El largo plazo es en la Argentina
una rama de la literatura fantástica. A lo sumo, lo que entendemos por futuro
es el camino más o menos previsible que llevará a uno u otro candidato a postularse.
Las tendencias políticas se constituyen agregándole “ismo” al apellido del
candidato elegido. No mucho más. El kirchnerismo, el último “ismo” sobre el
cual vale la pena discutir, volvió como un sucedáneo negativo de sí mismo. En
su forma edulcorada, evitó la continuidad del plan de Macri, pero no vino a
ofrecer futuro sino nostalgia y la impotencia de tener que ser atendido por sus
detractores. Así, es mayoritariamente defendido por lo que hizo y por el riesgo
de lo que hay en frente pero no por lo que viene a ofrecer, lo cual, de hecho,
tampoco resulta demasiado claro. Si allá por el 2010 era evidente que el voto
de derecha era mayoritariamente un voto de “los viejos” mientras que la
juventud se inclinaba hacia el kirchnerismo, hoy tenemos que el voto de derecha
se concentra en los dos polos, los más viejos y los más jóvenes, dejándole al
kirchnerismo un sector relevante de los que tienen entre 30 y 45 y viven en los
grandes centros urbanos. Todo puede cambiar, como de hecho cambió desde el 2015,
pero lo cierto es que hoy asistimos, en el mejor de los casos, a un mero plan
de supervivencia del kirchnerismo, en todo sentido, no solo económico, sino
social y político. Toda la épica posible está en militar que no explote y que
no se note; todo el debate posible está en la gramática, el uso de plurales y
el origen del odio.
Después está la realidad, y, en
este caso, por ejemplo, los números oficiales muestran el afianzamiento
estructural de un fenómeno que no es solo local y que lleva ya algunos años. Me
refiero al de los trabajadores pobres.
Efectivamente, tenemos
recuperación del empleo pero al mismo tiempo alrededor de un tercio de los
asalariados son pobres. Antes tener un empleo era sinónimo de abandonar la pobreza.
Hoy no necesariamente, ni siquiera entre los empleos registrados. Los datos
abundan y sería abrumarlos con comparaciones pero lo cierto es que una familia tipo
necesita algo más de 120000 pesos para no ser pobre en la ciudad de Buenos
Aires. Y el sueldo no alcanza. Traigo este tema a colación para conectarlo con
la dificultad del largo plazo que planteaba al principio ya que se trata de
problemas cuyas soluciones no son inmediatas.
¿Hay una discusión robusta y
capilar entre los sectores afines al oficialismo acerca del futuro del
peronismo en este panorama? Dicho de otra manera, si la columna vertebral del
movimiento es, o era, la clase trabajadora, ¿no hay nada para repensar de aquí
en más tomando en cuenta que formar parte de esa columna vertebral hoy no
alcanza para dejar de ser pobre?
Y estamos hablando de empleo
formal. ¿No hay nada para decir acerca del trabajo asalariado no registrado y
los cuentapropistas? ¿Lo único que hay para ofrecer es tercerización de la
pobreza y presunta “economía popular”? ¿A qué peronista se le puede ocurrir
defender el clientelismo para así cumplir con la mitología que el antiperonismo
supo crear?
¿Y cuál será la relación con la
clase media? ¿Seguirá esa especie de guerra cultural zonza del peronismo de
clase media contra la clase media, a pesar de haber sido el movimiento que más
clase media ha generado? ¿La única respuesta es más impuestos a los que no los
pueden evadir? Pensemos en alguien que hoy tenga unos 45 años y haya
pertenecido siempre a la clase media urbana. Seguramente se formó en la escuela
pública gratuita y hasta pudo continuar sus estudios en la universidad pública;
tener alguna dificultad de salud no habrá sido un problema porque existían
coberturas gracias al empleo formal de los padres o, eventualmente, la buena
atención de la salud pública. Hoy en día, esa persona, probablemente de
pensamiento progresista, reconocerá por lo bajo que elige mandar a sus hijos a
una escuela privada y que lo que le queda del sueldo se le va por costear la
prepaga. ¿Lo hace porque se aburguesó y se volvió de derecha o porque la
educación y la atención médica están en decadencia incluso a pesar de la
calidad de algunos de sus recursos humanos?
Tener garantizado un sistema
público de salud y educación… ¡eso sí era redistribución efectiva! ¿Es posible
volver a discutir ello sin consignismo barato? En otras palabras, el
neoliberalismo destrozó buena parte de las prestaciones de calidad que ofrecía
un Estado que, a veces mejor, a veces peor, funcionaba. Ahora bien, por
ejemplo, ¿no hay algo para revisar también en los sindicatos del área de
educación? ¿Y qué hay de la formación de los docentes? ¿Toda la culpa es de
Menem?
Siguiendo con la clase media,
¿qué tiene para ofrecer el peronismo a aquellos cuentapropistas que trabajan
para el exterior y cobran en dólares? ¿Qué respuestas hay para todo un circuito
informal que va desde el mantero que vende ropa trucha y que cobra por Mercadopago,
hasta aquel que se acerca al mundo de las criptomonedas porque no puede cobrar
los dólares sin que se los pesifiquen a un valor que no existe? ¿Algo más que
tratar de cobrarle impuestos podría ser? ¿Algo más que acusarlo de “pendejo
libertario”?
A propósito, ¿y si en vez de
impulsar una cruzada patriótica contra el puñado de argentinos que puede viajar
hasta Qatar, discutimos el proyecto productivo de país y las razones por las
que estructuralmente faltan dólares?
Esto se relaciona con lo que les
mencionaba la semana pasada cuando les comentaba de esta nueva generación que,
por derecha o por izquierda, no tiene demasiado apego al pacto democrático por,
entre muchas razones, observar que con la democracia no alcanza para comer,
curar ni educarse. ¿Y si buscamos por allí algún indicio de los niveles de
violencia y odio que pululan y nos atraviesan transversalmente? No para
justificarlos, claro, sino para tener un diagnóstico preciso que nos permita
empezar a intentar resolverlo.
Por cierto, y de paso, ¿hay alguna alternativa a
achacarle a las Fake News y a la
falta de una ley de medios el hecho de que la gente no vote como nos gusta? ¿En
serio alguien puede creer que el problema de la verdad se resuelve con una ley
de medios que ya quedó obsoleta? ¿Y si el problema es que a veces, además de la
comunicación, lo que falla es el contenido de lo que se quiere comunicar?
Por
otra parte, frente al manual del buen emprendedor que ya no obedece a un jefe
para poder autoexplotarse, ¿los sectores progresistas ofrecerán algo más que la
romantización de los pobres y la marginalidad? ¿Qué transformación material
sustantiva son capaces de ofrecer hoy los espacios populares y de centroizquierda
de cara a los próximos 5, 10 y 20 años? ¿Cómo compatibilizar seriamente sin
acudir al término “sustentable” el discurso buenista del ecologismo oenegista y
la plurinacionalidad, con la explotación de los recursos naturales que este
país necesita para crecer? ¿Ya sabemos qué dirá la derecha pero qué solución
realista tiene el resto para ofrecer (y por “solución realista” entendemos un
proyecto que incluya a casi 50 millones de personas que necesitan comer y tener
energía)?
Para finalizar, ¿hay quien
entienda que gobernar no es solo diagnosticar como si todos fuésemos
observadores externos de una realidad ajena? ¿Hay quien entienda que gobernar
no es hacer un trabajo etnográfico de “la facu” donde nos referimos a grupos a
los que nunca pertenecimos ni vamos a pertenecer?
El país del 2023 es muy distinto
al del 2003 y lo que pudo ser una solución en aquel momento puede no serlo en
la actualidad. Comenzar con las preguntas correctas, aun si éstas no tienen
respuesta, puede ser un buen inicio para pensar lo que vendrá.
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