Si el spot de campaña de Unión
por la patria resumía el clima interno y el espíritu de época llamando a dejar
“la patria es el otro” por un “la patria sos vos”, otro tanto debería poder
decirse del spot de Bullrich, “Si no es todo, es nada”.
A diferencia del spot oficialista
en el que prácticamente no hay texto y lo único que se afirma es “La patria sos
vos. Vamos a defenderla”, aquí parece que hay mucho que explicar y es la propia
candidata la que pone la voz y el cuerpo para hacerlo.
En el spot se puede escuchar: “Si
estuviéramos en un país normal tal vez alcanzaría con un buen administrador o
un teórico de la economía. Pero no estamos viviendo en un país normal”; “el
diálogo no saca a los narcos de Rosario”; “va a hacer falta mucha fuerza para
recuperar el orden”; “la corrupción no se termina por consenso”; “las cajas y
los privilegios nunca se los suelta negociando”; “el mejor plan va a tener que
defenderse, más que en la teoría económica, en la calle”; “no podemos darnos el
lujo de hacerlo a medias otra vez. Si no es todo, es nada”.
Un texto atormentado de sentido que
podría haber sido creado a partir de Inteligencia artificial con todas las
evaluaciones cualitativas de las consultoras y al cual, por si hiciera falta,
se lo acompaña con imágenes seleccionadas con la precisión adecuada para que
todo valga lo mismo y todo pueda mezclarse, desde Massa y Moyano hasta el
“gordo mortero”.
Naturalmente, lo primero que
intenta hacer el spot es despachar a Rodríguez Larreta (el presunto “buen
administrador”) y a Milei (el presunto “teórico de la economía”). Lo hace desde
la peligrosa ubicación de ser quien determina la excepcionalidad. La idea es
que en un país normal, no haría falta una Bullrich, pero como no estamos frente
a un país normal, necesitamos gobernantes excepcionales para tiempos
excepcionales. Que suela haber tensión entre las leyes democráticas y
republicanas, y aquellos que se autoperciben líderes excepcionales para tiempos
excepcionales, es otro asunto.
Luego, si se presta atención a
las frases que continúan, el eje está puesto en el orden y en “no dialogar”,
“no consensuar” y “no negociar”. Por supuesto que cada una de estas
declaraciones está conectada con todo aquello que cualquier ciudadano de bien
quisiera combatir, la droga, las cajas de la corrupción, etc., pero la
selección de las palabras no es casual y apuntan a constituir la imagen del
Sheriff con la que Bullrich cree que la Argentina se arregla. Tantos “noes”
muestran que el orden de Bullrich no es el de una transformación por la vía
positiva; es un orden de la negatividad.
Por si esto fuera poco, llama a
defender un plan (de ajuste) en la calle y para culminar, en el caso de que
hubiera alguna duda, plantea un blanco o negro: “si no es todo, es nada”.
Curiosamente se trata de la supuesta lógica binaria que el sector de Bullrich
le atribuyó al kirchnerismo durante años a partir de aquella frase del “vamos
por todo”. Para Bullrich, Macri (y ella misma, habría que agregar) fracasó por
tibio, lo cual puede coincidir con el diagnóstico de un sector de la oposición,
pero, evidentemente, no coincide con el diagnóstico de la mayoría de la
población, la cual, si agradeció algo a Macri, fue que no hiciera todo lo que
se proponía.
De hecho, si nos posamos en lo
ocurrido en Santa Fe el último domingo, y más allá de algunas encuestas que
posicionan a Bullrich sobre Larreta, el horizonte mayoritario, al momento de
los votos, parecería ir por otro lado. Dicho en otras palabras, hasta ahora,
los triunfos de la oposición se vienen dando por (y al modo de) los candidatos
de Larreta. Desde Jujuy hasta los resonantes triunfos en San Luis, San Juan y
ahora Santa Fe, lo que está ganando es un modo de construcción lo más amplio
posible, sin nacionalización de la elección y utilizando la estructura que
ofrece el partido radical en los territorios (la fórmula que le dio el triunfo
a Macri en 2015).
Nada garantiza que el 13 de
agosto los votos de los candidatos que triunfaron y juegan con Larreta vayan al
actual jefe de gobierno automáticamente, pero si se comprometen con la
elección, es de esperar que Larreta tenga una ventaja allí. Si se trata de
“todo o nada”, entonces, quizás acabe siendo nada bastante pronto, aunque el
final de la interna opositora estará abierto hasta el 13 a la noche. Sin
embargo, un eventual triunfo de Larreta echaría por tierra una pregunta más que
pertinente acerca de si, en tiempos de centralidad del kirchnerismo, es posible
el triunfo de una oposición que no ingrese al debate público a los gritos,
impulsando un antiperonismo furioso y prometiendo lograr tu consenso cagándote
a palos. Si después lo acaba haciendo en la práctica es otro asunto, pero al
menos en el modo de la presentación, hasta ahora, el gran problema que parecía
(y que parece) tener Rodríguez Larreta es cómo construir una oposición más
cercana al centro y con propuestas algo más realistas; una derecha que va a ser
derecha pero que entiende que los cambios los tiene que hacer con algunas bases
mínimas de consenso con una parte, al menos, de sus adversarios; una derecha
que pueda seguir siendo de derecha pero al menos esbozar en algún momento que
quizás el problema de Macri no fue su falta de aceleración sino su rumbo.
Insisto en que hablo del terreno
de lo discursivo y que al momento de gobernar puede que tengamos las peores
versiones de los aquí mencionados, pero a juzgar por los resultados hay una
ventana para otra posibilidad. En todo caso, lo paradójico es que esa versión
más moderada, que no se aleja tanto de la propuesta de Massa, es la que, de
triunfar en la interna, probablemente disminuya demasiado las chances de un
triunfo del oficialismo.
De hecho, aunque, repetimos, es
una tontería extrapolar los números de las elecciones que se vienen dando a la
elección nacional, hay que tomar en cuenta que en los distritos que explican
casi dos tercios del padrón (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, CABA y Mendoza),
el gobierno probablemente pierda por paliza en todos salvo en Buenos Aires (donde
hasta puede ganar).
Alguien dirá que se trata de
provincias que en general han sido refractarias al kirchnerismo pero, con una
diferencia como la que se especula, la única posibilidad que tiene el
oficialismo para sostenerse competitivo es ganar Buenos Aires con un margen
importante y arrasar en el norte. Si observamos que salvo algunas excepciones
como las de Formosa o Tucumán, los números no parecen ser arrolladores, y si
agregamos que San Juan se ha perdido y que la siempre indescifrable San Luis
también, la tendencia parece ser clara. No definitiva, pero clara.
Para finalizar, entonces, un
eventual triunfo de la estrategia Larreta al interior de su espacio, supondría
agregar una variable más a los análisis. Es que si bien no hay duda de que el
fenómeno Milei corrió el centro hacia la derecha obligando al propio
oficialismo a ofrecer su candidato de centro, existe la posibilidad de que una
mayoría del electorado opositor se incline por una versión distinta de la
oposición, presuntamente más moderada. Esto nos permitiría pensar los últimos
años de la política argentina como un péndulo o como una serie de tendencias en
espejo: a saber, del mismo modo que la respuesta a la radicalización del
kirchnerismo fue la radicalización de la derecha con Macri, la respuesta a la moderación
del kirchnerismo, con Alberto Fernández y Massa, sería una moderación de la
derecha.
Con una interna que se definirá
por poco, no tendrá sentido hacer análisis terminantes ni tener demasiada
esperanza. De hecho, del mismo modo que el kirchnerismo se viene reduciendo,
pero sigue siendo relevante, un sector de la oposición, incluso si resultara
perdedor, seguirá soñando con un país donde “es todo o es nada” y con un plan
de ajuste que será defendido en la calle, no por la argentina blanca que desea Bullrich,
sino por la policía.
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