sábado, 20 de febrero de 2016

Sobre la obligación de ser felices (publicado el 18/2/16 en Veintitrés)

La Confederación Farmacéutica Argentina indicó que el consumo de Clonazepan aumentó 105,9%. Por su parte un estudio de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios de España demostró que, en ese país, el consumo de antidepresivos se triplicó en los últimos 10 años. A esto podemos sumarle que alrededor del 22% de la población estadounidense adulta admite estar medicada con psicofármacos más allá de que hay buenas razones para pensar que la cifra es mucho mayor en la medida en que hay quienes prefieren mantenerlo en secreto ante el prejuicio social.
Estos datos alarmantes recuerdan la famosa pastilla “soma” que Aldous Huxley describía en Un Mundo feliz. Se trataba de “la pastilla de la felicidad” que lograba que uno pudiera evadirse de los problemas, ser productivo y estar alegre al mismo tiempo. Claro que, el soma, lo distribuía el Estado y ahora son los laboratorios y los médicos los encargados de su propagación. Se trata de una manifestación más de cómo la medicina y la psiquiatría avanzaban cada vez más incluso sobre terrenos antes nunca transitados como los simples vaivenes diarios de los estados de ánimo. No solo la depresión como enfermedad es medicada sino también las personalidades melancólicas o los sujetos que han sufrido alguna pérdida circunstancial. La sociedad no permite que haya infelicidad ni infelices. En este sentido, ser feliz se transformó en una obligación.
¿Por qué sucede esto? Quien lo explica con agudeza es el filósofo francés Pascual Bruckner en un ensayo titulado, justamente, La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz, publicado en el año 2000.
Bruckner muestra la manera en que Occidente ha cambiado su mirada sobre la felicidad. Pensemos, por ejemplo, en el cristianismo. Se trata de una religión en la que la felicidad es una nostalgia o una promesa puesto que se nos dice que alguna vez, antes del pecado, fuimos felices y que, si hacemos las cosas más o menos bien en esta vida de paso, seremos felices en el Cielo. Habíamos sido y podremos llegar a ser felices pero no podremos serlo ahora. La felicidad estuvo al principio del camino y estará como recompensa al final pero no está en el tránsito de ese camino.   
Con la modernidad, en cambio, la felicidad se transforma en una promesa terrenal. Se puede ser feliz en esta vida, es decir, en este tiempo, pero también en este espacio porque de la mano de la ciencia los humanos tendremos la posibilidad de modificar nuestro entorno hasta que sea capaz de someterse a nuestro plan de vida. Asimismo, Occidente comienza un largo proceso hacia la construcción de sociedades más igualitarias en las que la felicidad deja de ser una prerrogativa de los ricos. La felicidad, entonces, se transforma en un derecho, un derecho para cualquier ser humano.  
Claro que, en el mientras tanto, Sigmund Freud nos va a decir que existe un malestar en la cultura y una aporía: nuestra cultura nos inculca que tenemos derecho a ser felices pero, al mismo tiempo, supone la restricción de nuestros instintos. El fenómeno es paradojal pues maniatando nuestros instintos somos seres incapaces de ser felices pero a través de esa sujeción logramos conformar una cultura que nos dice que es posible ser feliz. Se trata de la “crónica de un fracaso anunciado”.
En este contexto, Bruckner se pregunta qué ha pasado en las últimas décadas como para que la inalcanzable felicidad se haya transformado en una obligación. En otras palabras, no alcanzó con la frustración de darnos cuenta que la felicidad era inalcanzable. Ahora, además, le sumamos la nueva frustración de formar parte de una cultura que nos muestra que a pesar de ser inalcanzable es obligatoria. Las razones de este cambio las encontramos en algunos de los fenómenos que hemos desarrollamos en números anteriores de esta revista. En primer lugar, el paso de un capitalismo que fomentaba la acumulación y el ahorro (como promesa de un goce futuro pero en esta tierra) a un poscapitalismo que impulsa el consumo de todo aquí y ahora. Y, en segundo lugar, el fomento de una ideología absolutamente individualista que deposita en el sujeto la total responsabilidad sobre su destino. Desde esta perspectiva, los logros pero, sobre todo, los fracasos, no obedecen a un sistema esencialmente desigual sino al mérito propio. El mejor ejemplo de esta ideología es la denominada “autoayuda”. Más allá de su discutible efectividad, la autoayuda se apoya en una cosmovisión por la cual cada una de las personas es dueña de lo que le sucede independientemente del contexto. La autoayuda te dice que si te lo proponés podes ser feliz. Así, un familiar tuyo puede morir, tu gran amor dejarte, el modelo económico, y tu patrón, quitarte el trabajo y lograr que no tengas para comer, pero, aparentemente, si te predispones y decís, como el Ravi Shankar, “si sucede conviene”, te vas a sobreponer. El punto es que, naturalmente, es muy difícil sobreponerse a eso y allí la autoayuda no te dice “Bancate el duelo o armá una revolución y acabá con el sistema que te oprime” sino que te dice “Tenés que confiar más en vos mismo y darte cuenta que la solución está en tu interior. Si seguís sufriendo es tu entera responsabilidad porque la llave de la solución la tenés dentro tuyo”. Sin embargo, claro está, en la mayoría de los casos, no está en el interior sino en reconocer los ciclos de la vida y quiénes se están quedando con tu dinero y con tu destino.
No conformes con ello, tenemos ahora una versión más sofisticada de la autoayuda que se ha transformado en un enorme éxito de ventas en las librerías. Es más sofisticada porque tiene la misma ideología que la autoayuda pero dice apoyarse en la presunta asepsia de la ciencia y no en las intuiciones de pastores, astrólogos o gente “con buena onda” y “paz interior”. La llamaremos “neuroayuda” y la definiremos como la posibilidad de aplicar los avances de las neurociencias a la resolución de nuestros problemas cotidianos. Si bien no hay que generalizar, por momentos parece ser una reedición canchera y para el gran público de las grandes fantasías positivistas decimonónicas y de principios del siglo XX que buscan reducir los comportamientos humanos a reacciones químicas. Pero más bien se trata de una mezcla de “sociobiología para señoras” y new age que se presenta, además, como la solución a “tus problemas” y te da “tips” para escaparle al determinismo social y biológico.  
El libro de Estanislao Bardach, Ágil Mente, por ejemplo, lleva como subtítulo “Aprende como funciona tu cerebro para potenciar tu creatividad y vivir mejor”. Asimismo, en la contratapa del libro EnCambio, del mismo autor y cuyo subtítulo es “Aprende a modificar para cambiar tu vida y sentirte mejor”, puede leerse “(…) No sos vos. Es tu cerebro. Estas reacciones automáticas son determinadas por patrones cerebrales que vas construyendo a lo largo de tu vida. EnCambio te va a permitir alumbrar los procesos por los cuales pensás, sentís y te comportas de determinada manera, y así dejar atrás aquellos hábitos y conductas que ya no te sirven”. A esto agrega en la página 427 y 428: “Vos tenés la habilidad de definir quién querés ser y alinear tus comportamientos con tus metas. Claramente no será fácil. (…) Además tendrás que luchar con la poderosa biología que hay detrás de tus comportamientos habituales, aquellos que actúan de manera automática y súper eficiente por fuera del alcance de tu conciencia. No te enojes con tu biología (…) Y para cuando tu cerebro quiera agarrar el volante para conducirte por los caminos que a él más le conviene, ya contarás con todas las herramientas para decirle que no (…) El volante es tuyo, de tu mente y de tus pensamientos, que son los únicos que pueden conducirte a un cambio positivo.
En la misma sintonía podemos hallar un libro de Facundo Manes y Mateo Niro titulado Usar el cerebro que, en las palabras preliminares, afirma: “Este libro se propone pensar el cerebro con el objetivo de que podamos vivir mejor. ¿Qué significa esto? Que cuanto uno más comprende sobre sí mismo, más va a saber atenderse y cuidarse, es decir, vivir plenamente”.  

¿Viste? No es el sistema económico. Tampoco las determinaciones sociales. Menos aún el gobierno de turno. ¡Todo está en vos, zoncito! Es momento de que seas feliz. Si no prestas atención a tu cerebro o si te levantas como “mala onda”, es asunto tuyo. Andá a buscar la pastilla y los libros que te dicen cómo ser feliz y, para que no haya testigos, rompé esta nota y, en lo posible, también, esta revista.     

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