Mientras la
brutal represión de la policía metropolitana en el Hospital Borda todavía
anonada por su desmesura, surgen algunas preguntas: ¿se trató, acaso, de una
autonomización de la policía creada por el macrismo, una demostración más de
cómo, al igual que sucede con otras
policías en la Argentina y en el resto de Latinoamérica, el poder
represivo estatal ocupa el espacio con una lógica propia reñida con las democracias
republicanas? Difícil que éste sea el caso, en primer lugar, por la actitud que
ha tomado el macrismo frente al hecho y que se ha dejado ver en las
declaraciones que realizaran el ministro Guillermo Montenegro, la vicejefa
María Eugenia Vidal y el propio Mauricio Macri quienes hicieron una defensa
cerrada del accionar de la policía. Por otra parte, una policía de reciente
creación difícilmente pueda tener la vida propia que otras policías han logrado
tras décadas de existencia, más allá de que buena parte de los altos mandos de
la metropolitana estén cubiertos por la “mano de obra desocupada” que había
sido desplazada tanto de la Bonaerense como de la Federal. Vinculado a esto:
¿se trató entonces de la consecuencia natural de una policía con una genética
represiva? Si se juzgan los hechos recientes sumado al modo en que el macrismo
ha encarado la política de seguridad en el espacio público (aspecto que
incluye, incluso, formas semi-paraestatales ahora disueltas como la UCEP) y al
repaso de los antecedentes de los jefes de policía de la metropolitana, podría
decirse que no hace falta un análisis de ADN para conocer el origen de la
criatura. Sin embargo, tal explicación resulta, en este caso, insuficiente,
pues creo que hay que ubicar este episodio en el contexto de la inminente
contienda electoral. ¿Pero qué tiene que ver el Borda con las elecciones?
Directamente nada pero parece haber sido el escenario para un accionar capaz de
convertirse en un hecho simbólico que intenta mostrar un perfil de gobierno de
cara a la sociedad. En este sentido, no hay que encarar el asunto en función de
las disputas en torno a un presunto negocio inmobiliario que, por supuesto,
existe, pero que podría ser justificado; o entrar en un debate acerca de los
pro y los contra de la desmanicomialización. Todos estos elementos están y
deben estar presentes pero la violencia desplegada por la Metropolitana puede
comprenderse desde otro nivel de análisis algo más complejo e incómodo. Porque
uno de los grandes errores que cometemos los progresistas es suponer que una
represión que incluye decenas de heridos con golpes e impactos de balas de
goma, será unánimemente rechazada. Tal error surge de no tomar en cuenta que donde
uno ve pacientes, médicos y periodistas, otros ven infiltrados, vagos y
militantes kirchneristas munidos de micrófonos y cámaras de foto. Es a este
último grupo al que van dirigidos los titulares que no mencionan la palabra
“represión”, (que todavía tiene mala prensa), y describen el hecho como
“incidentes”, “enfrentamientos” o “interna política”. Porque los “incidentes” no
tienen origen y justifican cualquier accionar represivo, los “enfrentamientos”
equiparan a quienes causan el desorden con los encargados de reprimirlo, y la “interna
política” tiñe cualquier protesta de una intencionalidad non sancta. En este escenario, el macrismo reconoce cuál es su
núcleo duro de votantes y envía un mensaje de orden en medio de tanta supuesta
inestabilidad. Porque hay una importante cantidad de la población que, ante
todo, prefiere el orden y la regularidad aun cuando estos elementos traigan
consigo el sostenimiento de un statu quo
de exclusión y de represión brutal; les importa sentir que mañana sucederá lo
mismo que hoy aun cuando eso mismo no sea el mejor de los mundos posibles. Y no
se trata sólo de los sectores acomodados que, naturalmente, desearían que nada
se modifique sino también de sectores medios y bajos, ni buenos ni malos,
simplemente, hegemonizados. Con todo, a favor de ellos, cabe decir que la
intensidad que le imprime el kirchnerismo a la política es inédita y que la
energía con que el gobierno avanza y abre frentes es sólo equiparable a la
energía que invierten en su autodefensa aquellas corporaciones que se sienten
amenazadas ante el avance del gobierno. Para muchos, esta intensidad y estos
avances dejan abierta la posibilidad de repensar y modificar una realidad
plagada de injusticias pero para otros es una carga demasiado grande y
prefieren que los diarios y los noticieros hablen de Riquelme pues de otro modo
son presa de un clima de sofocación que ve en cada avance gubernamental,
(bueno, malo, radicalizado o moderado), el día previo al apocalipsis. Porque,
como ya estamos acostumbrados, los intentos de transformar un orden de cosas
son mostrados, por los dueños de ese orden, como un desorden, una desnaturalización,
una anomalía amenazante de una armonía que nunca fue tal pero que se erige como
uno de los principales mitos fundantes de Occidente; un tiempo en el que
vivimos felices, fuimos hermosos y libres de verdad o, para no ser tan
exagerados, no éramos tan felices, no ganábamos los concursos de belleza, nos
tenían “cortitos” en el laburo, pero no había piquetes y ahorrábamos 100
dólares por mes. Se trata de un espacio ideológico complejo que el macrismo
interpreta bien y que en la Ciudad de Buenos Aires tiene un peso preponderante
más allá de diversas oscilaciones marcadas por los contextos políticos y los
candidatos. Ese sector quiere orden y Macri necesita posicionarse en ese lugar
esperando que el sentido común ciudadano de todo el país abandone sus pruritos
de centro y centro izquierda, y siga el camino de las últimas dos elecciones
capitalinas. Por esto es que, retomando lo dicho al principio, el accionar de
la policía metropolitana no sólo tiene que pensarse como parte de una decisión
política sino que debe observarse como una decisión de política electoral, un
acto de campaña, como puede ser la inauguración de una obra de infraestructura.
Se trata, entonces, de una propuesta de gobierno que es bien recibida por parte
de la población, lo cual plantea serios problemas a aquellos que consideramos
que los caminos que debería transitar la ciudad tienen que ser otros. Pero hay
que conocer los bueyes con los que aramos lo cual, desde ya, no significa cesar
en la disputa cultural ni considerar que la capital es un espacio inexpugnable
para proyectos progresistas. Hará falta mucha imaginación y una enorme
prepotencia de trabajo para poder enfrentar con chances una elección en la que
puede darse que el partido que practique o proponga más palos y balas sea el que
reciba más votos. Y si fuese la propuesta PRO la que volviese a triunfar habría
que hacer una paráfrasis de Raúl Alfonsín para afirmar que si la sociedad se
hubiese derechizado, lo que debe hacerse, en todo caso, es prepararse para
perder elecciones pero nunca volverse conservador.
Buscando por el libro de Borges me trajo al blog. Interesante.
ResponderEliminarSaludos Dante!
Juan Villanueva (Alumno actual de Unsam)