martes, 11 de julio de 2017

Durán Barba y los optimistas del celular (editorial del 9/7/17 en No estoy solo)

“Cuando se proyectan escenas con tanto encanto morboso como las protagonizadas por [José] López y las monjas, nuestra mente no solo recuerda lo que ve, sino que a partir de los datos crea nuevas imágenes que complementan su relato. En conferencias que dictamos en distintos auditorios, algunos de ellos compuestos por un centenar de especialistas en comunicación repetimos un experimento. Pedimos que levantaran la mano quienes habían visto la escena de José López lanzando bolsos con dinero por encima de la pared del convento y casi todos lo hicieron. Se sorprendieron cuando les recordamos que no existía ninguna película que hubiera registrado esa escena, que las imágenes que creían haber visto eran un invento de su mente. Ningún discurso de Macri pudo ser más eficiente para comunicar la corrupción del gobierno kirchnerista que la escena que armó José López”.
El párrafo anterior no pertenece a un ferviente militante kirchnerista sino al principal consultor del macrismo, el ecuatoriano Jaime Durán Barba. Lo utiliza para explicar que vivimos en una sociedad en la que las palabras han sido reemplazadas por las imágenes y para que comprendamos hasta qué punto la comunicación política en la actualidad es mucho más efectiva si apunta a las emociones a través de las imágenes. Claro que a Durán Barba le falta agregar un elemento clave en esta historia: la audiencia creó en su mente la imagen de López arrojando los bolsos porque la prensa repitió que así había sucedido más allá de que eso nunca ocurrió pues, tal como se vio, López, de manera muy pacífica, tocó la puerta, dejó su arma en el piso, fue recibido por las monjas y acercó los bolsos sin grandes estridencias. Pero como si esto de por sí no fuera en sí mismo grave, la prensa espectacularizó el evento para con ello graficar la situación por la que supuestamente atravesaba el kirchnerismo y presentarlo como una banda facinerosa, sobreexcitada por el consumo de vaya a saber qué y en estado de desesperación ante el inminente descubrimiento de una aparente estructura delictiva.
Espero que ningún zonzo pretenda leer aquí una apología de López. Simplemente se trata de mostrar que sobre un hecho incontrovertiblemente objetivo, esto es, la decisión de López de esconder dinero mal habido, presuntamente por coimas en la obra pública, se creó una narrativa imaginaria cuya única meta era dotar de eficacia comunicacional un relato en torno a los 12 años de kirchnerismo. Una vez más, y porque todo hay que aclararlo en tiempos donde los prejuicios ciegan e impiden aprobar un examen básico de lectocomprensión, planteo aquí que no hay que caer en falsos dilemas pues puede darse que exista un caso flagrante de corrupción pero que, a su vez, éste sea espectacularizado y tergiversado como parte de un dispositivo comunicacional que pretende hacerle decir a los hechos objetivos más que lo que son capaces de decir.
Vivimos, entonces, en tiempos donde las posibilidades de manipulación son enormes más allá de que los relatos posmodernos nos quieran hacer creer que la sobreestimulada sociedad de la información que nos atraviesa eficaz y esencialmente a través de nuestros teléfonos móviles nos transforma en seres autónomos. De hecho ese es el punto de partida del último libro de Durán Barba, La política en el siglo XXI, libro al cual pertenece tanto el extracto antes citado como el que expongo a continuación:
“La opinión pública se convirtió en algo que nadie puede controlar, ni manipular ni destruir. Pertenece a millones de personas que ni siquiera se conocen entre sí, no tienen ni quieren tener ningún plan conspirativo y difunden contenidos que se transmiten sin censura (…) La opinión pública es cada día más autónoma, debilita el poder de los líderes, de las organizaciones y de los partidos y no depende del aval de los medios de comunicación ni de ninguna institución”.
Pero el optimismo de Durán Barba (y Santiago Nieto, quien escribe junto a él) llega a límites tan insospechados que son capaces de afirmar que “en occidente, los celulares y el sentido común son una red de contención para impedir la brutalidad y la violencia” y que, salvo alguna excepción, “[La] radio, la televisión, los celulares inteligentes y la red proporcionan a cualquier estudiante de secundaria más información que la que pudieron tener los políticos más sofisticados de antaño”. Mientras uno no puede dejar de pensar la conversación entre un estudiante de secundario y alguno de los líderes de antaño de Argentina y el mundo, cabe indicar que esta épica posmoderna e ingenuamente libertaria (tenga en cuenta que la tapa del libro, que no pretende ser una ironía, es una mano victoriosa y empoderada empuñando un celular sobre un fondo rojo), se da de bruces con distintas advertencias que ya hemos trabajado aquí. Me refiero al modo en que los algoritmos, las búsquedas predictivas de Google y los ejércitos de Trolls, resultan grandes instaladores de agendas y microclimas. De hecho, el ejemplo puesto por el propio Durán Barba echaría por tierra la supuesta mayor autonomía de una opinión pública a la cual se le ha instalado en la cabeza, por ejemplo, que un señor arrojó bolsos por encima de las paredes de un convento cuando eso jamás sucedió.
Con todo, y para concluir, los cada vez más sofisticados métodos de manipulación en una sociedad cuya saturación y fragmentación de la información deriva en debates públicos cada vez más pobres, no deben deslizarnos hacia la cómoda posición de que toda decisión mayoritaria que no nos guste es parte de una conspiración y una manipulación. Pues la afirmación de una mayor autonomía de la opinión pública gracias a los celulares y a internet es falsa pero de ahí no se sigue que hayan desaparecido por completo los intersticios a través de los cuales es posible, con cierta autonomía, denunciar el estado de cosas. Estos espacios son cada vez más pequeños pero existen por una reserva de conciencia crítica y no por el acceso irrestricto a la fácilmente manipulable Wikipedia. En este sentido, el poder cada vez más amplio y hegemónico de Clarín ha incidido e incidirá pero no explica la totalidad de los procesos políticos ni resuelve automáticamente el resultado de una elección. Hay todavía un campo importante en el que se puede disputar con herramientas más escrupulosas que las que utilizan medios y usuarios antimacristas que al amarillismo y a la manipulación de la incomparable y apabullante mayoría oficialista en los medios, le responden con amarillismo y manipulación como si la consecuencia de esa guerra pudiera ser algo distinto de la desazón y la antipolítica.           



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