sábado, 30 de agosto de 2014

Posperiodistas (publicado el 27/8/14 en Veintitrés)

Ya sabemos que las redes sociales han modificado el modo en que se hace periodismo en la Argentina y en el mundo. Lo más visible en este escenario es que la línea entre el periodista profesional y el periodista amateur cada vez se desdibuja más. La razón es bastante atendible: hay quienes desde las redes actúan sistemáticamente y con idoneidad sin ser parte de ninguna megaestructura de medios y hay profesionales muy poco rigurosos en cuanto al manejo de las fuentes y al modo en que comunican.
Asimismo, los protagonistas ya no necesitan del periodista para comunicar pues lo pueden hacer solos a través de una red social en la que tienen miles o millones de seguidores. De este modo comunican lo que quieren, en el momento que quieren y cómo quieren. 
Así es que ante el cierto riesgo de perecer en manos de las innovaciones tecnológicas, los medios tradicionales tuvieron que adecuarse a los nuevos formatos, acelerarse y dinamizarse porque hoy el negocio está en la velocidad con la que circulan los signos. En el caso de los medios gráficos, la adecuación a los nuevos formatos permite una mayor llegada pero tiene como costo el sacrificar el tiempo de la reflexión, de las notas y de las investigaciones extensas que necesitaban un tiempo de concentración y lectura. Los diarios, más que algunas revistas, se diseñan para consumidores que cada vez desean leer menos para estar informados y a la misma lógica responden los consumidores de zócalos en TV y de los resúmenes informativos que las radios repiten cada media hora. En sociedades donde el analfabetismo está erradicado, los medios se dirigen cada vez más a “hipolectores”.
A su vez, el avance de una economización de la cantidad de palabras se complementa con el abuso del recorte fotográfico bajo la presunción de que las imágenes son incontrovertibles y no están sujetas a interpretación. Se trata de solucionarle las cosas al hipolector y de hacerle creer que la realidad está sintetizada en el espectáculo de esa imagen.
Por razones etarias, hoy en día conviven los periodistas más jóvenes criados en y con la web, con aquellos periodistas más clásicos que reivindican algunos de los aspectos positivos del oficio en la era analógica. Si bien muchos de los periodistas que peinan canas se han aggiornado y en algunos casos son activos usuarios de redes, es natural que las nuevas camadas desplacen en poco tiempo a aquellos. Será la era de los postperiodistas.
Pero a no confundirse, el postperiodismo no es simplemente un recambio generacional con algunos relicarios. No se trata simplemente de saber mandar un twitt o tener una página de Facebook. El postperiodismo trae consigo toda una cosmovisión que en buena parte replica los presupuestos del periodismo hegemónico tradicional pero los acomoda a los tiempos que corren. 
Y dado que los principios de este postperiodismo ya se están instalando en la opinión pública quisiera problematizar algunos.       
Entre ellos, quizás uno de los más preocupantes, es el que considera que lo que sucede en las redes es representativo de la realidad. Es decir, se supone que la opinión de los usuarios a través de ese medio es un termómetro social, un ágora permanente que gracias a la virtualidad habría resuelto el problema físico de reunir a todos los ciudadanos en una asamblea constante. Nada se dice de quiénes son los que pueden ingresar a esas redes, qué edades, qué perfiles, qué clases sociales, cuántos son verdaderamente activos, qué se consume y cómo se accede. De este modo, los postperiodistas reemplazaron el ejercicio de elevar a norma general la particularidad de un “en la calle dicen que” por el “las redes dicen que”.
Más allá de que siempre se sospechó de los hábitos callejeros de los que reciben tantos mensajes de “la gente en la calle”, que sean las redes sociales las representativas de la opinión pública les hace creer a estos periodistas que se puede conocer lo que sucede en el mundo desde el living de la casa y a través de su computadora. No estoy diciendo que solo la experiencia mano a mano sea insumo para el conocimiento. No, no lo creo. Si lo creyese no me dedicaría a la filosofía pues de ella aprendí que se puede conocer sin experimentar. Lo que estoy diciendo, simplemente, es que la realidad, aquello de lo cual se ocupa el periodista, no puede conocerse a través de la computadora.          
Pero, claro está, estos postperiodistas son, también, claro síntoma de un tipo de sociedad para la cual el espacio público es hostil y es pensando como aquel ámbito donde estamos expuestos a la inseguridad; sociedad que teme el contacto con el otro y extrema la profilaxis cada vez que lo hace pues el otro es siempre un peligro en potencia al que siempre es mejor mantenerlo físicamente lejos. Es exactamente la misma sociedad que paralelamente a que se aferra a la seguridad de su propiedad privada y mientras achica el ámbito de las relaciones interpersonales cara a cara, multiplica amistades virtuales que, a su vez, reproducen en las redes la agenda que los medios tradicionales han establecido desde la mañana temprano gracias a la tapa de los diarios. Y allí se cierra el círculo: el periodista que cree que encuentra la realidad en una red no hace más que reproducir la agenda de los medios tradicionales que la red amplifica. Lo mismo que sucedió siempre, claro está, pero con un agravante: el periodista y los usuarios se creen parte de la comunidad de la información porque interactúan, suben un video, le mandan un mensaje directo a su ídolo y opinan en cuanto foro exista. Reciben aprobaciones y desaprobaciones mientras los medios tradicionales lo invitan a hacer “periodismo ciudadano”, es decir, acercarle al medio datos o imágenes sin que éste deba enviar móviles o corresponsales. Todo, claro está, de manera gratuita y con una enorme curiosidad: antes la audiencia se consideraba pasiva ante la imposición de agenda. Ahora le siguen imponiendo la agenda pero, insólitamente, se cree que disputa el espacio, es libre y tiene espíritu crítico. Mientras tanto, los argentinos más seguidos en Twitter son actores, actrices, vedettes, cantantes y jugadores de fútbol. Es decir, hombres y mujeres que constantemente aparecen en medios tradicionales. Asimismo, lo más nombrado del momento suele ser lo que está pasando en la tele o una noticia que ha ganado los principales espacios en las ediciones on line de los diarios.        

Así es el mundo del postperiodismo: rápido, cómodo y fácilmente inteligible. Sin embargo, si usted llegó hasta el final de la nota quiere decir que ha podido concentrarse y leer dos carillas. Quizás no todo esté perdido todavía. 

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