Finalmente, el presidente llamó a “la mesa política” cuya
finalidad sería discutir la estrategia electoral. Se trata de una mesa amplia
que incluye diferentes sectores y no solo las tres patas que conforman la
coalición de gobierno.
¿Quién sale fortalecido tras esta decisión? ¿Se le ha
doblegado una vez más la voluntad al presidente o se trata de una demostración
de que todavía conserva algo de poder? Hay distintas interpretaciones posibles,
pero a primera vista, esa mesa parece exponer que Alberto Fernández está en su
momento de mayor debilidad. Sin embargo, eso no significa que sus adversarios
internos se hayan visto fortalecidos.
Como decíamos la semana pasada, si hay Alberto no hay
PASO por más que el propio Alberto diga lo contrario. Es que ningún oficialismo
fuerte admitiría que se ponga en cuestión el liderazgo del presidente en unas
internas. Diferente sería el caso de que Alberto diera un paso al costado. Ahí
sí: todos juegan y todos con legitimidad. ¿Capitanich, Massa y Scioli? ¿Alguno
más? ¿Wado de Pedro? ¿Alguno menos?
Si Alberto no se baja, las únicas PASO sensatas serían
unas en las que se invita a uno o dos contrincantes fácilmente derrotables para
que sean vencidos por paliza y darle volumen al eventual triunfo del presidente
(tal como hicieron Sanz y Carrió para legitimar a Macri en 2015). Cualquier
otro escenario de PASO con participación presidencial podría ser una
catástrofe.
Independientemente de lo que suceda, lo cierto es que si
el presidente no puede imponer su candidatura y llama a unas PASO es porque es
un presidente débil. Si faltaran pruebas de esa debilidad, se hizo viral la
entrevista que el primer mandatario le diera a María O´Donnell en la que indica
que no tiene diálogo con su ministro del interior y que gobierna “con los que
puede”. Cómo hemos naturalizado que exista una coalición de gobierno con
ministros que no obedecen ni tienen comunicación con el presidente, no deja de
asombrar. Pero en todo caso, esta situación hecha pública por el propio Alberto
reafirma la condición de extrema debilidad de un presidente que ni siquiera
puede echar a un ministro que no le responde. A su vez, para no caer solo en la
figura de Alberto, también cabe preguntarse cómo puede ser que un ministro sin
diálogo con el presidente no haya presentado su renuncia aún. Lo más dramático
es que esta dinámica se ha reproducido desde el primer día de gobierno en
prácticamente todos los ministerios. Una gestión deficitaria como consecuencia
de una concepción del poder en la que todos van a tener su cargo, pero sin
poder sacar demasiado provecho del mismo. Un verdadero Frente de Todos Trabados;
todos con los pies en el plato para transformarse en un ejército de hortelanos.
En este escenario se dejó trascender que, en una reunión
privada amplia, Sergio Massa le pidió al presidente que defina si va a ser
candidato. Seguramente ese pedido nunca sucedió, pero el mensaje que se quiere
dar parece claro: Massa no va a competir con el presidente en unas PASO. Y es
sensato que así sea.
Asimismo, también es sensato que el presidente no se
apure a decir públicamente que se baja de la candidatura pues se diluiría aún
más esa pequeña cuota de poder que le ha quedado. Pero los tiempos se acortan y
si el presidente cree que la única manera de sostener el poder es presentarse a
unas PASO contra adversarios fuertes que pudieran vencerlo, habrá que ajustarse
los cinturones porque lo que viene es para preocuparse.
Mientras Massa espera y, suponemos, busca ser el
candidato de consenso ante una eventual salida de Alberto, la pregunta es cómo
ha quedado el kirchnerismo en este escenario. Dicho en otras palabras, ¿el
hecho de ser convocado a una mesa política donde se tomarían las decisiones
electorales lo fortalece o lo debilita? A priori podría decirse que lo
fortalece ya que mostraría cómo Alberto tuvo que ceder y aceptar que no puede
dejar afuera al kirchnerismo del armado electoral. Sin embargo, por otro lado,
muestra una debilidad en el kirchnerismo, especialmente si lo comparamos con el
2019. Con esto hago referencia a que en aquel momento no hizo falta ninguna
mesa ni una convocatoria a sectores amplios, etc. Allí bastó que CFK dijera “he
aquí el candidato al que tienen que votar” para que haya un nuevo presidente.
¿Tiene hoy CFK el poder para ungir un candidato de esa manera? La respuesta
claramente es “no” y aun cuando supongamos que un candidato k ganaría una
interna, el hecho de que el kirchnerismo tenga que sentarse a esa mesa, muestra
a un kirchnerismo muy débil incapaz de imponerle un candidato a un presidente
igualmente débil.
Es más, de la misma manera que la candidatura de Alberto
Fernández pudo leerse como la aceptación, por parte del kirchnerismo, de que ya
no tenía los votos para ganar una elección, el hecho de que el escenario más
competitivo para CFK y sus seguidores sea un acuerdo en torno a un candidato
como Massa muestra una suerte de segunda capitulación, o al menos un lento pero
marcado proceso de continuas resignaciones para sostenerse en el poder a modo
de garante moral de las buenas intenciones de sus ungidos. “Voten a los Alberto
y a los Massa que nosotros los controlamos desde adentro” pareciera ser el
mensaje a los votantes a los que se invita a comprender el nuevo equilibrio de
fuerzas mientras se le tira de carnada alguna bandera que se pueda levantar
contra “el lado Magnetto de la vida”.
Para concluir, entonces, la debilidad de Alberto, cada
vez más pronunciada, no ha redundado en un fortalecimiento del kirchnerismo. En
todo caso, le abre la puerta a Massa pero no a una candidatura comandada por un
K. Una mala gestión estructurada de modo tal que todos los actores puedan
trabar a sus adversarios en la interna, sumado al condicionamiento del gobierno
anterior y los imponderables de la pandemia y la guerra, hacen que transitando
el último año de mandato la incertidumbre sea total. Si la elección no está
definida es, en todo caso, porque la oposición no ofrece alternativas
superadoras ni ha mostrado una capacidad de gestión superior. Un Frente de
Todos que bien podría rebautizarse Frente de Todos Débiles, llega a la elección
con un presidente del que no sabe si será candidato y que fue más efectivo en
debilitar al resto de la coalición gobernante que en acumular poder para sí.
Si la potente persecución macrista debilitó al
kirchnerismo pero no pudo con la sólida minoría K intensa, lo cierto es que la administración
de Alberto está arrastrando al kirchnerismo hacia su licuación, máxime con una
CFK corrida a un costado. Puede que el albertismo, entonces, no sea una fuerza
propia sino el debilitamiento de todas las demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario