Durante los últimos años de kirchnerismo
se puso de moda hablar de un “relato K”, entendido como una maquinaria de
comunicación tendiente a ocultar la que sería la verdadera realidad a través de
discursos hipnóticos en clave nacional y popular. Con la asunción de la
administración macrista a fines de 2015, la noción de “relato”, juzgada de
manera peyorativa, ha salido del eje de las discusiones públicas gracias a la
decisión editorial de los que instalan las agendas mediáticas, pero ha
despertado particular interés la forma de comunicar que tiene un gobierno que
explícitamente ha hecho un culto de las formas y las imágenes.
Ahora bien, para comprender algo más de esta
ideología pro resulta necesario penetrar
en la propuesta de esta suerte de asesor free
lance que es Jaime Durán Barba y que ha acompañado en los últimos años al
presidente de la Nación. Más allá de algunos reportajes en los que el
ecuatoriano busca provocar, encontraremos un buen resumen de su perspectiva en
un libro que escribiera en 2010 junto a Santiago Nieto y que se llama El arte de ganar.
Según
el prologuista, se trata de un libro dirigido a políticos de entre 40 y 50
años, asesores y periodistas, que busca acercar las estrategias necesarias para
atacar a un adversario y ganar elecciones.
Pero
lo primero que me interesa resaltar es la perspectiva acerca de los liderazgos,
pues los autores entienden que se ha terminado la era de los líderes
carismáticos. En otras palabras, los líderes “completos” y casi sobrenaturales
con grandes dotes de oratoria, que todo lo resuelven, dejan su lugar a líderes
falibles, que se van formando en la propia administración y que se desempeñan
circunstancialmente en lo público. Se trata de personas que poseen liderazgos
más modestos que, según Durán Barba y su compañero, ya se han dado cuenta de
que nadie gana elecciones llenando una Plaza de Mayo. Dicho de otro modo, son
los referentes de una política posmoderna para los que la estructura de los
partidos y las movilizaciones resultan piezas litúrgicas de un pasado de
política de masas.
Con
buena parte de cinismo, en la página 68 del libro, los autores lo indican así:
Hoy
se aspira a que los líderes solucionen los problemas, o que al menos diviertan
con espectáculos imaginativos como los que protagonizaron Abdalá Bucaram en
Ecuador en 1996, Palenque en La Paz en 1989, de Narváez en la provincia de
Buenos Aires en 2009 y otros dirigentes que supieron adueñarse de los
escenarios bailando o haciendo reír a la gente.
En
esta línea, un punto interesante es que los nuevos liderazgos se constituyen
menos por el perfil eficientista que por la capacidad que tenga el candidato de
reflejar los sentimientos del elector. En esto ha sido evidente cómo se ha
trabajado para que Macri, un ingeniero con cuna de oro y fobia al contacto con
los otros, logre ser representativo incluso en sectores populares. No se trata,
entonces, de votantes racionales. Eso es fantasía iluminista. Más bien, lo que
hay es gente movida por sentimientos, sea que vote a la derecha, sea que vote
al populismo. Y en ese sentido, una de las estrategias de los consultores es
apuntar al centro de las emociones. De aquí que afirmen en la página 364:
“Debemos tratar de que nuestro mensaje provoque polémica. Más que perseguir que
el ciudadano entienda los problemas, debemos lograr que sientan indignación,
pena, alegría, vergüenza o cualquier otra emoción”.
Tal
aseveración nos lleva a la perspectiva acerca de los electores. Según los
autores, nadie vota por modelos económicos y las elecciones se ganan con las
personas comunes que están poco informadas (no es descabellado pensar que algo
de estos dos elementos pudo haber jugado un rol importante en las elecciones de
2015 en Argentina). Asimismo, a los electores no les importa si gana la derecha
o la izquierda, pues tales categorías serían propias de la ya pasada de moda
era de la palabra, de los grandes relatos, de las grandes construcciones y de
los grandes liderazgos. Es más, hablamos de electores porque para los autores
ya no existe “el pueblo” sino individuos hedonistas, que en muchos casos pueden
votar más movidos por la envidia que por la conveniencia. Ellos lo explican así
en la página 100: “Debemos adecuarnos a una nueva democracia de masas en la
cual todos quieren opinar, tener acceso a la información, privatizar lo
público, socializar lo privado, fisgonear en la vida de los demás, e impedir
que el Estado se meta en su vida”. A su vez, los autores agregan que en estas
“nuevas democracias” hay una suspicacia hacia todo aquello relacionado con la
política, pues se la ve como sinónimo de interés faccioso, ambición
descontrolada y corrupción.
Desde
el punto de vista metodológico, Durán Barba y su compañero parecen tener las
cosas claras y afirman privilegiar los datos científicos que aportan las
investigaciones cuantitativas y cualitativas antes que las intuiciones del
candidato, y destacan que no existen los modelos ideales para ganar elecciones
aunque los candidatos asesorados por ellos y sus recetas sean, en todos los
casos, bastante similares. En lo que respecta a la ética, afirman que es
posible separar “ideología” de “profesión” y que, en ese sentido, el consultor
debe tener la capacidad de asesorar a candidatos de cualquier perfil
ideológico, siempre y cuando éstos no se encuentren comprometidos con
violaciones a DDHH. Además, afirman preferir que no se incluyan temas de la
vida privada del adversario, aunque admiten que puede haber excepciones.
Para
finalizar, cabe una reflexión acerca de la mirada que los autores tienen sobre
esta época, esto es, aquella en la que las imágenes han reemplazado a las
palabras. Frente a tal aseveración, los autores adoptan dos miradas distintas.
Por un lado, lo celebran, asegurando que en la era de las imágenes y de
internet es más difícil mentir (algo claramente falso, pues incluso con
archivos condenatorios, su asesorado pudo desdecirse una y otra vez, sin que
eso lo afectara electoralmente). Pero por otro lado se presentan como
neutrales, afirmando que, aun cuando no sea lo deseable, lo cierto es que es un
hecho que vivimos en una sociedad del espectáculo. Así lo explican en la página
136:
Son las imágenes y no los
programas las que deciden quién gana una elección. Este no es un problema de
gustos o de opciones ideológicas. Es irrelevante si a los derechistas les gusta
que la gente vote por imágenes y a los izquierdistas que lo hagan por
ideologías. Nosotros simplemente tratamos de conocer cómo actúan los electores
para tratar de que nuestro cliente gane las elecciones. Para bien o para mal,
todas las investigaciones coinciden en que la gente vota por la imagen de los
candidatos más que por las doctrinas o propuestas
Frente
a esto cabe hacer una última reflexión: está claro que un consultor político no
está para transformar la sociedad. Eso será tarea de la política y quizás de
cada uno de nosotros, pero no es exigible a quien simplemente se presenta como
un profesional que brinda herramientas para ganar elecciones. No obstante,
habría que marcar que esta sociedad de la imagen existe gracias a un modelo
político, económico y cultural atravesado por la ideología que se deja ver
detrás de las aseveraciones de Durán Barba y su compañero. En este sentido, las
propuestas de estos consultores no son criticables por intentar sacar beneficio
de lo que hay, sino por la pretensión de ocultar ser parte de un enorme
dispositivo ideológico que busca reproducir y perpetuar eso que hay.
LEyendo tu nota y haciendo un parelismo con la previa de las elecciones, los dos años de gobierno, y como manejaron las imagenes que nos vendieron/venden...tengo el escalofrio de pensar que esto es muy dificil de corregir...porque nuestra sociedad, se manejo al votar, tal cual lo describe el duranbarbismo en su libro, No erraron en nada
ResponderEliminarYA Niezsche decia que, a lo largo de toda la evolucion del hombre, este siempre lucho por individualizarse de las tribus. Lo nacional y popular les dio derechos y los empoderó como individuos y ellos votaron a MACRI.
El tema es, como las nuevas politicas, sino queremos seguir construyendo desde la imagen ficticia y sin sustento, hace para cambiar este paradigma que, se presenta cada vez con mayor fuerza..
Los políticos no le hicieron caso en la parte que dice que no hay que mentir mucho, que es muy fácil desenmascarar al mentiroso con internet. De un gobierno corrupto pasamos a otro mentiroso.
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