En tiempos de “guerrillas
semióticas” cada palabra cobra una relevancia inusitada, máxime cuando ésta es
vertida públicamente a través de los medios de comunicación o, ahora también,
en esa zona gris entre lo público y lo
privado que se conoce como redes sociales. Asimismo, como si con esto no
alcanzase, todo aquel que dispone de micrófonos para poder expresarse sabe
también que debe construir frases que sea imposible descontextualizar, de lo
cual se sigue que, probablemente, el único arte que ha dado el siglo XXI hasta
ahora sea el arte de saber declarar. Si a esta dificultad le agregamos lo que
sucede con la palabra de una presidenta que además de poseer una habilidad
retórica que se encuentra muy por encima de la media de los políticos, es capaz
de marcar agenda y abrir debates conceptuales, se tomará la real medida de lo
que puede generar una definición tan fuerte y a su vez no libre de ambigüedades
como “la patria es el otro”.
Para los que
no lo recuerdan, fue en el discurso por los festejos de la revolución de mayo
que CFK hizo un fuerte hincapié en aquella frase que ya se había transformado en
una bandera de la militancia especialmente en el marco de la ayuda por las
inundaciones en La Plata. Claro que el debate podría acabarse inmediatamente si
consideramos que esta frase como tantas otras es puro slogan vacío, pero como
el estilo de esta columna es la indagación y el intento de agregar algo de
complejidad a los asuntos de todos los días, me permitiré desconfiar de
aquellos que consideran que todo debate actual puede reducirse a una disputa
entre publicistas.
¿Qué
significa, entonces, “la patria es el otro”? ¿Es simplemente el llamado a ser
solidarios, a cambiar la naturaleza egoísta del argentino medio? Podría ser
pero puede que signifique algo más que eso. En esta línea, sin plantear de
manera delirante algo así como una “filosofía kirchnerista”, alguna pista del
sentido que puede dársele a esa frase se puede encontrar rastreando los
discursos tanto de CFK como de Kirchner pues allí se pueden encontrar elementos
propios de una determinada cosmovisión. Y dado que este manera de ver el mundo
no puede manifestarse como completamente ajena al peronismo no es descabellado
repasar los principios filosóficos de los que se nutre la doctrina peronista y
que fueron expuestos por Perón en el año 49 en aquel recordado Primer Congreso
de Filosofía realizado en Mendoza y que contó con la adhesión de personalidades
de la disciplina como Martin Heidegger, Karl Jaspers, Benedetto Croce y Julián
Marías entre otros.
Aquel discurso
de Perón buscó fundamentar la tercera posición, esto es, una alternativa al
mundo bipolar del capitalismo y el comunismo. ¿Por qué no adscribirse a alguno
de estos modelos? Porque cada uno tenía un déficit. Así, según Perón, el
capitalismo era un sistema basado en el individualismo egoísta y en una
concepción de la libertad completamente ajena al vínculo comunitario. Desde
este punto de vista, la sociedad es el resultado de un pacto realizado por
sujetos racionales y su consecuencia natural no es una comunidad más importante
que la suma de las partes sino una mera adición de los intereses de cada uno de
los átomos pactantes.
El extremo
individualismo era, según Perón, heredero de la distorsión materialista que
produjo la modernidad al cristianismo. Dicho de otro modo, el cristianismo
había irrumpido con un fuerte énfasis en los valores individuales pero desde un
punto de vista espiritual que, con el surgimiento del capitalismo, trocó en
individualismo materialista. En la misma línea, el comunismo sería, para Perón,
hijo de las derivaciones distorsionadas que Marx hiciera de Hegel. Para
comprender esto se debe tener en cuenta que Hegel retomó cierta tradición
clásica de una comunidad que está por encima de las partes para afirmar que su
realización plena y superadora se daría en el Estado prusiano de las primeras
décadas del siglo XIX. Pero, según el fundador del justicialismo, el marxismo
llevó, a este Estado transformado en una suerte de encarnación de Dios, al
extremo de una suerte de gran comunidad mecanizada en la que la individualidad
quedaba completamente disuelta.
La propuesta
de Perón, entonces, a diferencia de los que rápidamente la incluyen en la línea
de los Estados totalitarios, era una Comunidad Organizada en la que el “yo” se
transforme en un “nosotros” que no borre la individualidad y que pueda
equilibrar el deseo material con los valores espirituales. Con todo, expuesto
así, resuenan todo el tiempo algunas afirmaciones hegelianas pues finalmente el
Estado hegeliano es el resultado de un proceso dialéctico en el cual quedan
incluidos los momentos del colectivismo sin individualidad de la antigüedad y
el individualismo sin comunidad de la modernidad. Estas resonancias pueden
funcionar de vasos comunicantes para el discurso que CFK brindara, justamente,
en ocasión de la realización del Segundo Congreso Extraordinario de Filosofía
realizado en San Juan en 2007. Allí, en una frase que generó comentarios
varios, la, en ese momento, candidata a presidente, afirmó “soy absolutamente
hegeliana”. Para poder comprender a qué quiso referir basta completar la frase:
“Soy absolutamente hegeliana: la filosofía es hija de su época, la filosofía es
la época articulada en pensamiento”. El hegelianismo que resalta CFK no es,
entonces, el del Estado prusiano, sino el que surge de una lectura hegeliana
desde la izquierda y resalta como principal virtud del autor de La Fenomenología del Espíritu, el haber
incluido en la reflexión filosófica la dimensión temporal aborrecida al menos desde Platón. La
importancia del contexto histórico y la mirada situacionista es la que le permite a CFK en ese mismo
discurso plantear que a diferencia de lo que sucedía en el 49 ya no nos
enfrentamos a un mundo bipolar pues los dos grandes bloques han sufrido su
golpe de gracia: la caída del Muro de Berlín y el atentado a las Torres
Gemelas. Desaparecida la Unión Soviética, asistimos hoy, entonces, a los
estertores del optimismo de Fukuyama quien, haciendo hegelianismo conservador,
auguraba el triunfo del capitalismo y las democracias liberales, de lo cual se
seguía, claro está, el “fin de la historia”. Frente a este punto de vista, CFK
interpretaba que el mundo que viene es un mundo multipolar estructurado a
partir de bloques regionales que no necesariamente van a generar un choque de
civilizaciones. Quizás desde esta cosmovisión y desde este hegelianismo de
izquierda es que pueda interpretarse mejor la afirmación “la patria es el otro”
pues, justamente, una de las elaboraciones centrales de Hegel es aquella
conocida como la “Dialéctica del Amo y el Esclavo”. Tal dialéctica explica el
modo en que se constituye una identidad y viene a polemizar con la mirada del
paradigma liberal pues, para Hegel, la identidad se constituye a partir de la relación
con el otro, o, más psicoanalíticamente hablando, a partir de la mirada del
otro: el esclavo necesita la protección del amo y el amo necesita el
reconocimiento del esclavo. Esta perspectiva se enfrenta, como decíamos
anteriormente, con la mirada liberal que supone que lo que nos caracteriza como
humanos es previo a cualquier interacción con la comunidad.
Lejos de
considerar al kirchnerismo como “hegeliano” lo que se buscó en estas líneas es
una lectura en clave hegeliana de algunos principios fundacionales del
peronismo y del kirchnerismo. Las diferencias entre peronismo y hegelianismo
fueron expuestas por el mismo Perón y, en el caso de CFK, está claro que su
hegelianismo se circunscribe al rescate de la mirada contextualista que en
Hegel tiene bastante de herencia romántica. Pues, sin ir más lejos, en aquel discurso
de 2007, CFK acordaba con cierta visión posmoderna que viene a sentenciar el
fin de los grandes relatos, esto es, el fin de aquellas cosmovisiones con
pretensiones totalizantes y con validez universal como la de Hegel e incluso
como la de Perón que, en palabras de la propia presidenta, “era, pese a que fue
titulada como modelo argentino, una categoría de interpretación y de
decodificación de carácter absoluto y universal”.
Para concluir, entonces, afirmar “la patria es
el otro”, no sólo sería un pedido de solidaridad para con el prójimo sino un
llamado a advertir que sólo en el vínculo comunitario y gracias a la mirada del
otro es posible constituir una identidad y un proyecto colectivo pero también individual.
Esto que puede interpretarse como una mera declamación o una exigencia altruista
circunscripta a la militancia creo que puede verse como algo más que eso pues
es un principio válido también para aquellos sectores de la sociedad que no
comulgan con este ideario pero que aun desde una visión profundamente egoísta
deben aceptar que su plan de vida individual no podrá ser independiente del
destino de la comunidad a la que pertenecen.
Excelente trabajo. Es entendible aun para quienes no tenemos bases filosóficas importantes. Gracias!
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