La irrupción de las fake
news impulsó lo que suele llamarse “Fact
checkers”, esto es, la aparición de “verificadores de hechos”, individuos
que, sea como parte de una ONG o como empleados de grandes conglomerados
mediáticos tradicionales y/o de alguna de las empresas gigantes de Silicon
Valley, se dedican a chequear la información y, eventualmente, “corregirla”. Es
verdad que antes se trataba del trabajo que realizaban unos sujetos a los que
se denominaba “periodistas” pero los tiempos cambian. Si los Fact checkers son los “Dueños de los
hechos”, el último lustro, tan atravesado por la corrección política, está
dando lugar a los “Dueños de la ficción”, esto es, los denominados “Sensitivity readers”. Estos “lectores de
sensibilidad” o “lectores sensibles”, si se permite una traducción más amigable
aunque igualmente ambigua, se dedican a corregir los textos de los autores
antes de que sean publicados. Una vez más, alguien dirá que antes se los
llamaba “editores” y/o “correctores”. Y es verdad. Pero estos lectores
sensibles son editores con una función específica. Si buscamos una definición,
un “lector sensible” es aquel que lee un texto en busca de contenido ofensivo,
representaciones equivocadas, estereotipos, sesgos, falta de comprensión, etc. Sin
embargo, no cualquiera puede aplicar a este tipo de trabajo. La exigencia
excluyente es que pertenezca a alguna minoría que eventualmente pudiera ser
ofendida.
La Universidad de Alberta, por ejemplo, que se presenta en su
sitio web como una institución académica de prestigio que se encuentra dentro
de las mejores 150 universidades del mundo, tiene un apartado dedicado a
definir qué es un “Sensitivity reader”
y cuáles son los requerimientos para que podamos convertirnos en uno de ellos
si nos interesara realizar relatos vinculados a pueblos originarios https://guides.library.ualberta.ca/c.php?g=708820&p=5049650
. Es que, como indica la propia universidad, existe una regla que indica que
“No puedes escribir sobre pueblos originarios sin [ser o tener algún vínculo
con] pueblos originarios”. A continuación, la universidad aclara que el lector
sensible no tiene respuesta para todo sino que solo puede hablar de su propia
experiencia pero sin representar a su nación/cultura en totalidad. También
advierte a los autores que su trabajo puede ser rechazado por el lector
sensible y se dedica un párrafo entero a la promoción de éstos. Allí se indica
que esta figura de los lectores sensibles es relativamente nueva en la
industria editorial y que, por lo tanto, los aspirantes deben justificar su
labor; además, se agrega que no se debe perpetuar la idea de que sea un trabajo
voluntario y ad honorem. Es más, la
página oficial de la universidad indica la tarifa promedio de los contratos que
firman los lectores sensibles, la cual va desde los USS 0.005 hasta los 0,01
centavos de dólar por palabra, lo cual hace que un libro de tamaño medio (unas
60000 palabras) suponga un pago de entre 300 y 600 dólares.
A propósito de esto, en un artículo publicado en The Spectator, el 10 de julio de 2021, https://www.spectator.co.uk/article/the-rise-of-the-sensitivity-reader,
la escritora Zoe Dubno se introduce en la discusión al interior del mundo
editorial para indicar que no se trata solo de corrección política sino también
de bajar costos y reducir riesgos. Efectivamente, como el lector sensible solo
puede editar aquello vinculado a “su identidad” o “su experiencia”, suele ser contratado
como freelance de manera precarizada.
Asimismo, con una paga baja como la que se indicaba anteriormente, las
editoriales y los autores que editan sus propios libros también buscan cubrirse
de las eventuales repercusiones negativas y/o cancelaciones que pudiera tener
el libro una vez que llega al gran público. La justificación funcionaría más o
menos así: “mi texto no puede ofender a nadie porque fue leído por lectores
sensibles que lo aprobaron”.
Pero la lógica del mercado también funciona entre los
aspirantes a lector sensible. De hecho Dubno menciona el modo en que, en redes
como Linkedin, los aspirantes construyen sus “Currículum de Otredad” donde
situaciones traumáticas o preferencias “exóticas” son “acreditadas” y se
encuentran al mismo nivel. Según la autora, si se toma el caso de la plataforma
que nuclea editores llamada “Salt and Sage”, se podrán ver casos donde se
mezclan pertenencias étnico-culturales, como ser “afro-brasileño”, con
experiencias traumáticas como haber padecido algún tipo de abuso o haber sido
internado en un hospital mental. Pero hay más: el mismo perfil incluye
preferencias “fuera de lo común”, a saber: productor de queso artesanal, amante
de la equitación, usuario de juegos online y fan de la música pop coreana.
Sin embargo, también hay quienes defienden la existencia de
los lectores sensibles. Por ejemplo en The
Guardian, la escritora transgénero Juno Dawson, en un artículo publicado el
8 de marzo de 2022
https://www.theguardian.com/commentisfree/2022/mar/08/stop-moaning-sensitivity-readers-diversity-publishing,
afirma que los lectores sensibles han llegado para quedarse y denuncia que su
existencia obedece a la poca diversidad que hay entre los editores
tradicionales. Dawson admite que en su ficción ha construido distintos
personajes, desde una modelo hasta la hija de la sangrienta reina María de
Inglaterra, pero que al momento de escribir sobre un personaje que ha padecido
alguna opresión, necesitó la ayuda de un “lector sensible”.
Llegados a este punto cabe preguntarse si esta lógica llevará
a distintos tipos de literatura, una con personajes no oprimidos capaces de ser
abordados por cualquiera, y otra de personajes oprimidos escrita por quienes de
alguna u otra manera hayan vivenciado o pasen al menos por el control de
sensibilidad de quien sí lo haya hecho. Asimismo, subyace una pregunta más
incómoda todavía: ¿desde cuándo la literatura o el arte en general tiene como
objetivo no ofender? De hecho podría hacerse una lista inmensa de expresiones
artísticas que han pasado a la posteridad justamente por haber ofendido e
incomodado a alguien.
En un artículo
publicado el 18 de febrero en el sitio Unherd, https://unherd.com/2022/02/how-sensitivity-readers-corrupted-literature/,
la escritora Kate Clanchy cuenta las enormes peripecias por las que tuvo que
pasar para reeditar un libro para chicos gracias a los lectores sensibles. Se
le pidió que no diga que la homosexualidad ha sido un tema tabú en Nepal bajo
el pretexto de que la homofobia proviene del colonialismo; que no afirme que
los taliban son terroristas y que elimine en general cualquier alusión al
terrorismo por ser un tema demasiado controvertido; que no se comprometa con la
afirmación de que a la universidad van más hijos de la clase media y alta que
hijos de la clase trabajadora, y que elimine la referencia a que un vestido
largo y ajustado dificulta el movimiento. Fueron tantas las “sugerencias” de
los lectores sensibles que decidió cambiar de editorial y no respetar ninguna
de ellas. Según Clanchy, se está imponiendo la idea de que la literatura tiene
que representar lo que el mundo debe ser y no lo que el mundo es. Por ello, si
un personaje es racista, misógino, homofóbico, etc. debe ser reemplazado. El
mundo está lleno de racistas, misóginos y homofóbicos de los cuales las
personas, con buen tino, en general, se alejan, pero la literatura ha adoptado
la función de contarle al mundo qué está bien y qué está mal. Al menos la
literatura que desea ser publicada, claro.
De hecho, Clanchy cita a un editor que indicó: "Ahora
entiendo que debo utilizar mi posición privilegiada de clase media blanca con
más conciencia para promover la diversidad, la equidad, la inclusión, ya que
todo el mundo editorial del Reino Unido se esfuerza por corregir décadas de
desigualdad estructural".
Llegados a este punto, además de la discusión general sobre
el sentido del arte, resulta una incógnita qué será del Teatro. ¿Desaparecerá
la ficción teatral como tal para dar lugar a una representación documental de
testigos y protagonistas reales? La misma duda podría extenderse a buena parte
de los géneros literarios: ¿habrá lugar para la novela policial o solo podrá
ser desarrollada por asesinos, detectives y víctimas? ¿Las aterradoras novelas
de asesinos seriales quedarán restringidas a ser escritas por ellos mismos? La
literatura infantil perdurará porque todos fuimos chicos pero podría imponerse
que fuera escrita por niños porque nuestros recuerdos como adultos pueden haber
tergiversado nuestras experiencias de la niñez. Asimismo, algunos contenidos
específicos de novelas para adultos directamente desaparecerían por cuestiones fácticas,
por ejemplo, cuando se trate de una novela en la que el protagonista en primera
persona acabara suicidándose. Por razones obvias, es de suponer que la novela
nunca acabaría o lo que es peor, ni siquiera podría comenzar.
Lo curioso es que esta lógica volverá como un boomerang sobre
aquellos que presuntamente se busca proteger. Una persona transgénero que se
dedicara a escribir o a la actuación solo podría representar papeles de
transgénero; lo mismo podría suceder con un discapacitado, un indígena, etc.
algo que suele ir en contra de los deseos de estas mismas personas. De hecho,
en general, lo que ellos mismos intentan es evitar el encasillamiento como si por
poseer determinada identidad no pudieran representar algo distinto de lo que
son.
Asistimos así a “políticas del Otro” que hablan de diversidad
y diferencia pero que han transformado a la otredad en una abstracción que
tiene sus propietarios y que se presenta como una entidad esencial, monolítica
e inexpugnable que se caracteriza por tener experiencias irreproducibles por
cualquiera que no pertenezca a la identidad correspondiente. El resto, los “No
otros” somos aquellos que por no formar parte de una identidad de padecimiento,
tenemos la posibilidad de tener experiencias intercambiables, entre ellas,
poder leer a alguien que ha tenido otras experiencias, poder ser y poder
ponerse en el lugar de otro aun cuando nunca se pueda comprender del todo lo
que el otro ha padecido.
Es de suponer que en la mayoría de los casos hay muy buenas
intenciones detrás del fenómeno cultural que deriva, entre otras cosas, en la
existencia de lectores sensibles, pero poder ser lo que no se es o al menos
poder intentarlo es una de las experiencias más enriquecedoras. Se trata de
abrir y no de cerrar. Más puentes. Menos candados.