Probablemente una de las notas más significativas en torno al bicentenario sea la masiva marcha de pueblos originarios que desembocará en el epicentro de la Capital Federal. Su intención, claro está, no es sumarse a los festejos sino aprovechar la ocasión para ganar en visibilidad y reclamar a las autoridades nacionales un conjunto de reivindicaciones con la esperanza de que en el marco de las nuevas tendencias de los gobiernos de la región exista una mayor receptividad.
Sintéticamente parece haber dos tipos de reclamos. Uno de ellos más novedoso y a tono con las reformas que en los últimos años realizaron Colombia, Venezuela, Ecuador y Bolivia entre otros. Se trata de reconocer el carácter plurinacional del Estado, esto es, admitir que bajo el paraguas de una misma formación estatal existen pueblos diversos, con valores y tradiciones distintos a los de la cosmovisión mayoritaria. Este reconocimiento podría no ser meramente simbólico en la medida en que sería la piedra fundamental para adquirir diferentes grados de autonomía que podría derivar incluso en la posibilidad de un controvertido pluralismo jurídico muchas veces reñido con el derecho liberal y, en algunos casos aislados, a contramano de la cosmovisión occidental de los derechos humanos.
El segundo reclamo, el cual está claramente conectado con el primero, es el reconocimiento de las tierras pero con una particularidad. No se exige que las miles de hectáreas sean restituidas como propiedad individual a cada uno de los miembros de la comunidad sino que se busca que sean otorgadas como propiedad colectiva. Hay una razón cultural y otra estratégica para ello: la cultural responde a la cosmovisión comunitaria y no individualista de estas culturas y la estratégica tiene que ver con que el otorgamiento de la propiedad en tanto colectivo imposibilita que los individuos de la comunidad sean seducidos por la posibilidad de vender su parcela lo cual generaría, a la larga, la diseminación y la pérdida de la unidad y la fuerza. Como contrapartida, el derecho liberal tiene un argumento que no debe ser desatendido pues una propiedad colectiva indivisible va en contra del derecho individual de un sujeto que eventualmente quisiera dejar la comunidad, puesto que de intentar hacerlo, no podría disponer de su espacio ya que si bien es ocupado por ese sujeto, no le pertenece a él sino a la comunidad toda.
Lamentablemente, a la hora de analizar la problemática de los pueblos originarios se deja de soslayo este tipo de debates y observamos en paralelo, por un lado, la indiferencia de vastos sectores de la sociedad y, por el otro, ciertos sectores progresistas que hacen una defensa indiscriminada de todo “lo indígena”, algo que, claro está, si bien tiene como fundamento, probablemente, una suerte de romanticismo colectivista, se apoya en el recuerdo del feroz genocidio que estas comunidades sufrieron.
Por si esto fuera poco, desde hace unos meses viene circulando un estudio genético de científicos del Conicet por el cual se comprobó que lejos de aquella construcción cultural por la que se afirma que el argentino “viene de los barcos”, el 56% de nosotros tiene antepasados indígenas, de lo cual, debería seguirse que tenemos una obligación moral hacia ellos por razones de sangre. De esta manera, se afirma que debemos apoyar la causa indígena porque al fin de cuentas, también es la causa “nuestra”. Esta forma de argumentar es similar a la que se oye en marchas donde se pide justicia ante una muerte injusta pues siempre aparecerá una señora diciendo “estoy acá porque el día de mañana puede pasarle a mi hijo”. No está allí por solidaridad con un otro sino por fines egoístas. Esta allí porque cree que la próxima víctima puede ser uno de “los nuestros”. Desde esta misma lógica, cuando un extraterrestre se presente ante la humanidad, si quiere ser respetado, debería probar que aun los habitantes de la Tierra somos fruto de un polvo cósmico que es todavía anterior a los pueblos originarios.
De este modo, la gran paradoja es que se hace una defensa de la solidaridad indígena y de su sentido colectivista no en tanto algo deseable en sí mismo sino por la razón egoísta de defender lo que uno mismo (o el 56% de los argentinos) es. En este contexto quedan dos caminos: o de manera contradictoria reivindicamos la solidaridad por razones egoístas o nos damos cuenta que a la hora de construir una sociedad más inclusiva, no tenemos por qué interrogar a nuestros genes.
Sintéticamente parece haber dos tipos de reclamos. Uno de ellos más novedoso y a tono con las reformas que en los últimos años realizaron Colombia, Venezuela, Ecuador y Bolivia entre otros. Se trata de reconocer el carácter plurinacional del Estado, esto es, admitir que bajo el paraguas de una misma formación estatal existen pueblos diversos, con valores y tradiciones distintos a los de la cosmovisión mayoritaria. Este reconocimiento podría no ser meramente simbólico en la medida en que sería la piedra fundamental para adquirir diferentes grados de autonomía que podría derivar incluso en la posibilidad de un controvertido pluralismo jurídico muchas veces reñido con el derecho liberal y, en algunos casos aislados, a contramano de la cosmovisión occidental de los derechos humanos.
El segundo reclamo, el cual está claramente conectado con el primero, es el reconocimiento de las tierras pero con una particularidad. No se exige que las miles de hectáreas sean restituidas como propiedad individual a cada uno de los miembros de la comunidad sino que se busca que sean otorgadas como propiedad colectiva. Hay una razón cultural y otra estratégica para ello: la cultural responde a la cosmovisión comunitaria y no individualista de estas culturas y la estratégica tiene que ver con que el otorgamiento de la propiedad en tanto colectivo imposibilita que los individuos de la comunidad sean seducidos por la posibilidad de vender su parcela lo cual generaría, a la larga, la diseminación y la pérdida de la unidad y la fuerza. Como contrapartida, el derecho liberal tiene un argumento que no debe ser desatendido pues una propiedad colectiva indivisible va en contra del derecho individual de un sujeto que eventualmente quisiera dejar la comunidad, puesto que de intentar hacerlo, no podría disponer de su espacio ya que si bien es ocupado por ese sujeto, no le pertenece a él sino a la comunidad toda.
Lamentablemente, a la hora de analizar la problemática de los pueblos originarios se deja de soslayo este tipo de debates y observamos en paralelo, por un lado, la indiferencia de vastos sectores de la sociedad y, por el otro, ciertos sectores progresistas que hacen una defensa indiscriminada de todo “lo indígena”, algo que, claro está, si bien tiene como fundamento, probablemente, una suerte de romanticismo colectivista, se apoya en el recuerdo del feroz genocidio que estas comunidades sufrieron.
Por si esto fuera poco, desde hace unos meses viene circulando un estudio genético de científicos del Conicet por el cual se comprobó que lejos de aquella construcción cultural por la que se afirma que el argentino “viene de los barcos”, el 56% de nosotros tiene antepasados indígenas, de lo cual, debería seguirse que tenemos una obligación moral hacia ellos por razones de sangre. De esta manera, se afirma que debemos apoyar la causa indígena porque al fin de cuentas, también es la causa “nuestra”. Esta forma de argumentar es similar a la que se oye en marchas donde se pide justicia ante una muerte injusta pues siempre aparecerá una señora diciendo “estoy acá porque el día de mañana puede pasarle a mi hijo”. No está allí por solidaridad con un otro sino por fines egoístas. Esta allí porque cree que la próxima víctima puede ser uno de “los nuestros”. Desde esta misma lógica, cuando un extraterrestre se presente ante la humanidad, si quiere ser respetado, debería probar que aun los habitantes de la Tierra somos fruto de un polvo cósmico que es todavía anterior a los pueblos originarios.
De este modo, la gran paradoja es que se hace una defensa de la solidaridad indígena y de su sentido colectivista no en tanto algo deseable en sí mismo sino por la razón egoísta de defender lo que uno mismo (o el 56% de los argentinos) es. En este contexto quedan dos caminos: o de manera contradictoria reivindicamos la solidaridad por razones egoístas o nos damos cuenta que a la hora de construir una sociedad más inclusiva, no tenemos por qué interrogar a nuestros genes.
Muy bueno. Estoy ocupandome del mismo tema, acá en Bariloche respecto a los mapuches. Interesante aporte. Resultará el malón de la paz? Tengo esperanza y espectativas, junto con ellos, de que no va a quedar en la fecha del bicentenario nada más. Mis saludos!
ResponderEliminarAdemás, la idea de "pueblo originario"... no sé si los indígenas constituían un pueblo. Pero ese no me parece tanto un problema, sino la idea étnica de fondo. Porque resulta que a su vez yo sería parte de otra etnia, como me tendría que dar por enterado.
ResponderEliminarEsa pretensión de una relación directa con los orígenes es además falsa. Uno lee los documentos de las organizaciones y está claro que son creación de la pedantería del "hombre blanco", antropólogos, historiadores y otros colonialismos por el estilo. Es raro, se trata de un reclamo liberal de respeto e igualdad, pero servido en unas monsergas intragables.
Está muy bien que Cristina solo les de programas de radio y no les devuelva las tierras que les cedio a mineras extranjeras contaminantes porque eso es hacerle el juego a la derecha. Viva la patria.
ResponderEliminarNos debemos tantas cosas!!
ResponderEliminarFuimos creciendo en una construcción intelectual propuesta por las élites, los dueños de casi todo, sus comunicadores y representantes.
Estamos despertando a muy alto costo, sobre todo a partir del golpe cívico militar genocida del 76. Y todo lo posterior. La aprobación definitiva de la ley de medios audiovisuales será un nuevo punto de partida. Se debería educar desde el amor a lo nuestro y a los nuestros, admirarnos nosotros por lo que somos , por lo que fuimos capaces de construír desde el desastre. Lo externo complementa, mas no nos debe definir ni reperesentar.
Somos americanos, hermanos latinoamericanos. Argentinos orgullosos de serlo.
Debemos ayudar a este gobierno a terminar su mandato con creciente participación nuestra. Y tener en claro qué hay después, qué debemos votar que tenga el sentido de Nación e inclusión de todos.
No admitir intelectualmente más mentiras ni promesas de ningún tipo.
LA única verdad es la realidad. Y en este gobierno hay claridad al respecto.
Y ojo que también tengo claro las cosas impresentables hay. Pero en tren de comparar.
Lo mejor en cinco décadas.
Atte.
Mario Sorsaburu
En relación al articulo de Dante, creo que tenemos que avanzar a declarar un Estado plurinacional, reconociendo que somos eso: una Patria conformada de raíces originarias del suelo americano y de inmigracion europea. Sin embargo se cristalizó en nuestras instituciones una tradición y no la otra, en este punto estamos en deuda, la inclusión no debe ser una mera declamación. Creo que hay una diputada, Silvia Vázquez, que elaboró un proyecto de ley junto a los principales referentes de las comunidades indígenas para avanzar en la concreción de gran parte de esas demandas
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