La semana
pasada le proponía retomar algunas categorías de una de las obras más
controvertidas de Macedonio Fernández para intentar hallar puntos de encuentro
con ciertos tópicos propios de los discursos de la oposición en la Argentina.
Más específicamente, me refería a esa extraña obra titulada Museo de la Novela de la Eterna, cuya
edición completa apareció póstumamente recién en 1967, varias décadas después
de haber sido realizada. Para los que no leyeron la primera parte de esta nota
o simplemente no la tienen presente, les recuerdo que buena parte de la crítica
literaria observa, en esta obra de Macedonio, un espíritu vanguardista que se
anticipa a muchas de las particularidades de la lectura que aparentemente es
signo de los tiempos posmodernos en los que el lector clásico, compenetrado,
lineal y secuencial, va dejando lugar a uno distraído, disperso y fragmentario
que puede estar leyendo varias cosas a la vez o una misma obra saltando de una
página a otra.
Esta idea se
veía plasmada en un verdadero hallazgo como es la estructura de esta obra de
Macedonio en la que se encuentran 56 prólogos, esto es, 56 anticipaciones para
una novela que nunca comienza y que conforma una conjunción heteróclita de
personajes y perspectivas. A su vez, como Macedonio considera que el fin de
esta novela debe estar a cargo del propio lector, en mi nota anterior me había
tomado el atrevimiento de proponer que sea usted mismo el que encontrase algún
vínculo entre estas sorprendentes categorías y aquello que podría denominarse
como núcleo duro del relato antikirchnerista. Como una ayudita le había dejado
dos preguntas que me interesaría retomar y reproduciré a continuación. La
primera era: ¿no le parece, por ejemplo, que asistimos a un relato en el que
todo el tiempo se prometen catástrofes por venir, prólogos de desastres
anunciados y sin embargo, éstos nunca llegan? Y la segunda había sido: ¿No está
la opinión pública inmersa en una narrativa fragmentada que no encuentra
linealidad ni contextualización ni historización, sino sólo noticias de la
inseguridad de hoy y de la corrupción de mañana?
Respecto de la
primera cuestión, considero que una buena explicación del fracaso en las urnas
de las propuestas opositoras es, justamente, un exceso de prólogos
catastróficos, de prolegómenos de un desastre que finalmente nunca llega. Es
entendible que si no hay una crisis y es necesario diferenciarse del
oficialismo, una buena estrategia es augurar un futuro inmediato en el que esta
crisis se avecinará pero la repetición casquivana y el estado de emoción
violenta en el que referentes opositores y comunicadores desaciertan
continuamente va generando una natural pérdida de credibilidad. Resulta
insólito porque la predicción es bastante benevolente con el que la produce
pues puede expresarse con un margen de ambigüedad que permite prácticamente
utilizar cualquier hecho como prueba de su cumplimiento. Tómese el ejemplo del
expiloto y cineasta oracular Enrique Piñeyro: que yo recuerde, hace más de 10
años que está pronosticando una tragedia aérea y sin embargo ésta nunca llega.
Claro que un cálculo de probabilidad mostraría que existen accidentes aéreos
cada determinada cantidad de años de lo cual se sigue que hay chances de que en
algún momento haya alguno. Es fácil hacer predicciones así y le propongo
algunas en las que seguramente acertaré: “el mundo entrará en crisis”; “esto no
se puede sostener en el tiempo”; “está cercano un conflicto bélico en el
planeta”; “va a haber cortes de luz”; “si el gobierno no hace algo, Buenos
aires se inundará otra vez”; “vamos a perder inversiones”; “van por todo”; “la
gente se va a cansar”; “se avecina el fin del populismo”; “Racing va a salir
campeón”; “todos vamos a morir”. Como se sigue de esta lista, es fácil anunciar
apocalipsis y si la realidad persiste en oponerse al vaticinio, siempre queda
recurrir al mito de Casandra y afirmar que tenemos el don de ver el futuro pero
nos han quitado el de la persuasión.
En cuanto a la
segunda pregunta mencionada anteriormente, creo que existe una lógica propia de
la forma en que se “cocina” y ofrece la noticia que ayuda a romper con la
linealidad, la historización y la contextualización. Esto lleva naturalmente a
fracturar la relación entre causas y efectos y a evaluar los hechos como si
apareciesen por generación espontánea o, lo que muchas veces es peor, a pasar
por encima de las redes de variables que dan lugar a un hecho para depositar
todo en una explicación simple bien predispuesta a la digestión rápida del que
se rehúsa a aceptar la complejidad de lo real. Esto hace que no haya tiempo
para rumiar y que todo transcurra en lo que alguna vez llamé “presente
extendido”, una suerte de proporción más o menos elástica de tiempo en el que
todo transcurre y en la que no existe ni pasado ni futuro. Se trata de un
espacio en el que todo remite a un aquí y un ahora con algo de margen, un día o
una semanita si es algo que vende. Pero luego llegará otro fragmento, puro
presente, que hará olvidar al anterior y así sucesivamente.
Volviendo a (y
ahora contra) Macedonio, podría decirse, a su vez que, con todo, la extensa
lista de prólogos que preanuncian lo que finalmente nunca viene, no resulta
indiferente a ese lector activo que acaba escribiendo su propia novela. En
otras palabras, estos prólogos influyen aunque no determinen del todo, el
camino que el lector va a seguir, del mismo modo que esta nota y las preguntas
que le había sugerido la semana pasada intentaban que usted transite senderos
que se adecuan a mi punto de vista. Así, puede haber un lector activo que
ingenuamente se considere enteramente libre para elegir un camino y otro. Pero
no es así: el propio Macedonio en los prólogos va mencionando personajes y va
tejiendo una cierta trama, abierta, por momentos contradictoria, pero potencial
trama al fin. Así el lector acaba completando lo que el autor sugería, del
mismo modo que alcanza con generar un prejuicio para poder predecir el modo en
que una sujeto actuará. Dejaré por un momento esta abstracción para darle un
ejemplo: ¿Boudou es culpable? La Justicia hasta ahora ni siquiera lo procesó.
Sin embargo, puede que la justicia sea injusta, no tenga la capacidad para
acceder a la verdad o que el acusado haya conseguido tapar las pruebas en su
contra. Todo es posible y si yo considero que es culpable encontraré todo tipo
de explicaciones más o menos conspirativas que den cierto apoyo auto-persuasivo
a mi hipótesis. Preguntemos por la calle de forma bien general y adrede
“¿Boudou es culpable?”, y veremos la respuesta: la gran mayoría dirá que sí,
aunque no pueda explicar de qué, aunque no entienda el caso y aunque ni
siquiera sepa quién es Boudou. Pero los prólogos ya están escritos y fueron
mucho más que 56. Nótese que mi
intención no es aquí defender a Boudou sino simplemente mostrar el modo en que
los prólogos de una novela que nunca llega operan en silencio, se filtran,
componen un mundo en el que muchas veces nos contentamos con que nos resuelvan,
desde el vamos, el interrogante básico de quiénes son los buenos y quiénes son
los malos.
Dicho esto,
hay que reconocer que son tiempos de caída de máscaras, de prólogos cuyas
novelas muestran su desenlace más atroz pero que es necesario unir y evaluar
con compromiso crítico. En un clima tan enrarecido, con tanto relato cruzado y
contradictorio, sin certezas, no queda más que una incertidumbre que no debe
llevar a la quietud sino a la acción. No se trata, entonces, de prometer un
final feliz sino de proponer un final en el que seamos protagonistas y dejemos
de lado los prólogos. Es difícil y puede generar mucha angustia. Pero nadie
dijo que iba a ser fácil.
Publicado. La imagen la encontré por ahí, pero me parece que es ideal
ResponderEliminarhttp://adriancorbella.blogspot.com.ar/2013/01/museo-politico-del-prologo-catastrofe.html