lunes, 29 de octubre de 2012

Magdalena: ¿robar a los muertos o engañar a los vivos? (publicada el 29/10/12 en Diario Registrado)


En una nota titulada “Robar a los muertos” http://www.lanacion.com.ar/1521586-robar-a-los-muertos, Magdalena Ruíz Guiñazú, acusa veladamente al gobierno nacional de realizar una operación más en pos de apropiarse de la ecuménica política de los derechos humanos. En este caso se trataría de una acción del kirchnerismo sobre la firma de Ernesto Sabato en el prólogo de Nunca Más.  Siendo más específico, la periodista de Radio Continental y miembro de la CONADEP, indica que en la última edición de marzo de 2012 de la editorial Eudeba, no sólo se mantiene el agregado o “Pré-prólogo” kirchnerista incluido en la edición de 2006 sino que el Prólogo original aparece sin la firma (de Sabato).
Este aparente sacrilegio permite, a la reconocida opositora, realizar una breve reflexión sobre la tergiversación de la memoria histórica y encontrar un resquicio para una chicana por la cual traza una insólita línea de continuidad entre el gobierno peronista que dio luz a la Triple A y la actual conducción del país.
 Sin embargo, Ruíz Guiñazú omite varias cosas. La más importante es aquella que le da sentido a la nota, pues, como indica el Comunicado de la Editorial Eudeba, no hay edición del Nunca Más desde 1984 hasta la fecha en la que el prólogo original lleve la firma de Sabato. Así, la nota pierde todo sentido y hasta el título “Robar a los muertos”, vinculado al modo en que se estaría actuando sobre una propiedad del ya fallecido Ernesto Sabato, deviene acusación abstracta. En este sentido se espera que en las próximas horas, la autora, el diario y todos aquellos referentes públicos que se informan a través de ellos y reprodujeron la nota como un hallazgo y una demostración más del autoritarismo kirchnerista, se rectifiquen.
 Por último, si alguien dijera que es sabido que ese prólogo fue escrito por Sabato más allá de que nunca llevó su firma, debemos darle la razón y justamente comentarle que ése es el motivo por el cual se indica que el autor de Sobre héroes y tumbas defiende “la teoría de los dos demonios”. Puntualmente, tal defensa estaría en la primera frase de su prólogo, a saber:  “durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países”.
Sin dudas, Sabato parece estar equiparando el terrorismo de la guerrilla con el terrorismo de Estado, comparación que ha sido rebatida una y otra vez por la justicia argentina. Tal frase, por supuesto, y esto cabe aclarárselo a Ruíz Guiñazú, no invalida el Informe de la CONADEP y menos que menos la actuación realizada por todos los que de algún modo u otro contribuyeron a llevar a las Juntas al banquillo de los acusados, empezando, claro, por la decisión política del entonces presidente Raúl Alfonsín. Pero es una frase, al menos, controvertida, más allá de que existan otros pasajes del Prólogo donde esta comparación parece atenuarse, a saber: “a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos”. 
Pero el sentido de estas frases y el alcance de las mismas es otra discusión que ya tuvo lugar fuertemente en 2006 cuando se decidió realizar el agregado a la edición original para dejar bien en claro que no puede haber lugar a dudas y que no hay terrorismo equiparable al terrorismo de Estado.
Para concluir, entonces, y dado que estos aspectos hacen a nuestra historia y a nuestra identidad, insisto, sería deseable que el medio y la periodista aclararan el tema pues en un contexto de inseguridad informativa, el gran problema que tienen los argentinos no es que se le robe a los muertos sino que se esté continuamente engañando a los vivos. 













viernes, 26 de octubre de 2012

Crítica de la razón judicial (publicado el 25/10/12 en Veintitrés)


-Buenos días su señoría, mantantirulirulá. -¿Qué quería su señoría?, mantantirulirulá. -Yo quería una de sus hijas, mantantirulirulá. (…) -¿y qué oficio le pondremos?, mantantirulirulá.
-La pondremos de modista, mantantirulirulá. -Ese oficio no le agrada, mantantirulirulá. (…) -La pondremos de princesita -¡Ese oficio sí le agrada! Mantantirulirulá. -¡Celebremos todos juntos! (Canción infantil)

En el marco del ya renombrado 7D, la corporación judicial vive uno de sus momentos más críticos. A los jueces de primera instancia que aliados de Clarín antepusieron cautelares como estrategia dilatoria, se le suma la insólita acción de miembros del Consejo de la Magistratura que traban concursos y utilizan discrecionalmente el mecanismo de la subrogancia para favorecer al poder económico. Asimismo, la posibilidad de reglamentar la figura del per saltum, mecanismo por el cual una causa que supone gravedad institucional podría llegar directamente a la Corte Suprema sin atravesar los juzgados intermedios, ha obligado al recientemente “re-reelegido” Presidente de tal institución, Ricardo Lorenzetti, a declarar que no aceptará presiones ni políticas ni económicas. Pero en estas líneas no se tratará la cuestión de si es el gobierno o el Grupo Clarín el que presiona o si el uso que se hace de la subrogancia es legal, ético e impermeable a la vergüenza. Me interesa, más bien, analizar la lógica de la justicia en un sistema republicano y realizar un ejercicio comparativo con la finalidad de avanzar en algunas preguntas que puedan, al menos, desnaturalizar una serie de principios que la corporación judicial parece asumir como derechos legítimos y autoevidentes.
Para empezar, es preferible dejar para otro momento los comentarios sobre prebendas escandalosas de los jueces  (como la de estar exentos del pago de Impuesto a las Ganancias, por ejemplo) para afrontar la siguiente pregunta: ¿Por qué el poder judicial es el único poder de la República que no se somete a la voluntad popular de manera directa? La pregunta no es novedosa pero es pertinente pues se trata de un poder que controla al resto de los poderes que sí son elegidos a través del voto de la ciudadanía. ¿Qué dice la inmensa literatura existente sobre el tema? Dice varias cosas pero en general coincide en que el poder judicial es un poder contramayoritario, esto es, un espacio encargado de velar por los principios de una Constitución la cual, a su vez es, teóricamente, el fruto del acuerdo del poder constituyente, esto es, del pueblo. ¿Por qué entonces contramayoritario? Porque la decisión de una mayoría circunstancial no puede afectar lo que, se considera, son los principios fundantes del Estado y el sistema jurídico. De aquí que la Corte pudiera declarar inconstitucional una ley proclamada por el poder legislativo más allá que se haya realizado cumpliendo todos los pasos que a dicha ley le otorga validez jurídica. 
Ahora bien, ¿no hay otros modelos judiciales? En otras palabras, ¿en todos los países los jueces son elegidos por mecanismos independientes de la voluntad popular directa?
Pondré algunos ejemplos en los que esto no es así. El más cercano es Bolivia que en su Reforma Constitucional de 2009 no sólo avanzó hacia formas de pluralismo jurídico que surgen de la profundización de las autonomías otorgadas a las comunidades originarias, sino que determinó una forma de selección de jueces nacionales que puede sorprender. El mecanismo es el siguiente: una Asamblea legislativa elige, entre una lista de candidatos y en una suerte de pre-selección, aquellos que mayor mérito profesional tienen. Entre los elegidos, el 50% deben ser mujeres y también deben existir candidatos provenientes de las principales etnias de cada región. Una vez aprobados por dos tercios de la Cámara, los pre-seleccionados comienzan una campaña bastante particular pues los candidatos no pueden realizar publicidad ni pueden manifestar su compromiso ideológico con alguno de los partidos políticos existentes. En esta línea, los medios no pueden hacer otra cosa que transmitir el discurso que los candidatos dieron frente a la Asamblea, esto es, el discurso en el que leen su propio currículum.
Con este mecanismo se eligieron ya los miembros del Tribunal Agroambiental, del Consejo de la Magistratura, del Tribunal Constitucional Plurinacional y del Tribunal Supremo de Justicia, esto es, los tribunales de contenido más político, y han quedado exentos de esta metodología, por ejemplo, los jueces penales y los de primera instancia.
Ahora bien, un lector impaciente dirá ¿puede ser el caso boliviano un ejemplo a seguir? ¿No debiéramos intentar reflejarnos en países del primer mundo y no en los vecinos que comparten el tercer mundo con Argentina?
Puede que sea así y por ello le traigo el segundo ejemplo: Estados Unidos. En este país que ha servido de modelo para buena parte de nuestras instituciones, el 90% de sus Estados posee algún tipo de mecanismo de selección popular de jueces. Dada la particularidad de cada caso conviene, a los fines explicativos, agrupar estas modalidades en grandes grupos. Así, siguiendo estudios de la American Judicature society citados en un reciente artículo del Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Texas, Anthony Champagne, 7 estados eligen a sus jueces mediante el mecanismo de elecciones partidarias. Esto significa, ni más ni menos, que cuando la ciudadanía elige a sus representantes para el poder ejecutivo o legislativo introduciendo la boleta de un partido político, encontrará que una parte de la misma incluirá candidatos a jueces. Si este sistema se trasladara a Argentina, quien quisiera votar, por ejemplo, a la UCR para que gobernara al país, podría votar también en la misma boleta al actual miembro del Consejo de la Magistratura, Ricardo Recondo, para que sea juez.
Sin embargo, ante algunos de los riesgos de este sistema (que se mencionarán más adelante), en el país más importante del norte de nuestro continente, existen otros 14 Estados en que el sistema de elección popular de jueces es apartidario y los candidatos no exponen su filiación política, lo cual tendería, idealmente, a que pudiera darse un esquema de poder más balanceado, especialmente si las elecciones de jueces se separaran de las ejecutivas y las legislativas.
Pero existen más variantes, en este caso, una que pone en tela de juicio el hecho de que el cargo de juez sea de por vida pues ¿por qué, por ejemplo, un profesor de una universidad pública argentina debe revalidar su cargo cada 7 años y un juez no?
En esta línea, en Estados Unidos, 16 de sus Estados aplican lo que se conoce como “elecciones de retención”, esto es, los jueces son designados por el gobernador o la cámara legislativa pero cada determinada cantidad de años es la ciudadanía la que, mediante un referéndum, decide si el juez revalida su condición.
Por último existe una pequeña cantidad de Estados que utilizan mecanismos complejos que incluyen algunas de estas alternativas de selección directa por parte de la ciudadanía.
Ahora bien, ¿acaso la elección popular de jueces supone el fin de todos los males? Claro que no. De hecho, este tipo de metodología ha recibido grandes críticas entre las que se pueden mencionar las siguientes: los jueces dependientes de la decisión soberana no fallarán atendiendo a lo justo sino a lo que la mayoría desea pues de ella depende su continuidad en el cargo; en el caso de elecciones partidarias, la facción ganadora acaba “copando” la justicia y de ese modo se elimina el único poder capaz de limitar la prepotencia ejecutiva y legislativa del partido dominante; el ciudadano común no está en condiciones de poder determinar la idoneidad de un juez de manera tal que el mérito puede quedar debajo de una personalidad carismática o una correcta estrategia publicitaria, etc. Todos estos puntos son atendibles, sin duda. Sin embargo, y ya que estamos formulando preguntas incómodas habría que interrogar a la corporación judicial argentina y preguntarle también ¿por qué sus cargos son de por vida y no poseen ningún mecanismo de revalidación? ¿Por qué no existe límite alguno a la cantidad de reelecciones del Presidente de la Corte Suprema si, al fin de cuentas y como dicen muchos, el problema de la reelección ilimitada es que la naturaleza humana, cualquiera sea el cargo que se ejerza, tiende a corromperse cuando accediendo al poder reconoce que no tiene ningún dique jurídico que le impida eternizarse? Asimismo, ¿si bien es factible que buena parte de la ciudadanía no tenga la formación para reconocer la idoneidad profesional de un juez, es justo que uno de los poderes del Estado esté compuesto por sujetos que no se someten a la voluntad popular? ¿Por qué se permite esta suerte de aristocracia de los nunca votados? Por último, ¿que un juez no sea elegido en una boleta partidaria lo transforma en neutral y objetivo? Es más, ¿que no exista mecanismo de revalidación popular hace que las determinaciones de un juez sean independientes de la presión mediática? Las preguntas podrían seguir pero no estaría mal comenzar por intentar abrir, al menos, un pequeño debate sobre éstas. ¿No le parece, Su Señoría?                        

jueves, 25 de octubre de 2012

La verdad relativa y la absoluta (publicado el 25/10/12 en Diario Registrado)


Esta última semana, Luis D´elía recibió una dura acusación desde el mascarón de proa del Grupo Clarín. Se lo señaló como estafador por ser el titular de una cooperativa que no habría otorgado las escrituras correspondientes y por poseer una casa con pileta. Además se lo señaló por ejercer una suerte de tráfico de influencias tras haber logrado que sus hijos trabajen en ANSES cobrando sumas exorbitantes. Tales hechos fueron desmentidos por la presentación de documentación que el propio D´elía realizó en 678 y a través del comunicado del ANSES que aclaró que los hijos del líder social cobran, como cualquier otro empleado de su jerarquía, entre 8700 y 11500 pesos.
Sin embargo no quisiera quedarme en este hecho puntual sino, en todo caso, utilizarlo como mero disparador para una reflexión general que podría iniciarse con esta pregunta: ¿Por qué muchos opositores al gobierno se empeñan en afirmar que los que apoyan a CFK lo hacen movidos por una conducta venal o una razón espuria? ¿Por qué pregunto esto? Porque creo que la acusación contra D´elía se apoya en ese mismo presupuesto que está a la base de afirmaciones tales como “los pobres la votan porque les da planes”; “los intelectuales la apoyan porque les da cargos”; “los jóvenes la siguen porque les da poder” o, simplemente, “vos la defendés porque estás comprado”.
¿Cómo se explica esto? Por una mirada que se dice dialoguista, abierta y plural y que, sin embargo, defiende un punto de vista acerca de la verdad completamente restringido. En otras palabras, aquellos opositores que entienden que todos los kirchneristas apoyan este modelo por ser, de una u otra forma, corruptos, consideran que la verdad es una sola y está de su lado. Así, consideran que dado que la verdad es incontrovertida, los kirchneristas son o bien ignorantes o bien sujetos que voluntariamente la tergiversan a cambio de un beneficio económico.
La consecuencia de esta mirada acerca de la verdad es dramática pues ¿qué diálogo se puede sostener cuando creemos que el otro está deslegitimado desde un principio? ¿Podemos aceptar como interlocutor válido a quienes consideramos ignorantes o actores de dudosa moralidad? La pregunta es retórica y de ella se sigue que muchos opositores consideren que a los ignorantes no hay que escucharlos sino arrearlos como manada, y que a los presuntos inmorales no vale la pena intentar convencerlos sino que, simplemente, hay que denunciarlos.          
¿Esto significa que no existe ningún corrupto en el gobierno o que no hay sujetos que se han acercado al kirchnerismo por conveniencia y cuando la veleta gire serán los primeros en arrojar la piedra? Claramente no. Conductas de este tipo suceden en este y en cualquier gobierno. Pero también es verdad que tanto en este como en cualquier otro gobierno existe una mayoría de ciudadanos que, pueden estar equivocados, pero están convencidos de apoyar un modelo. Lo hacen desinteresadamente, o, más bien, lo hacen porque les interesa el país y su bienestar individual, y consideran que su proyecto es mejor que otro. No hace falta revisar el papelerío a ver si se les encuentra alguna mancha pues la inmensa mayoría de los ciudadanos lo defiende de manera honesta.
Quizás, entonces, se trate de comprender que la mayoría de los kirchneristas simplemente siguen esa máxima de Néstor Kirchner que decía defender una verdad relativa que a través de la persuasión y la política busca sumar adhesiones. No es ni más ni menos que eso. Es gente que piensa de determinada manera por convencimiento y no por corrupción, como el resto de los argentinos e incluso, me atrevería decir, como el resto de los humanos. Así de simple. ¿Que los kirchneristas no pueden cambiar de opinión? Claro que pueden. Hay que escucharlos y ofrecerle otra verdad relativa. Una que se presente como tal y que deje espacio para el intercambio, algo que no sucede con las verdades absolutas.  

viernes, 19 de octubre de 2012

Del enemigo al adversario (publicada el 18/10/12 en Veintitrés)


En las últimas semanas he tenido la suerte de realizar presentaciones de mi libro El Adversario a lo largo de todo el país. Desde Villa La Angostura pasando por Rosario y Colón (Entre Ríos) pude desarrollar algunos de las ideas principales que vengo exponiendo en esta revista y he podido compilar en el libro. Ahora bien, en estas presentaciones en las que el público participa abiertamente llamativamente se repitió una pregunta que la recuerdo bien porque me generó cierta zozobra. La voy a mencionar y luego le pediré algo de paciencia para aclarar algunos conceptos. La pregunta podría sintetizarse así: ¿qué pasa cuando el adversario te considera un enemigo?
Para responder a este interrogante se debe comenzar teniendo en cuenta que si una de las principales discusiones de la política actual pudiera esquematizarse, bien cabría identificar dos grandes grupos. Por razones pedagógicas los denominaré “consensualistas” y “agonistas”. Los primeros consideran que la democracia y la política necesitan de un consenso básico sobre un conjunto de instituciones y que los conflictos que naturalmente pudieran surgir se pueden resolver a través del diálogo y de la negociación. Este grupo se afirma en el presupuesto de que el conflicto no es inherente a la condición humana o que, en todo caso, si lo es, resulta posible eliminarlo a través de un acuerdo. Para restringirnos a los últimos siglos, la tradición contractualista encajaría bien en esta descripción y en la actualidad podría ubicarse allí a aquellos pensadores que forman parte de lo que podría denominarse “republicanismo liberal”.  
Pero también existe otra tradición, igualmente compleja y que ha abrevado de diferentes líneas de pensamiento, que aquí denominé “agonista”. Los agonistas consideran que el conflicto es inherente a la democracia y a la política. Es más, entienden que lo político es en sí mismo conflicto y que una sociedad con perspectiva de futuro es la que convive con los antagonismos y no aquella que busca eliminarlos. Dentro de esta tradición hay pensadores identificados con la derecha como Carl Schmitt pero también toda una línea hegeliano-marxista que hoy encuentra como referentes a pensadores como Ernesto Laclau o Chantal Mouffe, representantes de lo que suele denominarse “izquierda lacaniana”.
Laclau se encuentra “de moda” por defender una visión de populismo que los editorialistas de los grandes medios no pueden o no quieren entender, pero a mí me interesa en estas líneas reivindicar lo que Mouffe denomina “modelo adversarial” pues resultará central para dar cuenta del interrogante antes planteado.
La autora de En Torno a lo político  propone una democracia agonista en la que el conflicto es parte inescindible y en la que naturalmente existe un “otro” con el cual disputar. La existencia de este “otro” suelen generar escozor en las visiones consensualistas porque suponen que una sociedad donde existe un otro es una sociedad fracturada. Pero para Mouffe la pregunta es distinta y podría formularse así: “¿ese otro es un adversario o es un enemigo?”  
 En otras palabras, del otro lado siempre habrá un grupo con quien confrontar pero el punto sería cuáles son los límites de ese enfrentamiento. En este sentido ella analiza el punto de vista del antes mencionado Carl Schmitt quien afirma que lo propio de lo político es la distinción amigo-enemigo y que la lucha contra este último es una lucha existencial “a muerte”. Pero ni siquiera hay que remitirse demasiado a la academia pues puede tomarse como ejemplo la utilización del término “enemigo” durante los golpes militares en Argentina, en especial, el último. Frente a esta visión Mouffe propone un punto de vista que no elimina el conflicto pero que sí lo enmarca dentro del juego democrático. Desde esta perspectiva, el otro con el cual se disputa es un adversario con el cual se luchará con todas las fuerzas posibles pero siempre en el marco del Estado de Derecho y el veredicto de las urnas.
Considero que esta categorización es útil para entender al kirchnerismo pues éste no comprende la democracia y lo político en un sentido consensualista pero tampoco adopta la perspectiva agonista que entiende que el otro es un enemigo, pese a la insistencia y a la recurrencia con que obsesivamente los amanuenses del poder intentan vincularlo con Carl Schmitt.  Porque más allá de haber heredado el verticalismo peronista y caracterizarse por una explícita concentración de las decisiones en la figura de Cristina Fernández, guste o no, se trata de un movimiento que ha crecido a la luz de la maduración democrática de nuestro país. De esto se sigue que exista una apuesta por un trasvasamiento generacional hacia los sub 35 que han crecido en democracia y cuyos principales referentes son nietos recuperados o bien tienen la edad de ellos.
Y sin embargo la pregunta sigue vigente porque hasta ahora hemos respondido cómo entiende la política y la democracia el kirchnerismo pero ¿qué pasa con aquel “otro”, con aquel considerado “adversario”? Dicho de otra manera, aquel con el que el kirchnerismo confronta, ¿considera al kirchnerismo un adversario o un enemigo?
Y allí comienza la perplejidad porque especialmente desde el conflicto entre el gobierno y las patronales del campo representadas por el Grupo Clarín y el diario La Nación entre otros, estamos siendo testigos de un adversario que parece entender la democracia no como la única sino sólo como una de las formas a través de las cuales volver al poder. Esto no quiere decir que estos grupos concentrados estén comprometidos en un plan de golpe de Estado similar a los que pulularan en Latinoamérica en los años 70, pero sin dudas serán los principales amplificadores o creadores de cuanto conflicto pudiera generar focos de desestabilización hacia al gobierno tal como ha sucedido en Ecuador, Paraguay, Venezuela y Bolivia entre otros.
En este sentido se puede retomar la pregunta clásica de cualquier teoría práctica: ¿qué hacer? Y para semejante interrogante una respuesta que debe despejar toda duda pues como se decía anteriormente, esta generación sub 35, aun en el hipotético caso de un golpe, no ve en la acción armada una opción y ni siquiera observa que el otro (golpista) sea un enemigo pues la manera de confrontar con ese accionar se daría siempre en el marco del Estado de Derecho. Y con esto no estoy haciendo ninguna hipótesis de futuro ni delineando un camino a seguir. Más bien estoy haciendo una descripción del pasado reciente y del sendero ya transitado por las Madres de Plaza de Mayo que nunca utilizaron la justicia por mano propia sino que lucharon para que los tribunales nacionales juzgaran a los genocidas con los principios de nuestra Constitución democrática. Allí hay un excelente ejemplo de una disputa política en la que de un lado se considera al otro un adversario pero del otro lado se considera al oponente, un enemigo. A la luz del aprendizaje de nuestra historia democrática la apuesta debe ser una y clara: aun cuando el otro nos considere enemigo, siempre y bajo cualquier circunstancia, habrá que responderle como adversario.   

sábado, 13 de octubre de 2012

¿El espejo roto? (publicado el 11/10/12 en Veintitrés)


Las últimas elecciones en Venezuela han sido, seguramente, una de las más importantes de la última etapa democrática de la región. No casualmente generaron tantas expectativas en el mundo y en los medios que hicieron acreditar alrededor de 12000 periodistas. En este sentido, la relevancia obvia que cualquier elección presidencial tiene ha sido ampliamente superada por la sencilla razón de que una derrota de Chávez hubiera significado un golpe simbólico fenomenal para todos aquellos gobiernos progresistas de la región cuyo vínculo va mucho más allá de las ayudas económicas provenientes del petróleo bolivariano. Para entender esto hay que recordar que fue Chávez el primer gobierno de la región que comenzó a marcar un camino de ruptura con la década neoliberal cuando en 1999 asumió por primera vez la presidencia de la nación. Por ello, más allá de las especificidades de cada región, parece difícil pensar un Evo Morales, un Correa o un Kirchner sin un Chávez que con un estilo propio y muchas veces alejado del perfil “racional de estadista”, distribuyó por toda la región una impronta anti-neoliberal que no dudó en referirse con nombre y apellido, y con una retórica a veces extemporánea, a quienes consideró responsables de los modelos económicos que hicieron de Latinoamérica la región más desigual del planeta.   
          Como todo gobierno, el de Chávez tiene aciertos y errores pero sin duda llama la atención la construcción mediática que se ha hecho sobre su figura, una suerte de emblema que ha reemplazado al fantasma comunista que en los años 60 representaba Fidel Castro. Así, como a lo largo del siglo XX, si no hay una figura que por mérito propio condense todos los terrores del burgués medio, se la crea, lo cual no quiere decir que Chávez no contribuya a ello especialmente con sus modos y su indiscutible estilo personalista. Pero paradójicamente, entonces, un proyecto que fue sometido a 15 elecciones en 14 años, incluyendo el referéndum de revocatoria de mandato, fue víctima de un golpe de Estado en 2002 y sostiene un Estado de Derecho con plenas libertades civiles y políticas, ha dado lugar al “chavismo” en tanto adjetivo que denotaría autoritarismo, dictadura y todos los sinónimos que irresponsablemente son utilizados por plumas de derecha que al utilizar tales términos con liviandad no hacen más que banalizar los horrores que esas formas de ejercicio del poder han producido en la historia de la humanidad. Pero lo más importante es la poderosa atracción que el significante “chavismo” produce y el modo en que funciona como calificativo para la descripción de políticas o modelos de otros países. Dicho esto, si en Argentina y en el resto de la región cada vez es más frecuente que se acuse a los gobiernos de signo popular de “chavistas”, no resulta descabellado que la elección en Venezuela sea utilizada como un espejo, una suerte de experimento que eventualmente pudiera trasladarse a cada uno de los países de la región. Se supone así que la suerte de Chávez en Venezuela anticipa la suerte del resto de los gobiernos y que un resultado adverso para el bolivariano generaría una pendiente resbaladiza que acabaría cambiando el signo de aquellos que han alcanzado el poder a lo largo de la primera década del siglo XXI. Si aceptamos esa lógica, sin ir más lejos, podría decirse que la situación de la oposición en Venezuela es similar a la que atraviesa la oposición en Argentina que, atomizada, acaba sucumbiendo ante esa aproximadamente mitad del pueblo que apoya al kirchnerismo. Incluso, casi como una revelación kabalista, Chávez obtuvo, al igual que Cristina Fernández el 54% de los votos contra un 46% del resto de la oposición. Sin embargo, esta elección resultó más reñida que la que aconteció en nuestro país en 2011 pues a diferencia del año 2005 cuando insólitamente los antichavistas decidieron no presentarse a la elección parlamentaria para quitarle legitimidad a un gobierno que acabó ocupando, obviamente, la totalidad de las bancas, esta vez la oposición venezolana decidió aceptar las reglas de juego democrática, presentarse a elecciones, e intentar imponerse tratando de sumar un voto más que su adversario. Para poder lograrlo, comprendieron que debían encaramarse detrás de un único candidato y dejar de lado vanidades y ambiciones personales como muchas veces ha ocurrido a lo largo de la historia de las democracias representativas. Así, unidos por el espanto que les produce el chavismo, se encolumnaron detrás de un joven candidato llamado Henrique Capriles que marcó sus diferencias claras con Chávez pero intentó mostrarse con una actitud algo más conciliadora reconociendo algunas políticas del modelo bolivariano y prometiendo continuarlas. Se trataba de plantear un pos chavismo antes que un anti chavismo.
 Sea por convicción, sea por estrategia electoral, Capriles logró hacer una buena elección llegando a un 44% de los votos que, finalmente, no le alcanzó para llegar a la presidencia. Y cuando esto sucedió la lógica del espejo de repente se rompió. Los titulares que estaban preparaditos dispuestos a salir y que hablaban de “una lección para la Argentina”, “el pueblo latinoamericano dice “no” a la reelección” o “triunfó la libertad por sobre la demagogia” fueron enviados a la papelera de reciclaje. Corrieron igual suerte que aquellos que afirmaban que a Chávez le quedaba un año de vida, que ya andaba en silla de ruedas y que tomaba altas dosis de calmantes porque ya no soportaba el dolor que le producía el cáncer que aparentemente ataca a los líderes populares porque su forma de ejercer el poder produce una degeneración celular.
 Pero tras el triunfo de Chávez algunas cosas cambiaron y la metáfora del espejo dejó, en parte, de servir. De aquí que insólitamente ideólogos como Morales Solá ahora muestren que finalmente Chávez es mejor que Cristina Fernández pues ésta sería la única manera de poder sostener que el chavismo puede resultar triunfante en Venezuela pero el kirchnerismo puede  caer en Argentina. De aquí que en su artículo del 9/10/12 en La Nación indique “La primera diferencia está en los líderes. Aunque tanto a Cristina Kirchner como a Chávez los seduce más el populismo que otra cosa, al líder caraqueño no se le puede negar el "liderazgo carismático" del que hablaba Weber como condición del populismo”.  Otra diferencia es que  “A Chávez no le va bien con la economía, pero a ella le va peor porque carece del flujo de caja que sí tiene el venezolano. El kirchnerismo redujo a la nulidad a los militares y ya no puede contar ni siquiera con gendarmes y prefectos, que eran su predilecta guardia pretoriana. Chávez supo construir su populismo con las armas del populismo. El kirchnerismo es más discurso que praxis en ese sentido”. Donde sí coinciden kirchnerismo y chavismo es en las razones que permitirían justificar un golpe de Estado porque, sin ponerse colorado, el periodista afirma, en la misma nota, que se trata de gobiernos ilegítimos: “Los dos (…), surgidos legítimamente de elecciones democráticas, se consideran "revolucionarios" y esa condición los coloca por encima de las reglas de la democracia. Pierden en el ejercicio, por lo tanto, la legitimidad que tuvieron en el origen”. En la misma línea, implorando a la parca, el periodista procesado por espionaje, Carlos Pagni, decía en el mismo diario, un día antes, que “Una franja importante de la diplomacia americana festeja que el caudillo caribeño permanezca un poco más en el poder. Que en todo caso sea la muerte, no la política, quien se lo lleve”.  
  Los ejemplos de Morales Solá y Pagni son sólo algunos de entre tantos y son altamente peligrosos. Pero además exponen una enorme impotencia excitada por una atávica atracción hacia formatos antidemocráticos que funcionan como un espejo para todo modelo que no se adecue mínimamente a sus intereses. En esta línea, ojalá este tipo de actitudes y posturas puedan vehiculizarse a través del sistema de partidos argentino y no en formas de desestabilización aggiornada al contexto histórico de la región. Como conclusión, dígase que este nuevo triunfo de Chávez, probablemente exacerbe aún más el tipo de discurso maniqueo y destituyente que atraviesa como un mantra la línea editorial de los medios iberoamericanos de derecha. Por todo ello, imaginen ustedes lo que sobrevendrá el día en que la biología se reconcilie con los gobiernos populares y el pueblo decida profundizar la democracia al seguir votando siempre a quien quiere.              




















jueves, 11 de octubre de 2012

Ejercicios para aprender a golpear (publicada el 11/10/12 en Diario Registrado)


La cobertura que los medios hegemónicos han realizado de las elecciones en Venezuela podría ser el ejemplo perfecto para reflexionar acerca de esta interesante categoría que Ignacio Ramonet bautizó: “censura democrática”. A diferencia de la censura clásica que proviene del aparato estatal, la censura democrática tiene la particularidad de realizarse en el marco de sociedades liberales occidentales donde se goza plenamente de derechos civiles y políticos y donde los medios se encuentran mayoritariamente en manos privadas. Pero además, a diferencia de la primera, ésta ya no actúa a través de recortes u obturaciones sino que se caracteriza por funcionar a través del “exceso” de información, una suerte de “bombardeo” constante de estímulos presuntamente informativos que acaban ocultando la verdadera y sustantiva información. Dicho de otro modo, que existan más canales de noticias no garantiza per se que el ciudadano esté mejor informado. Porque se trata de una cantidad que no genera diversidad sino superposición.
 Volviendo al ejemplo, especialmente el Grupo Clarín, rápidamente cambió el eje de la noticia: así, apenas algunas horas después del aplastante triunfo de Chávez, la noticia era “que Lanata había sido retenido” en el Aeropuerto. Y así, lo verdaderamente relevante pasó a un segundo plano. Ya no importaba que Chávez hubiese ganado con el 54% su elección número 14 (de las 15 en las que participó) y que la oposición haya convalidado el triunfo sin denuncia alguna de fraude como varios medios de derecha buscaron instalar. Lo importante era que un periodista había estado demorado aunque ni siquiera tanto como para perder su vuelo.
 Ahora bien, ¿se puede inferir algo más de este episodio o se está frente a un caso emblemático pero, al fin de cuentas, uno más, de censura democrática? Lamentablemente creo que el ejemplo puede ser de suma utilidad para explicitar una estrategia discursiva que es capaz de tener efectos políticos profundos. Me refiero a que cuando Lanata llega a Buenos Aires y denuncia que lo que le sucedió en Venezuela es lo mismo que le pasó a los 30000 desaparecidos en Argentina, está dando excelentes argumentos para justificar una destitución basada en una distinción clásica entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio. Dicho de otra manera, los gobiernos democráticos que han sido seleccionados por la mayoría de su pueblo, tienen, en esa decisión, una legitimidad de origen que no es otra cosa que haber sido elegidos por la voluntad popular. Sin embargo, puede darse que un gobierno con origen legítimo devenga en una dictadura y, por ejemplo, persiga opositores o se decrete Presidente Vitalicio. Si así fuese, este representante elegido democráticamente perdería legitimidad por el modo en que ha ejercido su cargo.
 En esta línea, no casualmente, en su nota del último martes 9/10/12 en La Nación, Morales Solá, refiriéndose a Chávez y a CFK, afirmó que “ambos pierden en el ejercicio la legitimidad que tuvieron de origen”. De aquí a justificar que independientemente de que hayan sido elegidos democráticamente, el ejercicio que han hecho del poder estos gobiernos bien justifica su destitución, no hay, ni siquiera, un paso.
 Parece bastante claro, entonces, que cancelada la hipótesis de golpes militares a la vieja usanza y en un contexto de gobiernos populares con amplio apoyo, la única posibilidad de la derecha latinoamericana es apuntar a formas de golpes institucionales que ayudados por el sentido común instalado por los medios y una gran maquinaria repetidora, pongan en tela de juicio ya no la legitimidad de origen sino la legitimidad de ejercicio. Así, caído el modelo Capriles que buscaba derrotar al “populismo” desde las urnas, el modelo a seguir y que permanece siempre como deseo latente, es el de la vergonzosa puesta en escena que en Paraguay, basados en artículos periodísticos como bien lo indica el líbelo acusatorio contra Fernando Lugo, permitió un irregular juicio político que revistió de presunta institucionalidad lo que no fue otra cosa que un golpe de Estado, modelo siglo XXI.  

viernes, 5 de octubre de 2012

Elogio de la ironía (publicado el 4/10/12 en Veintitrés)


La Conferencia de prensa que brindó Cristina Fernández en Harvard generó un gran número de controversias. Los opositores al gobierno afirmaron que a la presidenta se la vio irritada y que no fue clara en las respuestas sobre temas como la inflación, la inseguridad o la reelección. Por su parte, los afines al gobierno denunciaron y comprobaron una vergonzosa puesta en escena orquestada por alumnos argentinos de aquella Universidad con presunta complicidad de medios periodísticos argentinos. En este sentido, si ya de por sí resultó sospechoso que TN transmitiera en vivo la conferencia en un horario central que postergó a sus programas insignia, la dramatización quedó expuesta cuando periodistas argentinos lograron acceder a un cuestionario con preguntas que siguen la línea de la agenda de la prensa hegemónica argentina y que había sido distribuido a través de correo electrónico a los estudiantes interesados en participar del evento. Uno de los periodistas de Télam acreditado declaró que al llegar a Harvard le comunicaron que el encargado de la organización de los periodistas en la conferencia era Juan Ignacio Maquieyra, un joven licenciado en Ciencia Política en la UCA que está haciendo una maestría en la prestigiosa universidad estadounidense. Pero Maquieyra, además de, aparentemente, ser buen estudiante, es afiliado al PRO y fue empleado del Ministerio de Educación de la Ciudad a cargo de Esteban Bullrich. Según el periodista opositor, Alfredo Leuco, el militante PRO costea sus estudios en Harvard por una beca de USS 26000 otorgada por el Banco Ciudad, entidad pública dirigida por Federico Sturzenegger quien casualmente fue profesor de Harvard durante 3 años además de trabajar para Mauricio Macri y estar girando por varios programas de TV exigiendo que los fondos judiciales de los tribunales nacionales sigan siendo depositados en su banco porque “éste los utiliza para dar créditos a los que no tienen hogar”. Otro de los que instigó el clima de hostilidad para con la presidenta repartiendo “tarjetas rojas” para que el alumnado las exhiba siguiendo la línea de la titular del FMI Cristine Lagarde, fue Tomás Pérez Alati, otro becario vinculado al macrismo e hijo de uno de los socios del buffet de abogados de Mariano Grondona, José Alfredo Martínez de Hoz (hijo) y Eugenio Aramburu (hijo del dictador Pedro Aramburu) que defiende a los Fondos Buitre que litigan contra el Estado argentino en el CIADI. Por último, Tomás, es nieto del Coronel Eduardo Pérez Alati que confesó haber pensado en matar a Perón en la embajada de Paraguay.
Claro está que la trayectoria y los intereses de estos jóvenes no invalidan la pertinencia que pudieran tener las preguntas que éstos le realizaron a la Jefa de Estado. Es más, quizás, su cosmovisión y su propuesta política sea la adecuada para la Argentina y en algún momento pueda volver a convencer a una gran mayoría de ciudadanos como lo hizo tiempo atrás. Sin embargo, lo que sí cabe indicar, es que el tipo de consignas efectuadas no obedece a un orden cósmico, objetivo, neutral y preciso validado por el prestigio de una Universidad, sino, simplemente, a un punto de vista tan sesgado como cualquier otro.               
 Pero lo más llamativo fue la cobertura que los medios hegemónicos argentinos hicieron de uno de los pasajes del discurso. Fue cuando uno de los preguntadores editorializó su consigna y recibió una respuesta de la presidenta que no agradó a un sector de una audiencia que comenzó a chiflar. Semejante escena, indigna de esta Casa de Estudios, mereció un comentario ácido de la primera mandataria argentina quien afirmó “Chicos, esto es Harvard. No es La Matanza”. Cuando esto sucedió, le voy a confesar, estaba en mi casa viendo en vivo la conferencia y me permití realizar una broma desde mi cuenta de Twitter (@palmadante) donde indiqué: “Tapa de Clarín mañana: CFK discrimina a La Matanza y los trata de negros chifladores”. Muchos de mis seguidores se rieron de la humorada pero tanto ellos como yo comenzamos a sorprendernos cuando periodistas presuntamente serios, efectivamente, eligieron esa insólita, para decirlo de manera benevolente y sin ofender, “variante interpretativa”. No satisfechos con ello, TN mandó móviles a la Universidad de La Matanza pidiendo la opinión de los alumnos y hasta el propio rector se consideró “dolido” por las palabras de la presidenta. Ahora bien, volvamos a la frase “Chicos, esto es Harvard. No es la Matanza”. Evidentemente, si usted la leyera de manera descontextualizada podría pensar que se trata de una grave discriminación a uno de los municipios emblemáticos de la Provincia de Buenos Aires. Pero Cristina Fernández no dejó lugar a dudas pues, al pronunciarla, interpretó al estereotipo de las mujeres de clase alta que hablan con voz nasal y “gestito de asco”, como cualquiera de nosotros hace cuando intenta burlarse de un “nene” o una “señora bien”. Es decir, la presidenta hizo una representación, actuó, se puso en el lugar de “ellos”, la clase alta de Harvard que la chifló, y desde ese lugar se burló del modo en que ellos, mientras se permiten muestras de falta de respeto a la investidura presidencial, desprecian a los morochos del conurbano a los que juzgan de incivilizados. Dicho esto, hay que aclararles a los periodistas de vuelo raso, que lo que hizo la presidenta es una forma retórica denominada “ironía” que proviene del griego eirón y significa “disimulo o ignorancia fingida”. La ironía es una expresión que justamente quiere dar a entender lo contrario de lo que significa si se la toma en un sentido literal. Ilustremos para así ayudar al periodista enfermo de literalidad: un jefe observa a su empleado en horario de trabajo jugando a un solitario en la computadora y le espeta “¡Así me gusta, trabajando duro y sin descanso!”. Evidentemente, el jefe está siendo irónico y lo que le está diciendo a su empleado es que deje la vagancia y se ponga a trabajar de inmediato.
Seguramente, el más famoso personaje cultor de la ironía haya sido Sócrates que la utilizaba como parte de su método. Sócrates fingía ignorancia para lograr que el interpelado se sienta confiado, “suelte la lengua” y luego quede en ridículo ante sus punzantes preguntas. Tales formas irónicas han quedado inmortalizadas en los diálogos de su discípulo, Platón. Sin embargo, los sofistas, expertos en oratoria, fueron grandes estudiosos de este tipo de recursos y el propio  Aristóteles también se dedicó a describir las ironías en su Ética a Nicómaco. En la actualidad, cualquier manual de Retórica le dedica algún que otro pasaje a este tipo de forma harto transitada.
Pero alguien podrá decir que para identificar una ironía hace falta tener determinado nivel de conocimiento o cruzar cierto umbral básico de inteligencia y puede que esto sea así en algunos casos pero lo más importante, sostienen los estudiosos, es dejar en claro que la ironía no puede interpretarse correctamente si se la toma de manera aislada. Por ello cualquier análisis de la ironía supone tomar como variable la audiencia a la cual está dirigida y la situación en la cual está enmarcada. En este sentido, una ironía no puede ser eficaz si se la pronuncia en el momento equivocado y ante un público inadecuado porque el receptor no podrá reconstruir el significado “velado” que el emisor quiso significar. Porque la ironía es vista por muchos como un tropo junto a la metáfora, la metonimia o la sinécdoque, esto es, un modo de trasladar el significado de un lugar a otro, llevarlo “más allá” de lo que “a simple vista” o, en un sentido literal, parece sugerir.
La pregunta es, entonces, ¿Cristina Fernández utilizó correctamente la ironía, es decir, la realizó en la situación adecuada y ante un público capaz de interpretarla? Si nos restringimos a la audiencia de Harvard podría decirse que la ironía seguramente no fue comprendida por aquellos que no son argentinos, poco saben de la significación de La Matanza y probablemente se burlen de las clases altas (si es que lo hacen, claro) de modo distinto a como lo hacemos en Argentina. Pero los argentinos que allí estaban comprendieron perfectamente la ironía. En cuanto a la audiencia que la observó desde la Argentina, aquellos con buena fe y que tuvieron la suerte de ver el episodio en vivo, habrán comprendido sin problemas. El resto de los ciudadanos, si desea acceder a la palabra de la presidenta tendrá que atravesar el tamiz distorsionador de aquellos que piden diálogo y acuerdos y no respetan las bases mínimas, ya no de la ética, sino de las normas del habla.