De los ataques cibernéticos contra
Tinelli a la detención de dos jóvenes que, todo haría suponer, no tuvieron
mejor idea que, con mucho tiempo libre, bromear acerca de la posibilidad de un
atentado terrorista en nombre de Alá con frases escritas en árabe y con la
gramática tosca del traductor de google. Efectivamente, estos últimos días
estuvieron atravesados por el fenómeno de las redes sociales aunque no
precisamente por la interpretación virginal que ve en ellas el sinónimo de
democratización de la información y acceso libre al conocimiento. A decir
verdad, a internet y a las redes sociales vistas como espacio de interacción
horizontal, libre y desjerarquizado se le agrega ahora una noción emparentada
que suele ser utilizada recurrentemente por comunicadores. Me refiero a la
suposición de que lo que sucede en las redes sociales es representativo y es un
termómetro de lo que sucede en la sociedad. Es más, incluso comunicadores del
establishment, en su mayoría jóvenes, más por candidez que por maldad,
reivindican las redes como una suerte de ágora moderna en la que cualquiera es
capaz de instalar una agenda. Incluso hay quienes creen que desde esas redes es
posible disputar con los medios tradicionales.
Si bien hay muchos ejemplos de
una agenda impulsada desde las redes (algunos, incluso, virtuosos) y también
hay ejemplos del modo en que las redes son capaces de desmontar una operación
de prensa, lo cierto es que, en general, redes sociales como Twitter, no hacen
más que amplificar la agenda impuesta por los medios tradicionales que, como
muchas veces hemos citado aquí, y como han probado numerosos estudios, no son
capaces de determinar exactamente cómo deben pensar las audiencias pero sí son
capaces de imponer sobre qué deben hablar esas audiencias. Los ejemplos darían
lugar a un libro entero pero para no salirnos de la coyuntura vayamos a lo
ocurrido en los últimos días a partir de la entrevista que CFK otorgara a
Roberto Navarro en el C5N. Promediando la charla, la expresidente afirma “Si
además de lograr buenos salarios, un sistema jubilatorio excepcional,
computadoras para los chicos, pagar la deuda que nos dejaron otros, lograr
hacer obra pública por Uss 107.000.000 (…) [nos dicen que robamos todo], más
que perseguirnos judicialmente deberían darnos el Premio Nobel de Economía”.
Naturalmente, un diario como Clarín,
que debe alimentar la furia de los lectores que supo construir, tituló la nota
que daba cuenta de la entrevista del siguiente modo: “CFK: Deberían darnos el
premio Nobel de Economía”.
Si bien ya había algunos trolls
(esas cuentas creadas para difamar, injuriar e instalar agendas en las redes)
que habían hecho el mismo recorte con afán descontextualizador en la red, lo
cierto es que, a partir de esa nota, “las redes” comenzaron a hablar del tema.
Sin embargo, hay que aportar algunos números pues en general a veces basta con
que una misma palabra se repita mil veces para que se transforme en lo más
mencionado. Entonces cabe preguntar: ¿mil menciones son representativas de una
sociedad con 40 millones de habitantes?
A su vez, ¿cómo culmina el
círculo vicioso de la operación? El diario Clarín
publica, unas horas después, una nueva nota en la que afirma que las redes, es
decir, supuestamente, la sociedad, está hablando de la barbaridad que habría
dicho CFK. O sea, instalan sobre qué deben hablar las redes a partir de un
recorte malicioso, luego esas mismas redes, ayudadas por trolls e idiotas
útiles replican y, finalmente, el diario omite la controversia en torno al
recorte malicioso, selecciona los comentarios acordes a su línea editorial y
presenta las palabras de las redes como confirmación transformando al recorte
malicioso en “lo verdadero”. Asimismo, párrafo aparte para lo que antes
mencionábamos como “idiotas útiles”, quizás, con una carga demasiado agresiva
porque en realidad no son otra cosa que signo de los tiempos. Efectivamente, el
promedio de los jóvenes, no solo los de clase baja sino especialmente los de
clase media y alta, se informan a través de las redes y de esa manera se les
presenta con una misma jerarquía un video de un blooper de un esquiador, la
foto del culo o de los abdominales del objeto de deseo correspondiente y los
dólares que tiene Florencia Kirchner en una caja fuerte. Todo al mismo tiempo,
en una conversación con un amigo digital o en un cruce al azar con lo que el
amigo del amigo del amigo compartió en el muro de Facebook. Muchas veces en
esta columna nos hemos referido a este fenómeno posmoderno de la ausencia de
conexión entre las noticias, la deshistorización de las mismas que opera por la
velocidad y la falta de sentido que impera en el poscapitalismo y que ha
constituido lectores de títulos para los cuales cualquier análisis que exceda
los 20 renglones supone un esfuerzo que no vale la pena llevar adelante. Pero la
situación es dramática si tenemos en cuenta, como ya vienen observando
distintos pensadores de la comunicación, que internet no es una actividad más
como podía ser mirar la TV sino un hecho inescindible de nuestras vidas. Porque
nuestra relación con la Radio y con la TV, por más importante y adictiva que
sea, es una relación con un exterior: nos sentamos a ver el televisor o nos
dedicamos a oír la radio pero con internet no hace falta “sentarse a” porque ya
es parte de uno y las redes de amistades, el trabajo, la información y la
conexión con el mundo exterior, pasa a través de esa extensión tecnológica de
nuestra mano que es el celular.
Asimismo, ya que esta semana se
volvió a hablar de terrorismo en Argentina, las redes son el vehículo a partir del
cual éste se distribuye capilarmente y da lugar a la conformación de células
terroristas o lobos solitarios influenciados por lo que leen en alguna página
de internet. Esto es estrictamente cierto tanto como el hecho de que un enemigo
invisible, ubicuo, individual y sin fronteras es el enemigo ideal para un
sistema que, en nombre de la seguridad, avanza sobre los derechos individuales
por los que tanto patalean los mismos que luego, asustados, son capaces de entregar
su libertad a cambio de la seguridad física y de sus bienes materiales. Dicho
en buen criollo, si cualquier pelotudo desde una computadora en Villa Urquiza
puede hacer un atentado criminal, todos somos sospechosos y en tanto tal,
dignos de ser vigilados. Es más, el hecho de que en Europa o en Estados Unidos,
los que cometen los atentados no son señores barbudos y con turbantes sino ciudadanos
que no tienen un rasgo físico distintivo que los diferencie, es funcional tanto
a los extremistas como a los que con la excusa del extremismo desean
militarizar la sociedad y nuestras vidas. Para el terrorismo, no hay mayor
terror que el de vivir suponiendo que tu vecino, que es igual a vos, es capaz
de asesinarte; y para los que en nombre de la seguridad irán por tu libertad,
el hecho de que el asesino sea “como uno” permite justificar todo tipo de
violación a los derechos básicos.No es interés de esta columna plantear un regreso
hacia vaya a saber uno qué pasado idílico como una nostalgia de lo que nunca
jamás sucedió. Tampoco se trata de mirarle con gesto adusto y decirle que cuide
a su hijo porque las redes están llenas de gente dañina si bien es verdad que
la misma capacidad asociativa para fines loables tiene también como contracara
la facilidad con que se puede difamar, calumniar o arruinarle la vida a
personas a través de la multiplicación casquivana y descompuesta de la
información. En todo caso, por ahora, me alcanzaría con que de manera urgente comencemos
a poner en tela de juicio algunas nociones básicas acerca de qué patrones de
consumo tenemos, qué tipos de subjetividades estamos creando y cuál es la
funcionalidad de las redes sociales. No para renunciar a la tecnología y a las
posibilidades que ella nos brinda sino para advertirles, a muchos de los que ya
se dieron cuenta que Clarín miente, que Twitter también puede mentir.
Hay tópicos que aún no se han desenmascarado. Por ejemplo: "Radio Mitre ocupa la primera posición del rating" Y quien lo mide? Ibope. Entre que cantidad y franja de la población? Y quien es Ibope? Cosas como estas estan naturalizadas como válidas.
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