En la medida en
que se ha instalado en cierto arco de los analistas la idea de un retorno del
fascismo, la metáfora de la República de Weimar se ha transformado en un lugar
común. Para quien no lo tenga del todo presente, hablamos del primer período
democrático de Alemania vigente desde 1919 hasta 1933, momento en el cual se
produce la deriva autoritaria de Hitler. Hablar de Weimar, entonces, supone advertir
acerca de un estado de cosas previo al desastre por venir. Dicho esto, y dado
que no son pocos los que incluyen a Milei dentro de un presunto giro fascista:
¿es la Argentina 2025 la República de Weimar? ¿Acaso lo fue la Argentina de
Alberto Fernández como aquel desastre preparatorio para lo que vendría?
Apurando la
respuesta, creo que ese planteo es errado desde el vamos, sobre todo porque,
hasta ahora, no hay nada que muestre que el gobierno de Milei se parezca en
algo al fascismo, salvo que alguien interprete que ser fascistas es hacer
recortes presupuestarios, insultar periodistas, oponerse a políticas
progresistas y estar involucrado con el episodio de una presunta criptoestafa
que deberá aclarar en la justicia llegado el debido momento. Todo esto y mucho
más pueden ser acciones que originen críticas con buenos fundamentos. Incluso,
desde mi punto de vista, creo que hay claros rasgos populistas en Milei. Pero
ahí no hay fascismo. No digamos boludeces que Mussolini se nos mea de risa.
Aun así, el
episodio de Weimar puede ser útil para darnos algunas lecciones de la
actualidad y para ello me serviré de El
fracaso de la República de Weimar. Las horas fatídicas de una democracia
(Taurus), el nuevo libro de Volker Ullrich, el periodista alemán graduado en
Filosofía, Literatura e Historia que vuelve a deslumbrar con una obra de gran
precisión.
Este libro me
resultó particularmente interesante por una hipótesis que contradice buena
parte de la mitología en torno a aquellos años. Me refiero a la afirmación de
que la llegada de Hitler al poder era inexorable por una serie de razones que
expondremos más adelante. Sin embargo, Ullrich demuestra otros destinos además
de recordarnos que Hitler no llegó por los votos como se suele repetir. Más
bien lo que hubo fue una serie de intrigas, errores, mezquindades, ambiciones
y, sobre todo, una increíble cuota de azar, esto es, una serie de elementos que
no siempre son tenidos en cuenta por aquellos que pretenden encontrar en la
historia linealidades y necesidad.
Ahora bien, ¿por
qué fracasó la República de Weimar? Los historiadores ofrecen distintos puntos de
vista: están quienes dicen que la nueva Constitución que acababa con la
monarquía no pudo sacarse de encima la rémora del Estado autoritario (en las
élites económicas, en la burocracia estatal, en el ejército) o los que cargan
las culpas sobre la humillación y la pesada carga económica que pesaba sobre
los alemanes después del Tratado de Versalles, escenario propicio para la
reacción de los ultranacionalistas.
Otras hacen
énfasis en los defectos estructurales de la Constitución de Weimar que le daba
al presidente prerrogativas extraordinarias (el famoso artículo 48), para
disolver el parlamento y suspender las garantías y derechos ciudadanos, entre
otras cosas, y no son pocos los que agregan la mezquindad y la miopía de los
partidos y los sindicatos cuya intransigencia y división dejó la mesa servida a
los sectores más radicalizados.
Ullrich indica
que todo eso ha sido cierto pero que ni siquiera la unión de esos factores nos
dirigirían a pensar en Hitler como el único desenlace posible. En el medio se
perdieron decenas de oportunidades y el sendero de los hechos estuvo
determinado por infinita cantidad de acciones.
Por ejemplo, a
pesar de los grandes cambios sociales que los socialdemócratas incluyeron en
1918-19 (fin de la monarquía, libertad de expresión y de reunión, fin de la
censura, sufragio universal para las mujeres, jornadas laborales de 8 horas,
etc.) no se avanzó lo suficiente contra ciertas prerrogativas del antiguo
régimen. Si no quisieron, si no pudieron, si no les dio el equilibrio de
fuerzas, si era mejor la república posible a la verdadera, todo es
especulación.
También se
desaprovechó la oportunidad de sacar del medio a Hitler cuando, repelida su
intentona golpista en 1923, se permitió que la justicia apenas lo condenara a
cinco años de prisión y que se le diera libertad condicional a los pocos meses
de estar preso.
Asimismo, si los
comunistas hubieran superado sus diferencias, el monárquico Paul von Hindenburg
jamás hubiera llegado a presidente como lo hizo en 1925. Se trató de un punto
de inflexión porque el viejo Mariscal de campo del Imperio Alemán, aun cuando
fue mucho más respetuoso de la Constitución de lo que se esperaba y se negaba a
entregar el cargo de Canciller a Hitler, estuvo lejos de ser un republicano y
no dudó en hacer uso de la potestad que le otorgaba la Constitución para
suspender las garantías y disolver el Parlamento según las necesidades
políticas.
A propósito de
Hindenburg, Ullrich recoge una frase de Theodor Lessing, el filósofo de la
cultura, con la que se puede graficar tantísimos líderes y momentos de la
historia argentina:
“Según Platón,
los filósofos deberían ser los líderes del pueblo. No sería precisamente un
filósofo el que estaría subiendo al trono con Hindenburg. Más bien sería solo
un símbolo representativo, un signo de interrogación, un cero. Uno podría
decir: ‘mejor un cero que un Nerón’. La historia muestra, por desgracia, que
siempre detrás de un cero se oculta un Nerón”.
Volviendo a la
cuestión de las oportunidades, fue la ruptura de la coalición entre el centro y
los socialdemócratas en 1930 lo que abrió la última puerta y allanó el camino a
lo que sucedería tres años más tarde cuando, tras conspiraciones e intrigas
palaciegas, el exCanciller Franz Von Papen, sediento de venganza por haber sido
desplazado, acuerda con Hitler formar parte de su gobierno y convence a
Hindenburg para que designe al Führer
nuevo Canciller. Este punto es a tener en cuenta porque, si bien es cierto que
Hitler fue el más votado, sus votos nunca se acercaron ni por asomo al 50% más
1 necesario para formar gobierno sin depender de coaliciones. De hecho, ni
siquiera siendo el más votado tuvo la aprobación de Von Hindenburg hasta que,
como decíamos, al final logran convencerlo.
Por último, el
episodio inflacionario por el que atravesó el gobierno socialdemócrata fue,
para muchos, determinante. Ullrich menciona tres grandes personalidades de la
época que así lo grafican: Stefan Zweig quien, en su autobiografía, El mundo de ayer, afirmaba que nada
había vuelto al pueblo alemán un pueblo “tan amargado, tan lleno de odio, tan
listo para Hitler como lo volvió la inflación”; Sebastian Haffner, que en su
libro Historia de un alemán, indicaba
que esa vivencia de un dinero que se evaporaba dejó a Alemania lista “no para
el nazismo en particular, pero sí en general para cualquier aventura fantástica”,
y Thomas Mann quien indicó: “Hay un camino recto que lleva del delirio de la inflación
alemana al delirio del Tercer Reich”.
Ullrich no está
de acuerdo en esta mirada y un buen dato a su favor es que la inflación acabó
siendo controlada casi 10 años antes de que Hitler llegara al poder, más allá
de que es cierto que la crisis del 29 también afectó económicamente a Alemania
y que ese escenario podría haber contribuido con el auge de la derecha.
En la Argentina,
la respuesta en las urnas a inflaciones altas no fue el fascismo sino el apoyo
a gobiernos que emplearan ajustes y la controlaran, tal como sucedió con Menem
y ahora con Milei. Sin llegar a concluir que la inflación crea monstruos, sí
podría decirse que, al menos, hace a la sociedad más permisiva al momento de
aceptar políticas de shocks porque nada se asemeja al dinero perdiendo valor
día tras día.
En síntesis,
mientras no exista un giro autoritario de Milei, y nada hace pensar que ese sea
el camino, el caso de la República de Weimar, al menos tal como lo expresa
Ullrich, puede ser útil ya no como advertencia de la llegada del monstruo sino
para poner sobre la mesa la responsabilidad de los distintos actores que
lograron que Milei llegue al poder y el modo en que las acciones de éstos
podrían haber cambiado la historia. Esa es una comparación mucho más incómoda
que la torpemente falsa entre Hitler y Milei.
Naturalmente es
una tontería equiparar las intrigas palaciegas de Von Papen, operando a Von
Hindenburg, con las internas a cielo abierto que paralizaron el gobierno del
Frente de Todos, pero sí es cierto que Milei llega por una, casi imposible de
rastrear, cadena de errores, mezquindades y cálculos políticos de sus
adversarios. Sin enumerar en detalle y para no irnos hasta el 2001 o retroceder
para comprender qué originó ese estallido, podríamos remontarnos a la crisis de
2008 donde se genera un parteaguas en la sociedad para luego mencionar a Moyano,
a Massa, al boicot del propio gobierno a su candidato, Scioli, a candidatear a
Aníbal Fernández en la provincia, al desastre económico de Macri a partir de
abril de 2018, a la ya mencionada parálisis del gobierno que lo reemplazara
entre la intransigencia de unos y la pusilanimidad de otros, y a la
autodestrucción de Juntos por el Cambio. Cada caso merecería una explicación y
he pasado por alto infinidad de situaciones, pero me he centrado en lo que
podría considerarse “errores no forzados” para no incluir el modo en que los
adversarios políticos jugaron su propio partido (especialmente durante el
gobierno de CFK).
Teniendo la
suerte de que Milei no sea Hitler, ahora falta que nuestros dirigentes sean lo
suficientemente inteligentes, generosos y responsables para no cometer los
errores que, en distintos momentos de la historia, abrieron la puerta a lo
desconocido.
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