Bulos, política de la vergüenza, desinformación,
lawfare, fachósfera, máquina de
fango. Lo que parece ser un nuevo universo conceptual político-comunicacional está
invadiendo el debate público español impulsado por el propio Pedro Sánchez.
Claro que no se trata de
creaciones del Presidente del Gobierno, pero llama la atención la presencia
casi obsesiva de toda esta terminología en los discursos oficiales. Sin ir más
lejos, en la entrevista que Sánchez brindara a Pepa Bueno en El País algunos días atrás, la idea de
una “máquina de fango” aparece mencionada al menos cinco veces solo en los
primeros minutos de la extensa charla.
Dado que ya ha habido suficientes
análisis sobre los insólitos días de reflexión que el presidente decidió
tomarse para encontrar un sentido a su permanencia en el cargo, solo cabe
agregar que, en esta entrevista, Sánchez confirmó el culto al personalismo cuando
justifica su sobrerreacción -de una desmesura pocas veces vista- y establece
una correlación directa entre una investigación sobre su esposa y un ataque contra
las instituciones. La democracia soy yo (y Begoña).
Asimismo, y en este punto también
ha habido interesantes notas de opinión incluso en medios cuya línea editorial
es oficialista, no son pocos los periodistas que le han marcado la cancha a
Sánchez respecto a la posibilidad de leyes o intervenciones sobre los medios de
comunicación bajo la excusa de acabar con las fake news que intoxican el debate público. El punto es por demás
interesante porque, aunque va a tono con los nuevos liderazgos más humanos y
sensibles, el presidente ha quedado preso de su “confesión sentimental” ya que,
al ser interrogado por la ejecución de políticas concretas contra los bulos, no
posee un discurso unificado. Por momentos es capaz de decir “esto no se
soluciona con una ley” y por eso “llamo a la reflexión”, para luego referir a
leyes contra la desinformación que provienen de Europa o a una legislación que
tienda a transparentar el financiamiento y la propiedad de los medios en España.
Ahora bien, más allá de la
discusión acerca de los pro y los contra de este tipo de iniciativas, quisiera
centrarme en el trasfondo de la perspectiva del presidente, la cual, por
cierto, no es ninguna novedad y no se desplaza ni un ápice del canon
progresista con el que se analizan los fenómenos políticos tanto en España como
en el mundo.
Un buen ejemplo de esta
perspectiva se puede observar en el libro de Ignacio Ramonet, La era del conspiracionismo, lanzado en
el año 2022, a propósito de la presidencia de Trump y el asalto al Capitolio.
La tesis del prestigioso
exdirector de Le Monde Diplomatique,
cuyos análisis, más allá de acuerdos y desacuerdos, suelen ser lúcidos, es
sorprendentemente burda y puede sintetizarse así: el triunfo de Trump en 2016
se explica por el modo en que el magnate manipuló, a través de fake news y de una “guerra cognitiva”, a
la gran masa de varones blancos de una clase media empobrecida con tendencia a
abrazar teorías conspirativas.
Para desarrollar esta idea, Ramonet
hace especial hincapié en QAnon, el espacio de ultraderecha que más sobresalió
en la toma del Capitolio y donde confluyen las teorías de la conspiración más
delirantes.
Como bien describe Ramonet, QAnon
considera que “el mundo estaría dominado por una perversa sociedad secreta
formada por miembros de alto rango del Partido Demócrata, celebridades del
espectáculo, periodistas famosos, multimillonarios adoradores de Satanás que
controlan el ‘Estado profundo’, fomentan la pedofilia, el tráfico de menores y
–para conservar su juventud- extraen el valioso adrenocromo de la sangre de los
niños raptados”.
Si con esto no alcanzara, en QAnon
también es posible hallar a aquellos que creen que la pandemia fue, en realidad,
una gran conspiración para vender vacunas y controlarnos, a terraplanistas y a diversos
grupos a los que llamaremos “supremacistas blancos” para no señalarlos
directamente como “neonazis”.
Dado que es imposible imaginar
que la mitad de Estados Unidos sea parte de todos estos delirios, Ramonet, como
sucede con otros puntos de vista progresistas, busca fundamentar su tesis
complementándola con el hecho de la facilidad con la que las redes sociales
propagan desinformación y con su propia teoría de la conspiración, algo más
sofisticada, pero igualmente conspirativa. Me refiero a esta idea de que las
derechas del mundo controlan los medios y las redes.
Dicho esto, y dado que habría una
tendencia a que se viralicen más las falsedades que las verdades, las buenas
performances de las derechas en el mundo obedecerían a la proliferación de
mentiras y a la manipulación de las mentes. Entonces Trump ganó por ello,
Bolsonaro ganó por ello, Milei ganó por ello y el Brexit sucedió por ello. Pizzagate terraplanista más Cambridge
Analytica. Eso es todo. Apenas unos años después Trump y Bolsonaro perdieron,
pero eso no importa. Cuando gana el que queremos, la gente no es tonta y
triunfa la racionalidad. Cuando gana el malo, es mentira y manipulación.
Para el enfoque progresista, en
España, el lugar de QAnon lo ocupa “el fascismo”. Entonces cualquier alternativa
a Sánchez es Vox, o la caricatura de Vox; el disenso es antiderechos, la
crítica es financiada y la denuncia es bulo que adopta la forma de
“pseudomedios” y “pseudosindicatos”. Verdad y realidad de un lado. Mentira y
ficción del otro. Planteado así se produce una paradoja: Sánchez dice estar
defendiendo las instituciones democráticas y acusa a la derecha de no admitir
la legitimidad del gobierno. Sin embargo, la oposición no es representada en
términos políticos como un adversario sino en términos morales como una
construcción basada en la falsedad.
Para concluir, digamos que tanto
o más preocupante que el evidente personalismo de Sánchez o las eventuales
iniciativas que pudieran poner en peligro la libertad de expresión, es la
moralización del debate político y la deslegitimación del adversario y de sus
representados. Esto también sería parte de la máquina de fango que se encuentra
en marcha para silenciar voces disidentes con las que se puede acordar o no
pero que tienen, a priori, la misma legitimidad.
Porque por supuesto que existen,
en todo el mundo, operaciones de prensa o estructuras más sofisticadas donde
esas operaciones actúan de la mano de actores políticos, jueces e instituciones
de la sociedad civil contra un gobierno o un espacio político. También es real
que candidatos y/o gobiernos de derecha reciben el apoyo de espacios
minoritarios conspiranoicos poco afectos a las reglas democráticas. Pero reducir
la oposición a esta caracterización es una mezcla de pereza intelectual y falta
de autocrítica.
Entonces, ¿de todo este
desarrollo deberíamos inferir que la máquina de fango es un invento de Sánchez
y la progresía? Para nada: la máquina del fango existe, pero, en todo caso,
como mínimo, es una máquina que los salpica a todos y es de propiedad compartida.
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