En medio de un proceso
inflacionario que ha alcanzado en mayo el 114% anual, la Argentina ha elegido
sus candidatos de cara a la elección presidencial que se desarrollará en
octubre de este año. A las opciones de centro derecha y ultraderecha con
posibilidades ciertas de llegar al gobierno, se le agrega la decisión de la
coalición peronista gobernante de elegir a su candidato más de centro en
detrimento del candidato preferido de Cristina Fernández de Kirchner, ex
presidenta, actual vicepresidenta y principal aportante de los votos al espacio.
Más allá de la relevancia de la
elección en sí, los comicios en Argentina son importantes, por un lado, porque después
del regreso de Lula a Brasil, lo que allí suceda será clave para entender si
estamos ante tendencias que se confirman o vientos de cambio en la región; y,
por otro lado, porque, aun con limitaciones, es posible trazar algunos
paralelos con el escenario electoral en España.
Aunque Latinoamérica es
enormemente diversa, las últimas décadas han dejado ver hegemonías claras: a la
socialdemocracia de los 80 posdictaduras, le siguió una década neoliberal en
los 90 y luego unos tres lustros de gobiernos populares, (o populistas de
centro izquierda) con Chávez, los Kirchner, Lula, Correa y Evo Morales como
principales estandartes.
Justamente fue la derrota del
candidato kirchnerista en Argentina, en el año 2015, a manos de una coalición
de derecha liderada por el empresario Mauricio Macri, la que parecía inaugurar
un nuevo ciclo en la región, algo que luego se vería confirmado por la llegada
de Bolsonaro, la derrota del correísmo en Ecuador, el conflicto en Bolivia, el
aislamiento de Venezuela y el reemplazo de los gobiernos socialdemócratas en
Chile y en Uruguay por opciones liberales.
Sin embargo, el cambio de
tendencia no llegó a ser tal y se detuvo en un lustro para expresar una suerte
de empate hegemónico ya que en 2019 el peronismo vence a Macri, el candidato
del MAS triunfa en Bolivia, en Chile y Colombia llega la izquierda, Lula sale
de la cárcel y regresa al gobierno, etc.
En este marco, algunos ansiosos
anticiparon una nueva era de gobiernos populares en la región. Sin embargo,
cabe una primera aclaración: si bien cada experiencia tiene sus
particularidades, lo cierto es que el retorno de “la izquierda” fue posible
gracias a versiones más o menos edulcoradas en relación con sus predecesoras.
Si tomamos el caso de Argentina en 2019, el kirchnerismo tuvo que renunciar a
liderar la fórmula presidencial y apoyar allí a un socialdemócrata como Alberto
Fernández, quien había sido jefe de gabinete de los gobiernos de Néstor
Kirchner y su esposa, pero que luego renunció y fue de los principales críticos
de la gestión de ella durante diez años. Fue solo girando hacia el centro del
arco ideológico que el peronismo pudo volver al poder y algo parecido sucedió
con esta nueva versión “light” de
Lula. En el caso de Chile y Colombia el giro hacia el centro no se dio antes de
las elecciones sino una vez en el gobierno, pero en todos los casos quedó en
evidencia que la agenda popular/populista que gobernó la región tiene más
límites que antes. En este sentido, aun con gobiernos de centro izquierda,
podría decirse que la derecha ya ganó.
De hecho, este fenómeno parece
confirmarse cuando se observa la nómina de candidatos en Argentina. Según las
encuestas, casi dos tercios de los votos podrían ir hacia opciones que van de
la centroderecha a la ultraderecha. Esto es, por un lado, el espacio que supo
ser liderado por Macri y que ahora juega una interna entre un sector de derecha
y uno de centroderecha, y la flamante novedad que rompería la polarización en
la que está enfrascada la Argentina desde hace tiempo: la aparición de una
variante de ultraderecha libertaria liderada por Javier Milei, un economista
mediático que ha participado de encuentros organizados por Vox y que, según las
encuestas, tiene un apoyo de entre 20 y 30%, lo cual podría ubicarlo en el
balotaje (a diferencia de España, el sistema presidencialista argentino de
elección directa indica que para llegar al gobierno es necesario obtener, en la
primera vuelta, un 45% o un 40% con una diferencia mayor al 10% respecto del segundo;
de no suceder ello, habrá un balotaje entre las dos fuerzas más votadas).
Sin embargo, el dato saliente de
los últimos días es que la propia coalición peronista decidió erigir como candidato
de consenso al actual ministro de economía, Sergio Massa. Se trata de un líder
joven que se inició en una agrupación política liberal y que profesa un
peronismo “moderno” (aunque nadie sepa bien qué significa eso). Al igual que el
actual presidente, Alberto Fernández, Massa también supo ser jefe de gabinete
de Cristina Fernández de Kirchner hasta que renunció y decidió enfrentarla para
vencer al kirchnerismo en 2013. Sin embargo, con la idea de que las ofensas en
política prescriben a los seis meses y en tiempos donde nadie resiste archivos
que igualmente a pocos interesan, el kirchnerismo acabó aceptando a quien tiene
muy buen vínculo con el FMI y con la Embajada de Estados Unidos, quizás los dos
grandes “enemigos” del peronismo en su versión kirchnerista. De aquí que a los
ojos del votante kirchnerista medio, claramente identificable como un
“peronista de izquierda”, Massa sea un “peronista liberal de derecha”,
continuador de las políticas neoliberales llevadas adelante por el gobierno de
Carlos Menem entre 1989 y 1999, por cierto, un gobierno también peronista.
Si bien las comparaciones con el
caso español deben hacerse con cuidado, las encuestas afirman que el actual
gobierno de Alberto Fernández, de muy buen vínculo con Pedro Sánchez y con Irene
Montero, quien apenas algunos meses atrás fue invitada especial a la casa de
gobierno, abandonaría la administración a manos del espacio de centroderecha. Con
todo, si el enfoque aquí expuesto es correcto, aun cuando la elección la ganara
el oficialismo peronista, ya es posible afirmar que la Argentina tendrá, como
mínimo, un gobierno de centro hacia la derecha y que cualquiera de las otras
opciones estarán, en todo caso, más a la derecha todavía.
Para finalizar, el kirchnerismo
ha visto en la candidatura de Massa un paso más de un lento pero inexorable
declive que lo muestra perdiendo la hegemonía de centroizquierda al interior
del peronismo y, eventualmente, perdiendo la administración del Estado que
había recuperado en 2019. Si después de las últimas elecciones en España, Pablo
Iglesias declaró en una radio argentina que “los aliados de Cristina [Kirchner]
en España hemos sido derrotados”, cabría decir que tras una muy mala
administración y después de estar obligados a apoyar a un candidato como Massa,
cualquier kirchnerista podría parafrasear al exlíder de Unidas Podemos y decir
“los aliados de Pablo Iglesias en Argentina también hemos sido
derrotados”.
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