El manipulado es el otro, el que no nos ha votado. Esa
suele ser la conclusión a la que apela el progresismo de izquierda cada vez que
pierde una elección. Incluso lo afirma cuatro años después de haber ganado unos
comicios donde votaron las mismas personas y donde la línea editorial y el mapa
de concentración mediática era similar. Es un verdadero misterio cómo los
mismos electores pueden actuar racionalmente cuando votan a la izquierda en
2019, pero emocionalmente y bajo manipulación, al grito de que “Que te vote
Txapote”, cuando votan a la derecha en 2023.
No menos misterioso resulta, por cierto, que quienes
ostentan masters y doctorados en ciencias sociales, al momento de explicar el
comportamiento electoral, desempolven arcaicas teorías de la comunicación como
la de la “aguja hipodérmica”, esto es, aquella que supone que existen emisores
capaces de enviar mensajes claros y distintos que penetran en la piel de una
audiencia absolutamente pasiva que obedece como si fuera zombi.
Es un clásico archiconocido, pero el ejemplo que se suele
dar cada vez que se cita esta perspectiva, es la famosa adaptación al
radioteatro que el gran Orson Welles hiciera de La Guerra de los mundos
de H. G. Wells.
Hay mucho de mito respecto a las repercusiones reales
pero las crónicas indican que cuando Welles emite por radio lo que era una
supuesta invasión marciana, buena parte de la audiencia lo creyó a pesar de las
aclaraciones pertinentes a lo largo de la transmisión. Así, habría habido
centenares de llamados a la policía advirtiendo del supuesto ataque, gente
presa del pánico que se encerró en su casa y hasta suicidios. Sin embargo, hay
algo que aclarar: se trató de una transmisión radial realizada en 1938 y
estamos en condiciones de indicar que, 85 años después, ni los medios son los
mismos, ni las audiencias son las mismas.
Porque podemos leer a Dick, Ballard, Orwell, etc., y
maravillarnos con la visión que la ciencia ficción y la literatura distópica de
los 50, 60 y 70 ofreció respecto a la posibilidad de masas sometidas a la propaganda,
pero hoy sabemos que el proceso comunicacional es mucho más complejo y que allí
intervienen infinita cantidad de variables.
Máxime si a esto le sumamos la complejidad que agrega la
irrupción de internet y las pantallas de los móviles. Sin embargo, una suerte
de “aguja hipodérmica reloaded”
regresa para consuelo de una progresía que no sabe, no quiere o no puede
abandonar sus resabios de intelligentsia
iluminada.
Y aquí se da un fenómeno muy particular porque, en un
principio, la progresía entendió que el teléfono móvil era la herramienta del
futuro para desafiar a los poderes de turno, entre los que se incluían desde
las posiciones dominantes de los medios tradicionales en Occidente, hasta las dictaduras
en países no occidentales.
El destino era inexorable: florecerían así las
“primaveras árabes”, las mujeres se quitarían el velo, y las grandes
corporaciones mediáticas sucumbirían frente a un nuevo periodismo “ciudadano” y
no profesional en un mundo en el que cualquier imbécil dice ser un generador de
contenido.
Ese espíritu asambleario con algo de estudiantina era el
mismo que se respiraba en, justamente, aquel 15M indignado que ahora se indigna
con el resultado de las elecciones. ¿Por qué? Porque rápidamente se cayó en la
cuenta de que no solo no hemos hecho la revolución a través de Twitter, sino
que hay un Brexit, y los Trump y los Bolsonaro son capaces de ganar elecciones.
¿Y qué lectura hace el progresismo cuando el resultado no
es el deseado? Como no se puede afirmar que el pueblo se equivoca, se vuelve a
la teoría de la manipulación: posverdad, fake
news y oscuros intereses han determinado la conducta de la gente; una nueva
invasión, una nueva “guerra de los mundos”
llega en la forma del algoritmo gracias al Big
Data.
Pensemos, si no, en el ejemplo que se dio a partir del
escándalo de Cambridge Analytica cuyo resumen se puede hallar en un documental
de Netflix titulado Nada es privado (The Great Hack).
Cambridge Analytica fue una empresa de minería de datos y
asesoramiento electoral acusada de utilizar la información de 87 millones de
usuarios de Facebook para crear campañas de microsegmentación y direccionar al
votante. Si bien lo hizo en muchos países, el documental hace eje en dos de los
casos más insoportables para la progresía biempensante: el Brexit y el triunfo
de Trump.
Como las sutilezas ya no abundan, podemos resumir el
mensaje que se quiere instalar a partir de las declaraciones que el programador
Christopher Wylie, un exempleado arrepentido, hiciera a El País en 2018: “El Brexit no habría sucedido sin Cambridge
Analytica”.
Se sigue de aquí entonces que la única razón por la que
el Brexit y el triunfo de Trump acontecieron fue por la manipulación minuciosa
que hicieron unos señores poderosos con intereses espurios. En la misma línea,
la idea de la gran manipulación es la que han utilizado los analistas para
explicar el triunfo de Bolsonaro en 2018: iglesias evangélicas, cadenas de
whatsapp, fake news y posverdad
terraplanista fueron algunas de las excusas que los presuntos esclarecidos
esgrimieron. Nadie reconoció que Bolsonaro, nos guste o no, es un líder popular
que representa a un importante número de brasileños y que, en 2018, el Partido
de los Trabajadores se vio afectado por la proscripción de Lula y por una
agenda extraviada que se olvidaba de representar, justamente, a los
trabajadores. A propósito, siempre recuerdo una entrevista que le hacen a un
gay que vivía en una favela y que pensaba votar a Bolsonaro a pesar de que éste
había realizado consideraciones homofóbicas públicamente. La respuesta del
entrevistado fue demoledora pues afirmó que a él no le importaba lo que
Bolsonaro pensara de su elección sexual, sino que lo que él necesitaba es que
dejaran de robarle la bicicleta porque era su herramienta de trabajo.
Para concluir, sobran los ejemplos a lo largo de la
historia en los que los medios de comunicación han influido en las decisiones
que toma la ciudadanía, pero también sobran los casos en los que la ciudadanía
ha elegido contra lo que los medios intentaban instalar. Eso demuestra que los
medios pueden influir pero que nunca son determinantes. Si, en menos de 10
años, una fuerza política que llegó a ser clave para formar gobierno,
prácticamente se extingue, es de suponer que debe haber algo más que la
animadversión de las corporaciones mediáticas.
¿Acaso un repentino virus fascista se ha apropiado de los
españoles? Todo puede ocurrir, pero quizás debiera indagarse en las relaciones
de causalidad entre la merma en la cantidad de votos y dos aspectos fundamentales:
por un lado, una gestión con errores vergonzosos; y, por otro lado, una agenda de
izquierda que nunca entendió que sumar y propiciar la creación de minorías cada
vez más minoritarias, podrá representar muchas cosas, pero difícilmente logre
representar mayorías.
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