En los tiempos en los que dicen que la globalización
comunicacional ha construido un ágora virtual de igualdad en la que cualquiera
puede hablar y opinar y, por tanto, todo parece ser materia digna de ser hablada
y opinada, la ruptura, el quiebre profundo, la famosa grieta, es la de la
palabra. No es casual pues seguramente el tiempo recordará la presidencia de
Cristina Kirchner como aquella en la que se decidió encarar la disputa por la
palabra con el actor emblemático y representativo de las corporaciones
económicas: el grupo Clarín. De aquí que sea hasta natural que en 2015 la
disputa pueda disfrazarse y hasta alternativamente dé lugar a actores
corporativos nuevos, pero, en el fondo, sigue siendo la misma porque la palabra
es la condición de posibilidad de la política.
Cuando se decidió avanzar con la Ley de Medios, aun hoy
trabada por artilugios y complicidades entre empresarios y sectores de la
justicia, se dejó en claro que la posesión de una desproporcionada cantidad de
licencias tenía consecuencias evidentes para la libertad de expresión. Pero
desde aquel momento, el debate fue adoptando todo tipo de aristas hasta transformar el mapa político y cultural de la
Argentina. Tomando como eje, entonces, el tema de la palabra, preguntemos ¿qué
tienen en común los cacerolazos con la marcha de silencio del 18F? Tal
interrogación nos muestra que lo que tienen en común no es solamente que son
manifestaciones opositoras sino que, por sobre todas las cosas, son formas de renunciar
a la palabra. Una lo hace a través de un repetido sonido estridente y otra a
través de la ausencia de sonido. Ambas manifestaciones han decidido no hablar,
es decir, hacer una manifestación (que siempre es política) renunciando a lo
propio de la política. Hay, así, una ocupación del espacio público, del ámbito
de lo común, en nombre del rechazo de aquello que nos permite tejer ese
entramado común. No será, por cierto, ni la primera ni la última paradoja de
una sociedad como la nuestra.
Pero quiero volver a ese quiebre que se da en 2008, ese
quiebre que generó una intensidad única capaz de poner de manifiesto la siempre
existente división de la sociedad argentina. Ese “clímax” de lo político dejó
en evidencia que Laclau y Gramsci podían servir para entender algunas de las
cosas que estaban pasando y que el adversario político comprendía y actuaba con
eficacia sin quizás haber leído ni entendido a Laclau ni a Gramsci. Y allí
conocimos la cara más obscena del poder, que es la del poder acorralado. Se
trata del momento en que, de tan expuesto, el poder está vulnerable pero, a su
vez, juega sus armas más letales actuando en el nivel macro pero también
azuzando las violencias en el nivel micro, aquel que se presenta en cada
interacción pequeña de nuestra cotidianeidades. El formato “golpe” dejó lugar
al formato “desestabilización” y la batalla cultural se trasladó al fango en el
que las elecciones pretenden ser el paso tan necesario como intrascendente para
determinar los dueños de un poder que es meramente formal, y cualquier
institución no “política” (la prensa, la economía y la “justicia”) se
transformará en la encargada de legitimar gobiernos independientemente de una
voluntad popular que es vista simplemente como “electorado”.
Ese electorado, para ser funcional a su condición de
invitado esporádico de la puesta en escena de la selección de autoridades que
no deciden ni gobiernan, es un electorado constituido de manera tal que su
función es no hablar ni realizar la otra cara de la misma moneda del hablar, esto
es, el escuchar. Se trata de un electorado degradado (como lector de diario),
que cuando la fiscal dice que hasta ahora no habría pruebas de la existencia de
una tercera persona en la escena de la muerte de Nisman, se convence de lo
contrario cuando lee una nota de tapa de Clarín
que se pregunta si no es posible, entonces, que hubiera una “segunda persona”
(SIC). (Ver “Caso Nisman: un informe forense descartaría que haya sido un
suicidio”, Clarín, 16/2/15).
Usted se ríe, pero puede que otros hayan salido corriendo a
reclamarle al seguro de su auto que no solo le cubra contra “terceros” sino
también contra “segundas”. Estamos, entonces, frente al mismo electorado
degradado (tan degradado como lector de diario), que no se dio cuenta que aquel
mensaje de Twitter de la presidenta que se preguntaba si los chinos habían
venido por el “aloz y el petlóleo”, era una ironía no dirigida a los chinos
sino a aquellos que consideran que toda movilización pro gobierno la realiza
gente venal, sin escrúpulos y tan barata como para ser comprada por un choripán
y una coca.
Se trata de un elector/lector al que quieren confinar al
estadio evolutivo del operatorio concreto, esto es, un elector/lector que no
pueda salirse del aquí y del ahora, que crea que todo discurso se opone al
hacer y que sea incapaz de abstracciones, de pensar, de utilizar metáforas y de
hacer lecturas entrelíneas. ¿Con esto estoy diciendo que todo aquel que se
oponga a este gobierno sufre de tal degradación? No, y quien haga esa lectura
supurante de literalidad y vacía de matices no hará más que ubicarse
inmediatamente en aquel grupo que no nuclea a todo aquel que se opone al
gobierno pero es generoso en la recepción de nuevos adherentes, la mayoría, con
importante espacio en medios de comunicación.
Se trata del mismo sector que ingresa en el terreno de la
irritabilidad histérica y casquivana cuando de vez en cuando hay un mensaje por
cadena nacional. Pues no quiere escuchar ni siquiera las razones del gobierno
al que se opone. Entonces lo resuelve todo diciendo que palabra del gobierno es
igual a relato y que, por lo tanto, no vale la pena escucharla pues es
literatura y “nosotros queremos las cosas reales”.
Es el elector/lector que necesita que le aclaren si el que
habla es K pues no sea cosa que, en una distracción, un kirchnerista lo
convenza hasta poseerlo diabólicamente. Es el mismo que en una red social
interpela a quien piensa distinto a él y ante alguna respuesta acaba
inmediatamente en una referencia a Hitler o al fascismo cumpliendo con esa ley de
Godwin que indica que en la medida en que una discusión se estira crece
exponencialmente la posibilidad de una referencia al Führer que, esto lo agrego
yo, lleva inmediatamente a un final de la conversación. ¿Esto quiere decir que todo aquel que vota al
oficialismo es un ser reflexivo, dispuesto al diálogo y a poner la otra mejilla
siempre? No, pero lo aclaro pues ante semejante degradación de los
electores/lectores, todo hay que aclararlo.
El plan es, entonces, generar un 70% de electores que griten
y no escuchen, blindar ese porcentaje para garantizarse que el oficialismo, con
el candidato que sea, quede imposibilitado de arrebatarle la elección.
Cualquiera de ese 70% que ose tratar de dar razones, hacer una lectura
compleja, incluir un matiz, será atacado hasta el aturdimiento tanto como aquel
otro 30% que parece mantenerse fiel al oficialismo.
Alcanzado este clima, lo único que queda es la unidad de la
oposición, esto es, cómo encontrar cargos para que todos los opositores queden
satisfechos. La parte ideológica está resuelta. No hay diferencias en ese
sentido. Quién va a gobernar también es algo ya resuelto. Incluso el enemigo está
clarísimo y es el kirchnerismo. Lo que resta, entonces, es la disputa por los
egos y los lugares para todas las primeras líneas y las segundas y terceras que
acompañaron. Ese es el lugar que se le tiene asignado a una dirigencia política
opositora que ha renunciado a la política y luego se pregunta por qué tiene una
profunda incapacidad para movilizar al punto de tener que decir que va a
marchar pero sin bandería política. Es decir, tiene que renunciar a lo que es
para poder sumarse a una marcha que supuestamente representa un clamor popular.
Paradojas y otras tantas contradicciones que, como no podía ser de otro modo,
nos dejan sin palabras.
Espectacular análisis Dante!!!! Gracias!!!
ResponderEliminarbuenisimo, muy claro, una ezquisofrenia compleja padece nuestra sociedad.
ResponderEliminarTan "políticamente incorrecto" como claro. Mucha gente renuncia a la palabra porque primero le fue expropiado (o se dejó expropiar )el pensamiento. Como se puede actuar sin pensar, es posible actuar sin hablar. Muy bueno el análisis. Saludos Luis Diego
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