El intendente
de Tigre y candidato opositor Sergio Massa firmó ante escribano público, como
líder del Frente Renovador, que ninguno de los diputados de su lista votará a
favor de la reforma constitucional. Más específicamente, el ex Jefe de Gabinete
indicó que todos sus candidatos asumen el compromiso de renunciar
inmediatamente a su banca en caso de avalar una reforma o la reelección, y que
tal renuncia será entregada a “instituciones públicas, como el Cippec y la
Asociación de Derechos Civiles”.
Más allá de
entender esta acción como parte de la campaña electoral y aclarando, por si
alguien todavía no se ha dado cuenta, que tal compromiso no tiene ninguna
fuerza legal vinculante, lo que me propongo en estas líneas es analizar este
hecho desde el punto de vista simbólico, punto de vista que, en este caso, se
revela casi como un síntoma.
Alguien podría
decir que Massa realiza estas declaraciones públicas con el fin de mostrarse
distinto al oficialismo. Y sin duda tiene razón más allá de que es clara la
necesidad que tiene Massa de ir surfeando ambiguamente los embates que lo
llaman a comprometerse de un lado y del otro, y que aumentarán en la medida en
que el kirchnerismo entienda que le sigue traccionando votos propios, y la
oposición de los De Narváez y las Stolbizer se vea cada vez más atrás en las
encuestas. Incluso, permítaseme una leve digresión, hasta el Grupo Clarín
pareció exigirle a Massa que se defina cuando en los primeros minutos del
programa de Jorge Lanata de este último domingo apareció una imitación del
candidato en la que se lo representaba como un hombre de dos cabezas que
afirmaban una cosa y su contrario al mismo tiempo. Si bien la toma de posición
clara va en contra de una estrategia electoral que hasta ahora le ha resultado
exitosa a Massa, las principales líneas editoriales de los formadores de
opinión pareciera que no van a tolerar que alguien gane la provincia de Buenos
Aires sin asumir públicamente un rechazo visceral a todo lo que huela a
kirchnerismo.
Pero yo
quisiera hacer otro tipo de lectura para posarme en la figura del escribano y
en las instituciones públicas que funcionarían como garantes del compromiso.
Porque es allí donde me parece que hay que hurgar independientemente del
contenido de lo que se comprometa. Lo diré menos elípticamente: ¿por qué un
dirigente político necesita acudir a un escribano para validar su palabra? En
este caso, no hay respuesta que no defina una cosmovisión porque, sin duda, lo
que está de fondo es el asumir que la palabra del dirigente político no tiene
valor. En esta línea, la palabra política necesita una legitimidad externa, la
del escribano, para hacerse creíble y, expresado así, el mensaje hacia la
sociedad no parece el más adecuado después de una década en la que en una buena
parte de la población se ha recuperado el valor de la política. Esto hace que
el mensaje al electorado sea algo así como “nosotros, los políticos, no somos
confiables. Nuestra voluntad es débil y corrupta. Por suerte, están los
escribanos”.
Pero por si
esto no alcanzase, Massa se sube a otro latiguillo de la antipolítica que es el
de asumir la virtud intrínseca de las organizaciones de la sociedad civil en el
formato ONG. Esto más allá de la particular historia que las organizaciones
mencionadas, Cippec y Asociación por los Derechos civiles, poseen. En cuanto a
la primera, su marcada línea neoliberal se puede comprender a partir de la
trayectoria de algunos de sus fundadores: Miguel Braun (asesor económico de
Macri y Director de la Usina de Ideas del PRO denominada Fundación Pensar),
Sonia Cavallo (hija del ex ministro de Economía y promotora de las políticas de
su padre), Nicolás Ducoté (asesor de De Narváez, luego cooptado por el
macrismo, y ahora de regreso al denarvaísmo-moyanista en Pilar), entre otros
egresados de Harvard y Chicago, y docentes de universidades no muy nacionales y
populares como las de San Andrés. En el caso de la Asociación por los Derechos
civiles que Massa, por error, denominó “Asociación de los derechos civiles”, se
trata de una organización que hace algunas semanas se atrevió a la “patriada”
de apoyar el pedido a la justicia de una periodista del grupo de Jorge Lanata
en relación a cuánto le cuesta al Estado el programa “678” y cuánto cobran sus
panelistas. Su actual presidente, un neutral, independiente y objetivo
representante de la sociedad civil como Braun, Cavallo o Decoté, es José Miguel
Onaindia, Director del Incaa durante la
Alianza y quinto en la lista de diputados de la Coalición Cívica que en 2011
llevó a Patricia Bullrich y a Fernando Iglesias como principales figuras.
Mencionar estos nombres y estas trayectorias no implica ninguna descalificación
a priori, simplemente, intenta mostrar que las ONG, las Fundaciones y las
Asociaciones muchas veces son la fachada con la que se revisten ciudadanos con
intereses e ideologías. No se trata, entonces, de cometer una falacia ad hominem desacreditando lo que se dice
por la trayectoria de quien lo dice; de lo que se trata, más bien, es de
denunciar la falacia de autoridad que estos hombres y mujeres realizan cuando
buscan dar credibilidad a lo que dicen legitimados en la buena prensa del sello
presuntamente apolítico de “representantes de la sociedad civil”.
Volviendo a la
decisión de Massa y su escribanización de la política, desde sus orígenes, la
democracia estuvo vinculada a la palabra y a la persuasión que el político
podía tener sobre el auditorio. El compromiso asumido por la palabra del
político se establecía en relación directa con el ciudadano y no hacía falta
ninguna otra instancia de legitimidad porque ésta estaba dada por la Asamblea
que tomaba las decisiones. Buscar avales por fuera de la asamblea podría
pensarse como la visión posmo-republicana de los consejos de sabios cuya legitimidad
estaba dada por su relación directa con la divinidad. Claro que, muerta o
jubilada aquella divinidad, desde Nietzsche hasta la fecha, la legitimidad de
esos estamentos exteriores a la asamblea ciudadana la dan las corporaciones
mediáticas y judiciales.
Para
finalizar, entiéndase que aquí no hay ninguna cruzada contra los escribanos y
su función, la cual, con diversas denominaciones, ha sido de relevancia en toda
la cultura occidental. Lo que se busca destacar es que escribanizar y oenegizar
la política va en contra de esa trabajosa batalla contra aquel sentido común
que siente una desconfianza intrínseca hacia los políticos y las instituciones
políticas al tiempo que reviste de virtud aquellas otras formas de organización
que tienen pretensiones políticas pero las enmascaran.
Dicho esto, nadie
le pide a Massa que acabe alineándose al modelo oficialista si no lo desea. Lo
que sí sería deseable es que tanto él como cualquiera que intente reemplazar al
kirchnerismo lo haga respetando la esencia de la política, esto es, una
legitimidad que no necesita avales ni la aprobación de presuntas autoridades externas
cuyo rol no ha sido refrendado por la ciudadanía a través de una elección
popular. Que triunfe la escribanización confirmaría una vez más que, paradójicamente,
los candidatos enmarcados en la línea de los políticos new age ravishankarianos
que miran hacia adelante, buscan devolvernos a la lógica de un sentido común
forjado en el pasado, más precisamente, en los pasados años 90.
Queda claro que masa juntos con todos sus aliados responden a las corporaciones que han llevado a la argentina a la pobreza.
ResponderEliminar¡¡¡guera buitre!!!