La semana
pasada la Corte Suprema falló en torno a la cautelar que mantenía suspendida la
aplicación del artículo 161 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual
para el grupo Clarín. La decisión de los jueces del máximo tribunal era clave
pues se trata de uno de los puntos centrales para combatir la posición
dominante del grupo que cuenta con más de 300 licencias. El fallo indica,
entonces, que la cautelar otorgada por un juez de primera instancia y que la
Cámara de Apelaciones había llevado a 36 meses, caduca el 7 de diciembre de
este año. Esto significa que, desde esa fecha, la corporación más grande de medios
en la Argentina deberá adecuarse a la normativa sancionada en democracia y
desprenderse de buena parte de las licencias que posee.
Ahora bien,
quisiera enmarcar esta noticia que oficia de disparador dentro de una serie de
reflexiones acerca de la asombrosa transformación que han sufrido las
relaciones entre los poderes republicanos en Argentina en los últimos años. En
otras palabras, aun a riesgo de ser esquemático y, en tanto tal, perder
matices, creo que en la rearticulación que se ha dado en las relaciones entre
el poder ejecutivo, el legislativo, el judicial y el llamado “cuarto poder” de
la corporación periodística, pueden hallarse algunas claves para comprender
buena parte de lo que sucede tanto en el plano cultural como político en
nuestro país.
Como parte de
una tradición de liberalismo republicano se suele afirmar que la lógica de las
organizaciones humanas debe tender hacia instituciones que limiten la
posibilidad de grandes concentraciones de poder. Esto se basa en la experiencia
histórica de la humanidad y en los sobrados ejemplos que muestran cómo las
peores atrocidades han provenido, en muchos casos, de poderes absolutos o
altamente centralizados. Frente a esto, la opción republicana es clara: tres
poderes en relación de equilibrio y mutuo control. Es una ecuación extraña casi
tanto como las discusiones teológicas acerca de la trinidad divina que nunca
pueden resolver del todo esa tensión entre la unidad de Dios y su existencia en
tres personas distintas (El Padre, el Hijo y El Espíritu Santo). Con todo, y a
pesar de sus dificultades, el sistema republicano es el adoptado
mayoritariamente por Estados occidentales en la actualidad.
Ahora bien,
como se adelantaba en la introducción, el desarrollo de las sociedades regidas
bajo el sistema republicano arrojó un déficit importante: la autonomización de
los tres poderes respecto de los intereses populares. Dicho de otro modo, los
sistemas republicanos arrojaron una “deuda democrática” por la cual quedó en
evidencia que el único asunto a resolver no es el de cómo garantizar que los
poderes estén equilibrados sino cómo lograr que los representantes del pueblo
lleven adelante el mandato popular. Es allí donde aparece con fuerza la prensa,
en tanto portavoz de la exigencia ciudadana ante esos tres poderes que parecen
funcionar con una lógica completamente ajena a los requerimientos de la
sociedad civil.
Sin embargo, el
surgimiento de este nuevo poder, el del periodista, se erigió bajo la misma
lógica republicana, lo cual por cierto, no es un pecado necesariamente. Me
refiero a que se siguió considerando que el enemigo de las organizaciones
políticas es la centralización y que hay impedir ello siguiendo la lógica de
los contrapesos. Por ello, si el equilibrio no se lograba con los tres poderes
de la república debía surgir un cuarto poder cuyo espacio de legitimidad
estaría dado por ser el contrapeso de los poderes ejecutivo, legislativo y
judicial.
Pero hete aquí
que esta estructura falló en la práctica cuando ese cuarto poder también se
autonomizó completamente de los intereses de la ciudadanía y se comenzó a ver
que muchos de los periodistas que de lejos parecían superhéroes, no hacían más
que responder a intereses, como mínimo, tan partidarios y facciosos, como los
de cualquier político, con la sutil diferencia, claro está, de que, a
diferencia de éstos, los hombres de prensa jamás lo explicitan públicamente.
Desarrollado el estado de la cuestión, la
pregunta es, entonces, ¿cómo puede comprenderse el fallo de la Corte Suprema en
términos de la relación entre poderes? ¿Ha habido una fractura entre el poder judicial y el poder de la
prensa a partir de este fallo que pone límite a la prepotencia del grupo
Clarín? La respuesta es difícil y, ante todo, no puede ser taxativa. Con todo
creo que se puede bosquejar el siguiente panorama: desde el conflicto con las
patronales del campo y el quiebre de esa suerte de pacto tácito de moderada no
agresión entre el gobierno de Kirchner y el grupo Clarín, el poder Ejecutivo,
acompañado por el poder legislativo, tuvo la decisión política para quebrar esa
inercia que lo alejaba de las demandas populares. Lo hizo a partir de una
importante cantidad de medidas de las que, a los fines del tema aquí tratado,
se puede destacar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. El tablero,
entonces, ha alterado el (des) equilibrio dado y ya no se asiste a los tres
poderes republicanos en connivencia y rehenes de un poder fáctico corporizado
en los medios de posición dominante en la Argentina. Pero tampoco es que los
tres poderes republicanos se han movido en la misma línea, pues, de hecho,
buena parte de la corporación judicial ha sido el vehículo a través del cual
ese cuarto poder amenazado intenta mantener el statu quo. Así, se asiste a un enfrentamiento entre los poderes
elegidos por la ciudadanía (el ejecutivo y el legislativo) y los restantes dos
poderes (el judicial y el de la prensa), esto es, aquellos que, justamente,
nunca se someten a la voluntad popular.
Es esta connivencia entre los poderes cuya
composición no depende del voto de los ciudadanos la que está poniendo freno a
leyes votadas con amplio margen por representantes que han sido avalados por
las urnas. Se trata de la resistencia frente a una sociedad que ha cambiado y
frente a un poder político que hoy goza de una recuperada legitimidad. En este
contexto, ojalá este fallo de la Corte independiente (que fue uno de los
pilares del fortalecimiento institucional del gobierno de Kirchner y que a
veces peca de un “exceso de diplomacia” y hasta de una cierta “ambigüedad”,
pero que suele actuar siguiendo un sentido progresista), funcione como ejemplo
hacia el interior de la corporación judicial. Pues, no olvidemos, una de las
deudas de la democracia es la
depuración de una casta de jueces reaccionarios, acción que permitiría liberar
al poder judicial de las rémoras de un pasado ominoso encarnado en sujetos que
abusan de los vericuetos del sistema legal. Se trata, en muchos casos, de
jueces cómplices de las peores atrocidades de la dictadura y que con desparpajo
utilizan todo tipo de estratagema para proteger los intereses de corporaciones
que han sacado provecho de las condiciones del sistema económico que gobernó
este país desde 1976 hasta el 2003. No es tanto lo que se les pide. Se trata
simplemente de que no se resistan a la voluntad popular y acepten las
condiciones de un sistema con una larga historia revalorizada y resignificada
en el siglo XX. Su nombre es
“democracia”.
Moyano con macri momo venegas con moyano, el miercoles una plaza en la cual convivan sindicalistas con caceroludos recalcitrantes de recoleta, cambalache de aquellos todos revolcao, todo es lo mismo todos contra el gobierno sin saber bien porque.
ResponderEliminarlo que si se ve desde aca (planeta marte) es que hay una oposición que no entiende a este gobierno que se relanza en las urnas dia a dia!
quizá cuando lo entiendan puedan oponerse con fundamentos!