No es ninguna novedad, pero estamos asistiendo a la profundización de un fenómeno muy nocivo para la política, el cual replica el funcionamiento de las redes sociales: los políticos solo hablan para su tribuna. Efectivamente, en escenarios de enorme polarización donde el rechazo al adversario prima, no hay pretensión de representar a la totalidad y menos aún de escuchar otras razones.
El presidente traslada la lógica
algorítmica y la pasión cuantitativa por los likes al mundo real y pesca en la
pecera. Ni siquiera se arriesga a un par de silbidos en la Feria del Libro y su
conexión con la gente se realiza a través de reposteos ajenos y la
amplificación de los 4 o 5 periodistas militantes de la ausencia de repregunta.
Consiguió una media sanción de
una Ley Bases desvencijada, pero, aun así, lo suficientemente potente como para
generar transformaciones de peso. Así, se profundiza una dinámica de su
gobierno por la cual se hace necesario analizar separadamente lo que dice y lo
que hace. Porque mientras la retórica se mantiene incendiaria, el hacer parece
más acorde a ciertas prácticas políticas tradicionales donde lo que hay es
negociación, cosas que se obtienen y otras que se ceden.
La diferenciación entre el decir
y el hacer se vio claramente con el anuncio del cierre de organismos que al
final no fueron tal o que, en todo caso, han sido reabsorbidos, recortados,
etc. El del INADI quizás sea el caso emblemático. Para la tribuna propia se
anunció su cierre. Eso satisfacía a los leones. A su vez, también satisfacía la
indignación biempensante de los de enfrente que pretendieron instalar que sin
el organismo la gente iba a salir a la calle a decir “gordo”, “negro” y “puto”
a todo el mundo. Naturalmente esto no sucedió y el INADI pasó a depender del
Ministerio de Justicia. Sin embargo, a ninguna de las dos tribunas le importó y
siguen repitiendo que se cerró: unos para celebrar la batalla cultural
gramsciana del león, otros para poder twittear un día entero que se viene el
fascismo.
Pero, claro está, el hablar para
los propios no es un asunto exclusivo del gobierno. Miremos, si no, el discurso
del radical Rodrigo De Loredo, jefe de su bancada, en la última votación que
diera la media sanción a la Ley Bases.
Son 15 minutos de una pieza digna
de estudio en la que el tono de voz elevado se sostuvo artificialmente durante
buena parte de la intervención como se supone que debería corresponder a un
opositor. Sin embargo, De Loredo, el diputado que lloró por no poder ayudar al
gobierno, comenzó con un repaso interesante y bien articulado de la tradición
reformista (no revolucionaria) del radicalismo para justificar las reformas
planteadas por su espacio e incorporadas a la redacción final de la ley. El
punto es que De Loredo está en una encerrona: Córdoba votó masivamente a Milei
de modo que él cree no poder darle la espalda a “su” electorado; al mismo
tiempo, necesita diferenciarse de su rival interno, Lousteau, que pretende
reivindicar la línea más progresista frente al ala liberal de De Loredo. Pero,
a su vez, necesita seguir siendo opositor. Desconozco cuál hubiera sido una
salida más digna, aunque defender los principios y los valores que uno tiene es
siempre posible y hasta gratificante. Lo cierto es que, De Loredo, tras acusar
al gobierno de autoritario, de realizar un ajuste brutal, etc., luego indicó
que su bloque acompañaría la ley para quitarle al gobierno la excusa de un
congreso que le traba sus iniciativas. El argumento es curiosísimo y si los
bloques opositores lo utilizaran, no habría oposición a ningún gobierno solo
para eludir las acusaciones de ser la máquina de impedir. Pero además muestra
este síntoma de los nuevos políticos que, antes que nada, quieren quitarse
responsabilidades y se sienten más cómodos en el rol testimonial de los gritos
para luego verse reproducido en youtube o recortado en Instagram. De Loredo
habla, también a su tribuna, aunque quizás en ella haya solo un espejo que se
llama Narciso.
Por último, el ejemplo del
espacio opositor mayoritario que se abroqueló y sostuvo su negativa. La
votación estuvo precedida, justamente, por el discurso del último sábado de
quien sigue apareciendo como el liderazgo, menguante, pero mayoritario del
espacio: CFK.
Que CFK hable en Quilmes y que lleve
ya tiempo haciéndolo en el conurbano que le es más que afín, es el fin de la
metáfora de la tribuna. No merecería agregar mucho más. Aun así, podría sumarse
que es evidente que esa tribuna es cada vez más chica, tal como muestra que las
expectativas por sus palabras ya no sean las mismas de antes, especialmente
porque, como bien viralizó un sector minoritario del peronismo enfrentado al
kirchnerismo, parece “otra vez sopa” y no hay grandes diferencias entre los
discursos de CFK y los de cualquier columnista de C5N, incluso en la repetición
de argumentos que no convendría repetir. Pensemos por ejemplo en la idea que se
ha escuchado mucho y que indica que Milei miente porque el superávit no es tal
y es producto de un dibujo financiero que se basa en el diferimiento del pago
de cuentas como las de energía. Efectivamente, el número está dibujado y hay
cuentas que no se han pagado, pero no puede ser el kirchnerismo el que salga a
alertar ello porque, de ser así, o bien el ajuste de Milei no es tan grande y
salvaje como se dice, o bien el desastre que heredó Milei es tan enorme que,
aun con el ajuste más grande de la historia contemporánea, es necesario dibujar
los números para que cierre el superávit. En cualquiera de los dos casos, el que
queda mal parado es el kirchnerismo o bien porque en el primer caso estaría
exagerando o bien porque, en el segundo caso, sería, como mínimo,
corresponsable del ajuste actual. Dejemos, entonces, que Milei sea corrido por
derecha, justamente, por la derecha.
Pero no se trata de caer solo en
la figura de CFK. Los legisladores de Unión por la patria llevan tiempo
legislando para la tribuna y legislar para la tribuna no está generando buenos
resultados. La ley de alquileres por ejemplo. Sin dudas, se trató de una ley a
favor de los inquilinos, el eslabón más débil de la cadena. Pero con la
inflación desbordada, el beneficio para los inquilinos fue tan grande que
desincentivó a los propietarios. ¿Consecuencia? Se quitan los departamentos de
la oferta, sube el precio y ¿quién se perjudica? El eslabón más débil.
Ahora bien, aunque esto venía
siendo evidente, los legisladores ahora opositores no quisieron dar el brazo a
torcer y en la reforma que hicieron en octubre pasado crearon, a partir de una
ley mala, una todavía peor: se actualizaban los precios cada 6 meses, lo que
favorecía a los propietarios, pero se cambió el índice de actualización por el
índice Casa Propia. ¿Qué significa esto? Para decirlo en número redondos, con
una inflación de alrededor del 125% en el último semestre, el nuevo índice
arrojaba una actualización de 50%. ¿Ustedes creen que algún propietario
ofrecería su propiedad en estas condiciones? Sin embargo, al legislador no le
importó la realidad. Le importó su tribuna, poder decir en Tiktok que su ley,
(la que fomentó de facto el aumento de los precios y la Airbnización), fue derogada
por el gobierno cruel que ahora puede mostrar la explosión de oferta como un
activo de su gestión.
Ejemplos como estos hay varios.
Mencionemos “ganancias”. En lo personal creo que hay buenos argumentos para
sostener que “el salario no es ganancia” pero también es verdad que se trataba
de un impuesto progresivo y coparticipable. Quitarlo fue una irresponsabilidad
electoralista de Massa con complicidad de los gobernadores que ahora lo
reclaman. Subir el piso como se lo ha subido en la Ley Bases, con una
actualización por inflación y con escalas razonables que comienzan en el 5% y
no en el 35% es una medida que parece sensata. Entonces salir a denunciar la
inconsistencia de Milei, que como opositor vota por quitar impuestos y como
gobierno los sube, es tribunear. Claro que Milei es inconsistente pero el error
lo cometió cuando avaló la eliminación de ganancias. No ahora. Y ese error fue
propiciado por el candidato del gobierno anterior.
Por último, un párrafo para la
reforma previsional. Sin dudas, el gobierno licuó las jubilaciones. Es un dato.
También es evidente que la reforma va en línea con la intención de recortar aun
más. En números gruesos, 8 de cada 10 argentinos no alcanzan los 30 años de
aporte al momento de cumplir la edad para jubilarse. Entonces, hay dos
soluciones en los extremos: o no se jubilan o se pone una moratoria eterna. La
solución no estuvo ni siquiera en el medio: apareció la figura de una suerte de
“pensión” equivalente al 80% de una mínima a la que accederían varones y
mujeres de 65 años y a la que luego se le sumaría dinero según la cantidad de
años de aporte. ¿Es injusto? Probablemente sí para la mayoría porque buena
parte de los que no llegan a los aportes son víctimas de empleadores
inescrupulosos o, en otros casos, se trata de amas de casa cuya labor no fue
considerada trabajo. ¿El gobierno utiliza doble vara en este punto? Claro. Dice
que quien fuga guita es un héroe, abre un blanqueo y elimina la multa para
quien no te puso en blanco, pero al momento de “perdonarte” por los años no
aportados te dice “no. Acá no entrás”.
Y seguro que hay otras opciones,
pero ¿cuál es la opción que plantean los legisladores opositores a la cuestión
del sistema previsional? Algo que no sea “el sistema debe ser solidario” porque
frente a ese slogan hay que decir: los números solidarios no cierran ni aquí ni
en ninguna parte del mundo. Se calcula que se necesitan 4 activos por cada
pasivo y en Argentina hay cerca de 1,5 activos por pasivo; Argentina va a
tender a un envejecimiento poblacional como el que sufre Europa y tampoco
pretende discutir la edad de jubilación, lo cual es un problema. Por ejemplo,
la expectativa de vida de las mujeres argentina es de 78 años, eso quiere decir
que jubilándose, como lo hacen ahora, a los 60, reciben una jubilación durante
18 años. En el caso de los varones, la expectativa de vida es de 72, de modo
que, jubilándose a los 65, reciben 7 años de jubilación. ¿Qué se hace con esta
situación? ¿Cómo se resuelve? Se lo están preguntando en todo el mundo,
insisto. Pero la solución no puede ser dejar todo como está porque la tribuna
chifla, o decir que se soluciona sin pagarle al FMI. Hay que ser serios. ¿Cuál
es la solución?
Para finalizar, la metáfora de la
tribuna viene al caso, justamente porque es una metáfora futbolera y encaja
perfectamente con una particularidad que hay en nuestro fútbol argentino. Como
ustedes sabrán, desde hace años, en la Argentina los partidos de fútbol se
juegan sin público visitante, lo cual ha terminado con una de las experiencias
más maravillosas del espectáculo, esto es, poder recibir al público visitante y
poder asistir a una cancha ajena para acompañar a nuestro equipo. Lamentablemente
esto mismo está sucediendo en la política: los visitantes tienen vedada la
entrada y nosotros no nos aventuramos a territorios ajenos; abrazamos los aplausos
en casa y evitamos las puteadas de afuera; salimos a una cancha donde siempre
somos locales; jugamos solo para los nuestros, aquellos que gritan nuestros
goles y cuando la tribuna se va despoblando no nos preocupamos porque quedan
los más gritones que siguen alentando.
Hasta que un día pasamos por la
cancha del adversario. Está llena.
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