Mientras buscábamos la letra chica del entendimiento con el
FMI, Máximo Kirchner renuncia a la presidencia del bloque del FDT en diputados.
¿Pasión kirchnerista por volver a ser una minoría intensa modelo 2016? ¿Resurgimiento
de un ADN K que denuncia poderes fácticos y asume que el poder está en
cualquier lado menos en la administración del Estado? ¿Consecuencia natural de
hacerse cargo de una verdad incómoda por sobre una mentira que garantice
gobernabilidad? Quizás todo eso a la vez. Quizás no. Imposible saberlo. Tampoco
sabemos qué opina la madre de Máximo y no lo sabemos porque Máximo y su madre,
actual vicepresidenta, expresidenta durante dos mandatos y máximo referente del
espacio que gobierna, prácticamente no hablan en público; apenas deslizan a
cuenta gotas algunas epístolas a ser interpretadas. La decisión de comunicar de
ese modo puede ser saludable frente a la vergonzosa camada de políticos que han
construido su popularidad sobre la pereza de productores radiales y televisivos
que repiten las figuritas una y otra vez. Pero hay grises entre ser un payaso
mediático y este laconismo. Se dirá que el caso de CFK es distinto al de los
referentes de la Cámpora, en líneas generales, reacios a las participaciones en
los medios tradicionales, y efectivamente es así ya que cuando CFK fue
presidenta su presencia era otra. No daba reportajes, prácticamente, pero sus
intervenciones eran constantes. En la actualidad, en cambio, el respeto
institucional a la figura del presidente, la ha llevado a cumplir un rol de
episódica comentarista epistolar, como si el cargo de vicepresidente fuera el
de un ciudadano más y no tuviera algún tipo de injerencia en un gobierno que
existe por la genial decisión electoral que ella misma tomó. Lo de “genial”,
por supuesto, no es irónico. Como hemos dicho varias veces aquí, esa decisión
determinó la elección y eso es lo que importa. Si en todo caso el gobierno
surgido de allí no cumple con las expectativas es otra discusión. Con todo, es
difícil de entender lo que viene sucediendo: ¿la vicepresidenta acusando en
carta pública al presidente por no llamarla? ¿El presidente del bloque de
diputados del oficialismo esperando a que se anuncie el entendimiento con el
FMI para exponer un cúmulo de verdades en otra carta pública que lo lleva a
renunciar a la presidencia del bloque pero no al bloque mismo?
El espacio que gobierna parece haber entendido la lógica de
la coalición como una suma de identidades irreductibles; un conjunto de
dirigentes que responden a este o al otro y que recibirán un cargo en función
de esa pertenencia. Por supuesto que algo de eso tiene toda coalición pero lo
que ha ocurrido en este caso es la parálisis de la gestión, algo que quedó en
evidencia con el cambio de nombres pos PASO y de la cual solo se salvan algunos
ministerios.
La situación es compleja para el kirchnerismo porque hay dos
opciones: o negoció mal al interior de la coalición y, a pesar de aportar el
70% de los votos en 2019, renunció a condicionar al presidente que fue su
crítico feroz durante 10 años; o es cómplice de esta versión pasteurizada cuyo
único plan parece ser llegar a 2023 con una inercia de crecimiento que, sumado
al espanto que puede producir la oposición, le permita ganar.
Si esta lectura es correcta, Máximo (y quizás el
kirchnerismo) estaría reflexionando acerca de si es mejor quedar como tonto que
como cómplice. De aquí se seguiría la ruptura de la coalición aduciendo que el
gobierno tomó un camino equivocado sobre el cual el kirchnerismo no ha tenido
ninguna injerencia. Claro que si esto sucediera y se reeditara “Unidad
ciudadana” la situación no sería la misma por varias razones. En primer lugar,
esa decisión haría caer automáticamente al gobierno de Alberto Fernández; en
segundo lugar, la caída del gobierno de Alberto Fernández, fruto también de una
mala gestión, le pasará factura al propio kirchnerismo, tal como se vio en las
PASO de la Provincia de Buenos Aires cuando con el aparato de Nación y
Provincia más todo el peronismo unido se obtuvieron menos votos que los que
había alcanzado CFK en 2017 con casi todo en contra.
Sin embargo, al menos por ahora, la idea parece ser no romper
la coalición. Ello es condición necesaria para ser competitivos en 2023 aunque
no es suficiente, como ya hemos visto. La contrapartida de ello es que el
kirchnerismo pagará el costo político de un gobierno que se parece bastante
poco al que lideró el país entre 2003 y 2015 e inauguraría, para los libros de
historia, una suerte de período de “resignación kirchnerista (2019-2022)”. Este
camino habría comenzado en 2019 con la resignación que supone asumir que es
imposible ganar la elección yendo en solitario y que es necesario ubicar como
presidente a quien hizo mucho para que te fuera mal; la segunda resignación, la
del 2022, sería la del acuerdo con el FMI: sin un contexto geopolítico
favorable, sin épica, sin decisión política, sin una planificación que sustente
una recuperación sostenida como sí existía en 2003, este kirchnerismo es el que
dice “hay que arreglar lo mejor que se pueda y patear para adelante”. El
kirchnerismo de la resignación 2022 sería también, en este sentido, un
kirchnerismo de la dilación, todo lo contrario a su versión anterior en la que,
en materia de deuda al menos, si cometió un error fue justamente el de apurarse
a pagar lo más posible dejando un país desendeudado al gobierno de los
endeudadores seriales.
Para concluir, entonces, el kirchnerismo parece atravesar hoy
un dilema cuyo costo político es de una magnitud incalculable: o rompe la coalición
harto de un gobierno que carece de espíritu transformador y de esa manera
genera una crisis institucional gravísima; o se resigna, se expone a la
acusación de complicidad y dilapida capital político manteniéndose como parte
de una coalición donde aparentemente no tiene el poder para tomar decisiones.
El final está abierto.
Este editorial me recuerda (por supuesto que lejos de insinuar algún tipo de plagio) a la nota que publicó Rosario Meza sobre el dilema de la verdadera identidad de CFK, llamada "El doble juego de la reina de corazones...".
ResponderEliminarEl día de tomar una decisión está llegando.
Creo que la CFK de hace unos años habría pensado "¿qué es lo que más le conviene al pueblo?" y obraría en consecuencia. La actual me parece más interesada en tener razón, o preservar su capital político. Tal vez lo haga pensando en el bronce, apostando a que, de no involucrarse ahora, la historia no la va a juzgar por este período; a mí me parece que ya es muy tarde.
Gracias por el comentario, Alejandro. He leído cosas de Rosario pero no la leí en este caso. Abrazo!
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