Con la excusa de haberse cumplido
300 años del nacimiento del filósofo Immanuel Kant, decenas de artículos y
homenajes a lo largo del mundo nos ofrecen la posibilidad de revisar algunas de
sus principales categorías, en particular aquellas vinculadas a la moral y a la
política.
Efectivamente, si bien la
filosofía del nacido en Königsberg (Prusia), hoy Kaliningrado, trató de
responder qué es el Hombre desde diferentes perspectivas, no es casual que su idea
de “paz perpetua” esté siendo invocada para reflexionar específicamente sobre el
conflicto entre Ucrania y Rusia, como así también para repensar la tensión
entre soberanía nacional y entidades supranacionales en el marco de, por
ejemplo, la Unión Europea.
Si agregamos que, entre otros
tantos aspectos, Kant también desarrolló una filosofía de la historia a través
de la cual sentó su posición acerca de la posibilidad del progreso humano,
brindó fundamentos para lo que luego sería la legislación en torno a los
Derechos Humanos y estableció los marcos para la discusión pública vigentes en
las repúblicas liberales actuales, notaremos que no hay prácticamente tema
inherente a lo político en la actualidad que pueda pasar por alto el
cosmopolitismo kantiano.
Con todo, y dado que ya pueden encontrar panoramas completos de la
filosofía kantiana en notas como las del profesor Roberto Rodríguez Aramayo en
The Objective,
https://theobjective.com/cultura/2024-04-22/kant-cumple-300-anos/ quisiera
que nos centremos en un aspecto menos desarrollado pero necesario para repensar
algunas de las características de las sociedades occidentales actuales.
Centrémonos en ese breve texto que Kant publica en 1784 y que se titula “¿Qué
es la ilustración?” Como su título lo indica, el autor de Crítica de la razón pura, intenta establecer allí una definición
que permita caracterizar lo propio de aquel siglo de las luces sin el cual
Occidente no sería lo que es. Y lo hace con una definición particular:
“La ilustración es la liberación del
hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de
servirse de su inteligencia sin la guía del otro. Esta incapacidad es culpable
porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor
para servirse por sí mismo sin la tutela de otro. ¡Sapere Aude!
[¡Atrévete a saber!] Ten el valor de servirte de tu propia razón: he aquí el
lema de la ilustración”.
Aun si tomamos en cuenta que este
texto se da en el marco de la necesidad de emanciparse de la tutela de la
religión y que en él se dedica un párrafo elogioso a la libertad religiosa
ofrecida por Federico II, un verdadero “príncipe ilustrado”, el mensaje se
extiende más allá y es un llamamiento a pensar por nosotros mismos y a
liberarnos de cualquier tutela en general.
Pero, claro está, Kant sabe que
los tutores harán todo lo posible por asustarnos y exponernos los peligros que
podrían surgir si somos nosotros los que tomamos las decisiones; incluso en el
párrafo siguiente advierte que tanto se ha hecho carne este hábito de obedecer
a los tutores, que los hombres han adoptado una suerte de “segunda naturaleza”
de sumisión y obediencia aceptando como un hecho su presunta incapacidad para
la toma de decisiones libres y racionales.
A propósito, y en ocasión de otro
centenario, en este caso, los 200 años de la publicación del texto de Kant, en
1984 aparece un artículo de Michel Foucault que retoma el desarrollo kantiano y
que lleva, de hecho, el mismo título.
Allí Foucault toma la idea de “emancipación”
para mostrar que, según Kant, la ilustración sería, justamente, un proceso de
abandono de la minoría de edad; dejar de estar tutelados, valerse de la propia
razón y, con ello, emanciparse, sería así una forma de entrar “en la adultez” y
de transformarnos en seres autónomos y, por lo tanto, responsables de nuestras
acciones.
Dado que tanto Kant en su
momento, como Foucault en 1984, admitían que el proyecto de la ilustración
estaba lejos de haberse cumplido, cabe reflotar la pregunta a 40 años de la
publicación del texto del autor de Las
palabras y las cosas. Y, en ese punto, es necesario advertir que hay pocas
razones para el optimismo.
Porque no se trata solamente de
no haber cumplido el proyecto. Es mucho peor que eso: se ha renegado del mismo
y se ha instituido una alternativa antiilustrada con la irrupción de todo tipo
de irracionalismos que no provienen mayoritariamente de la religión, cuya
influencia en Occidente continúa en declive. Entonces, no solo hay nuevos
tutelajes que operan más o menos solapadamente; hay una reivindicación de la
irresponsabilidad y una celebrada infantilización de la sociedad.
Porque hoy nadie quiere atreverse
a saber y prefiere su cámara de eco siempre confortable; la tutela la hace el
algoritmo y, si con ello no alcanzara, tenemos toda una burocracia adicta a
crear legislación al servicio de quien se sienta ofendido.
Mientras tanto, la razón es
acusada de esconder eurocentrismo, patriarcado, especismo antropocentrista y
todo tipo de normativismos que atentan contra la diferencia. De aquí que el
sentimiento del yo emerja como único criterio de verdad, el “atrévete a saber”
sea sustituido por “el atrévete a sentir” y la emancipación sea reemplazada por
el reclamo constante. De esta manera, ya no se trata de alcanzar una mayoría de
edad. Ni siquiera aparece como objetivo ideal. Más bien se trata de sostenerse
en la minoría de edad que reclama a un otro que siempre es el responsable de
las penurias y los límites, como hacíamos todos con nuestros padres cuando
éramos niños; mantenernos como acreedores, víctimas sin responsabilidad alguna
que señalan con el dedo al malo de la película.
Como indicábamos al principio, es
de celebrar que con la excusa de los 300 años del nacimiento de Kant
aprovechemos la oportunidad para servirnos de sus ideas en materias urgentes.
Mencionamos ya sus aportes para una discusión sobre el diseño institucional de
una entidad supranacional como la UE, su concepción de la razón pública y la
política de Derechos Humanos, pero siendo más específicos podríamos agregar su
propuesta de un derecho de gentes que, entre otras cosas, establezca límites a
lo que se puede hacer en una guerra, su republicanismo y un sinfín de elementos
que han sido determinantes para una gran cantidad de legislación y de avances
en lo que a la convivencia respecta.
Sin embargo, muy poco se ha dicho
acerca de este abandono del proyecto de la ilustración que tiene en Kant a,
probablemente, su máximo referente. Todos sabemos que en nombre de la razón se
han justificado grandes atrocidades y que es necesario comprender que la
racionalidad interactúa con los valores del tiempo histórico, pero la apuesta a
la irracionalidad y a la promoción de una actitud infantil e irresponsable no
está ofreciendo mejores resultados. Al contrario.
Por ello, antes que homenajes de
ocasión, una buena manera de reivindicar a Kant sería retomar críticamente ese
proyecto de la ilustración; hacerlo evaluando sus errores y sus desviaciones
para que lo único que debamos abandonar sea, de una vez y para siempre, ese
lugar tan confortable de seguir actuando como si fuéramos niños.
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