domingo, 20 de marzo de 2022

Alberto, entre Otálora y el Golem (editorial del 19/3/22 en No estoy solo)

 

En sus habituales intervenciones públicas, el escritor Jorge Asís suele referirse a Alberto Fernández como “Otálora”, el protagonista de un cuento de Borges titulado “El muerto”. Otálora es un compadrito de los suburbios de Buenos Aires que llega a transformarse en capitán de contrabandistas en la frontera con Brasil gracias a su ambición y a una serie de hechos más o menos fortuitos que lo conectan con una estructura mafiosa liderada por un tal Azevedo Bandeira. Tras ganarse la confianza de éste, Otálora comienza a tejer un plan para desplazarlo. Primero se hace amigo de Ulpiano Suárez, guardaespaldas de Bandeira; luego, en medio de un tiroteo en Tacuarembó, Otalorá toma el papel de jefe y contradice las órdenes de su superior; esa misma noche, tras ser herido de bala, Otálora duerme con la mujer de Bandeira quien parece encontrarse en su ocaso. Sin embargo, el cuento da un giro que bien vale reproducir:

“La última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894. Esa noche, los hombres del "Suspiro" comen cordero recién carneado y beben un alcohol pendenciero. Alguien infinitamente rasguea una trabajosa milonga. En la cabecera de la mesa, Otálora, borracho, erige exultación sobre exultación, júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es un símbolo de su irresistible destino. Bandeira, taciturno entre los que gritan, deja que fluya clamorosa la noche. Cuando las doce campanadas resuenan, se levanta como quien recuerda una obligación. Se levanta y golpea con suavidad a la puerta de la mujer. Ésta le abre en seguida, como si esperara el llamado. Sale a medio vestir y descalza. Con una voz que se afemina y se arrastra, el jefe le ordena: -Ya que vos y el porteño se quieren tanto, ahora mismo le vas a dar un beso a vista de todos. Agrega una circunstancia brutal. La mujer quiere resistir, pero dos hombres la han tomado del brazo y la echan sobre Otálora. Arrasada en lágrimas, le besa la cara y el pecho. Ulpiano Suárez ha empuñado el revólver. Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto. Suárez, casi con desdén, hace fuego”.

Alberto sería así “el muerto”, aquel al que Cristina, representada por Bandeira, el jefe de los contrabandistas, “le ha permitido el amor, el mando y el triunfo” por el simple hecho de que “ya lo daban por muerto”. Como metáfora parece insuperable y es un mérito de Asís haberla encontrado. En todo caso el tiempo dirá si esto es así pero es un hallazgo.

Sin ánimo de competencia, otra metáfora que podría utilizarse para referir a la relación entre Alberto y CFK, ya que estamos con Borges, podría ser la de “El Golem”. Aquí, naturalmente, no se trata de una creación del autor de El libro de arena pero sí de un relato que ha aparecido recurrentemente en su obra.

Para quienes no lo tengan presente, la historia tiene como protagonista al rabino de Praga que, allá por el siglo XVI, decidió avanzar en la creación de un ser que pudiera defender a la sinagoga de los ataques antisemitas. Más específicamente, se cuenta que durante el reinado de Rodolfo II, el rabino Löw, quien gracias al estudio de las Escrituras había logrado descifrar la palabra con la que Dios creó la vida, tomó arcilla y barro de la orilla del río Moldava para construir una figura humana a la cual le dio vida inscribiéndole en la frente la palabra EMET, cuyo significado es “Verdad”.

Sin embargo, lamentablemente, esta suerte de autómata/humanoide, resultó ser bastante torpe, no podía hablar y ni siquiera era capaz de terminar actividades básicas como barrer el piso. Es más, se cuenta que un día el Golem enloqueció y, en vez de proteger a los judíos, salió a la calle y arrasó con todo lo que se le interponía en su camino. De aquí que el rabino decidiera acabar con su creación y, siguiendo la lógica de la Cábala judía, lo hizo, naturalmente, a través de las palabras. Así, se acercó hasta la frente del Golem y le quitó una “E” transformando la palabra “EMET” en “MET”, esto es, “Muerte”.

La metáfora en este caso también es potente y hasta puede leerse en los términos de la tan de moda voluntarista idea de que alcanza con modificar el lenguaje para transformar la realidad.  Llevado al terreno de la actualidad política argentina, CFK sería el rabino arrepentido de la creación de este Alberto Golem que no cumple con la función para la cual fue creado. Así, estaría en manos de ella, decretar la muerte (política) de su “creatura”.

Ahora bien, ambas metáforas tienen sentido en la medida en que es evidente que Alberto Fernández está donde está por decisión de CFK y resultan representativas de lo que parece ser un destino inexorable cuando se evalúa su gestión. Pero en todo caso la pregunta podría ser, siguiendo con el juego literario, cuál será el costo político a pagar por el creador del Golem cuya magnitud de destrozos resulta incalculable. Si lo vemos a la luz de los hechos ocurrido en los últimos diez días, sea por mérito de Alberto y/o torpeza/especulación política del cristinismo, lo cierto es que el espacio liderado por Cristina aparece más aislado y menos representativo incluso si lo comparamos con el interregno 2016-2018. Unos 30 diputados que apenas superan el 10% de la cámara y un número cercano al 20% de la cámara de senadores es todo lo que parece quedarle al kirchnerismo duro que había aportado, como mínimo, el 70% de los votos para que Alberto llegue a la presidencia. Sumemos a esto el descontento de los votantes k con Alberto, que se traslada también a la propia CFK, máxime cuando toman estado público actitudes infantiles que incluyen no aparecer en la votación, comunicarse con el pueblo solo a través de mensajes de Twitter, o entrar en una insólita disputa de “me llama, no me llama” o “me clava el visto”. Incluso se publicó una carta de intelectuales, muchísimos de ellos muy respetables y con una historia cercana a CFK, advirtiendo que la radicalización no ha logrado volver a construir mayorías en Latinoamérica, que hay que leer bien los signos de los tiempos, y que los logros del kirchnerismo en el pasado no deben convertirse en “formas ejemplares y absolutas”. Asimismo, agregan que la moderación, esto es, Alberto, “es una opción táctica en una etapa específica” y, en una crítica directa a la actitud del kirchnerismo duro, indicaron que “esperar tiempos mejores incluso tomando el riesgo de grandes derrotas no puede ser hecho sin asumir el propio lugar en las consecuencias calamitosas”. Insisto: no lo firma Diego Bossio. Lo firman Forster, Alemán, Jozami, Mocca y Seoane entre muchos otros.      

El horizonte de Alberto y su gobierno es una incógnita. Con el Frente partido de hecho, una herencia condicionante, la parálisis de gestión y la falta de audacia política, todo parece llevar hacia los caminos de Otálora; sin embargo, también cabe la posibilidad de que Alberto sea el Golem que todo lo destroza y que con su mala administración acabe cumpliendo la fantasía del establishment de cargarse a un cristinismo que se siente cada vez más a gusto en el rol purista y testimonial de minoría intensa. Si la metáfora vale, y Cristina es el rabino que decide ponerle fin “político” a la creatura, la pregunta que cabe hacerse es si está llegando a tiempo o ya es demasiado tarde.   

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