La cuestión de
lo que la oposición denomina “relato nacional y popular” se ha convertido en un
tópico central que salpica todo acercamiento a temas de la actualidad política
argentina y en boca de los comunicadores antikirchneristas es el mantra que
busca teñir de irrealidad o de mera construcción propagandística los logros
indudables de una gestión que está próxima a cumplir 10 años. Hablar de relato en
términos peyorativos es funcional a la acusación de un intento gubernamental de
controlar los medios de comunicación pero, por sobre todo, ha sido la respuesta
natural a esa corriente de pensamiento que desde los sectores de la izquierda
nacional comenzaron a reflexionar acerca del significado del kirchnerismo
especialmente en el contexto de la disputa con las patronales del campo y la
discusión alrededor de la ley de medios. Así, mientras de un lado se hablaba de
una política contenciosa que debía dar una batalla cultural, del otro lado, sin
demasiadas luces ni novedades, se intentó empardar al kirchnerismo con las
diversas formas autoritarias que a lo largo del siglo XX se desarrollaron
especialmente en Europa.
Frente a la
acusación de construir un relato, en el sentido de mera ficción, hay dos
opciones: o bien negarse a aceptar la acusación amparándose en hechos
supuestamente incontrovertibles, o bien redoblar la apuesta y afirmar que el
kirchnerismo es un relato pero que toda visión política, social y cultural
posee el propio. Si bien los dos tipos de respuestas se solapan, las
discusiones más interesantes se han dado respecto de la segunda opción, porque
afirmar que toda perspectiva supone un relato implica aceptar una serie de
principios incómodos para cierto sentido común demasiado imbuido de una separación
tajante entre lo verdadero y lo falso, y lo real y lo ficcional.
Si bien la
acusación de utilizar un relato parece tener pretensiones totalizantes y
referirse a todo aquello que el kirchnerismo toque, como una suerte de Rey
Midas inverso, el hecho de que se haga tanto hincapié en lo nacional y popular
nos lleva a preguntarnos por los modos en que las ideas de nación y de pueblo
se han constituido. Para indagar en ello, teóricos y tradiciones sobran. Desde Ernest
Renán preguntándose ¿qué es una nación?, pasando por las “Comunidades
imaginadas” de Benedict Anderson, hasta llegar a Ernesto Laclau y su repaso de
las diferentes concepciones de lo que se entiende por pueblo, tenemos
diferentes concepciones acerca de dos términos centrales de la teoría política moderna.
De aquí que acercándonos más en el tiempo y en la geografía podemos preguntar,
¿existe una única manera de entender a la nación y al pueblo? ¿Quiénes son los
representantes del pueblo argentino? ¿Los cabecitas negras que metieron las
patas en la fuente o los caceroleros que retoman los cánticos de liberación y
se autoproclaman “pueblo” frente a una “dictadura de los votos”? ¿Y la nación
argentina cuándo surgió? ¿Fue antes de la colonización o fue gracias a ella? ¿O
es que acaso fue 1810 o, si se quiere, 1853? ¿O habrá sido en 1945? Elegir una
de estas opciones en detrimento de las otras supone, sin duda, una decisión que
tiene costos y que denota una cosmovisión, en principio, si se quiere, ni mejor
ni peor. Pero aceptar una determinada fecha o adjudicar el carácter de
representación popular a un determinado sector con particulares características
implica una fuerte toma de posición y, por sobre todo, supone un relato. El
énfasis en esta problemática del relato me hizo recordar un texto de un pensador
de origen indio no muy conocido por estos lares: Homi Bhabha. En un libro
llamado El lugar de la cultura,
publicado en 1994, y que recoge algunos de los artículos escritos en los años
previos, Bhabha construye, con una prosa muy compleja, una perspectiva capaz de
dar cuenta del lugar de las minorías introduciendo elementos de autores como
Deleuze, Derrida, la tradición poscolonialista, la posmodernista y el
psicoanálisis de Freud y Lacan. De los diferentes artículos que allí aparecen
hay uno que creo que puede, en parte, hacer un aporte a la problemática del
relato. Me refiero al que lleva por título “DisemiNación. El tiempo, el relato
y los márgenes de la nación moderna”. Aunque parezca un error de tipeo, la
palabra “DisemiNación” lleva una N mayúscula en el medio porque intenta mostrar
que no existe una única manera de entender a la nación sino que ésta es la
consecuencia de relatos en pugna. Hay, entonces, si se quiere, relatos
diseminados acerca de la nación y también acerca de lo que consideramos, dentro
de la nación, el referente “pueblo”.
Pero, además,
Bhabha introduce algunas otras verdades incómodas: por sobre todo la idea de
que no sólo hay una pugna de relatos sino que los relatos suelen caer en una
trampa esencialista que los lleva a considerar que es posible identificar con
claridad qué es la nación, qué es el pueblo, etc. Para aportar algo de
claridad, pensemos en las maneras que nos dirigimos a otras culturas. Lo
hacemos generalizando y afirmando que los x son así o asá como si fuera posible
encontrar características inconmovibles para todo un grupo. Decir, entonces,
que los argentinos tienen tal característica, o que para los mapuches el mundo
se entiende de un determinado modo es no comprender las diferencias internas
que existen al interior de cualquier colectivo humano. Lo mismo sucedería
cuando hablamos de lo que el espíritu nacional es o lo que el pueblo quiere,
porque no está claro a qué refieren esos términos y porque incluso, si fuese
posible determinarlo, no podrían reconocerse, finalmente, los matices y las
diferencias individuales intragrupales.
Por todo esto
es que Bhabha habla de entender a la nación como una narrativa, es decir, como
un relato que se desarrolla en el tiempo y que supone narradores ni objetivos
ni trascendentes. No hay ni nación ni pueblo preexistente sino un relato que
los constituye pero también tenemos, en el mismo momento, relatos en discordia
que, entonces, se presentan como temporalidades diferentes producto de
narrativas y narradores diversos. Así es que, para Bhabha, convive un relato
que intenta, desde el presente, legitimar una línea atávica de continuidad
entre una nación/pueblo tradicional autogenerada que tiene en la actualidad
representantes fácilmente identificables en las clases poderosas, con otro relato
que denuncia esa lógica y se arroga una representación popular desde el
presente. Entre ambos relatos, a su vez, se constituyen, en lo que le interesa
a Bhabha, los “otros” relatos, (los de las minorías, los de los pueblos rivales
y los de los marginados), alterando esa tensión binaria y rompiendo la unidad y
la supuesta transparencia de cada una de las posiciones.
Independientemente
de si esta mirada de Bhabha puede entenderse como representativa de lo que sucede en la Argentina, lo más
interesante de su propuesta es la idea de que la nación y el pueblo son
constituidos por relatos en pugna, contenciosos, conflictivos y siempre
abiertos a reinterpretaciones. Tal perspectiva permite desembarazarse del
totalitarismo de suponer que mi adversario es el único que relata, que
ficcionaliza, y se transforma en una interesante advertencia para aquellos que
consideran que existe la posibilidad de un acceso al mundo liberado de
narraciones, sesgos y perspectivas.
TODO ES UN RELATO Q SE ENFRENTA A OTRO RELATO. EJ.: 1*CIVILIZACIÓN O BARBARIE??? O. 2*BRADEN O PERON???? O. 3*PATRIA O CORORACIONES????
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