El
macrismo está decidido a dar la batalla cultural de la que tanto se jactaba el
kirchnerismo e instalar definitivamente un sentido común liberal que el
proyecto nacional popular había logrado en parte obturar o, al menos, mantener
en estado latente. No cabe duda de ello. La utilización de una nueva
terminología en la que la devaluación es una “salida del cepo”, vivir mejor era
“una fiesta irreal” y los aumentos son solo “sinceramientos”, es una muestra
que se suma a la persecución y al intento de destrucción de todos los emblemas
kirchneristas, comenzando por la expresidenta, los principales funcionarios, la
militancia, los comunicadores con línea afín, la política de Memoria, Verdad y
Justicia y el revisionismo histórico.
La
disputa es diaria, avanza a pasos agigantados y proviene, por supuesto, no solo
del gobierno sino de los diferentes actores que en una sociedad moderna
intervienen en los debates públicos. Por citar solo algunos ejemplos, el lunes
9 de mayo apareció la noticia de que en la provincia de Buenos Aires se
volverían a poner aplazos en el colegio primario y, en la red social Twitter,
lo más nombrado, fue #AplazosSí. Independientemente de la posibilidad de
discutir el tema, nunca pensé que los aplazos se pudieran transformar en una
causa digna de ser militada pero la batalla cultural se da en todos lados y lo
que se quiere instalar es que este es el gobierno que premia el mérito frente
al gobierno anterior que hacía demagogia hasta con los chicos de la primaria.
Asimismo, días antes, el portal Infobae,
se refirió al proyecto de ley antidespidos, al que se opone el macrismo, como
“ley de cepo laboral”. Por si a usted no le queda claro, la palabra “cepo” no
es neutral pues se trata de un instrumento de tortura utilizado para
inmovilizar a los esclavos. Por ello, al día de hoy, cuando se dice “cepo a
algo” se está dando a entender que la naturaleza de aquello sobre lo que ese
cepo actúa es la de ser libre. Así, el “cepo al dólar” suponía implícitamente
que el dólar debía ser libre, esto es, que cualquier argentino debería poder
comprar, en un país que no los produce, la cantidad de dólares que quiera. Y la
idea de un “cepo laboral” supone que el trabajo debe ser libre, esto es, que
debe eliminarse cualquier ley o intervención estatal en la relación entre
empleados y empleadores tal como sucedía en las primeras décadas del siglo XX.
Son tan obvios algunos liberales vernáculos que más que tratar de llevarnos a
una era pre-peronista nos quieren llevar a una era pre-freudiana.
Por
otra parte, en un encuentro organizado por la Fundación Libertad, organización
neoliberal o libertariana, como cada uno quiera llamarla, el presidente Macri
volvió a la carga con un tema que lo obsesiona y que lo repite hasta el
hartazgo sin que ello tenga demasiada visibilidad: su desprecio por el trabajo
estatal. Hay que tomarse el tiempo para analizar varios de sus discursos pero
allí se notará que en el actual presidente existe la creencia de que el empleo
estatal no es empleo genuino sino un espacio de la politiquería y de
improductividad que acaba fagocitando el afán de progreso que, aparentemente, y
de manera natural, todo ser humano tendría. Por último, en esta semana indignó
a más de uno una publicidad de Chevrolet hablándonos de “meritocracia” y de una
sociedad en la que cada uno tiene lo que se merece según su esfuerzo. Es
curioso intentar vender una camioneta del siglo XXI con los argumentos más
burdos de la tradición protestante que Max Weber ya había detectado en el siglo
XIX como elemento inherente al capitalismo, pero nada debe sorprendernos en
esta arremetida por la cual nos quieren hacer creer que todos somos iguales en
tanto cada uno es empresario de sí mismo y comienza la carrera desde el mismo
lugar que sus competidores.
Lo
curioso es que esta ideología se observa no solo en que cada uno debe asumir
las culpas por sus penurias económicas sino que se extiende hasta la lotería
natural de la belleza y la salud. Si no nos va bien materialmente somos los
únicos culpables pero también somos culpables si somos feos y si somos
enfermos.
Efectivamente,
como hoy la sociedad de consumo brinda todas las herramientas para verse
presuntamente bello (no solo la cosmética sino operaciones de senos, de
glúteos, de labios, extensiones en el pelo, vaginoplastias, técnicas contra la
celulitis, etc.), verse feo es nuestra entera responsabilidad. Sos vos la que o
el que no ha hecho todo lo posible por verse lindo. Con la salud funciona igual.
No ser saludable es una afrenta hacia la sociedad no solo desde la perspectiva
obvia de quien pudiera portar algún mal que afecte a sus vecinos. Aun cuando la
mala salud del individuo lo afectase solo a él, la sociedad lo compele a estar
sano, a comer yogur, a salir a correr, a hacer chequeos médicos constantemente
y estar siempre radiante y dispuesto. Incluso están pululando señores que
venden libros diciéndote que vos podes controlar tu cerebro de modo tal que
allí también tendrás una nueva responsabilidad.
La situación me recuerda a lo que sucedía en la distopía de Samuel
Butler, Erewhon. La novela describe
las particularidades de una comunidad que vivía detrás de las montañas, aislada
de la civilización. En tal comunidad se sacrificaba a los feos y estar enfermo
era una inmoralidad que se castigaba con juicio penal y la posibilidad de
encarcelamiento aun cuando se tratara de un simple resfrío. Tal medida extrema
se tomaba por dos razones. En primer lugar, como una forma de coacción frente a
los “fracasados” que no pueden sostener la buena salud y de ese modo dañan al
resto de la sociedad y, en segundo lugar, como una forma de evitar el riesgo de
una suerte de “tiranía de los médicos”. Así se sigue de la lectura de la
sentencia de un juez de Erewhon frente a un joven “acusado” de tener
tuberculosis:
“Me
aflige ver a alguien tan joven y con tan buenas perspectivas en la vida
rebajado a esta condición penosa a causa de su constitución, que únicamente
cabe considerar como maligna. Sin embargo, su caso no es uno en el que haya que
mostrar compasión, no es este su primer delito: ha llevado usted una vida
criminal (…) Se le condenó a usted el año pasado por bronquitis aguda y ahora
que tiene usted veintitrés años, ha pasado por la cárcel en no menos de catorce
ocasiones por enfermedades más o menos odiosas (…). (Butler, S. Erewhon, Madrid, Akal, 2012, p. 136)
Por
último, en Erewhon existe una extraña teoría acerca de los nacimientos además
de una suerte de control eugenésico de los mismos. Pero los bebés que vienen al
mundo, según la creencia erewhoniana, tenían una vida anterior de “nonatos” en
la que eran muy felices. Sin embargo, algunos tercos deciden venir a este mundo
y para ello deben firmar un “compromiso” en el cual asumen toda la
responsabilidad por la decisión de “molestar” a dos adultos que se
transformarán en sus padres.
El
compromiso reza así: se establece que X, a pesar de ser “un ciudadano del reino
de los nonatos, donde siempre estuvo bien cuidado en todos los sentidos y
carecía de motivo alguno para ser infeliz, etcétera, concibió por su propia
inquietud y deseo lascivo la idea de acudir a este mundo; que, por ende (…) se
dedicó a acosar con malicia premeditada a dos desafortunados que jamás le
habían hecho mal alguno y que estaban satisfechos y felices hasta que él ideó esta
abyecta estratagema para torturarlos, ofensa por la cual ahora ruega
humildemente clemencia. El niño reconoce que es el único responsable de todas
las taras y deficiencias físicas de las que tenía que responder ante las leyes
del país (…) que sus padres no tienen anda que ver con ellas (…) [y] tiene[n]
derecho a matarlo (…). No obstante les suplica que demuestren su extraordinaria
bondad y clemencia perdonándole la vida. En caso de que así fuese, él promete
ser la más sumisa y obediente de las criaturas durante sus primeros años y, de
hecho, toda su vida (…). (Butler, S. Erewhon,
Madrid, Akal, 2012, p. 189)
El
nonato responsable de sus acciones e incluso de la lotería natural lleva al
extremo el precepto individualista de que somos enteramente responsables de
nuestro destino independientemente de las circunstancias externas. Se trata del
precepto por el cual la felicidad pasó de ser un derecho a un imperativo. Quien
no es feliz es sospechoso o es mirado con desdén porque cada uno es empresario
de sí mismo. Así, ante la moral de la felicidad quien no es feliz es un inmoral
y quien no acepta la meritocracia será perseguido por ser feo y enfermo y
cargará sobre sus espaldas con el peor de los castigos divinos: trabajará en el
Estado y no merecerá nunca poseer esa camioneta.
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