa se vincule a la espectacularización y se solape la ficción con la
realidad.
Berardi analiza otros casos,
algunos bastante conocidos y encuentra en ellos un denominador común: el
poscapitalismo y su tendencia individualizante que, llevando al extremo el
darwinismo social, genera sociedades conformadas por depresivos, adictos al
trabajo capaces de morir tras exceso de horas extras y dementes que encuentran
en la realidad virtual el único refugio en el que pueden ser todo aquello que
la realidad cotidiana no les deja ser.
Si bien parece excesivo achacarle
todos los males a esta nueva etapa del capitalismo pues, al fin de cuentas,
todos vivimos en él y, por suerte, solo algunos esporádicamente cometen algunos
de estos asesinatos, no deja de ser cierto que las condiciones de vida en la
actualidad, en todo caso, son tierra fértil para que alguno de estos hechos se
den. Es más, donde esta espectacularización se expresa con claridad es en la
nueva configuración que la sociedad tiene de los héroes. Efectivamente, según
la artista visual alemana, Hito Steyerl, desde fines de años 70 existe una
nueva forma de entender a “los héroes” que ha quedado bien expuesta en la
canción de David Bowie que lleva como título, justamente, “Héroes”. Según la
autora, en las páginas 50 y 51 de su libro Los
condenados de la pantalla, el auge del neoliberalismo decreta la muerte de
los héroes lo cual hace que éstos dejen de ser sujetos para transformase en objetos.
Esto significa que el héroe ya no hace revoluciones ni gana una guerra sino que
ahora es una imagen, una cosa capaz de ser replicada en una remera, una
mercancía imbuida del deseo de ser consumida. Si el héroe es simplemente una
imagen despojada de historia, su inmortalidad “ya no se origina en su fuerza
para sobrevivir a cualquier prueba, sino en su capacidad de ser fotocopiado,
reciclado y reencarnado”.
La policía todavía no pudo
esclarecer cuáles fueron los motivos por los cuales Paddock disparó a la
multitud, si es que hubo alguno. Lo que en todo caso se puede intuir es que
solamente en una sociedad que premia la replicación de la imagen como un valor
en sí, el asesino puede creer, en su delirio, que la circulación de la foto de
su rostro y las miles de veces que se observaron las filmaciones de los
asistentes al concierto durante la masacre, son capaces de convertirlo, durante
15 minutos al menos, en un héroe.
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