“Cobrarse una vida para tratar de
salvar otra (…) en eso consiste, supongo. (…) Si hay gente tratando de hacer algo malo contra los nuestros, entonces
los ponemos fuera de juego (…) Es un placer para mí porque soy una de esas
personas a las que le gusta jugar a la PlayStation y a la XBox, o sea que con
mis pulgares quiero pensar que soy probablemente bastante útil”.
Éste es apenas un extracto de las declaraciones
del Príncipe Harry, el tercero en la línea sucesoria del trono británico,
orgulloso porque sus pulgares hábiles “habían matado gente” durante las veinte
semanas que pasó como copiloto de un helicóptero Apache en Afganistán.
El relato publicado por la BBC hacia fines de enero, espeluznante por su banalización del mal, bien puede relacionarse con algunas de las conclusiones de una muestra que visité días pasados en la Fundación Proa. Se trata de las video-instalaciones del nacido en territorio alemán, en 1944, Harun Farocki, presentadas como antesala de las charlas y talleres que dará en Buenos Aires en marzo. Justamente, en la sala 1 aparece la que Farocki llama Ojo/Máquina, un video de 15 minutos en el que, a pantalla partida, el artista muestra una serie de imágenes de misiles teledirigidos que son utilizadas por las fábricas de armas como estrategia de marketing. Se trata de misiles de alto alcance con una cámara instalada que muestra cómo se va acercando a su objetivo a miles de kilómetros de distancia. Con esto Farocki intenta llamar la atención en aquello que Jean Baudrillard ya había señalado en ocasión de la guerra de El Golfo, es decir, estamos frente a guerras donde aparentemente no hay muertos, guerras asépticas, pulcras, donde el objetivo es “virtualizado” y se convierte en un escollo similar al que hay que sortear en un video juego para pasar de nivel; simulaciones que hacen que un pulgar rápido pueda verse igualmente virtuoso frente a un comando que puede disparar fuego virtual o real; compromiso emocional cero frente a un enemigo que “sólo desaparece” en el radar de la computadora. Todo, claro, relatado a cientos o miles de kilómetros de distancia por la cadena de noticias que tiene compromiso ideológico y/o comercial con la guerra en cuestión.
El relato publicado por la BBC hacia fines de enero, espeluznante por su banalización del mal, bien puede relacionarse con algunas de las conclusiones de una muestra que visité días pasados en la Fundación Proa. Se trata de las video-instalaciones del nacido en territorio alemán, en 1944, Harun Farocki, presentadas como antesala de las charlas y talleres que dará en Buenos Aires en marzo. Justamente, en la sala 1 aparece la que Farocki llama Ojo/Máquina, un video de 15 minutos en el que, a pantalla partida, el artista muestra una serie de imágenes de misiles teledirigidos que son utilizadas por las fábricas de armas como estrategia de marketing. Se trata de misiles de alto alcance con una cámara instalada que muestra cómo se va acercando a su objetivo a miles de kilómetros de distancia. Con esto Farocki intenta llamar la atención en aquello que Jean Baudrillard ya había señalado en ocasión de la guerra de El Golfo, es decir, estamos frente a guerras donde aparentemente no hay muertos, guerras asépticas, pulcras, donde el objetivo es “virtualizado” y se convierte en un escollo similar al que hay que sortear en un video juego para pasar de nivel; simulaciones que hacen que un pulgar rápido pueda verse igualmente virtuoso frente a un comando que puede disparar fuego virtual o real; compromiso emocional cero frente a un enemigo que “sólo desaparece” en el radar de la computadora. Todo, claro, relatado a cientos o miles de kilómetros de distancia por la cadena de noticias que tiene compromiso ideológico y/o comercial con la guerra en cuestión.
Pero esa suerte de borramiento de las
fronteras entre lo ficcional y lo real vinculado a las condiciones de la guerra
aparece en otra de las video-instalaciones de Farocki cuyo título es
emblemático “Juegos Serios III: Inmersión”. Aquí el interés recae en una forma
de terapia llevada adelante a través de la propuesta del Institute for Creative Technologies. Se trata de la utilización de
realidad virtual como ayuda a soldados con trastorno de estrés postraumático en
el contexto de la invasión a Irak. El soldado narra la situación traumática
(por ejemplo, una explosión de coche bomba a metros de donde él hacía guardia)
y ésta es recreada minuciosamente a través de la realidad virtual. Una vez
hecha la recreación, del mismo modo que ocurre con los video-juegos actuales, el
soldado a través de una prótesis conectada a la computadora y parecida a unos anteojos,
se inserta en un mundo virtual para “sentirse allí” y “vivenciar”, con fines
terapéuticos, la situación que dio lugar al trauma. Se supone, entonces, que visualizadas
virtualmente aquellas representaciones alojadas en su memoria, será posible resignificarlas
de manera tal que puedan hacer que el paciente sobrelleve mejor el trauma en su
vida diaria.
Dejando de lado la temática de la guerra pero
con un mismo hilo conceptual, otra de las video-instalaciones de Farocki consta
de doce televisores ordenados cronológicamente en los que simultáneamente el
autor muestra el modo en que el cine, desde los hermanos Lumiére en 1895 hasta
Lars Von Trier en 2000, ha mostrado a trabajadores saliendo de una fábrica.
Además de las obvias diferencias técnicas y de enfoque, el hecho de que Farocki
mezcle cine de ficción con documentales da a entender que el límite entre ellos
es, al menos, difuso, y que en estos últimos no existe una representación de la
realidad superadora de la narrativa de ficción.
Por último, y pasando de largo aquella
video-instalación en la que se compara el modo en que se produce la extracción
de minerales en la actualidad, en Potosí, con lo que allí mismo se hacía en el
siglo XVIII y quedara inmortalizado en un cuadro de Gaspar Miguel de Berrio, la
última presentación de Farocki, titulada “Paralelo”, reflexiona acerca de los
modos en que la animación digital puede transformar la realidad misma retomando
así un debate que se había dado en su momento con la irrupción de la fotografía
y el cine.
Pero esta muestra en la que Farocki
recoge trabajados de sus últimos 10 años se acerca a temáticas que había
trabajado ya mucho antes. Por ejemplo, en El
Fuego inextinguible, de 1969, un video, con una extensión de apenas 21
minutos, alcanza para interpelar ferozmente la relación existente entre
gobierno e industria química, en particular, para la producción de Napalm.
Asimismo, se muestra el modo en que el tipo de producción segmentada estaba
pensada para que los científicos, estudiantes y empleados que trabajaran en la
empresa, o bien no se dieran cuenta lo que estaban construyendo o bien, al
estar tan desligados del producto final, se sientan meros espectadores sin
responsabilidad alguna por las consecuencias futuras del producto.
Dejando de lado la cuestión estricta de la
guerra y haciendo más hincapié en la importancia de la imagen en su relación
con los medios de comunicación, en 1992 Farocki realizó Videogramas de una revolución, un video que recopila registros
audiovisuales en el marco del derrocamiento de Ceaucescu en Rumania. Allí se
encuentran videos oficiales de un discurso del dictador vitoreado en la plaza
mientras se escuchan disparos y el griterío de una multitud, seguido de los
planos de esa misma cámara que, obligada a no mostrar ningún tipo de disturbio,
enfoca hacia la pared de un edificio mientras sólo se oye al propio Ceaucescu
pidiendo a la gente que se siente y se calme. Estos registros oficiales son, a
su vez, intercalados con otros en los que ciudadanos rumanos graban a través de
sus arcaicas cámaras el modo en que la noticia de la revolución es transmitida
por el noticiero, sin dejar de lado, por supuesto, las imágenes de los rebeldes
que ocupan durante 5 días la Televisión Pública entendiendo que una revolución
se hace también desde la imagen.
Este pequeño repaso por alguna de sus obras
muestra que Farocki parece estar atravesado por elementos del pensamiento del
filósofo Michel Foucault, desde la fábrica como institución de encierro al ojo
deshumanizado de una cámara que controla y que, si con ello no alcanza, también
registra cada momento de ese destino trágico en el que, viajando en la cabeza
de un misil, se aproxima a su objetivo para destruirlo. Pero, por sobre todas
las cosas, estas construcciones de Farocki retoman el ya clásico tópico de la
filosofía que distingue lo real y lo aparente, sólo que aquí esta distinción
aparece puesta en tela de juicio y se denuncia que lo que se considera
verdadero es sólo aquello que el poder determina como verdadero y que las
imágenes esconden un detrás que no es el de la realidad, sino el del poder que
las emite. Un poder que no es nuevo pero que, en una cultura de la imagen donde
aparentemente la condición de existencia está en el ser visibilizado, se sirve
de la tecnología para mostrar todo salvo una sola cosa: a sí mismo.
Este tipo de notas que nos habla de un mundo que no aparece en la realidad cotidiana, que está en "otro" lugar.
ResponderEliminarDe un otro lugar de dominación, una matrix (?) de determinación de la "realidad".
Una realidad indistinguible como virtualidad o materialidad.
Produce un leve escalofrío.
Hablando del Napalm, recordemos que el Agente Naranja con el que rociaban a los niños en Vietnam era vendido por Monsanto, la empresa nac&pop amiga de Cristina.
ResponderEliminarDebe ser de antaño ya que las palabras real o realidad estan emparentadas con realeza esté desnuda o no.
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