sábado, 2 de febrero de 2013

El diario espejo (publicada el 31/1/13 en Veintitrés)


El escándalo sobre la foto falsa que publicó el diario El País ha disparado diferentes comentarios que no han reposado en un factor central de la comunicación: el lector. La pregunta, entonces, que guiará estas líneas será: ¿qué suponemos que ha hecho el lector de El País una vez que se anotició del hecho? ¿Sigue fiel a su periódico de cabecera o la pérdida de credibilidad de la publicación lo lleva a buscar otros espacios a través de los cuales informarse?
Pero para responder estas preguntas, primero habrá que encarar otros aspectos sensibles de la cuestión, a saber, ¿se trató de un error o fue una decisión editorial? Imposible saberlo. A favor de la hipótesis del error habría un razonamiento de sentido común que sostendría que ningún diario podría voluntariamente publicar semejante equivocación para luego ser el hazmerreír del mundo entero y ver seriamente afectada su trayectoria. También a favor de la hipótesis del error estaría, por un lado, que la propia lógica del periodismo en épocas de un capitalismo financiero que premia la novedad antes que la calidad, conlleva un apuro por publicar que generalmente está reñido con el debido chequeo de la información; y por otro lado, que se asiste a tiempos donde prima un estadio de emoción violenta en algunos editores de grandes empresas periodísticas que ya no sólo se comportan como parte interesada de un negocio sino que operan como chicos caprichosos y obnubilados completamente desvinculados de cualquier esbozo de correspondencia con lo real.
Sin embargo, a favor de la idea de que se trató de una decisión editorial también hay varios elementos. En primera medida cuesta creer que la información no haya sido chequeada especialmente cuando se trata de algo demasiado importante; en segundo lugar, llama la atención que la foto haya permanecido sólo 30 minutos en la web. ¿Esto quiere decir que en media hora pudieron chequear lo que antes no habían podido? Tercero: días antes, un periodista de Telesur ocupó buena parte de su programa mostrando exactamente cómo el video del que finalmente se extrajo esta imagen estaba circulando por la web y cómo un exembajador panameño ante la OEA se encargaba de distribuirlo asegurando que era verdadero. ¿Acaso todos sabíamos eso, se mostró por televisión, y, sin embargo, el diario El País no se enteró?
Asimismo, no existe manera de persuadir a la opinión pública de la utilidad de esa foto aun cuando ésta hubiese sido verdadera. En otras palabras, el valor informativo de esa foto incluso cuando el paciente hubiese sido Chávez era nulo por razones que el propio diario explicitó al publicarla. Con esto me refiero a que se dejó claro que no se habían podido chequear las circunstancias en las que esa foto había sido tomada ni la fecha de la misma. En este sentido, dado que la única imagen con valor informativo hubiese sido aquella capaz de demostrar el estado de salud actual de un presidente que aparentemente da órdenes y firma decretos, una imagen que podría haber sido tomada hace 40 días no respondería a la pregunta guía de la investigación, esto es, si Chávez se encuentra en funciones o incapacitado. Por ello es que al aceptar que se desconocía la fecha de la foto, el diario, sin pretenderlo, acababa reconociendo que no tenía valor informativo.
Quizás, aunque pueda sonar controvertido, en una era de la imagen y aun cuando la siguiente afirmación abreve demasiado de teorías conspirativas, no habría que desestimar inmediatamente una apuesta editorial que busque debilitar la imagen de Chávez instalando una foto que se propagó a lo largo de todo el mundo. Porque finalmente, incluso sabiendo que esa foto es falsa, su parecido indudable, hace que todos proyectemos que es posible que esa sea la situación real de Chávez y, en tanto tal, se esté frente a un líder completamente inhabilitado para ejercer cualquier tipo de función. Porque no olvidemos que el diario El País, aquel que supo tener una línea socialista, desde hace tiempo fustiga a los gobiernos populistas de la región que, justamente, afectan los intereses económicos del grupo económico al que este diario pertenece.
Si bien a los fines de responder nuestro interrogante inicial no resulta indiferente saber si se trató de un error o de una decisión editorial, la imposibilidad de dar pruebas en uno u otro sentido me obliga a la prudencia. Sin embargo, como indicaba en un principio, me interesa reflexionar acerca de cuáles pueden ser los caminos de acción de un lector de este prestigioso diario de habla hispana. ¿Y sabe lo que creo? Que aun entendiendo que se trató de un error o de una decisión editorial, el lector de El País seguirá comprando religiosamente el diario y que probablemente lo mismo sucedería con los lectores de otros diarios, los oyentes de cualquier radio o los televidentes de una señal de noticias x. Porque cada vez es más explícito que no elegimos un medio por la información que nos brinda sino por la línea editorial que sostiene. En un diario buscamos las noticias deseadas, le exigimos a nuestro periódico que muestre los actos de corrupción del candidato que no nos simpatiza y nos vanagloriamos cada vez que desde sus páginas el diario confirma que nuestra cosmovisión es correcta, que los buenos son buenos y que los malos son malos. Por eso no necesitamos medias tintas, ni grises. Las cosas bien claras. Todo debe ser tan transparente que a veces ni siquiera hacen faltan notas que den información. Alcanza con una mera presunción, con una sospecha para que un lector activo acorde a los tiempos cibernéticos rellene el casillero de los datos que faltan con sus propios prejuicios. Porque las novedades tan valoradas deben serlo siempre en el contexto de actualización de nuestros prejuicios, no pueden romper ese cerco.
Claro que la relación es bicondicional, de ida y vuelta, y que nuestros prejuicios también son moldeados por esos mismos medios que consumimos existiendo entre ellos y nosotros vasos comunicantes complejos, difíciles de individualizar y de detectar. Seguramente esto explica la identificación que todos tenemos con algún medio y el modo en que también, a través del uso de las nuevas tecnologías, los medios nos llaman a “participar”, a “ser parte” de la información y de una realidad común presentada como la única. Quizás porque el medio que consumimos se parece demasiado a nosotros es que entendemos que nuestro diario puede equivocarse y hasta hacer alguna maldad también. Al fin de cuentas, pensamos, el diario también está hecho por humanos, con pasiones y malos momentos que los llevan a cometer errores o a hacer alguna trampita ¿no? Así que no es para tanto. Finalmente, si un canal de televisión pasa un asesinato de hace cinco años como actual no importa porque asesinatos hay un montón y porque cuando prendo la televisión deseo indignarme con algún error del gobierno de turno; y si la foto no es de Chávez no importa pues quién me quita el morbo de mirarla una y otra vez haciendo de cuenta que es él.
Un día quizás lejano, alguna pequeña falla en “la Matrix”, un acaso o un fenómeno inexplicable hará que en un bar, en una casa, en un taller mecánico o en una oficina, un lector abra su diario y se dé cuenta que cada una de las líneas que lo componen, cada foto, cada sesgo y cada recorte coinciden punto por punto con su rostro, como un espejo ideal que no distingue entre lo que somos y lo que deseamos que el mundo sea.      
          

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