Cuando Cobos se presente a internas abiertas en 2011 se estarán cumpliendo 40 años de la publicación de Desde el jardín, aquella novela de Kosinski que quizás sea más recordada por la versión cinematográfica protagonizada por Peter Sellers en 1979. Como todos saben, se trata de la historia de un jardinero, Chauncey Gardiner, con un desarrollo intelectual fronterizo y adicto a la televisión. Un accidente con suerte lo acerca a la mujer de un poderoso que interpreta los discursos plagados de metáforas botánicas de Mr. Chauncey como las genialidades de un intuitivo estadista. Gardiner es tan incoherente como un zapping televisivo y su discurso vacuo tiene la capacidad de adecuarse a cualquier tipo de interpretación.
Apareciendo como segundo del poderoso al que conoció en esas circunstancias fortuitas, Gardiner comienza a ser visto como el verdadero cerebro, aquel titiritero que mueve los hilos de un país. De aquí que obtenga importantes entrevistas en el que con un tono medido aunque dubitante, responde, entre exasperantes silencios, con gestos y frases similares a las que su canal de TV favorito repite a diario. La obsecuencia y la presunción de estar frente a un semidios, una suerte de oráculo posmoderno, hace que los entrevistadores no sólo se abstengan de repreguntar sino que inconscientemente se esfuercen en encontrar un sentido redentor en aquellas palabras.
Claro que, como es posible imaginar, cierto costado conspirativo de los comunicadores sumado a la ambigüedad de quien es sólo un médium transmisor del oficio del cuidado de las plantas, comienza a generar un halo de sospecha alrededor de su figura. Al fin de cuentas, este hombre esquivo que irrumpe en la arena política de repente, debe tener una capacidad excepcional para tener en vilo a la prensa y a la clase política cada vez que se pronuncia.
Pero no es el caso. Gardiner sigue observando sus programas favoritos, especialmente aquellos típicamente matutinos: los de ejercicios gimnásticos. De hecho, aun recuerdo la imagen de Peter Sellers con su ropa deportiva frente al televisor buscando emular torpemente los ejercicios que un Hércules de la pantalla le sugería. Todo esto, claro está, con una total indiferencia ante la mirada atónita de la esposa del hombre poderoso.
El final de la película no se los voy a contar aunque les puedo adelantar que en la última escena se puede observar a Peter Sellers dejar su lugar, acercarse a un bello y profundo lago y caminar sobre sus aguas. Se lo ve ido y sin entender nunca lo que ocurrió ni el lugar que la historia le dio. Como en aquel maravilloso cuento de Borges en el que un grupo interdisciplinario de “locos” decide falsificar una enciclopedia e inventar un país (Uqbar) que se caracteriza por poseer una literatura fantástica acerca de una región imaginaria muy particular llamada Tlön, la ficción parece haber penetrado en la realidad: el jardinero transita el lago sin hundirse. Así, la gran construcción discursiva en torno a la figura de Chauncey Gardiner no queda circunscripta a un delirio mediático ni a una sugestión colectiva, sino que se ontologiza, se hace realidad. Sin embargo, este hijo de la pantalla de Dios acaba yéndose solo, con un destino incierto y sin morada.
Nadie que intente entender la política argentina que viene puede dejar de leer el libro o ver esta película. Si no pueden encontrarlos en la librería o en su videoclub, pueden adquirirlos todos los días en el kiosko de diarios o bien licenciar el control remoto y clavarlo en el canal de noticias que responde a los intereses de un Multimedio.
Apareciendo como segundo del poderoso al que conoció en esas circunstancias fortuitas, Gardiner comienza a ser visto como el verdadero cerebro, aquel titiritero que mueve los hilos de un país. De aquí que obtenga importantes entrevistas en el que con un tono medido aunque dubitante, responde, entre exasperantes silencios, con gestos y frases similares a las que su canal de TV favorito repite a diario. La obsecuencia y la presunción de estar frente a un semidios, una suerte de oráculo posmoderno, hace que los entrevistadores no sólo se abstengan de repreguntar sino que inconscientemente se esfuercen en encontrar un sentido redentor en aquellas palabras.
Claro que, como es posible imaginar, cierto costado conspirativo de los comunicadores sumado a la ambigüedad de quien es sólo un médium transmisor del oficio del cuidado de las plantas, comienza a generar un halo de sospecha alrededor de su figura. Al fin de cuentas, este hombre esquivo que irrumpe en la arena política de repente, debe tener una capacidad excepcional para tener en vilo a la prensa y a la clase política cada vez que se pronuncia.
Pero no es el caso. Gardiner sigue observando sus programas favoritos, especialmente aquellos típicamente matutinos: los de ejercicios gimnásticos. De hecho, aun recuerdo la imagen de Peter Sellers con su ropa deportiva frente al televisor buscando emular torpemente los ejercicios que un Hércules de la pantalla le sugería. Todo esto, claro está, con una total indiferencia ante la mirada atónita de la esposa del hombre poderoso.
El final de la película no se los voy a contar aunque les puedo adelantar que en la última escena se puede observar a Peter Sellers dejar su lugar, acercarse a un bello y profundo lago y caminar sobre sus aguas. Se lo ve ido y sin entender nunca lo que ocurrió ni el lugar que la historia le dio. Como en aquel maravilloso cuento de Borges en el que un grupo interdisciplinario de “locos” decide falsificar una enciclopedia e inventar un país (Uqbar) que se caracteriza por poseer una literatura fantástica acerca de una región imaginaria muy particular llamada Tlön, la ficción parece haber penetrado en la realidad: el jardinero transita el lago sin hundirse. Así, la gran construcción discursiva en torno a la figura de Chauncey Gardiner no queda circunscripta a un delirio mediático ni a una sugestión colectiva, sino que se ontologiza, se hace realidad. Sin embargo, este hijo de la pantalla de Dios acaba yéndose solo, con un destino incierto y sin morada.
Nadie que intente entender la política argentina que viene puede dejar de leer el libro o ver esta película. Si no pueden encontrarlos en la librería o en su videoclub, pueden adquirirlos todos los días en el kiosko de diarios o bien licenciar el control remoto y clavarlo en el canal de noticias que responde a los intereses de un Multimedio.
Buen día Dante, me dieron ganas de leer el libro. Voy a ver si lo encuentro.
ResponderEliminarMuy buenos tus análisis. Me parece muy interesante la filosofía, asi que voy a pasar mas seguido a leer tus escritos.
Y sobre Cobos, podrían decirse muchas cosas. Yo vote a Cristina Fernández y si ella lo eligió (o se lo eligieron) bueno, a pensar mejor la próxima. "El que se acuesta con niños, amanece mojado". O su variante que corre por mi cuenta, "El que se acuesta con radicales, amanece cag..."
Un abrazo grande
Yo leí el libro de muy chica, debía tener 14, y me encantó. La peli la vi hace poco y no me gustó tanto, especialmente el final que citás. El final de la novela es mucho más enigmático.
ResponderEliminarY es inevitable no pensar en nuestros políticos con esa novela: a mí, particularmente, me recuerda a los delirios místicos de Lilita, o a la retórica engañadora compradora de Michetti (me acuerdo cuando todo el mundo decía "pero ella no es bruta como Macri, es seria, preparada..."). No realmente a Cristina, el suyo es otro perfil, menos metáfora, menos estética. ¿Por qué solo hablo de mujeres? No sé. Pero me vinieron a la mente ellas.
¡Dante!¡Cuando mencionaste a Chauncey Gardiner en el instante me dije qué hallazgo!
ResponderEliminarLeí el libro y ví la película hace muchos años, es de esos libros que te dejan huellas perennes. Claro que Cleto es "the gardiner", claro.
Juan querido: si no me equivoco el libro hace mucho que no se edita pero en las librerías de usados está. Espero que sigas pasando por el blog
ResponderEliminarTami: ay ay ay.....te la pasas hablando de mujeres.. jajaj
Eva: Es igualito a peter sellers!!! Beso
Mejor comparación, imposible.
ResponderEliminarMomento, compañero!!!! Permítame salir en defensa del Chauncey Gardiner original, porque la comparación lo deja mal parado. A fin de cuentas, el personaje de la novela nunca se propuso engañar a nadie. Él estaba muy feliz con su vida, hasta que la casualidad lo puso en relación con un montón de gente que sólo quería convencerse de que el tipo era un fenómeno y la tenía más que clara.
ResponderEliminarEntonces, podemos comparar a los "públicos", pero no a los "protagonistas". Chauncey Gardiner nunca tuvo mala leche. En cambio, de su homólogo criollo no me atrevo a decir lo mismo.
Saludos.
RDM
Dante: te agradezco el comentario en mi blog. Espero que desde estos espacios como el tuyo, el mio y tantos otros podamos contribuir en algo, aunque sea mínimo, a debilitar al discurso único que se instala desde los medios masivos. Un abrazo.
ResponderEliminarseñor, con todo este envio de cobos con el jardinero gardiner,
ResponderEliminarud hace quedar mal a la cristina, pero muy mal,
no cosa mas el paño, que se le agujerea todo.
cassandra