Podría decirse que, en el primer
debate, en este particular formato encorsetado ideado para que ninguno pase
papelones demasiado importantes, los candidatos fueron lo que son. En algunos
casos, “por sus repeticiones los conoceréis”: Schiaretti y su obsesión por ofrecernos
ese mundo ideal y utópico donde la gente es feliz y que algunos denominan
“Córdoba”; Bregman, quien a su mantra con gestualidad asamblearia contra el
FMI, ahora le suma el duplicado “los pibes y las pibas” para aggionarse a las
nuevas agendas de izquierda, demuestra que siempre es más fácil ser coherente
cuando se está cómodo con el 3% de los votos; Milei, en su versión león
clonazepaneado, hizo menos referencias a la casta que lo que podríamos imaginar
con el escándalo Insaurralde tan a la mano, pero metió su cuña al reabrir el
debate sobre los 70 con la terminología utilizada por los genocidas. Así, esta
vez, se diferenció menos por su actitud que por su contenido, lo cual, claro
está, hizo que extrañáramos los tiempos en que lo importante era su actitud. En
cuanto a Massa, demostró ser el más profesional, el más preparado y el más
amplio en cuanto a su intento de abarcar todas las esferas que supone una
presidencia. Asimismo, salió airoso cuando tenía todo para ser atacado por ser
hoy el responsable, en parte, de una gestión económica mala, y hasta puede que
nadie se haya percatado que hoy está en el gobierno; incluso le hicieron el
favor de transformarlo en un candidato sin pasado y, por tanto, sin
contradicciones; si no hubo una palabra que se repitiera constantemente, más
allá de que, creo, es el único que nombró la palabra “soberanía” es, quizás,
justamente, porque su única posibilidad de supervivencia electoral es ampliarse
lo más posible, aun con el riesgo de transformarse en una gelatina.
El caso de Bullrich, bien vale un
párrafo aparte; más allá de los problemas de dicción, probablemente fruto de
los nervios de la situación, la candidata de JxC dejó expuesta todas sus
limitaciones y la sensación de que se trata de alguien que no sabe de lo que
habla quedó flotando en el aire. Por cierto, otra perlita se dio con las
preguntas. Si se hace foco allí, se observa que Bullrich no hizo preguntas sino
afirmaciones como se lo recalcó Schiaretti. Es que ella no tiene dudas sobre
nada. Por eso no puede preguntar. Si fuera peronista le dirían que es por
ignorante y/o por autoritaria; pero, afortunadamente, no es peronista. Asimismo,
quedó a la vista el problema que le planteó la llegada de Milei a la política:
no sabe dónde pararse porque el lugar de la derecha que quiere explotarlo todo
y que es antisistema, ya es ocupado por el outsider
original. En materia económica, por ejemplo, le dice al que de manera delirante
promete recortar 15 puntos del producto, que va a gobernar con déficit cero,
algo en lo que coinciden, por cierto, tanto Massa como Schiaretti; y cuando le
piden que ahonde un poco más en algo, todo se reduce a gestos de la voluntad:
“Conmigo se acaba; conmigo esto no sucede más”. La lista de su voluntarismo y
su pasión por exterminar cosas puede incluir al kirchnerismo, a la inflación o a
los derechos de las personas privadas de su libertad. Incluso puede incluir a
la república cuando promete gobernar por decreto, algo que, a su vez, ya había
prometido Milei, si bien este último ofrecía al mismo tiempo una salida mucho
más democrática y/o popular/populista como incentivar la ocupación del espacio
público o promover consultas populares.
Asimismo, Bullrich le habla a la
Argentina del 2015. Hace campaña contra un kirchnerismo que no existe más y
que, de hecho, no estuvo presente ni siquiera en el candidato que representa
hoy al espacio donde está el kirchnerismo. Nadie es capaz de decirle que su
enemigo devino abstracto, de modo que buena parte del electorado observa una
señora sola peleando contra sus fantasmas, similar a aquella mítica escena
final de Aguirre, de Werner Herzog, en la que Klaus Kinski acaba luchando solo
en una barca contra unos monitos.
Es más, para no caerle solo a
Bullrich, podría decirse que JxC en su totalidad no ha podido todavía encontrar
las categorías para hacer pie entre el kirchnerismo y Milei. Lo habíamos
mencionado aquí algunas semanas atrás, pero leyendo las intervenciones de las
plumas alineadas al espacio en los principales diarios o incluso prestando
atención a sus think tank, no hay
mucho más que intentos burdos de igualar a Milei con CFK y hablar de populismo
o de la falta de modales republicanos, especialmente cuando el candidato de la
Libertad Avanza no tiene mejor idea que prometer acabar con la pauta oficial
(el único gasto público que al periodismo neoliberal no le incomoda). Peor aun
cuando se busca “bajar” a Milei en clave “moral” ante supuestos arreglos en el
armado de las listas con el peronismo, los cuales seguramente existieron en
algunos distritos en particular, pero cuyo único objetivo era quitar votos a
JxC y no establecer acuerdos programáticos. De hecho, hoy en día hasta podría
darse el caso de que el peronismo le cuide los votos a Bullrich ya que, si ella
saca menos del 20%, Milei podría ganar en primera vuelta.
Para ir finalizando, digamos que,
si nada extraño sucede, Bullrich tiene todos los números para quedar tercera y
cuando eso suceda será cuestión de minutos que JxC se parta formal o
informalmente (si es que esto no ha sucedido ya). Los coqueteos de Macri con
Milei son solo el preanuncio. “Coming
soon, lo que viene, lo que viene”, diría el poeta Marcelo Araujo. En todo
caso, ya habrá tiempo para analizar cómo un espacio que tenía todo para ganarle
a un gobierno débil, acabó engullido en sus internas, algo que debe tener bien
en claro Rodríguez Larreta, quien sabe que, si él hubiera sido el único
candidato, los resultados hubieran sido otros. En este sentido, si esa inacción
tan tibia como ególatra de Alberto Fernández, acabó desdibujando y haciendo
naufragar tambien al kirchnerismo, la voracidad de los halcones de JxC hizo lo
propio con la variante desarrollista-radical del espacio. Es como si alguien le
hubiera dado un empujón tan fuerte al péndulo que se dirigía mansamente a
reemplazar al kirchnerismo pasteurizado por un macrismo sin gluten, que acabó
destrozando el péndulo y arrastrando todo consigo, incluso a quienes lo habían
empujado. Esto demuestra que no es solo el oficialismo el que ha leído mal el
tiempo histórico y abre un interrogante respecto a cómo sería una Argentina de
partidos fragmentados en la que, eventualmente, podría darse el caso de un
presidente de un color, la mitad de las provincias de un segundo color, y la
otra mitad de un tercer color, con, a su vez, las cámaras con, al menos, una
decena de fragmentos desperdigados dispuestos a vender caro su apoyo.
Asimismo, si esto sucediera, es
de esperar que el peronismo enfrente su propia crisis en una era posK o, al
menos, una era en la que el kirchnerismo y la propia CFK ya no posean la
centralidad.
Naturalmente, al día de hoy, se
trata de elucubraciones, pero la posibilidad de un Milei presidente promete
alterar drásticamente el mapa político al que nos habituamos en los últimos 20
años. Si ese cambio también se traslada al destino de la Argentina como país,
dependerá en buena parte del modo en que todos esos fragmentos de la política
sean capaces de realinearse a partir del 11 de diciembre.
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