viernes, 14 de junio de 2013

El control y el cono del silencio (publicado el 13/6/13 en Veintitrés)

“No se puede tener 100% de privacidad y 100% de seguridad” aseguró el presidente de los Estados Unidos Barack Obama y, en ese mismo instante, los que consideraron que el asunto de los derechos transita por los senderos de los absolutos como un embarazo o la muerte, quedaron impávidos con la boca semiabierta. Tal afirmación, por cierto, cruda, pero profundamente verdadera, fue realizada en el marco de un nuevo escándalo por espionaje que sacude a los Estados Unidos tras el inolvidable Wikileaks. Se trata de la denuncia realizada por un arrepentido ex empleado de la CIA quien declaró a los diarios Washington Post y The Guardian que existe un programa secreto (PRISM), implementado por el gobierno, que permite al FBI y a la Agencia Nacional de Seguridad obtener información privada de todo aquel que alguna vez ingresó a Internet. Tal programa actúa a través de los servidores más importantes como Google, Yahoo, Facebook, Youtube y Skype quienes salieron a desmentir complicidad alguna con el proyecto gubernamental. Asimismo, en la denuncia aparecen implicadas compañías como Microsoft y Apple quienes también, por supuesto, han intentado despegarse del escándalo.
Tras la denuncia, el Director de Seguridad Nacional James Clapper reconoció que el programa está vigente desde el 2007 y que fue aprobado por el Congreso. Asimismo aseguró que no se aplica a ciudadanos estadounidenses ni a residentes de lo cual se sigue que la Cuarta Enmienda (la que protege la privacidad) parece el único producto que el gobierno de Estados Unidos ha decidido no exportar al transformar a todo extranjero que habite allende las fronteras del país del norte en un potencial enemigo que, en tanto tal, merece ser espiado. Pues gracias a este programa, los servicios de inteligencia de los Estados Unidos pueden ingresar a e-mails, fotos, videos y conversaciones que cualquier usuario del mundo considere de carácter privado.
El temerario que hizo la denuncia se llama Eduard Snowden, tiene 29 años, y justificó su accionar aduciendo que, pese a las consecuencias que le sobrevendrán, brindó la información atormentado por el cargo de conciencia que le conllevaría ser cómplice de un sistema que violaba un derecho fundamental de las democracias modernas y que ha sido uno de los pilares del paradigma liberal que los Estados Unidos siempre afirmaron representar. Por supuesto que el arrepentido tiene cargo de conciencia pero no es tonto, y dio a conocer su identidad tras salir de Estados Unidos y pedir asilo en Hong Kong, jurisdicción perteneciente a China, país que, junto a Cuba, viene siendo objeto de denuncias constantes, de parte del Occidente capitalista, por presuntas restricciones a los derechos y libertades básicas. Snowden afirmó en un reportaje brindado a The guardian que “No quiero vivir en un mundo en el que se graba todo lo que digo y lo que hago” e indicó que en Hong Kong existe más libertad de expresión que en Estados Unidos.          
Si bien podría afirmarse que este hecho no hace más que confirmar el camino trazado por George W. Bush en 2001 cuando, ante la tensión muchas veces existente entre privacidad (uno de los aspectos de la libertad) y seguridad nacional se tomó partido por la segunda, resulta necesario hacer notar que se está frente a un esquema mucho más complejo que trasciende la voluntad de un país o un par de administraciones.
 Y el que mejor puede explicarlo sigue siendo, me parece, el filósofo Gilles Deleuze, a partir de ese pequeño artículo publicado en 1990 que lleva como título “Post Scriptum sobre las sociedades de control”.  
Deleuze, ante todo, un gran creador de conceptos y categorías, afirma que estamos frente a un nuevo tipo de sociedad que él llamará “de control”. Las sociedades de control vienen a reemplazar paulatinamente a un tipo de sociedad cuya lógica comenzó a imponerse desde el siglo XVIII y que otro filósofo francés, Michel Foucault, denominó “sociedades disciplinarias”. “Disciplina” y “control” son términos que parecen, al menos, emparentados y en este contexto tienen en común su objeto: los cuerpos. Lo que se busca en los últimos siglos es, entonces, disciplinar y controlar cuerpos pero los modos y las consecuencias son bastante distintos. Para disciplinar cuerpos se necesitan instituciones disciplinarias. El emblema de este tipo de instituciones es el, siempre estudiado en los ciclos universitarios iniciales, modelo panóptico de Bentham, esa arquitectura que permite ver sin ser visto y que, en tanto tal, genera una internalización y autoproducción de la disciplina independientemente de la existencia concreta de un vigilador. Pero para Foucault no sólo la cárcel disciplina. También lo hacen otras instituciones, incluso algunas cuya finalidad parece ser bastante distinta. Entonces la casa disciplina y la escuela, el ejército, la fábrica y el hospital también. Como se puede observar en este listado, a cada etapa de la vida de un ciudadano común le corresponde una institución disciplinaria: de chico la casa; luego la escuela; a los 18 años el ejército y/o la fábrica; y si la voluntad del sujeto no se adecua del todo, o la enfermedad interrumpe la continuidad del disciplinamiento, el destino será la cárcel o el hospital respectivamente. Pero si se observa bien, la particularidad de estas instituciones es un encierro que actúa en un determinado tiempo y espacio: se va a la escuela que queda en un  espacio físico y se cumple un horario de clase; lo mismo sucede con la fábrica. Esto genera ordenamiento y la posibilidad de economizar recursos concentrando a los sujetos en un lugar y en un momento. ¿Pero acaso no es esta descripción representativa de la situación actual? No, o si se quiere, sólo lo es en parte pues hoy en día, para controlar, no hacen falta las instituciones de encierro en su modalidad tradicional. Si tomamos como ejemplo el trabajo, hoy no es necesario asistir a una fábrica para producir. De hecho resulta mucho mejor para el empleador que cada empleado trabaje desde su casa sin contacto alguno con compañeros lo cual, sin duda, disminuye el sentido de pertenencia y la capacidad de agremiación; lo mismo sucede en la escuela pues ya no hace falta asistir a clase para aprender: se puede estudiar a distancia y a través de programas de autogestión insertados en una notebook. En la misma línea, la medicalización de la sociedad excede largamente los muros de los hospitales y es uno mismo, gracias a los laboratorios y a la ignorancia y complicidad de muchos médicos, quien lleva adelante el vínculo inescindible con el fármaco. Por último, respecto de la cárcel, se puede decir que el encierro sigue siendo un elemento distintivo pero existen mecanismos de externalización y control a través de, por ejemplo, pulseras que son monitoreadas desde una sede central.  
La denuncia de Edward Snowden promete seguir sacudiendo la opinión pública al menos algunas semanas más y el resultado del escándalo es incierto. En cuanto a los ciudadanos de a pie no parece existir ni conciencia ni deseo de alterar un proceso que tiene mucho que ver con la propia dinámica de transformación de un capitalismo que desde hace 40 años ha adoptado un carácter eminentemente financiero. Quedará, para nosotros, entonces, seguir viendo programas de TV donde, sin preguntarnos cuánta privacidad estamos dispuestos a ceder, las cámaras se muestren como prótesis necesarias para brindarnos seguridad, y continuar pensando que Control es el nombre de la oficina de un Super Agente 86 al que simplemente, y en este caso, le ha fallado el cono del silencio. 
              
            









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