Parece extraño pero el domingo pasado el mundo entero
estuvo pendiente de las elecciones de un pequeño país que supo ser la cuna de
la civilización occidental: Grecia. ¿Qué era lo que hacía tan importante a estos
comicios? La posibilidad del triunfo de una izquierda que llevaba como
candidato a Alexis Tsipras y que prometía, entre otras cosas, acabar con las imposiciones
de la Unión Europea; auditar la deuda pública; subir los impuestos a los que
más tienen; gravar las transacciones financieras; abolir privilegios fiscales
de la Iglesia; recortar el gasto militar; abandonar Afganistán; salir de la
OTAN; subir el salario mínimo; nacionalizar hospitales, bancos ferrocarriles, correo
y energía; recuperar los convenios colectivos de trabajo, etc.
Si bien la
lista de reivindicaciones de Tsipras no incluía la salida del Euro, resulta
claro que sus propuestas eran radicalmente opuestas a los intereses de Alemania
y a los de la coalición que gobernó Grecia y aceptó los condicionamientos de la
Troika formada por la Eurozona, el Banco Central Europeo y el FMI.
La
relevancia de la elección hizo que diferentes grupos de presión embanderados en
las políticas neoliberales intentaran influir en la contienda con una lógica
bastante conocida aquí, en Latinoamérica. Se trata de una campaña mediática que
apunta a exacerbar el costado culpógeno de la sociedad. En este caso, casi siguiendo
la línea de Montesquieu en cuanto al modo en que la geografía y el clima
determinan el carácter de un pueblo, los griegos fueron caracterizados por
estos medios como poseedores de un espíritu despilfarrador, holgazán y renuente
a la legalidad. Esta operación cultural que también la vivimos en Argentina en
los noventa, es el modo más eficaz de desviar la atención pues cuando el
énfasis se pone en la idiosincrasia o el carácter de un pueblo determinado vaya
a saber por qué geografía, que genética o qué cultura, se pasa por alto que el
culpable es el modelo económico. Por si esto fuera poco y no alcanzase de por
sí, una campaña paralela impuso “el terror a lo desconocido” y la amenaza de
“quedar afuera del mundo”, de “ahuyentar inversores” y de transformarse en “territorio
paria” por no poder “honrar los compromisos”. Por las dudas, igualmente, como
corolario y sólo porque la situación así lo amerita, el capital financiero
utiliza la presión, que es más exitosa cuando se cuantifica, de las
Calificadoras de Riesgo para que los habitantes de los “países en crisis” sean
testigos de cómo, cada media hora en sus respectivos informativos y bajo el
eufemismo de la desconfianza, los tipos que crearon la necesidad de los
préstamos y los brindan, determinan el interés que se va a pagar por tales
préstamos.
A tal
punto las corporaciones comprometidas con la política neoliberal que ha
sumergido a Europa en la peor crisis después de la segunda guerra, ha intentado
influir, que la edición alemana del Financial
Times dedicó un editorial bilingüe (alemán-griego) invitando a los
herederos del poeta Homero a resistir la demagogia de la izquierda y a entender
que la única solución a la crisis radicaría en respetar las condiciones
impuestas por los acreedores. Toda esta presión fue efectiva y el partido de
Tsipras, Syriza, quedó segundo con casi 27% de los votos tres puntos por detrás
del conservador Nueva Democracia que formaría gobierno con sus viejos aliados,
los socialistas moderados de Pasok que obtuvieron cerca del 12%.
Este
resultado fue el que hizo que la edición de El
país de España titulase el lunes “Alivio en Europa”, aunque, más bien debió
haber dicho “alivio para los neoliberales europeístas” que cada vez se ven más
interpelados por los que confusamente son denominados “euroescépticos” (por
cierto, curiosamente, el diario La Nación
en Argentina tituló exactamente igual). Aclarado esto, tampoco se puede pasar
por alto que poco importa aquí el desastre social y económico en el que se
sumirá el pueblo griego con un gobierno tecnócrata que obedece a una Troika que
es económica y que está bastante alejada de aquellas propuestas utopistas del
siglo XVIII y pensaban una Confederación o una República Europea donde lo
económico era sólo el primer paso hacia un vínculo político.
Por otra
parte, convengamos, la situación griega tiene muchos puntos en común con la
crisis Argentina de 2001 aunque también diferencias pues más allá de los
números macroeconómicos y de que se llame “rescate”, “ayuda”, “salvataje” o
“blindaje” al modo en que los Estados sometidos acaban haciendo pública la
deuda de los bancos privados, salir del euro para volver a la moneda nacional
griega (el dracma) es todavía más difícil que salir de la convertibilidad. En
ambos casos hay una pérdida de soberanía en la política monetaria pero sin
dudas, las presiones son distintas y un default con posterior devaluación
reactivadora en Grecia sería un pésimo ejemplo para los países considerados más
díscolos, esto es, aquellos países periféricos generalmente del sur de Europa,
que hacen cuentas y empiezan a poner en tela de juicio las ventajas de
pertenecer a la Unión.
Sin
embargo, el hecho de que Europa, a diferencia de lo que ocurriese a lo largo de
la historia, pareciese estar atrasada y viviendo lo que en Latinoamérica hemos
superado con éxito hace ya unos 10 años, ha hecho que existan referentes
políticos, sociales e intelectuales que estén mirando el modo en que los
gobiernos latinoamericanos de tinte progresista han logrado reactivar la
economía con políticas heterodoxas, fomentando el mercado interno y, sobre todo,
estableciendo una cooperación internacional bajo otros parámetros. En este
sentido debe resaltarse un hecho que suele pasarse por alto y es el rechazo al
ALCA que se dio en 2005 en aquel inolvidable Encuentro en Mar del Plata. La
posición de los países más importantes de América del Sur frente a la propuesta
del ex presidente Bush, obligó a éste a sepultar el Tratado de Libre Comercio
que generaría lo mismo que hoy está sucediendo en Europa: un vínculo comercial
que en principio parece conveniente para los países emergentes pero que luego
comienza a mostrar el modo en que una superpotencia con una política productiva
de salarios bajos, inunda con sus productos el mercado y acaba devastando la
producción nacional. Como el único modo de salir de esta situación es a través
del crédito, esas mismas superpotencias, a través de sus órganos multilaterales
(como el FMI), otorgan préstamos a cambio de la imposición de políticas de
ajuste y austeridad fiscal que permiten que las condiciones anteriores se
mantengan y así hacer de esto un círculo vicioso.
En este
sentido, no puedo otorgarme la prerrogativa de ser el poseedor del manual de
salida de la crisis pues esa es una propiedad de los economistas del establishment,
esos que siempre saben lo que hay que hacer pero no se responsabilizan por los
fracasos de sus predicciones y de sus políticas. Con todo déjeme recordar que
el ejemplo argentino ha sido exitoso, aun cuando a los opositores al kirchnerismo
les moleste. En otras palabras, creo que nadie en el país podía imaginar que 10
años después del default, la Argentina mantendría un nivel de inversión
aceptable, duplicaría su PBI y bajaría drásticamente la pobreza, la indigencia
y la desocupación. Y lo más interesante es que lo hizo rompiendo el molde y a
través de un razonamiento que tiene mucho de lógica de negociación callejera
pero que se acomoda muy bien a los modos propios del capitalismo financiero.
Pienso en aquellas palabras de Kirchner cuando en la renegociación de la deuda
aclaró “los muertos no pagan”. Efectivamente, la lógica deudor-acreedor
funciona siempre en el límite: se trata de que la soga apriete pero no ahorque.
Mientras apriete y no mate el problema es del deudor. Cuando mata, el problema
pasa a ser del acreedor. Kirchner lo entendió bien e hizo de la debilidad, su
fortaleza, contra todos los pronósticos, incluso contra los consejos del ahora
reaparecido ex ministro de Economía, Roberto Lavagna que sugería ser más
permeable a los intereses de los acreedores.
En este
sentido, la solución a la crisis no se dará ni con las propuestas de la derecha
ni a través de las políticas del Fondo Monetario, pues al fin de cuentas, como
bien indica el dicho popular, al fondo y a la derecha no está la salida sino
nada más y nada menos que el baño.
Palma ¿que ataque de moderación te dio el viernes?
ResponderEliminarte lo joro que no entendí lo que hiciste con Carrasco