En las últimas semanas
determinados medios volvieron a instalar la discusión en torno al clientelismo político
como un modo de poder explicar ante la opinión pública el resultado de las
elecciones. Se trata de un cliché harto transitado por los sectores pudientes o
por cierta clase media ilustrada, como mínimo, desde la irrupción del peronismo
hasta la fecha y es una de las formas indirectas a través de la cual se buscar
quitar legitimidad a gobiernos con apoyo popular.
El razonamiento es bastante
sencillo: los pobres/ignorantes votan a determinados gobiernos porque éstos les
brindan dádivas o prebendas. De aquí se seguiría que para perpetuarse en el
poder habría gobiernos que buscan multiplicar los pobres y los ignorantes.
Ahora bien, de este tipo de
razonamientos se siguen algunas cosas más. Por ejemplo, una subvaloración del
voto de los pobres. Dicho de otro modo, habría una baja calidad en el voto de menos
aventajados, sea porque se trata de masas de ignorantes sea porque la necesidad
los “obliga” a establecer la relación clientelar. En este sentido, habría
ciudadanos libres que elegirían a sus representantes tomando en cuenta todas
las variables que permiten realizar decisiones racionales y un conjunto
mayoritario de la población que votaría con un hilo de baba colgando y/o
hambrienta.
El clientelismo político, esto
es, la relación asimétrica que se da entre un gobierno/Estado que le brinda
beneficios a un individuo o un determinado grupo a cambio de apoyo electoral,
es una práctica con larga historia en la Argentina (y en Occidente) pero el
sufragio secreto la limita fuertemente. En otras palabras, el funcionario de
turno podrá hacer promesas, dar dinero o lo que sea pero en el cuarto oscuro es
el individuo el que decide y muchas veces decide votar en contra del que le
ofrece la relación clientelar. Pues tener necesidades no significa perder la
dignidad y sobre todo, como diríamos en el barrio elípticamente, no significa
ser pelotudo.
¿Esto supone que haya que
quitarle importancia al clientelismo político? Por supuesto que no pues es una
de las prácticas más vergonzantes y abusivas. Pero de lo que se trata, más
bien, es de no sobredimensionar su capacidad al momento en que la voluntad
popular se expresa a través de las urnas. En apoyo a esta afirmación tómese en
cuenta el “clientelismo para ricos”. Sí, porque una de las trampitas que más
trasuntan una discriminación propia de la aristocracia es la de suponer que
solo puede haber clientelismo con pobres. Pues no: también hay una relación de
patrón/cliente entre funcionarios corruptos y los sectores más aventajados.
Explicaré esto de la siguiente
manera: se dice que, por ejemplo, una práctica habitual del clientelismo es
otorgar algún tipo de subsidio a cambio del apoyo electoral. Si ese fuese el
caso, las clases medias y altas de la Ciudad de Buenos Aires son las primeras
en aceptar relaciones clientelares en la medida en que, a diferencia de otros
distritos, reciben subsidios del Gobierno nacional al consumo de luz, gas, agua
y transporte. De esta manera se da insólitamente que los pobres de provincias
con ingresos más bajos que los de CABA pagan por sus servicios muchísimo más
que lo que paga el porteño. Por ello tiene razón la oposición en acusar de
clientelista al oficialismo pero debería aclarar dos cosas: que el clientelismo
no se da solo con los pobres y, sobre todo, que el clientelismo no garantiza
votos pues el distrito que más subsidios recibe es, después de Córdoba, aquel
en el que el FPV menos votos obtiene. Salvo que alguien se anime a afirmar que
los votantes de la Ciudad de Buenos Aires son más racionales y dignos que los
votantes de otras provincias, no resultará fácil sostener coherentemente una
postura capaz de enfrentar esta evidencia. Si las razones que se esgrimen es
que los subsidios en CABA son, en general, universales, deberán aceptar que,
cuando se trata de provincias del Norte, se toma a la AUH como una forma de
política clientelar a pesar de ser “universal”. Este punto muestra la pendiente
resbaladiza en la que la denuncia de clientelismo ha caído hasta descansar en
una suerte de sentido común de liberalismo ramplón por el cual todo tipo de
ayuda estatal se ha transformado en relación clientelar independientemente de
su carácter universal y de que la informatización ha permitido eludir la acción
de los punteros. Es el mismo deslizamiento que hace que cualquier gobierno
democrático que decida aplicar políticas redistributivas o de acción directa
hacia los sectores menos aventajados sea denominado “populista”. Por último,
¿las exenciones impositivas a grandes empresarios con la excusa de atraer inversiones
no es una suerte de clientelismo político también? ¿No hay allí un
funcionario/gobierno/Estado que toma dinero de los contribuyentes y lo
direcciona a cambio de obtener un apoyo electoral? Yendo a un caso puntual y
para no caer solo en el gobierno nacional, ¿no hay clientelismo político con
ricos cuando el gobierno de la Ciudad establece negocios con el Grupo Clarín?
¿No se está beneficiando económicamente a un grupo pidiendo a cambio apoyo
electoral? Se trata de preguntas retóricas pero, sin duda, del mismo modo que
el clientelismo político con pobres no garantiza que el “cliente” vote al
“patrón”, nada impide que Héctor Magnetto, en la soledad del cuarto oscuro, se
incline por una alternativa al macrismo al momento de elegir el “puesto menor”
de Presidente de la República.
Pero la temática del clientelismo
político, aunque usted no lo crea, fue bastante más allá de una discusión de
taxi o a los gritos en un canal de TV, para servir de fundamento al fallo de la
Cámara en lo Contencioso y Administrativo de Tucumán que declaró nulas las
últimas elecciones a gobernador. Sí, será macondiano y surrealista pero
basándose en una nota de La Nación y
en un informe de Jorge Lanata, la principal razón por la que se anulaban los
comicios en el que el vencedor aventajó por 100.000 a su principal competidor,
fue, más que algunos casos de quema de urnas y una falla en las cámaras de
seguridad que controlaban el traslado de los votos, el conjunto de prácticas
clientelares que habrían existido durante las elecciones y antes de las mismas.
Es extraño pues con ese criterio hasta se podría haber exigido que las
elecciones nunca se hubieran llevado a cabo puesto que seguramente hay
prácticas clientelares (del oficialismo y de la oposición) en Tucumán. Por
suerte para la democracia y las instituciones, semejante despropósito fue
desautorizado por la Corte Suprema de Tucumán con un fallo del que extraje los
siguientes pasajes: “Sin caer en
el extremo de negar ni relativizar la gravedad que ese tipo de actos (quema de
urnas, violencia y prácticas clientelares) contrarios a la ley, máxime ante la
importancia de los valores en juego, no es posible, empero, soslayar, por un
lado, la decisión de aquellos votantes que no se prestan ni participan de tal
irregularidad ni, por el otro -y lo que es más decisivo todavía- la
circunstancia incontrastable de que del clientelismo no se sigue
inexorablemente la falta de autonomía de los electores involucrados, quienes al ingresar solos al
cuarto oscuro quedan
fuera del alcance de toda injerencia extraña (…) Además de carecer de la
necesaria universalidad que debería presentar un argumento sobre el que se
funda una medida que afecta a todo el electorado, ante la ausencia de
elementos demostrativos o
-cuanto menos indiciarios de que no se ha garantizado el ejercicio pleno de la
libertad de elección dentro de los sendos recintos habilitados a ese efecto, el
razonamiento de la sentencia [que anulaba los elecciones] importa avanzar indebidamente
sobre la conciencia misma de las personas que participaron del
comicio. Los motivos que llevan a un elector a votar en tal o cual sentido son
de la más variada índole (política, afectiva, económica, religiosa, etc.), y
podrá compartírselos o no, pero ello no autoriza a ninguna autoridad estatal a
inmiscuirse en el ámbito interno de las personas, juzgando la conciencia de
cada ciudadano”.
Los
pasajes escogidos son lo suficientemente elocuentes como para agregar algo pero
la desesperación de un sector del electorado tras 12 años de perder elecciones
lo está llevando al límite de poner en tela de juicio conquistas republicanas y
democráticas que mucho nos ha costado conseguir. Se trata de un sector que, de
hecho, se arroga la potestad de calificar el voto olvidando que el voto del
rico y el del pobre, al menos hoy, valen lo mismo.
O como diria la filosofa analia franchin "son lindos, no parecen villeros los que mataron a los padres" Mostrando el pensamiento critico de algun sector de esta querida patria
ResponderEliminar