“Tú, rey, no
serás más rey, porque no podrás mirar, como no pudo mirar el Catoblepas” reza
una irregular e incompleta sentencia anónima escrita en la pared sagrada donde
sólo se le permitía escribir al rey. Se trata de la pared de la que habría sido
la primera unidad administrativa en territorio etíope en épocas remotas y, por
las características del mensaje, los arqueólogos entienden que debe haber sido
una suerte de paleo-graffiti desafiante efectuado en el marco de una revuelta contra
alguno de los sucesores de Menelik I. Complementando las leyendas populares con
la información del Kebra Nagast, el Libro de la Gloria de los Reyes de Etiopía,
se pudo reconstruir que el Catoblepas tenía una cabeza desproporcionadamente
pesada para el tamaño de su cuerpo, característica que llevaba a la criatura a
no poder levantar la mirada del piso. De aspecto semejante al ñu y al búfalo, se
afirma que la imposibilidad de levantar la cabeza fue la consecuencia de una
maldición impuesta por los dioses. La razón sería simple: los catoblepas, aprovechando
el gran poder de su mirada, habían convencido a las deidades para que delegaran
en ellos la representación en los asuntos concernientes a la organización
social en la tierra. Persuadidos por esas penetrantes miradas, los dioses
aceptaron pero pronto se vieron defraudados ya que los catoblepas se
autonomizaron y constituyeron sistemas de gobierno funcionales a sus propios
intereses. La ira de los dioses no se hizo esperar ya que se vieron engañados y,
frente a la promesa incumplida, le quitaron fortaleza al cuerpo del Catoblepas
de manera tal que éstos no tuvieran fuerza para alzar la cabeza. El objetivo de
tal acción era evidente: los Catoblepas no podrían mirar a los ojos a nadie y,
por lo tanto, les resultaría imposible ejercer la política, actividad que, ya
desde la antigüedad, ha demostrado no ser otra cosa más que un arte de la
persuasión.
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