En el contexto del nacimiento de las Repúblicas modernas y la disputa contra los Estados absolutistas, el filósofo prusiano Immanuel Kant resaltaba que uno de los elementos centrales de lo que hoy entendemos por democracias liberales, era la opinión pública. Se suponía así que obligados a dar a publicidad sus actos, los gobernantes se expondrían a una crítica ciudadana que, retomando en parte los ideales del ágora griega, discutiría en el ámbito de la esfera pública si la opción propuesta es adecuada o no para el conjunto de la sociedad.
Evidentemente, los tiempos cambiaron y al menos desde mediados del siglo XX nadie puede suponer que el rol de la opinión pública sea el de hacer de contrapeso al Gobierno de turno. Más bien, suele ocurrir lo contrario: los gobiernos se sirven de los Medios de comunicación para amoldar una opinión pública que se diluye acríticamente en los estímulos del pan y del circo. Pero en las últimas décadas las cosas cambiaron en varios sentidos, especialmente en lo que respecta a los polos de poder pues difícilmente se pueda afirmar que éste se halle en la dirigencia política y en el Estado; más bien se debe hacer énfasis en los “otros” poderes fácticos que casi a la usanza medieval no son otra cosa que grandes corporaciones privadas que, en este caso, con un alcance multinacional, sojuzgan a las vetustas estructuras de los Estados nacionales.
En la Argentina del presente, la disputa en torno a la Ley de Medios desenmascaró intereses y actores y puso como nunca sobre la mesa que las corporaciones monopólicas más peligrosas son aquellas que desde la comunicación pretenden extorsionar Gobiernos y hacer de la opinión pública un coro de indignados sentidos comunes que, lejos de aquel ideal de ciudadanía crítica, aceptan pasivamente un relato que indica que una lluvia es una gigante tormenta de orín y que el virus H1N1 es una gripe K.
Ahora bien, los miles y miles de hombres y mujeres que apoyaron la convocatoria de la Coalición por una Radiodifusión democrática, parecen intentar quebrar esta lógica inercial de voces únicas y ser conscientes de esta idea que aparecía en el espíritu de las palabras de Kant: no puede haber República sin el contrapeso de la sociedad civil, sin una ciudadanía activa que pueda controlar al poder. La clave está en que esta opinión pública que busca renacer reconozca que la novedad de estos tiempos está en que este poder ya no está representado en el Soberano sino en una profusa red de comunicadores que por convicción o por obediencia debida describen un reclamo en pos de la pluralidad de voces como un caos de tránsito.
Evidentemente, los tiempos cambiaron y al menos desde mediados del siglo XX nadie puede suponer que el rol de la opinión pública sea el de hacer de contrapeso al Gobierno de turno. Más bien, suele ocurrir lo contrario: los gobiernos se sirven de los Medios de comunicación para amoldar una opinión pública que se diluye acríticamente en los estímulos del pan y del circo. Pero en las últimas décadas las cosas cambiaron en varios sentidos, especialmente en lo que respecta a los polos de poder pues difícilmente se pueda afirmar que éste se halle en la dirigencia política y en el Estado; más bien se debe hacer énfasis en los “otros” poderes fácticos que casi a la usanza medieval no son otra cosa que grandes corporaciones privadas que, en este caso, con un alcance multinacional, sojuzgan a las vetustas estructuras de los Estados nacionales.
En la Argentina del presente, la disputa en torno a la Ley de Medios desenmascaró intereses y actores y puso como nunca sobre la mesa que las corporaciones monopólicas más peligrosas son aquellas que desde la comunicación pretenden extorsionar Gobiernos y hacer de la opinión pública un coro de indignados sentidos comunes que, lejos de aquel ideal de ciudadanía crítica, aceptan pasivamente un relato que indica que una lluvia es una gigante tormenta de orín y que el virus H1N1 es una gripe K.
Ahora bien, los miles y miles de hombres y mujeres que apoyaron la convocatoria de la Coalición por una Radiodifusión democrática, parecen intentar quebrar esta lógica inercial de voces únicas y ser conscientes de esta idea que aparecía en el espíritu de las palabras de Kant: no puede haber República sin el contrapeso de la sociedad civil, sin una ciudadanía activa que pueda controlar al poder. La clave está en que esta opinión pública que busca renacer reconozca que la novedad de estos tiempos está en que este poder ya no está representado en el Soberano sino en una profusa red de comunicadores que por convicción o por obediencia debida describen un reclamo en pos de la pluralidad de voces como un caos de tránsito.
La verdad muy interesante lo que escribiste.
ResponderEliminarNecesitamos y queremos la ley de medios,la ley de la democracia.
Queremos mas voces, a ver si logran entender que los argentinos estamos cansados que nos mientan.
Rosario
La ley de medios debe ser una ley de "ida y vuelta" donde la gente tenga la posibilidad de expresarse sin intermediarios y el gobierno tenga la sabiduría de escuchar a la gente también, sin intermediarios.
ResponderEliminarLeí por ahí, que después que los Sandinistas perdieran el poder, hicieron una convención para una autocritica. Un humilde campesino pido la palabra y les dijo a los dirigentes: "El pueblo es como un viejito, que habla despacito, hay que estar muy cerca de él para escucharle" La ley de medios es uno de los mecanismos que permitirá escuchar al "viejito". Saludos
Yo, la verdad, como no tengo nada que agregar ni criticar al artículo de Dante, me permito expresar mi alegria. Pues tenemos que reconocer que la Plaza del 24 fue multitudinaria, mucho más que otros años; luego, la concentración en el Obelisco también fue numerosísima; y finalmente la marcha hasta Tribunales no mermó en la participación. Así que, haber estado en esos tres episodios de festejo popular y de lucha por una democracia más profunda y verdadera me llena de emoción. También de esto se trata la Ley de Medios creo, de expresar la alegría con la que vamos, no?
ResponderEliminarUn abrazo,
Fernando...
Asi es , mascaras que caen, y esperemos caigan muchas mas, para que queden solo las buenas ideas, no?. Por eso nos queda nada mas y nada menos que luchar por esta ley que tanto le costo a la democracia. Lei el articulo el domingo, muy bueno, tambien me gustaron los que escribiste en este espacio. un gusto conocerte el 15. Abrazos. Juliana
ResponderEliminarGracias Ro, Antonio y José.
ResponderEliminarJuliana: un gusto también haberte conocido. Cualquier cosa mandame un mail así estamos en contacto y gritamos goles de Vélez! Besos a todos!
Está muy bien una ley de medios. Está mejor si es acompañada de una ley de acceso libre a la información pública.
ResponderEliminarNo sólo los medios deben ser regulados. También la información, que es de todos.
Slds.
pd: Dante, sigo esperando que me contestes el mensaje en el post anterior.
pd2: lástima que este gobierno concediera licencias por 10 años, ¿no?, ¡qué cagada!
José o Fernando... no sé: es una lástima que se convirtiera la conmemoración del 24 de marzo en un "festival", y que no se les permitiera entrar a la plaza, o se los boicoteara a organismos de derechos humanos no oficialistas.
ResponderEliminarSlds.
pd: ¿el 24 un festejo democrático? Lamento tu alegría.