Número Cero, la última novela de Umberto Eco, seguramente no esté a
la altura de El Nombre de la Rosa ni
de un trabajo de investigación como el que vio a la luz bajo el título La Búsqueda de la lengua perfecta. Sería
pretencioso, también, ponerla a la altura
de los trabajos más teóricos que todavía se leen en las universidades,
pero lo cierto es que Número Cero es
una novela corta y muy ágil capaz de exponer las miserias y las fragilidades
que se esconden detrás del oficio de periodista. Como no soy crítico literario,
dejaré de lado una evaluación de la novela más allá de lo ya mencionado en el
párrafo anterior y tampoco ahondaré demasiado en la trama. Simplemente
introduciré brevemente al lector para poder dar el marco en el que se suceden
jugosísimos diálogos en los que la labor pedagógica se entremezcla, todo el
tiempo, con una perspectiva cargada de cinismo.
En la novela, un señor muy
poderoso, el Commendatore Vimercate,
dueño de cadena de hoteles, residencias para jubilados e inválidos, medios
gráficos varios y algunos negocios non
sanctos, se propone crear un diario para poseer un órgano desde el cual
interactuar en el ámbito de las finanzas y los bancos. Para ello nombra un Director
quien a su vez forma una redacción con una misión precisa a corto plazo: armar
el Número Cero del diario que bautizarán Domani.
Sin embargo, el personaje principal de
la novela, un escritor cincuentón y fracasado, no es acercado por el Director para
trabajar como periodista en la redacción sino para escribir un libro sobre la
experiencia de trabajar un año en la construcción de un diario que, según la
propia confesión de su máximo responsable, “nunca verá la luz”. Más
específicamente, el Director entiende que el Commendatore solo busca hacer circular la idea de una nueva
publicación como mecanismo de extorsión para sus enemigos comerciales. De aquí
que el Director, para cubrir sus espaldas, contrate al protagonista para que
haga de ghost writer, es decir, para
que escriba un libro que no llevará su firma sino la del Director. Pero, claro
está, no se busca una mera crónica del trabajo diario en la redacción y menos
que menos una publicación que denuncie el modo en que un Director y,
eventualmente, al menos algunos de los periodistas, obedecen a los intereses
del dueño del diario. Se necesita, por llamarlo de algún modo, algo de ficción.
En palabras del Director: “el libro tendrá que dar la idea de otro diario,
mostrar cómo yo durante todo un año me he empleado para realizar un modelo de periodismo
independiente de toda presión, dejando entender que la aventura acabó mal
porque no se podía alumbrar una voz libre”.
No le contaré más. Si le
interesó, lea la novela y pasará un rato agradable en el que además de alguna
pequeña historia de amor se enfrentará a un periodista como Braggadocio,
paranoico, delirante y con fuentes en los servicios de inteligencia como tantos
periodistas de aquí y del mundo.
Simplemente quisiera mencionar
algunos pasajes en los que se exponen algunas de las formas más obscenas con
las que se hace periodismo hoy día. En este sentido, en primer lugar, me voy a
referir a un tópico que está en el centro de la escena, no solo del periodismo
sino, probablemente, de toda la teoría del conocimiento de occidente: la
diferencia entre hechos y opiniones. El Director, quien, como se indicaba
anteriormente, intentará aparecer como un adalid de la libertad de expresión y
el periodismo independiente, afirma, frente a toda la redacción, que en Domani los hechos están separados de las
opiniones. Sin embargo, nuestro protagonista dará una lección acerca de cómo se
introducen valoraciones entre los hechos y cómo se induce al lector para que
haga propia alguna de esas opiniones. Así, afirma: “Fíjense en los grandes
periódicos anglosajones. Si hablan (…) de un incendio o de un accidente de
coche no pueden decir (…) qué piensan ellos. Y entonces introducen en la noticia, entre comillas, las
declaraciones de un testigo, un hombre de la calle, un representante de la
opinión pública. Una vez colocadas las comillas, esas afirmaciones se
convierten en hechos, es decir, es un hecho que fulano ha expresado esa
opinión. Con todo, se podría suponer que el periodista ha dado voz solo a quien
piensa como él. Por lo tanto, las declaraciones serán dos, en contraste entre
ellas, para demostrar que está claro que existen opiniones distintas sobre un
mismo tema (…) La astucia está en entrecomillar primero una opinión trivial,
luego otra opinión, más razonada, que se parece mucho a la opinión del
periodista. De este modo, el lector tiene la impresión de que se le informa
sobre dos hechos pero se ve inducido a aceptar una sola opinión como la más
convincente”. Seguidamente, en una observación que no necesita de estudios en
psicología, el protagonista pone el ejemplo de un viaducto que se derrumba
provocando la caída de un camión y la consecuente muerte de su conductor.
Frente a ese hecho, dos testimonios entrecomillados: el primero, de un
kioskero, que advierte que se ha tratado de una fatalidad, una mala jugada del
destino que hizo que ese pobre hombre estuviera allí manejando justo cuando se
produjo el derrumbe; el segundo, un albañil indignadísimo que le echa la culpa
a la municipalidad, al gobierno provincial y al nacional. ¿Cuál de los dos
testimonios será el elegido por el lector? Como usted bien sabe, en Italia o en
Argentina, tenemos una tendencia natural a identificarnos con cualquier
testimonio que asigne responsabilidades, si son del Estado mejor. Y si hubiese
algún hecho que no las tuviera, las inventaremos.
Más interesante aún es la otra
forma en que el personaje advierte que se pueden hacer pasar opiniones por
hechos. Y aquí se refiere a la agenda. Efectivamente, determinar qué noticia es
relevante y es digna de mostrarse es una opinión disfrazada, pues está
presentando como parte de una incontrovertible objetividad a un conjunto de
hechos que han sido seleccionados subjetivamente. Así, nuestro personaje se
pregunta: ¿Por qué se debe decir que ha habido un accidente en Bérgamo e
ignorar que ha habido otro en Messina? No son las noticias las que hacen el
diario. Es el diario el que hace las noticias”.
Pero también es importante para
el diario su capacidad de desmentida, es decir, la credibilidad que pueda
poseer ante una acusación que provenga de una carta de lectores, de otro medio
o de un funcionario denunciado. Según nuestro personaje, es esencial sugerir
que “el diario tiene fuentes reservadas (…). Luego se recurre al bloc de notas
del periodista. Ese bloc no lo verá nadie, pero la idea de una transcripción
directa infunde confianza en el diario, hace pensar que hay documentos. Por
último, se repiten insinuaciones que en sí no dicen nada, pero arrojan una
sombra de sospecha [sobre el que denuncia al diario]” (haga el ejercicio de
observar cómo algunos diarios argentinos de la actualidad desmienten a sus
acusadores y notará cómo se van dando cada uno de los pasos recién mencionados).
Para finalizar, una última
lección, en este caso, acerca de cómo reciclar noticias, pues ¿acaso a usted no
le sorprende que recurrentemente aparezcan polémicas extravagantes sobre algún presunto
suceso histórico, como podría ser la vida de Hitler en la Argentina o un
encuentro secreto entre éste, Perón, Mussolini y Franco en una isla secreta a
la cual llegaron en un submarino? Siempre hay alguien dispuesto a no volver del
ridículo a cambio de vender algunos ejemplares. Algo parecido sucede cuando se
toma alguna investigación poco seria avalada por alguna universidad
estadounidense que nos puede decir desde que se comprobó científicamente que
quien tiene el dedo índice más largo que el mayor es bueno para las matemáticas
hasta que en una tribu milenaria perdida, vaya a saber dónde, las mujeres
sometían sexualmente a los varones. Asimismo, casi siempre al momento de cumplirse
algún aniversario de un hecho importante, aparecen titulares haciendo de algo
que o bien no tiene importancia o bien confirma lo que sabíamos todos, una
noticia estruendosa. En este sentido, la novela da un risueño ejemplo: “La
gente tiene una memoria corta. Les voy a proponer un ejemplo paradójico: todos
deberían saber que Julio César fue asesinado en los Idus de marzo, pero las
ideas al respecto son confusas: buscamos, entonces, un libro inglés reciente en
el que se reconsidere la historia de César y con eso sacamos un titular de
impacto, “Clamoroso descubrimiento de los historiadores de Cambridge. César fue
asesinado verdaderamente en los Idus de marzo”.
Número Cero es una ficción pero el modo en que se trabaja en Domani no difiere demasiado del
acontecer diario en las redacciones de los diarios en Argentina y en el mundo,
sean estos conservadores o progresistas, pues se trata de una forma de entender
el oficio que atraviesa transversalmente las ideologías y las posiciones
políticas de los medios y hasta de los lectores. Al fin de cuentas, como diría
el Director: “La gente al principio no sabe qué tendencia tiene, luego nosotros
se lo decimos y entonces la gente se da cuenta de que la tiene”.
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