sábado, 30 de marzo de 2024

Banderas (editorial del 30/3/24 en No estoy solo)

 

Provocación y reacción. El movimiento es diario. A veces lo inicia el vocero presidencial, aquel que parece estar tomándose la revancha de todas las burlas recibidas desde chico; en otros casos son las intervenciones del propio presidente, sea en sus apariciones frente a su planta permanente de periodistas, sea a través de su participación en las redes. Dime qué likeas y te diré quién eres.

La reacción es desordenada porque no hay liderazgo. Lo realiza la clase política, los ciudadanos de a pie, los usuarios de redes, algunos comunicadores. No está ni bien ni mal. Es lo que hay y es bastante natural a poco más de 100 días de un nuevo gobierno que reemplaza a un mal gobierno de 4 años. 

¿Cuándo se va? Es la pregunta que aparece en las conversaciones entre vecinos; o, para decirlo menos golpistamente, ¿cuándo se hartará la gente? Y allí los sabios de café esbozan sus hipótesis, hacen inducciones, hablan del territorio, se erigen en termómetros del sentir de la calle… Y sin embargo, tras el ajuste más feroz del que se tenga memoria, al menos en lo que respecta al tiempo utilizado para hacerlo, el espejo de la ciudadanía devuelve el cachetazo de una mitad que todavía le da crédito al gobierno.

Por qué sucede esto es una pregunta más que pertinente, pero podría decirse que una de las razones es que todos los actores de la política y el debate público sacan un rédito de este gobierno. Lo habíamos mencionado aquí cuando, en septiembre de 2023, hablábamos de Milei como un “candidato necesario” que permitiría volver a cierto “orden natural”, aquello que el kirchnerismo había trastrocado. Aun con las disculpas por la autorreferencia, en aquel momento decíamos que, en caso de triunfar Milei, los republicanos que son republicanos solo cuando son oposición, abrazarían sus recetas liberales y volverían a preocuparse por la división de poderes y los personalismos; que los programas progres de archivo y panelismo gritón iban a volver a ofrecerse rebeldes y a hacer informes para concluir que el problema de Milei era su misoginia y sus diálogos con los perros clonados; que el debate de los 70 y la dictadura volvería al centro de la escena para que los trotskistas marcharan por algo más que la agenda identitaria de las universidades estadounidenses, y que los periodistas volverían a usar el gesto adusto y a decir que están en contra de algún poder, tal como sucedió en los 90 cuando, desde Página 12 hasta Nelson Castro, formaban parte del estandarte del progresismo moral antimenemista.   

Con Milei ya en el poder, podemos agregar que la clase política en general también obtiene beneficios, por lo pronto porque el actual gobierno está haciendo todo el trabajo sucio que le permitirá, a quien lo suceda, iniciar la gestión con una mochila menos pesada. Porque el actual gobierno se llevará todo el costo político de una reducción drástica del déficit a costa de una megadevaluación del peso, despidos en el Estado, licuación de salarios, eliminación de subsidios, recortes en las jubilaciones, etc. Todo lo que el macrismo quiso y no pudo, algo de lo que el kirchnerismo debió hacer y no quiso.

Ahora bien, ¿hay en la oposición hoy alguna idea de qué hacer el día después, sea el 10 de diciembre del 27, sea antes de esa fecha gracias a una eventual crisis social y política?

Sin dudas que la respuesta es “no” y se trata de un escenario similar al de los últimos gobiernos donde las oposiciones llegaban al poder más por el desgaste de los oficialismos que por mérito propio. Estar fuera del gobierno embellece.

A su vez, a la necesaria autocrítica, el kirchnerismo opone la salida fácil de la victimización y la indignación diaria por redes, mientras llama “insensible” o “cruel” al gobierno que dice gobernar para “los argentinos de bien” ¿Y las categorías políticas para cuándo?     

A propósito, si repasamos esta última década, lo que observamos es un largo camino en el que, por prejuicio, confusión o ignorancia, el llamado “espacio nacional y popular” fue ofreciéndole sus “banderas” a una derecha que acabó, de una manera u otra, asimilándolas. Lo más común y ya harto transitado, es el enfoque de la inseguridad presuponiendo que la necesidad de “estar seguro” es solo una agenda de las clases altas preocupadas por el orden material. Pero a esto podríamos sumar una insólita disputa contra el ideal de la meritocracia como si este fuese un valor “liberal” que no representa a las clases populares. La confusión es tan grande que, en vez de, eventualmente, ayudar desde el Estado para garantizar la igualdad de oportunidades que permita una “carrera” donde las diferencias solo estén justificadas por el mérito, se acaba en la igualdad de resultados a cualquier precio, esto es, muchas veces, al precio de igualar hacia abajo y confundir mérito con individualismo y capitalismo salvaje.

Algo similar sucede cuando se reemplaza a los trabajadores por una clase romantizada de lúmpenes y cualquier grupúsculo minoritario que saque el carnet de víctima. Y lo hacen en nombre del peronismo como si para Perón “lo popular” hubiera sido equivalente a “lo marginal”.

Otro ejemplo, ya más cercano en el tiempo, especialmente pospandemia, es el que se dio cuando en nombre de reivindicar la igualdad, se le otorgó a la derecha la bandera de la libertad, aquella que siempre hizo flamear la progresía contra la tradición y el orden burgués pre 68. De esta manera, dado que hoy la progresía ha hegemonizado la cultura, si la libertad para expresarnos, transitar, vincularnos, bromear, comer, han devenido banderas de la derecha, la rebeldía no puede estar en otro lugar que no sea, justamente, en esa derecha.        

Incluso si vamos a casos concretos, la confusión es evidente: el sector de la construcción informa 100.000 despidos por la paralización de la obra pública y el gobierno anuncia la no renovación de unos 70.000 contratos en el Estado, más por el rigor fiscalista del elefante que entra al bazar, que por una evaluación sesuda y justa que distinga la gente valiosa que trabaja con ahínco de la que no lo hace.

Frente a esta situación se oscila entre defender los puestos de trabajo en el Estado en sí, en tanto presuntamente intocables, y defender, pongamos, la existencia de una agencia estatal de noticias como Télam. Y nótese que son dos cosas distintas porque si es por garantizar el trabajo, bastaría con el traslado de los trabajadores, como ha sucedido con el cierre de otras dependencias del Estado. Pero eso es distinto a la discusión acerca de si debe existir una agencia de noticias estatal.

Ahora bien, si en vez de justificar los gastos y la necesidad de contar con los puestos de trabajo para un correcto funcionamiento del organismo en cuestión, la única bandera es “ningún despido en el Estado”, lo que se está haciendo es darle la razón a Milei cuando afirma que allí hay un privilegio. ¿O cómo creen que lo interpreta un cuentapropista o alguien que, con un empleo en el ámbito privado, no goza de esa estabilidad laboral? Si esa persona se pregunta, “¿por qué al empleado estatal no lo pueden echar y a mí sí?” será una pregunta válida que demandará una respuesta incómoda, la cual a su vez justificará, tal como sucedió durante la pandemia, que todo trabajador “no estatal” vea, en la “intocabilidad” de los empleados estatales, la existencia de un privilegio.

La lista de banderas entregadas a la derecha continúa con banderas tales como la realidad, la biología, etc. quedándole al progresismo el lenguaje y la ficción, como si gobernar fuera un taller literario o un paper con la bibliografía actualizada.

Con todo, esto no augura décadas de paleolibertarismo en el poder. Es más, aun cuando este fenómeno de deriva en el arco opositor se acentúe, es probable que el gobierno de Milei no reelija y haya un espacio para el regreso de algún tipo de oposición, digamos, popular, de centro izquierda, o lo que fuera.

Eso sí: esperar regresar al gobierno para pretender recuperar o resignificar algunas de las banderas entregadas a la derecha, supone perder un tiempo valiosísimo.  

 

 

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