-¿Qué hacemos?
-No sé, necesito un cambio.
Este diálogo tan propio de un estilista con su cliente,
refleja bien el modo en que un sector de la dirigencia política argentina ha
adoptado la idea de cambio como un significante vacío.
Sin entrar en detalles demasiado técnicos ni revolcarnos
por la terminología farragosa de los Lacan o los Laclau, cuando decimos
“significante vacío” hablamos de un término, una palabra, un concepto cuyo
significado ha perdido su sentido original y puede significar “cualquier cosa”.
En la discusión pública actual se da a menudo con conceptos tales como “progresismo”,
“pueblo”, “fascismo”, “democracia”… Debajo de ellos cada quien pone lo que
quiere a tal punto que su sentido se ha vaciado.
Es verdad que la idea de cambio en sí no es otra cosa que
un estado diferenciado de un estado anterior, pero en el caso del uso que
originalmente le diera el macrismo, ese cambio no era cualquier cambio, sino
aquel que decía identificarse con una serie de valores que podían rastrearse en
una tradición liberal y republicana en clara oposición a la línea más popular
que identifica al peronismo. En 2015 era cambiar respecto del kirchnerismo y el
resultado fue exitoso en las urnas, aunque no en la gestión. Ese fracaso fue
tal que 8 años después, la idea de cambio siguió vigente en la sociedad, pero
fue interpretado en clave casta vs anticasta. El cambio era acabar con los
privilegios de la casta, lo cual incluía al macrismo, claro. No era una
esperanza sino una revancha: “vamos a joder a los que nos jodieron aun cuando
quizás nos volvamos a joder nosotros”.
El macrismo no vio esa transformación y quedó preso del
cliché exitoso para esa Argentina del 2015 que ya no existe más salvo en la
pesadilla de los que, a diferencia del exministro Pablo Avelluto, siguen
consumiendo la droga del antikirchnerismo rabioso.
Y llegaron las elecciones generales y se consumó el deseo
consciente y/o inconsciente de Macri: la destrucción de todos sus adversarios
internos más la posterior implosión de su coalición. El segundo tiempo de
Mauricio no era con él como protagonista en la cancha sino boicoteando, desde
afuera, a sus propios jugadores.
Y ahora se llega al único escenario en el que los dos
grandes protagonistas de los últimos 20 años de la Argentina podían jugar una
carta: Cristina manteniéndose al margen y sin capacidad de imponer un candidato
apuesta a sostener una cuota de poder apoyando a la oferta más de centro que el
espacio podía ofrecer; Macri, en cambio, con la pretensión de ser el poder en
las sombras detrás de un exabrupto producto del fracaso de las últimas
gestiones.
En ese movimiento que se viene gestando desde hace mucho
tiempo pero que en la escena pública ocurrió en el interín que va del domingo
de las elecciones al miércoles, quedó como nunca expuesto el vaciamiento de la
idea de cambio. El epítome de este giro se dio cuando el ingeniero, intentando
ofrecer razones para apoyar a Milei, indicó que apoyar al libertario es como
cuando “vas
en un auto a 100 km y te vas a chocar con el paredón y sabés que te matás,
entonces te tirás del auto. ¿Vas a sobrevivir? Qué se yo, pero tenés una
chance".
Del
cambio entendido como un camino hacia una Argentina liberal, republicana,
moderna, progresista y conectada al mundo, se pasa, en cuestión de horas, a una
Argentina cuyo único requisito es que sea antiperonista. Todo lo demás puede esperar
incluso la calidad democrática, el fortalecimiento de las instituciones y las soluciones
económicas necesarias y racionales. Hasta desapareció la cantinela del
populismo porque salvo alguien muy miope o muy cínico, es difícil no observar
en Milei rasgos populistas tanto en su mesianismo como en su radicalidad, su
promesa de gobernar por decreto y/o a través de plebiscitos, etc.
A su
vez, como es difícil aceptar que el cambio hoy no es otra cosa que la propuesta
de acabar con el peronismo como si por arte de magia así se pudiera recuperar
la Argentina, se recurre a argumentos que recuerdan a conversaciones de amigos
y/o, como mencionábamos al principio, de peluquería. En otras palabras, hay
expresidentes o exfuncionarios de primera línea que están llamando a votar a
Milei porque es “preferible una incógnita a un malo conocido”. Si fuera un
consejo para cambiar de pareja o de peinado podríamos aceptarlo, pero está en
juego el destino de casi 50 millones de personas.
Es
más, no sabemos si por torpeza, perversidad o desprecio, pero Macri ni siquiera
está haciendo una campaña de apoyo mínimamente seria a Milei. Insisto: puede
ser su incapacidad o estar preparando el escenario futuro para condicionar al
propio Milei, pero Macri ni siquiera se toma el trabajo de mentirnos, tal como
queda expuesto en su metáfora del auto que se estrella. De hecho, utiliza como
fundamento de su decisión el comentario de su hija de 11 años quien le habría
dicho que apoyara al libertario. No sería entonces una decisión “racional” ni
informada porque, con todo respeto, ni Antonia ni ningún niño de 11 años tiene
la madurez ni cuenta con las herramientas para tomar ese tipo de decisiones. Se
trataría más bien de la necesidad de acudir a la supuesta pureza de la decisión
de la niña, sostenido en la idea de que un niño elige bien porque no está
contaminado del mundo de los adultos. Podría haber dicho que fue una epifanía,
o una revelación. Pero eligió utilizar a la nena para abrazarse a algún espacio
de pureza y certeza. De dar buenas razones ni hablar.
Naturalmente,
alguno pensará que eso demuestra que Macri es un buen padre que escucha a su
hija, más allá de que alguien podría espetarle que un buen padre escucha a sus
hijos pero no toma decisiones “de gobierno” por el comentario de su hija de 11.
Sin embargo, aun asumiendo lo primero, otra lectura posible es que se trata de
una demostración más del desprecio de Macri hacia la política y sus
responsabilidades como figura central de la Argentina de los últimos años. No
solo sus continuas vacaciones siendo presidente o su “ausencia” en estos casi 4
años de presidencia de Fernández… El “me lo dijo Antonia” podría inscribirse en
la línea del perro Balcarce ocupando el sillón de Rivadavia. Es la idea de la
presidencia como “puesto menor” llevada al extremo. Tan puesto menor sería que
es lo mismo que esté allí un presidente o un perro, o es lo mismo que quien
esté allí tome decisiones informadas y racionales, o impulsado por lo que a la
nena de 11 se le canta.
Dicho
esto, hacer del cambio un significante vacío no es una operación inocente. Más
bien, que la imposición sea cambiar a como dé lugar sin que se explicite la
orientación de ese cambio, obedece a que no es posible justificar públicamente
hacia dónde se pretende ir. Así, se presenta como vacío porque no se puede
reconocer que el proyecto de una derecha democrática está naufragando hasta los
márgenes del sistema en nombre del capricho personal de un líder y/o una
disputa cultural contra el peronismo.
No
habría ni que decirlo, pero no hay justificación posible para abrazar una
propuesta que coquetea con ciertas derivas autoritarias y lleva a una incertidumbre
inédita en lo económico. Ni siquiera el hecho objetivo de la mala gestión de un
gobierno autopercibido peronista.
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