A juzgar por lo ocurrido a raíz de la intervención de Javier Milei en el Europa Viva 2024 organizado por Vox, podría decirse que el fenómeno del anarcolibertario confirma una proyección bastante más allá de las fronteras de la Argentina. Quedará para futuras reflexiones, en todo caso, analizar cuánto tienen en común figuras como Abascal, Meloni y Le Pen con la prédica libertaria, pero lo cierto es que, seguramente unidos más por el espanto que por el amor, la denominada “internacional de la derecha”, le ha dado a Milei el lugar central, simbólicamente hablando, solo detrás del organizador.
Luego llegó la frase que dinamitó
todo, aquella que estaba fuera del texto y que Milei improvisó para hacer
referencia a Begoña Gómez, la esposa del presidente de Gobierno español Pedro
Sánchez. Como ustedes saben, la justicia española ha iniciado investigaciones
sobre posible tráfico de influencias por parte de la mujer del líder socialista
y, apenas iniciado formalmente el proceso, Sánchez reaccionó con una
desproporción pocas veces vista: realizó una carta pública en la que informó
que se tomaría 5 días para resolver si valía la pena seguir al frente del
gobierno en un país donde, afirma, la derecha extiende el “Lawfare” a los
familiares directos. Nadie creyó en su dimisión y todos entendieron que se
trataba de un intento autogenerado de “operativo clamor”, además de un
disciplinamiento para la justicia española. Es que si por apenas abrir
diligencias contra su mujer, el presidente amenaza con irse… ¿qué quedaría para
el día que algún juez decida dar un paso más allá?
Lo cierto es que esa
desproporción es una marca registrada de Sánchez, un político hábil y audaz
que, en este caso, ha elegido como contrincante en el plano internacional al
presidente argentino, aunque más no sea una forma de hacer política local,
promoviendo aún más esta estrategia que tan buenos resultados le dio y que
supone identificar con la ultraderecha y el fascismo a todo aquello que se le
oponga.
Es probable que Milei no posea la
sutileza maquiavélica de Sánchez pero sí comparte, o incluso supera, su
audacia. Además, tiene una ventaja respecto a su par español: no le importa el
poder. De hecho, aunque comienza a ser necesaria una distinción entre la verba
inflamada de Milei y lo que su gobierno hace en la práctica, no es descabellado
imaginar a un presidente argentino capaz de pegar un portazo o, en todo caso,
llevar adelante un gobierno con la menor cantidad de negociación posible.
Porque Milei tiene características megalómanas y místicas pero, quizás
justamente por ello, su función de presidente de la nación, deviene un puesto
menor. Sus principios, sus valores, el mandato de las fuerzas del cielo, como
ustedes quieran llamarlo, son más potentes que el aferrarse a la presidencia.
Sánchez, en cambio, es capaz de pactar con independentistas que deben dar
cuentas ante la justicia, y con exetarras, por más que los archivos de sus
intervenciones públicas cercanas lo muestren afirmando lo contrario.
Sánchez, entonces, es una máquina
de poder mucho más aceitada que Milei, pero la ambición por aferrarse al gobierno
a cualquier costo es una debilidad que el presidente argentino no posee.
Con todo, tienen en común, por
diversas razones, que en sus figuras se diluye la distinción entre lo personal y
lo institucional. En el caso de Milei, probablemente por las razones que
indicábamos anteriormente, su accionar es similar al que tenía cuando estaba
fuera de la función pública, lo cual, claro está, le trae problemas
institucionales, tal como se observa en el uso desproporcionado que hace de la
red social X y en sus declaraciones, especialmente cuando refiere a otros gobiernos.
A tal punto la función de presidente le parece irrelevante que en su perfil de
X no hay ninguna referencia a esa condición y la definición que él da de sí
mismo es la de ser, simplemente, un economista.
Ahora bien, si en este Milei
profeta al que circunstancialmente le toca ser presidente, no hay lugar para lo
institucional, cabe decir que tampoco será posible encontrar ese espacio en un
Sánchez autopercibido encarnación del Estado, de España y de la democracia. El
mejor ejemplo de esa identificación se ha ofrecido, justamente, esta semana
cuando, frente al comentario indebido de Milei sobre Begoña Gómez, el gobierno
español monta una escena insólita en la que interpreta el agravio como una
afrenta contra España que merece el retiro de la embajadora y el riesgo de un
quiebre en las relaciones entre los países. Lo curioso es que en Argentina no
se tomó como un agravio contra el país el hecho de que funcionarios del
gobierno español acusen de drogadicto, negacionista (de la ciencia), fascista,
etc., al presidente; menos aun fue visto como una injerencia indebida el apoyo
público de Sánchez al candidato peronista Sergio Massa algunos meses atrás en
medio del proceso eleccionario.
Esta diferenciación en el
tratamiento de un caso y otro, muestra algo en lo que Milei sí tiene razón,
esto es, la existencia de una hegemonía progresista en el plano del discurso
público. Esto tiene como consecuencia directa que los agravios proferidos por
la derecha sean vistos como formas del lenguaje del odio, mientras que los
agravios proferidos por la izquierda sean interpretados simplemente como
descripciones objetivas de la realidad.
Pero volviendo a nuestro tema,
digamos que la imposibilidad de distinguir lo institucional de la persona de
los presidentes, es lo que está llevando a que las relaciones internacionales de
ambos países se identifiquen con las relaciones personales y los prejuicios
ideológicos tanto de Milei como de Sánchez, es decir, todo aquello que
cualquier manual de política internacional desaconsejaría.
En este contexto, ¿es de esperar
que las tensiones disminuyan? Habiendo tantos lazos culturales y económicos
entre ambos países, todos suponemos que, en el peor de los casos, asistiremos a
cruces periódicos a través de redes sociales o declaraciones puntuales desde
ambos lados del Atlántico y no mucho más. Sin embargo, al mismo tiempo no
debemos olvidar que esta escalada acaba siendo funcional a los intereses de
ambos y a los de sus socios y detractores locales.
Es que Milei es el enemigo
perfecto para Sánchez y viceversa; cada uno es, para el otro, todo lo que está
mal, todo aquello de lo que es necesario diferenciarse, etc. Se trata de la
típica estrategia de polarización, la cual, a su vez, como decíamos, sirve para
hacer política localmente: criticando a Milei, Sánchez está criticando a Vox al
tiempo que lo eleva para disminuir a su adversario más peligroso, el PP; por su
parte, criticando a Sánchez, Milei critica al progresismo que en Argentina hoy
representa el kirchnerismo y la izquierda, y, erigiéndose como el único capaz
de enfrentarlos, obliga a la derecha liderada por el expresidente Macri a
encolumnarse detrás.
En síntesis, es un escenario en
el que ambos contrincantes ganan, al menos por ahora; un escenario en el que
los que dicen representar contrarios muestran, al fin de cuentas, no ser tan
distintos.
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